Micro libro

A mis 6 años empecé a leer y mi primer libro desencadenó un mar de lágrimas. Se trataba de «Sin familia», di Dickens y me hacía sentir empatía hacia el protagonista el hecho de estar fuera de mi casa, por primera vez. Tenía que ir al colegio de mi severa tía Amina y vivir en su casa, en la ciudad, mientras que mis padres y mi hermanito permanecían en nuestra hacienda agrícola. 

Por suerte, la biblioteca de la tía estaba llena de libros maravillosos, divinamente ilustrados y eso me consoló. Más adelante, de adolescente, leía todos los libros que dejaban los primos que iban a pasar vacaciones a nuestra hermosa finca. Así,  viajé por países  exóticos con Julio Verne,  conocí a la florista Eliza Doolitle (Liza) y la volví a encontrar en la película musical My Fair Lady , inspirada en esa obra. Cayeron en mis manos cuentos de vaqueros, el atormenado joven Raskolnikov y hasta Santa Teresa de Jesús. Todos ellos llenaban mis tardes de vacaciones, encaramada entre las generosas ramas de mi árbol favorito o, en el ancho alfeizar de mi ventana. También había libros antiguos de mi abuelo, con tapas de pergamino y letras decoradas.

Ahora, que estamos renovando nuestra casa, veo con tristeza, cajas y cajas de libros que tienen como destino una biblioteca y, los más viejos, el vertedero municipal. Todos los personajes que acompañaron a tantos lectores se esfumarán para siempre, pero seguirán viviendo en la memoria de quienes los amaron. Aunque es posible que Montag, el bombero incendiario de Farenhait 451, los salve del olvido en el fuego.

Maria Victoria Santoyo Abril

Carta

Lady with her Maid holding a Letter – Johannes Vermeer

Ciudad de Mexico, 20 de enero de 1860.

Ángel mío,

Hace días que no te veo en la Santa Misa en la Catedral y mi alma desespera por saber de ti. Te seguiré dejando cartas en el lugar convenido,  esperando poder organizar tu fuga de esas frías paredes que te aprisionan. Necesito que me cuentes bien toda tu historia para buscar a tu familia.

He sabido que en poco tiempo las monjas van a ser exclaustradas.

Aquella tarde lluviosa, en que lograste esconderte en la sacristía y pude estrecharte entre mis brazos, ha quedado grabada en mi mente. La lluvia caía incesante, juguetona y cómplice…»

[Las palabras que siguen se han borrado, como si sobre ellas se hubiera vertido un dolor salado y corrosivo. Ya no son palabras sino larvas moribundas.

Hay otra carta, escrita con letra menuda, de delicados trazos]

«Amor mío,  no sé si esta misiva llegue a tus manos. Aún vivo el recuerdo de nuestra despedida y tu mirada cargada de promesas…

Quería terminar de contarte mi historia: al fallecer mi amada madre en Toledo, mi padre cuidó de mí hasta cuando se vio obligado a exiliarse por motivos políticos.  Acordándose de que su hermano había emigrado a América,  reunió todos nuestros bienes para constituir mi dote y me confió en las manos de la Madre superiora de la Orden de la Inmaculada Concepción,  sabiendo que pronto viajaría a Las Indias y podrían entregarme en las manos de mi tío,  don Absalón Borráis  Cabrejo, a quien envió una carta encomendándole mi educación.

Nunca supe la dirección de la hacienda de mi tío  y las monjas no me dan noticia alguna.

Mi anhelo es huir contigo y buscar a mi familia.

No me dejan volver a la Catedral, pues sospechan de nuestra relación y de que yo planee la fuga.

Te busco en las partículas de luz que se filtran por la ventana de mi angosta celda.

Hoy también llueve, pero no estás a mi lado.

Dejo constancia en este papel de lo mucho que te amo y seguiré amándote,  en silencio,  por siempre y para siempre.

Odalinda Borráis «

Maria Victoria Santoyo Abril

Miedo

Vas por una calle sórdida, las escasas bombillas iluminan apenas el asfalto con baches, fango, hay basura por doquier… En el cruce, a lo lejos, ves figuras que se escurren entre los edificios, ¿estará alguien al acecho detrás de la esquina? 

Te corre por las venas un estremecimiento, te enfría el estómago y entorpece tus manos. Pero no te rindas, tú eres más fuerte, ¡que no te congele el aliento! Siente fluir la vida por las narices, llénate de prana salvadora, extiende tus crispados miembros y endulza tu rostro.

Acuérdate de que eres cintura marrón de karate, además, llevas en el bolsillo el talismán que te dio el chamán. No podrán hacerte daño.

Maria Victoria Santoyo Abril

Despertar

Érase un país lejano, en el que las brumas de una pesadilla ofuscaban las mentes. Las gentes oían, durante meses, años y siglos, los acalorados discursos del Mal Hermano, aplaudían sus chistes insulsos, idolatraban su imagen con la mano apoyada sobre un corazón rojo. No veían que lo que era verdaderamente rojo era la sangre de sus innumerables víctimas. Cuantas más muertes se registraban como caídos en combate, más aumentaba su prestigio como héroe de la nación, como presidente eterno, como “purificador” que, a sangre y fuego, eliminaba la insurgencia, las mentes que pensaban por su cuenta.

Pero un día, una brisa juvenil, de primavera, fue desatando las nieblas, fue aclarando la visión, destapando los oídos de los sordos esclavos e iluminando las mentes dormidas. La brisa se volvió viento y, llevado por bandadas de pájaros, se convirtió en huracán y arrastró lejos al sátrapa Mal Hermano con todo su séquito. El cielo despejado y luminoso dejó brillar el sol y…. colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Maria Victoria Santoyo Abril

Tiempo

Pasa, se desliza entre los dedos como la arena, se dice que siempre falta, que no hay…

El hombre occidental no tiene tiempo para ser feliz, afirmaba el jefe Tuiavii di Tiavea de las islas Samoa, según lo describe el artista alemán amigo de Herman Hesse, Erich Scheurmann en su ensayo antropológico “Papalagi” (los hombres blancos), que es la recopilación de las reflexiones de Tuiavii durante su estancia en Europa.

“Hay Papalagi que afirman que nunca tienen tiempo. Corren como dioses desesperados, como poseídos por el diablo y dondequiera que vayan lastiman, causan problemas y atemorizan porque han perdido el tiempo. Esta locura es terrible, una enfermedad que ningún médico puede curar, que infecta a muchas personas y lleva a la ruina”.

“.. Papalagi ama sobre todo lo que no se puede captar y que, sin embargo, está siempre presente: el tiempo. Y de esto hace un gran revuelo y una tontería. Aunque nunca hay más de lo que puede haber entre la salida y la caída del sol, no le parece suficiente.


Papalagi siempre está descontento con su tiempo y se queja con mucho ánimo porque no se le ha dado suficiente. Sí, se trata de blasfemar contra Dios y su gran sabiduría, ya que Él corta y corta y divide y divide cada nuevo día según un sistema preciso. Lo corta como si abrieras un coco blando con un cuchillo. Y todas las partes que corta tienen un nombre: segundos, minutos, horas. El segundo es menor que el minuto, este es menor que la hora; todos juntos hacen las horas y tienes que tener sesenta minutos y muchos segundos para tener una hora». Cuanto más se fracciona el tiempo, menos queda.

Quizás el tiempo se le escapa al hombre blanco como una serpiente se escapa de la mano mojada, precisamente porque trata de sujetarla con tanta fuerza.

La obsesión por el tiempo nos lleva a actuar como si el que camina más rápido tuviera más valor que el que camina despacio. Gastamos mucho tiempo planificando, yendo de prisa…. Y cuando nos detenemos a mirar atrás, nos damos cuenta de lo fugaz de la vida. ¡Ya han pasado 20 años! ¡el niño ya va a la universidad!

Si no destinamos tiempo para ser felices, Cronos nos devora, nos somete. En realidad, hay más tiempo que vida.

Bueno, lo dejo aquí…. Se acabó mi tiempo.

Maria Victoria Santoyo Abril

El río Magdalena

La serpiente sagrada se desliza silenciosa, brillante, entre la verde selva. Durante la subida, la gran serpiente está grávida de peces de plata que van aguas arriba buscando aguas frescas. Aguas arriba también viajó el general cuando iba hacia la fría capital, en sus tiempos de éxito. En los puertos fue homenajeado, recibido a bombo y platillo. Pero, cuando la sed de poder de sus antiguos correligionarios los llevó a traicionarlo, él volvió por el río, desandando el camino, derrotado, enfermo, hacia el exilio. Corrían rumores de su enfermedad y de su mal de ojo contagioso. A su paso ya no había fiesta y regocijo, sino silencio y miradas furtivas. El general en su laberinto alcanzó a llegar a su casa de San Pedro Alejandrino, donde le esperaba la parca. Habría de ser su último viaje sobre la gran serpiente.

Maria Victoria Santoyo Abril

Trasquera

La maison à l’arbre rouge de LÉO GAUSSON (1860-1944)

Para llegar al pueblecito de Trasquera, cercano a la frontera italiana con Suiza, hay que recorrer una estrecha carretera que sigue el relieve de la montaña y cruzar por el puente del Diablo, sobre un abismo. Este camino abrupto termina en una explanada luminosa que mira al sur. Camino entre sus callejuelas desiertas, entre casas de piedra, plazoletas con fuentes que son el único murmullo en ese lugar silencioso. Veo a lo lejos a una anciana que, con paso cansado y un gran ramo de flores blancas se dirige hacia una zona en el extremo de la zona habitada, me dedico a seguirla para que sea mi guía involuntaria.

Las bardas están pintadas con colores claros: verde limón, blanco deslumbrante, azul claro… sobresalen copas de árboles frondosos y el aroma de las flores es intenso. La verja metálica por la que entra mi guía está abierta, entro a ese jardín, que es, en realidad, un cementerio con tumbas muy antiguas, algunas con inscripciones borradas por la intemperie. Calculo edades de los sepultados, leo nombres y apellidos españoles, ¡qué raro! Estamos en Italia. Encuentro a la señora que me guió hasta allí y como estamos solas, nos ponemos a charlar; noto que lleva pendientes y colgante de oro toledano damasquinado, como los de la tradición artesanal de Toledo y al alabar sus joyas, me contó que es tradición de ese pueblo, pero que ya no queda quien fabrique tales objetos. Los últimos artesanos ya han muerto. La dejo y sigo recorriendo este lugar de paz, con vistas espectaculares sobre las montañas y el torrente profundo que es como el foso de defensa de un castillo. Fantaseo pensando que, a lo mejor, los españoles que se refugiaron en este lugar apartado y hermoso eran hebreos sefarditas que huían de las persecuciones de los reyes católicos. Habrán atravesado el sur de Francia y esta zona fronteriza tan áspera y casi inexpugnable les habrá parecido el refugio ideal para quedarse. La memoria se ha borrado carcomida por el tiempo, como las inscripciones en las tumbas más antiguas.

Hace calor y el sol está en su cenit. Contemplo el panorama desde ese mirador que se asoma sobre el precipicio, hasta que me saca de mi ensimismamiento el silbido de una víbora. Lentamente, me repongo del atávico terror y me alejo buscando la salida. Estoy completamente sola, sobre una hermosa tumba antigua está el ramo de flores blancas.

Maria Victoria Santoyo Abril

Amor imposible

Un bar aux folies bergères de Edouard Malet

Siento aún tus labios henchidos de promesas mientras me dedicabas el concierto n. 1 para piano de Beethoven y entre tus brazos yo bebía esa música inmensa.

Pero nuestros destinos estaban envenenados, no podrían encontrarse jamás. Tú parecías siempre perdidamente enamorado, aunque luego me di cuenta de que era una actitud donjuanesca y por eso puse medio mundo entre los dos por no llegar a sentir jamás tu desamor. Te odio con todo mi amor, pero sigo repitiendo tu nombre como una jaculatoria.

Edouard, amor mío, sé que no morirás nunca, aunque la pandemia no dejó rastro de tus ojos barnizados de deseo ni de tus labios sedientos de besos.

Me parece escuchar tu voz, sentir tu aliento y tu ardiente mirada, pero sé que es una ilusión, eres una tenue brisa que acaricia mi rostro.

Maria Victoria Santoyo Abril

Arauca – Coveñas

Estoy de nuevo ante el mar de los siete colores y todo parece igual, los manglares que crecen en aguas salinas, pero en la playa noto que la arena fina de Coveñas tiene manchas de piel curtida. Esa linfa viscosa viene del subsuelo de las llanuras donde se calcula la distancia en días a caballo, a mil kilómetros del Caribe. La linfa de la tierra viaja por tubos que desangran los depósitos subterráneos de las llanuras del Orinoco y se la llevan hacia el norte. A su paso quedan ambientes desolados, ríos contaminados, tierras anegadas de petróleo y en el mar, las petroleras dejan su huella mortífera.

Monstruosas máquinas escarban el vientre de los llanos y, en marzo de 2014, una sequía sin precedentes dejó decenas de miles de esqueletos diseminados por la llanura, los acuíferos habían sido horadados y el agua había desaparecido. Los estudios de vulnerabilidad de años atrás decían: “amenaza de alto grado”.

El grito agonizante de chigüiros, caimanes, vacas, se desvanece en el aire. ¿Qué nos espera en el año 2050?

Me zambullo en el mar para alejar el hedor de los cadáveres resecos allá, tantos kilómetros abajo.

Maria Victoria Santoyo Abril

Tarde azul

Soir Bleu de Edward Hopper, 1914

Es un viaje entre los amigos de antaño, sentados en la terraza con vistas al mar azul, está la tía Leonor, con su vestido verde, su maquillaje rosa para ocultar esablancura insólita, mi cuñado Gustavo, con su bigote y su traje elegante y a nuestra mesa se sienta un bizarro personaje, parece amigable, con su cigarrillo en los labios, pero hay algo inquietante: su palidez, su cabeza o calavera pelada y brillante. Jugamos a las cartas de la suerte. ¿A quién le toca la mejor carta? Espero seguir jugando sin perder esta partida.

Ojalá esta partida dure lo suficiente para que muchos podamos ganar y no nos someta el miedo. ¡Adelante, otra carta!

Maria Victoria Santoyo Abril

Prensas de colores

A la prensa podemos vestirla de colores: amarilla, cuando llega la primavera y las primeras flores; rosa o del corazón, cuando se imprimen historias de amor; negra si es tremendista o si escribimos en la oscuridad. Quizás si la historia se mancha de sangre, la prensa se tiñe de rojo.

La prensa sería verde o de color paja si los textos fuesen escritos en hojas de papiro o pergamino.

Ahora anhelamos la prensa del color de la libertad de movimiento. 

Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, contra la prensa sensacionalista llena de titulares sobre catástrofes.

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”, eso dijo Don Quijote

Maria Victoria Santoyo Abril

Estío solitario

Henri Lebasque – Mujer en vestido blanco

Mi siesta ha sido más larga que de costumbre. No sé bien cuántas horas he dormido, he perdido la noción del tiempo.

No se oyen ruidos, ni voces y las guitarras que mis vecinos que solían tocar al atardecer ahora están mudas, los niños no juegan en el patio, es como si una densa capa de silencio se hubiera abatido sobre nuestro pueblo. Sólo el soplo de alguna brisa cálida me despierta de la modorra que me envuelve. Las calles están desiertas.

Para soportar mejor el calor tórrido de este verano me he puesto vestido y sombrero blancos. Un suave cacareo me sobresalta por lo inesperado, en medio de tanto silencio. A mi lado, en la otra silla, se ha posado una gallina. ¿Seremos las únicas sobrevivientes de alguna pandemia desoladora?

Maria Victoria Santoyo Abril

Selva y simbiosis

La canoa se desliza sobre la densidad luminosa y oscura, abriéndose camino entre balsas flotantes de plantas acuáticas y maravillosos nenúfares, hasta tocar una orilla camuflada entre ramas y troncos caídos, en esa danza de vida y muerte que es la selva. Al penetrar en esa matriz verde, las lanzas de luz se precipitan desde las copas gigantes de ceibas, caobas y hules, iluminan húmedos helechos prehistóricos, lianas, orquídeas de acuarela y rojos sanguíneos de flores carnosas.

La hojarasca favorece el mimetismo de insectos, lagartos, culebras y ranas. Bajo el dosel verdeante compiten por la luz guacamayas multicolores, monos chismosos, iguanas, mapaches, tapires…  La respiración de la selva está hecha de susurros y silbidos. Es un palpitar de miles de seres en mágica simbiosis. En la farmacia de la selva los curanderos encuentran remedios para las enfermedades. ¿Tendremos la sabiduría para aprender de esa universidad desconocida, aún sin clasificar “científicamente”?

Siento que me sumerjo en ese magma vivo del que hago parte, con mis raíces, musgos y hongos que penetran en las profundidades del ciclo eterno de vida y muerte. 

Se oyen, de repente, motosierras asesinas y llamas infernales que aniquilan toda esta vida pulsante, dejando a su paso áridos desiertos. Tengo sed. ¡Están pasando la aspiradora por la casa y han abierto las ventanas para que entre el sol en esta mañana de verano!

Maria Victoria Santoyo Abril

Igual

“Todos somos iguales ante la ley”, eso dicen las constituciones de casi todos los países, aunque la igualdad de tratamiento y de oportunidades, de hecho, no se respeta.  Orwel, en su obra “Rebelión en la Granja”, escrita en 1945, denuncia los totalitarismos; la obra constituye un análisis de la corrupción que puede surgir tras toda adquisición autoritaria de poder. “Rebelión en la granja” es una alegoría del poder y su influencia en el destino de los seres humanos.

Los animales de la Granja, alentados un día por el Viejo cerdo (el ideólogo de la revolución) que antes de morir les explicó sus ideas, llevan a cabo una revolución en la que consiguen expulsar al granjero humano (que representa a la nobleza y la burguesía) y crear sus propias reglas o mandamientos. Pero, con el tiempo, los cerdos se erigen como líderes y luego como una élite dentro de la granja.

Los diferentes estamentos de la sociedad son: las ovejas y las gallinas, analfabetas y acríticas con el régimen, personifican a los estratos más bajos, o a los «fanáticos» de un líder. Los perros representan el aparato represivo. El cuervo Moisés representa a la Iglesia, habla del cielo, el perdón y la paciencia, cumpliendo su papel de apaciguador, al servicio del granjero, que le reserva un tratamiento especial. Representa la afinidad entre el clero y los distintos gobiernos.

Al final de la novela, la dictadura del cerdo tirano y sus seguidores se convierte en absoluta y cuando los animales preguntan al burro Benjamín (el intelectual) cuál es el único mandamiento que queda escrito, éste les lee el séptimo, convenientemente modificado por los cerdos:

“Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”

Maria Victoria Santoyo Abril

Cine

Una de mis primeras películas fue un romántico musical: “Camelot”, con Vanessa Redgrave y Richard Harris, ambientada en un idílico paisaje brumoso, envuelto en una niebla de ensueño. Triángulo amoroso, amor imposible y desesperado. Al final de la película, mientras me secaba las lágrimas, descubrí a mi acompañante, mi primo Rafael, que ¡dormía de plácido aburrimiento!

Muchas otras películas me han emocionado y divertido a lo largo de mi vida. 

Además de la trama, los actores entrañables, hay bandas sonoras inolvidables: la de “Lo que el viento se llevó”, “Casablanca”, “Psicosis” (la ducha terrorífica con Anthony Perkins al acecho), Ennio Morricone en películas del spaghetti western, de la mano de su amigo Sergio Leone. Inolvidable “El bueno, el malo y el feo”, “Érase una vez en América”, las partituras de Nino Rota para “El padrino” de Francis Ford Coppola…

¿Qué haríamos sin el cine? Lo importarse es no llevarse un lastre como Rafael… Es algo para compartir y saborear, como un plato delicioso.

Maria Victoria Santoyo Abril

Duelo

Castor y Pollux

Salomón reñía siempre con su hermano Pedro. Eran como los Dioscuros, los gemelos Cástor y Pólux. Como todos los gemelos reunían en sí tanto la unidad como la pugna, el duelo, como lo testimonian numerosas historias mitológicas – Ormuz-Ahrimán en Persia, Ixbalamqué-Hunahpú (los mellizos del Popol-Vuh), Rómulo y Remo, Caín y Abel.  –

Salomón se sentía atado a él por fuertes sentimientos de amor y envidia, en ese concentrado de lo humano que es la relación entre hermanos, emergen todas las diversidades y las contradicciones de la humanidad. Pedro era el menor, el consentido del padre, ese patriarca severo, poderoso, pero a veces tierno o injusto.

Iban a cacería y Pedro era el más afortunado y el más ágil, apostaban carreras y era el más rápido; se retaban a duelo de lucha libre y un día la competición fue de tiro al blanco con las escopetas de caza. Un disparo apagó las risas de Pedro y al acudir el padre, las manos de Salomón estaban ensangrentadas, tratando de reanimar al hermano sin vida.

La furia del padre fue como la de un dios del Olimpo. Expulsó a Salomón y la familia se llenó de duelo para siempre.

El destino de este Caín fue de desamores, violencia y abandonos. Trabajó duramente, formó una familia, pero abandonó a su mujer y a sus hijos, porque no lograba encontrar paz y armonía; su hijo mayor eligió la carrera de las armas, era cruel y vengativo y sus nietos también tuvieron una pasión morbosa por las armas de fuego, llegando a posiciones importantes en el ejército, pero con el estigma de la maldición que seguía resonando en sus vidas, desde que Salomón-Caín fuera expulsado del edén familiar. Quizás las maldiciones se pueden sanar con el perdón y el esclarecimiento de la verdad. A veces, las familias son un cálido refugio o un pequeño infierno de desigualdades. 

Maria Victoria Santoyo Abril

Nueva

Nueva edad de la piedra tras la

Nueva catástrofe amazónica. 

Nueva York y Pekín callan, asfixiados por los miasmas que rezuman sus cloacas. Mientras tanto, Siria, Yemen, Palestina, Latinoamérica y África agonizan en guerras viejas disfrazadas de nuevas. 

Por suerte, estamos nuevamente reunidos para leernos, reencontrarnos y hablar en nuestra bella tertulia.

Maria Victoria Santoyo Abril