
Azul índigo

Antes de morir me entregó un sobre. Con voz sorda recitó en ingles: —An envelope, take it! Don’t open it till tomorrow…— Segundos después sus ojos quedaron abiertos para siempre.
No estaba preparado para ver morir a nadie, apresuré el paso y salí después de errar por escaleras y pasillos hasta llegar a la sombra de un par de arboles donde hubiera podido organizar mis ideas.
El sobre se presentaba abultado y su peso me indicaba que podría contener varias
paginas, al menos cuatro.
Pero el enigma era el tiempo. ¿Por qué esperar hasta mañana? Luego recordé una vieja historia judía de un rabino que encuentra en la calle una billetera repleta de dinero pero que no puede recoger ¡porque es sábado! Entonces ruega a D__s por un milagro y ¡paf! Es jueves, y el rabino recoge la billetera.
Sin pedir ningún milagro haré lo mismo, he decidido: ¡hoy es mañana!
Abrí el sobre, en su interior descansaban cuatro paginas de color azul índigo, densamente escritas y con algunos garabatos que a primera vista eran tan egipcios como aztecas. Y así decía:
«Hoy jueves 10 de abril de 1853 he iniciado un nuevo comercio, he teñido de azul índigo las camisas y pantalones de los mineros de Los Alamos Town y de Amarillo City en California. El resultado fue tan inesperado cuanto sorprendente.
Pero os aviso, el color azul índigo es el diablo, es un color maldito. He intentado detener su codicia, su superbia inútilmente. ¡Nos arrollará a todos! ¡Que D__s nos proteja!!!
LEVI-STRAUSS
Termine’ de leer confundido, no comprendí el significado. ¿Quién era Levi-Strauss? ¿Por qué era tan peligroso el azul indico?
Doblé en cuatro las paginas y las confié al bolsillo trasero de mi “blue jeans”.
Saint-Rémy, 10 de mayo 1890
Mi querido Théo,
Quisiera decirte que creo que hice bien en venir aquí; primero, al ver la realidad de la vida de los locos, pierdo el vago temor, el miedo a eso. Y poco a poco puedo llegar a considerar la locura como cualquier otra enfermedad.
He vuelto a hacer una copia de Millet, me gustan mucho sus telas «Trabajos del campo». He elegido «La siesta». Me gusta el dibujo, pero querría cambiar el juego de los colores siguiendo las sensaciones que mi memoria ha grabado en el calor de la Provenza. Lo verás; me parece que pintar según esos dibujos de Millet es traducirlos a otra lengua antes que copiarlos. La luz invade el campo y lo tiñe de variaciones amarillas que del casi blanco van al anaranjado. El cielo entonces y los cuerpos acostados en la sombra de un pajar necesitan variaciones de azul alrededor del índigo.
Si puedes envíame: 3 tubos blancos de zinc, 1 tubo de cobalto, 1 tubo de ultramar, 1 tubo de mina anaranjado, 4 tubos de verde veronés, 1 tubo del mismo tamaño verde esmeralda.
Me obsesionan estos colores, en particular el azul índigo, lo quiero siempre más profundo, más oscuro. Quiero pintar cielos enojados que preparan las tormentas que dominan el mundo. Quiero pintar noches que acogerán estrellas naranjas, las que ya están en el más allá.
Vincent.
Lo conocía desde solo un mes pero la atracción era muy fuerte, y a pesar de mi educación muy estricta, decidí, después muchos No, decir un Sí.
Me arreglé y me puse mi nuevo sostén de un maravilloso color blu índigo, cuando todo terminó pensé: “¿Por qué no lo he hecho antes?»
Él es mi marido desde hace 51 años.
Cuando era muy niño, hablaba con las plantas y mediante una rosa de color rojo, tuve un viaje a las estrellas; con los insectos aprendí sobre la evolución de los seres vivos del planeta. Podía ver el aura de la gente (tal vez lo único que ahora de viejo todavía conservo cuando de vez en cuando observo de cierta manera a ciertas personas… ). Adultos y niños creyeron que todo era producto de mi imaginación, que ganó pronta y larga fama.
Como permanecía tanto tiempo solo y ensimismado con mis propios pensamientos, al explicarles a mis papás que la muerte no existe y adivinar segundos antes los lugares y acontecimientos, preocupados pensaron que era un niño con deficiencias mentales y resolvieron llevarme a una escuela antes del tiempo correcto. El primer día aprendí a contar de uno en adelante y eso fue un escándalo. Por mis comportamientos extraños, me gané la mala voluntad de la rectora y dueña. Lola se llamaba… Al no obedecerle sus absurdas ocurrencias, pretendió castigarme cruelmente. Obligarme a hincarme de rodillas desnudas sobre granos de arena mojada en piso encementado y sostener un ladrillo grande y pesado en cada mano que ni siquiera cabían en ellas. Me rebelé. Salí como un rayo corriendo y ella detrás para agarrarme. Logré escaparme por una ventana, no sin embargo sus largas unas untadas de tanta tinta azul, hondo se enterraron en mi cuello cuya cicatriz de ese color me acompañara medio siglo, hasta cuando nació el menor de mis hijos quien balbuceando, nos describió con lujo de detalles, cómo era el planeta de donde él había llegado a esta Tierra y que se llamaba “Laska”…
Un lejano recuerdo de mi niñez escalofrío todo mi ser… Era la genética heredada. Un niño índigo como de niños habían sido su padre y su abuela telépata.
Tenía una obsesión que lo perseguía, a tal punto que le provocaba sueños extraños. ¿Cuál?
“¿Por qué había venido?” Era tarde para esa pregunta. Ahora se sentía vulnerable, como el niño antes de emigrar.
— Cierre los ojos, Vijay.
— ¿El ultimo recuerdo, que tiene de su niñez? Preguntó la Doctora.
Sentado en un sofá dentro de un cuarto espacioso, respondía:
— ¡No lo sé!! Llorando desconsoladamente.
— Ok. Señor Vijay. Escuche mi voz, no piense en nada. Solo escuche mi voz, mi voozzzz…
¡Noo!! Aún estoy vivo. ¡No, noo! No me hagan esto. Gritaba, hasta que sus ojos dejaban de mirar. Vendas de un color irreconocible cubrieron mis ojos.
Barcos que desembarcaban en algún puerto, no reconozco el lugar. A pocos metros, recogía la red llena de peces que el pequeño bote de mi padre cargaba. Pude observar como los obreros descargaban telas, vestidos, etc… barriles estos últimos parecían la cosa más importante de la embarcación.
— Continue Vijay!
Estoy sentado en un valle / la doctora en silencio le aferraba la mano / Miro un arcoíris.
«Buena cosecha» El anciano que me acompañaba lo decía.
— Agradezcamos al Inti. A la pacha mama.
Todos nos arrodillábamos, pero antes de hacerlo, un color llamaba mi atención. El penúltimo, único color que no lograba nunca reconocer:
rojo, naranja, Amarillo, verde, Azul.. ¿? y el violeta.
— ¿A qué color se puede asemejar? No lo sabe? Entonces lentamente abra sus ojos.
— ¡Síí, este es el color, Doctora!
— Vijay, Vijay… Despierte…
— Tendremos que llevarlo a la morgue. Es de nacionalidad Indiana, lo sabe Dra. sky?
— Sí, sí. ¡Llévenselo!
“Paciente 6, y todavía no logro hallar el color que me atormenta”
— ¡Vijay eras, tú! ¡Estaba tan cerca Dios!!.
¿Cómo puedo encontrar Paz, Vijay Indigo era?
Descansa.
Y fue así que ella se perdió el encanto de la primavera, encerrada entre cuatro muros de olvido y de rencor.
O quizás la vio, pero en blanco y negro: despojada del perfume del milagro, vacía de la maravilla ilusionada del renacimiento.
O no la supo reconocer, porque ya no era para ella.
Se lo perdió todo y ni siquiera se enteró.
Y caminó a través de la niebla grisácea que esconde las violetas y los narcisos, sin atisbar el azul índigo del cielo al atardecer: ese azul que no le pertenecía.
¿Que pasó a los hombres cuando salieron del vientre de una mujer?
Se deslizaron entre el agua y la placenta y, oyendo el último grito de la madre, se hicieron sordos a las penas de las mujeres.
¿Y yo?
Yo desaparecí de tu vida sin dejar huella como el agua enjabonada fluye sobre las piedras de un suelo sucio.
¿Y tú?
Tú me olvidaste come se olvida una vieja bufanda en el asiento de un taxi.
¿Qué me queda?
Tu mirada azul indigo. Un cuchillo de hielo que mata mi olvido.
Para el chaval de unos doce años, que nunca se había alejado de su aldea, el azul índigo sólo correspondía al color del cielo que contemplaba en las noches frías del desierto. Ahora era un migrante y los hombres que lo acompañaban cruzando el desierto, con destino al mar mediterráneo, llevaban una túnica y un turbante de ese mismo azul índigo. Abdul, el tuareg, el hombre azul que tenía ocultada su cara entera, salvo sus ojos, le daba miedo, pero al mismo tiempo tenía que confiar en él. Sabía que muchos habían muerto en el «mar sin agua» del desierto. Por fin llegó a una localidad costera y subió a una patera de goma con los demás. Al poco tiempo la patera se dobló por la mitad; el chaval cayó en el agua, desapareciendo bajo las olas; por no saber nadar, se hundió en el mar desconocido y otra vez se dio con ese color azul índigo de las aguas profundas. Consciente que iba a afrontar la muerte, pensó que el color azul índigo le traía desgracia y se dejó llevar por la corriente, en el mismo silencio total del desierto, escuchando el latido de su corazón. Fue rescatado, y al despertar desnudo en una cama de hospital, se percató de que alguien le apretaba la mano. La doctora que cuidaba de él, una mujer de pelo negro y ojos de un azul profundo le dijo: “Tranquilo estás en Europa ahora, pero mejor sería que te pusieras estos vaqueros y esta camiseta”. ¡Vaya! ¡los vaqueros estaban teñidos de color azul índigo! ¡Tal vez sea azul índigo también la bandera europea! Pensó el chaval.
Por la mañana Alejandro Echevarría se había levantado temprano, no se encontraba muy bien, estaba mareado, se sentía un poco extraño. Despacito, arrastrándose, se fue al baño, se lavó la cara, pero no veía muy bien; de repente se dio cuenta de que entreveía todo de color azul.
Al principio pensaba que llevaba puestas sus gafas de sol azules, pero no, la vista era de un color particular, con un matiz “azul índigo”.
Parecía ver a través de lentes de ese color, fotografías en blanco y negro viradas, como si una gelatina se hubiera puesto delante de la pantalla del televisor de una época lejana.
En aquel momento buscó desesperadamente dentro de si mismo cualquier instante de felicidad pasada.
¿Qué le cambiaría en su vida de ahora en adelante? Los ojos azules, iguales, ¿Los legendarios hombres azules con el “Tagelmust” que se cubren la cabeza? No pasa nada.
¿Cuándo brilla rojo el atardecer? ¿Chiste sobre los Pitufos? ¿Mirar cuadros famosos de Kandinsky, Vermeer, Chagall, Klein…pintores de la más perfecta expresión del azul? Tenía que acostumbrarse.
De todas formas es un color intrigante, encantador; de la serpiente azul caníbal, del zafiro, de los dioses, del diamante azul, del planeta Neptuno.
¿Si hubiera tenido que elegir él un color? El amarillo, bueno no; el verde, ni hablar; el negro, la oscuridad; sí, el azul índigo está bien, aparte de enrojecer de vergüenza y derramar lágrimas amargas azules.
Llovía mientras amanecía y el gallo con su canto agudo expresaba su pavor, porque el inquebrantable invierno azotaba sin temor.
Todo era confusión las aves escondidas, entre sí buscaban un poco de calor, la ciudad perpleja y vacía porque la euforia del viento golpeaba mis pulmones y mi inspiración.
Mientras del cielo se desprendían las nubes como croquetas el horizonte diseñaba en su lienzo un azul índigo que asustaba a la gente y a mi inconsciencia, eran señales que aún duraría la tormenta. Avanza el día y ese color aún permanecía ahí, estático y desafiante como diciendo bienvenidos a la fiesta, pero no era una fiesta cualquiera parecía una terrorífica odisea, un Halloween, un viernes trece o una cadena perpetua.
Mi madre quedó en llegar a las 8 y ya eran las 10 de la mañana, la llamaba constantemente al teléfono y no respondía, mi hija lloraba por su teta y la mamá bien gracias dormía profundamente a rienda suelta. mi preocupación ya no era sólo una, se multiplicaba conforme mi menesterosa imaginación perdía la testa.
Ya tenía 28 y aún yo parecía de 8 como un infantil tratando de huir buscaba una salida en mi inconsciencia; aterrorizado buscaba un consejo, una solución, mi madre no estaba, el día me espantaba, la biblia sobre mi velero me acariciaba sin darme cuenta, la cogí tembloroso y después de leer dos versículos mi temor desapareció de mi cuerpo y cabeza; aunque el azul índigo junto a la tormenta continuaba con su fiesta.
La niña cogió el cuaderno que tres años antes le regaló su madre por el día de su cumpleaños y que había usado para pintar todos los azules del mundo. Ahora su madre estaba enferma en la cama blanca de un blanco hospital. La niña fue a visitarla y la madre le cogió la mano. La pequeña le dio el cuaderno donde había pintado el azul del cielo y el azul del mar que su madre ya no volvería a ver. Y, en la última página, el azul cobalto, un azul claro y oscuro al mismo tiempo. El azul que encierra todos los azules del mundo. El azul de los ojos de su madre..