
Pasión era cogerse del brazo y pasear por el patio bullicioso y el porche empedrado. De pasión nuestras miradas cómplices durante las horas de clase y las notas inocentes que nos dejábamos en la cajonera del pupitre o entre las páginas de los libros de texto. Hubo pasión en las canciones inventadas y en las poesías recitadas “tú un verso, yo otro”.
Olía a tiza, la pasión, y tenía sabor a palmeras de chocolate, vestía de uniforme azul marino y babi de cuadritos celestes. Flotaba en el autocar y en la capilla, en el salón de actos y en el gimnasio.
Pasión era odiar el viernes y anhelar el lunes.
Pasión fue añorar, durante mucho tiempo, lo que nunca ocurrió.
Ana Diaz
