
All articles filed in Tapañol 18-05-22 Una historia de amor

Lulú

Son las cinco, no duermo, echo de menos algo, no tengo sueño. El cuerpo tibio y tierno de Lulú no está en su lugar, en medio de la cama. Me levanto, no quiero que la noche sea larga. La veo como una sonámbula, no me besa. Cuando vuelvo, no me acuesto hacia la ventana, me vuelvo hacia el centro del lecho, pero ella no me mira, está en el borde de la cama y mira hacia el exterior. Ya está dormida, tranquila como una marmota.
Están muy lejanas las noches dominadas por Eros. Las noches en las que Lulú llevaba un mini vestido que rozaba la indecencia más atrevida. Sus piernas delgadas e interminables le permitían ponerse un atuendo tan corto. Sus padres antes de que yo la conociera, nunca hubieran aceptado que ella se lo pusiera. Lulú, una chica hermosa que conocí en un bar-discoteca, por la tarde. No creía que pudiera conquistarla tan rápidamente, pero estábamos hechos el uno para el otro, intelectuales, amantes de las artes, de la literatura y de la música y no despreciábamos los placeres de la carne, al contrario.
Le acaricio la curva de sus caderas que no son estrechas y sus glúteos que no dejan la menor duda sobre su feminidad exacerbada. Se vuelve contra mí, se pega perfectamente a mi cuerpo, y no dudo en acoger su seno perfecto en mi mano en forma de copa. No quiero despertarla. Es su instinto, quiero creerlo, lo que la atrae a mí. Cuando no duerme, siempre pretende que somos demasiado viejos para eso.
Yo sigo sin dormir, no puedo evitar que mi imaginación recorra el cuerpo sinuoso y preciosamente curvado de mi Lulú. Mi mujer, a la que nunca he dejado de amar con todo mi cuerpo y con la que estoy tan profundamente vinculado por una relación de amistad que desde hace tanto tiempo dura, y durará siempre.
Me despierto en sus brazos. Este día, lo sé, no me decepcionará.
Jean Claude Fonder

El amor más grande

A mí siempre me ha parecido que tenemos los mismos gustos y muy parecidos disgustos. En su cara muestra un rictus de seriedad cuando uno de los niños del edificio entra votando con una pelota. A mí tampoco me gustan los ruidos o las personas que no reconocen lo apropiado o no de sus actos. Es agradable sentir un “buenos días” o la cordialidad de un vecino que abre la puerta para que los demás podamos salir o entrar, sentir la sonrisa satisfecha de un joven que mantiene abierto el ascensor. Detalles que se están perdiendo, de la misma manera que la palabra cortesía está pasando de moda. También nos molestan los gestos un tanto bruscos, algunas veces insolentes de los jóvenes, quizás la educación no es la misma que aquella severa formación que entonces recibíamos, pienso. Él lo comento alguna vez.
Nuestras miradas se encuentran de forma fortuita. Ocasionalmente, cuando hay mucha gente en el ascensor del edificio donde vivimos, se roza nuestra piel, sin intención y me encuentro con su mirada de disculpa, con unos ojos casi llorosos.
Después de veinte años. Aunque muchas cosas han cambiado en nuestras vidas: mis hijos han crecido, se han independizado, su madre, con la que vivía, ha fallecido y mi esposo ha muerto.
Ahora me parece que su mirada es más firme y cuando nos encontramos solos en la escalera, en la puerta, en el ascensor su saludo es más lento y el mío también. Es un amor que no se toca.
Blanca Quesada

Una historia de amor

Carmen salió al jardincito de detrás de la casa para saborear el aire fresco de un día de primavera que ella sintió que la sorprendería. El cielo estaba atravesado por nubes que se perseguían dando la impresión de que objetos y animales flotasen en el aire. Comió una galleta de la fortuna y la nota adjunta la sorprendió: “tu bondad dará frutos inesperados”. Quien sabe qué significa eso. Regresó a casa, desayunó y comenzó su trabajo como blogger. Hoy se dedicaría a la cocina y contaría cómo preparar un buen arroz.

Después de un rato que no supo cuantificar (cuando escribía no se daba cuenta de si habían pasado diez minutos o dos horas), oyó un golpe en la puerta principal. No vio a nadie a través de la lente y estaba a punto de regresar a su escritorio cuando escuchó un gemido, como de un animal herido. Abrió la puerta y en el mismo felpudo un caballero bien vestido, dos ojos hechizantes, una sonrisa que salió como una mueca, con voz débil pidió ayuda y luego se desmayó. Carmen se activó de inmediato: llamó una ambulancia, tomó un trapo mojado y un vaso de agua. Unos segundos y el extraño se recuperó. El médico que llegó en ese momento le visitó y decidió que había que hospitalizarlo para hacerle pruebas. Carmen se dio cuenta de que el hombre ya se estaba convirtiendo en una pasión irracional, pero no pudo reflexionar sobre esta repentina idea porque los enfermeros de la ambulancia hacían que el hombre se subiera a la camilla. La sirena sonó y ella se quedó sola en la puerta pensando en el extraño. Al regresar a la casa, notó que el hombre había dejado un libro en el felpudo; parecía antiguo, una copia de la Divina Comedia de Dante con dibujos. Lo recogió y lo colocó con cuidado en un armario. Pensó seguir escribiendo su blog, pero el recuerdo del hombre se deslizó en su mente; asustada por esa repentina pasión, sintió un ligero malestar al pensar que había dejado que se fuera sin preguntarle al menos su nombre. Decidió aclararse la cabeza y dar un paseo por el río que fluía lentamente detrás de la casa. Debido a la sequía el agua estaba muy baja; se quitó los zapatos y los calcetines y lo vadeó hasta la orilla opuesta, donde se elevaban miles de abedules con sus delgados tallos y ramas mecidas por el viento. Siguió el camino hasta llegar al antiguo molino, la cuchilla del molino giraba perezosamente a pesar de que no quedaba nada por moler. Sorprendida, se dio cuenta de que alguien vivía allí, se podía ver una ventana con cortinas, unas flores en el porche suavizaban la entrada. Intentó llamar, pero nadie le contestó. Tal vez habían decidido renovar la antigua masía. Volvió y vadeó de nuevo el río, sin darse cuenta de que ya habían pasado horas; se dirigió hacia el panadero del pueblo para comer sus famosos palitos de oliva y para tener noticias del extraño. El pueblo era pequeño y la panadería era el lugar de reunión donde todos pasaban durante el día. Así fue como supo que el desconocido, que acababa de comprar la masía, había muerto poco después de su hospitalización sin que los médicos entendieran la causa. Una lágrima bañó su rostro, salió de la tienda pensando en el hombre cuyos ojos grises verdosos la habían embrujado. Fue cuando regresó a casa, en la quietud de su jardín, que recordó dónde había encontrado esos ojos. Era una niña pequeña, de vacaciones en el mar junto con sus padres y había conocido a Andrés, que era mayor que ella; habían pasado una tarde entera juntos, visitando las afueras del pueblo.
Entonces el tiempo los separó, las vacaciones terminaron, ella volvió a la ciudad y ya no pensó en el muchacho. Ahora, después de una visión romántica, su visita a la puerta esa mañana, la mente comenzó a dar vueltas. Cómo habría sido su vida si no se hubiera ido, si hubiera estado con él. Todos esos arrepentimientos por solo unos instantes compartidos en un felpudo. ¿Cómo hubiera sido si ella hubiera tenido tiempo para amarlo? No había esperado a que muriera para encantarla; ella no perdió a un amante soñado, la suya había sido una relación real, aunque corta. Con esta certeza recordó el libro: ¿qué tenía que hacer con él? Buscando en Internet pensó que podría tener valor y contactó a un técnico para que lo evaluara.
Para su sorpresa le dijeron que era una primera edición muy rara y por lo tanto de gran valor; ¿Quería venderlo en una subasta? Una de libros antiguos se llevaría a cabo solo un mes después. Carmen aceptó esperando un ingreso excepcional. Había decidido que ese pueblito de provincias volviera a tener escuela primaria y que se llamaría «La escuela de Andrés». Abrió una suscripción y en su blog contó la historia de la niña, de los ojos grises verdosos que la habían conquistado y el epílogo de un amor especial.
Elettra Moscatelli

Historia de un amor

Es la historia de un amor
Como no hay otro igual
Que me hizo comprender
Todo el bien, todo el mal
Que le dio luz a mi vida
Apagándola después
Ay que vida tan obscura
Sin tu amor no viviré
Aprendimos un montón de canciones españolas durante aquel curso del profesor Antonio Blanco Tejero, en nuestro antiguo Instituto Cervantes de Milán. El de la Avenida Dante, por supuesto. Después de lograr el 2012 el diploma DELE B2, conquistado gracias a mi tenaz voluntad de autodidacta, quise absolutamente participar en un curso y, como la música siempre me ha gustado, el título “Canta con nosotros” me inspiró. Fue entonces cuando me enamoré del Instituto Cervantes, que en unos pocos años se convertiría en mi “segunda casa”. Por eso ahora me pongo triste cuando, caminando por la avenida Dante, paso por delante del edificio en reestructuración donde, en vez de profesores y estudiantes de español, se ven obreros y albañiles, y la bandera de España roja y amarilla ya no está.
Existen muchos géneros de amor, y encariñarse con un precioso lugar y con las personas que a poco a poco encuentras allí es uno. Quizás por eso esa canción me encantó. Cada miércoles, después de clase, me iba corriendo a la parada del autobús cantando alegremente las nuevas melodías que acababa de aprender: boleros, sevillanas, villancicos… Canciones tradicionales, o con palabras nuevas que creábamos nosotros: la Marimorena, la Llorona, Guantanamera… Pero sobre todo me gustaba cantar “Historia de un amor”, porque estos años en el Instituto Cervantes fueron para mí el inicio de una nueva vida hecha de amistades y de cultura, de tapas y de aprendizaje, de música, de tertulias y de escritura. Logré pasar el DELE C1 y dejé atrás un trabajo que no era lo mío, y todo esto “le dio luz a mi vida”, pero “apagándola después”.
Así que hoy, pasando otra vez por delante de nuestro antiguo Cervantes, además de ver a los obreros, atisbo la cara sonriente de una amiga querida que se fue para siempre hace unas semanas, la de un amigo que nunca volverá a Milán, y la de otros que perdimos de vista pero que siguen viviendo su vida en otro lugar… Pero en diez minutos alcanzaré el bar donde los amigos del Tapañol nos encontraremos, ¡por fin en persona! Al principio me quedaré con la mascarilla puesta, luego me sentiré ridícula por ser la única y me la quitaré. Y hablaremos de sueños que se convierten en proyectos y de proyectos que se convierten en realidad. Porque eso es vida. Y también es amor.
Silvia Zanetto

Una historia de amor

Empezaba a amanecer. Haces de luz se colaban tímidos por las rendijas del gran ventanal. La ciudad todavía estaba dormida, solo se podía ver a algún paseante madrugador esperando en una de las paradas de autobús o entrando en la boca del metro. Pronto, todo el mundo se habría volcado en sus actividades, pero a Montse eso poco le importaba. A sus ochenta y tantos años, solo le quedaba su pasado y muy poco por hacer.
Ahora que el tiempo se le escapaba de las manos como granitos de arena entre los dedos, el presente de sus días tenía otra forma y significado. Quedarse durante muchas e interminables horas detrás de la ventana de su salón escudriñando a los atareados transeúntes se había convertido en su rutina diaria. Observar el mundo era su forma de seguir con vida porque con el paso de los años Montse había perdido interés por sus aficiones, pero no su curiosidad.
Sin embargo, no siempre fue así. Cuando la melancolía de sus pensamientos la atormentaba, Montse solía recordar el rostro de aquel joven chaval que fue su alumno cuarenta años antes. Sus ojos almendrados le devolvían la ilusión con la que la miraba y escuchaba sus clases de latín. Sus esfuerzos para comprender palabras antiguas que contaban historias de civilizaciones perdidas…Un relámpago le sacudió el cerebro y tuvo conciencia de un amor inconfesable. ¿Por qué recordarlo ahora? Los años habían pasado rápido y Montse se había convertido en una viejecita sin haber estado joven. A veces, las cosas que pasan como detalles sin importancia de la existencia, con el tiempo pueden tornarse indispensables. El recuerdo de aquel amor le demostró que había existido por alguien.
Manila Claps………..

Una historia de amor

Fragmentos al revés
Isabel:
Viernes. 23 horas y 5 minutos. Subo las escaleras, llego a una puerta cerrada y me detengo. ¿Qué hago aquí? De pronto el corazón se me acelera. Soy consciente de que nuestra historia terminó hace unos años. Pero me doy cuenta de que he venido porque en este momento necesito que me hables de nuestro pasado, de tus pecados y de los míos, necesito que tus manos reconozcan mi piel, mi olor. Me pregunto si te acuerdas de los dos pequeños lunares en mi nalga izquierda que te encantaban. Quiero verte. Los recuerdos me aplastan. Quiero hablarte. Mis ojos, todavía brillantes, están rodeados de pequeñas arrugas; me he cortado el pelo que ya no es negro, sino teñido para esconder las canas. Toco el timbre, te llamo y no me contestas. La puerta sigue cerrada.
Jueves. Me estás asfixiando. El fuego de la pasión se va apagando. No nos volvimos a ver. Cada uno por su camino.
Miércoles por la madrugada. Bajo las escaleras. He salido de tu casa. El pelo largo y suelto parece hablar de libertad. He olvidado las llaves del coche bajo tu cama, tengo que volver. Abres la puerta y corremos a tu cuarto, amándonos otra vez. Las llaves permanecen bajo la cama.
Martes. Un amigo en común nos presenta. Empezamos a salir juntos. Hasta que una noche te despides de mí con un beso en la boca. Nuestra historia acaba de empezar.
Un día cualquiera. Ni siquiera sé quién eres, pero siempre que te encuentro me late el corazón muy rápido. Cada vez que no doy contigo estoy perdida.
Álvaro:
Viernes. 23 horas y 5 minutos. Alguien ha tocado el timbre. Eres tú, de eso no me cabe la menor duda. Siempre tocabas el timbre de esta manera. Te escucho decir mi nombre. No quiero que te enteres de que estoy en casa. Me enamoré de ti de una manera tan loca que perdí la razón. Pero ahora no quiero caer en tus manos otra vez. No quiero volver a sentirme para siempre un prisionero tuyo. Tú, que fuiste una mantis religiosa, una criatura fascinante y peligrosa de ojos verdes.
Jueves. Me alejo de ti, sin hablarte, sin explicarme. Soy emocionalmente dependiente. ¡Demasiado! Aún sigo soñando contigo, atrapado a tu cuerpo, pero dentro de una pesadilla. Quiero olvidarte.
Miércoles por la noche. Te vas, bajando de prisa las escaleras y de pronto vuelves para recuperar tus llaves. Terminamos otra vez en mi cama. Te quiero.
Martes. Gracias a un amigo, por fin te conozco. Quiero besarte y me atrevo a hacerlo. Siento el fuego en tus labios.
Un día cualquiera. Como todas las mañanas doy contigo y cada vez me imagino empezando una historia de amor
Raffaella Bolletti

Una historia de amor …felino

Fue una tarde de lluvia otoñal. Regresando a mi casa oí, bajo un coche, una débil llamada. Me bajé y la vi. Era algo pequeño, peludo, delgado y sucio con larga orejas y hermosos ojos verdes. Me miró y dijo.
—¡ Por fin me oíste. Te estaba esperando. ¡Vamos a tu casa!
La cogí en mis manos. Era tan leve, del tamaño de la palma de mi mano. Tenía el pelo blanco y gris como ciertas porcelanas de Copenhague. Su mirada sorprendida y su inmediato ronronear tocaron mi corazón. Enrollándola en mi bufanda pensé:
— Estarás conmigo una semana o dos, después te buscaré una buena familia. Te llamaré Alice, Alice en este país sin maravillas.
Ahora, después veinte años, Alice y yo aún estamos juntas. Fiel amiga capaz de discernir mis días buenos y los malos, mis vacaciones, mi sofá y mi cama.
Ahora es una señora mayor. Tiene todos los pequeños problemas propios de su edad. Pero cuando está en mis brazos y escucho su inmediato ronronear, recuerdo todos los juegos que hicimos juntas. Su carácter alegre y su felicidad cuando cada noche regresaba del trabajo y me saludaba con secretas palabras conocidas solo por nosotras.
Aún hoy, cuando ella está frente a mí mirándome de esta profunda, tierna, humana manera, me siento un poco asustada porque me parece casi imposible pensar que detrás de esa mirada los pensamientos sean ausentes.
Alice, filosofa, sabia, rutinaria, fan del silencio y de Mozart. Tú me has elegido y decidiste que merecía ser tu amiga, pero nunca siendo mi esclava.
Iris Menegoz
