¿Qué queda?

En la niebla inevitable de mis ojos oscuros y cansados, los de un hombre que comienza sus últimas décadas, te observo. La piel satinada de tu cara no oculta las pequeñas arrugas que me acusas de haber cavado, envuelve el azul incandescente de tus ojos claros. ¡Que te amo! ¡Que te amo!

– Y yo, ya no te amo, gritan en un relámpago que brilla como una bofetada definitiva.

Te miro más intensamente, eres la mujer que, a primera vista, entrando en el bar de mis noches locas y desesperadas, amé porque supiste escucharme. Tenías el pelo largo como hoy que, para desafiarme, los dejaste crecer. ¡Que te amo! ¡Que te amo!

– Puedo peinarlos como quiera, -decreta ella, haciéndolos revolotear como una jovencita obstinada.

Con tu pelo garçon, corto como el minivestido naranja que desvelaba el huso de tus largas piernas, me costaba esperar la intimidad de nuestro pañal. A veces soñaba, te imaginaba cabalgando sobre mis deseos exacerbados por tu belleza y cuando me despertaba, descubría que no era un sueño. ¡Que te amo! ¡Que te amo!

– No me mires así, no es de tu edad, susurra bajando los párpados como si estuviera asustada.

Algunas veces la noche es fresca, las curvas insidiosas de mi esposa se acercan a mi cuerpo dormido para encontrar calor y consuelo, si me despierto, os dejo imaginar las ideas que no dejan de asaltarme. Pero también recuerdo con ternura una pequeña lágrima naciente en la esquina de sus grandes ojos azules cuando me besó en nuestro aniversario. ¡Que te amo! ¡Que te amo!

Jean Claude Fonder

AGUA

Aguas

La canica azul

El manantial recién nacido surge entre las rocas y se despliega juguetón y sinuoso como un renacuajo, con la alegría de un niño, crece y recorre el bosque formando abrevaderos refrescantes.

Hay zonas de la Tierra donde las lluvias desaparecen bajo la capa terrestre y forman corrientes subterráneas que crean esculturas cársticas y salen a espiar el mundo como ojos con párpados de piedra, son los cenotes, profundos y misteriosos. Traen consigo el eco del fondo de la tierra.

Cuando los torrentes altos encuentran un despeñadero, se lanzan revoloteando impetuosos entre gazas y tules blanquecinos, con majestuoso revuelo. Corren a encontrar otras cascadas, se engrosan y alimentan lagos y ríos, hasta llegar al mar, la madre de las aguas.

Los manglares tropicales son el hábitat de numerosas especies y proporcionan una protección natural contra fuertes vientos y huracanes. Son aguas de marismas y estuarios, con fondos de suaves limos y arenas, donde se encuentran las aguas dulces con el mar. Pululan de aves migratorias, moluscos y son la guardería de cientos de peces jóvenes, temerosos de afrontar el gran mar.

Desde la nave espacial Apolo 17 se tomó la foto denominada “la canica azul”, donde se ve el casquete del Polo Sur.  Los océanos esconden la oscura zona abisal, que es como un planeta desconocido, donde comenzó la vida. Será por eso que los poetas dicen LA MAR…

Maria Victoria Santoyo Abril

Agua una historia con final feliz

El pobre perro flaco atado a una cadena bajo el sol abrasador, frente a una casa antigua rodeada por una valla, tenía tanta sed que le costaba respirar, llevaba mucho tiempo esperando que alguien le trajera agua y comida, pero nadie había aparecido.

Se habían olvidado de él, tenía la nariz caliente y un gran dolor en la garganta, había perdido toda esperanza y estaba resignado a morir. Nadie lo quería, el siempre recibía con agrado a quienes le llevaban la comida y el agua, pero nunca una caricia ni una salida a caminar, tiraban sus cosas en un recipiente sucio y se marchaban inmediatamente.

La casa cercana estaba deshabitada y por esa calle pasaba muy poca gente, de todas formas, no habría tenido fuerzas para ladrar.

Cerró los ojos, ni siquiera escuchó venir un auto que se detuvo a unos pasos de su casa, se bajó una mujer con dos niños, se miraron desconcertados a su rededor, evidentemente se habían equivocado de camino. Los dos niños se acercaron a la valla y lo vieron, llamaron a su madre impresionados por su apariencia, ella entendió que non había un momento que esperar para salvarlo.

La vieja valla cedió bajo sus golpes, entraron y por suerte lograron liberarlo de la cadena, lo llevaron a la sombra, pero ya no se movía, intentaron enfriarlo usando el agua que tenían en el auto, poco a poco se fue moviendo, lograron que bebiera unos sorbos de agua, luego lo subieron al auto para llevarlo a su casa, donde comenzó a comer pequeñas cantidades de comida.

Decidieron quedárselo si denunciar al propietario por miedo a tener que devolverlo a esa horrible vida.

Su salud mejoraba cada día, los niños estaban muy contentos, lo colmaban de caricias y mimos, él era mi dócil y cariñoso y sobre todo feliz.

Cuando se recuperó por completo decidieron llevarlo al río, apenas llegaron se arrojó al agua clara y fresca, no podía creer que hubiera tanta, recordando la sed que había sufrido, pensó que si el paraíso existía tenía que ser así.

Leda Negri

AGUA 

Dali 1935, Para mujer con cabeza de rosa

¡Mira mi amor, mira! ¡Está lloviendo! – dije empujando su silla de ruedas hacia la ventana.

¡Por fin llueve, agua bendita después de tantos meses de sequía! Los árboles estiran sus ramas después de este largo sueño.

¿Te acuerdas mi amor, como nos gustaba escuchar la lluvia por la noche cuando estábamos en la cama?

¿Te acuerdas mi amor cuando yo, simulando miedo a los relámpagos y truenos, me apretaba contra ti y tú me abrazabas y acunándome me besabas como si fuera una niña asustada?

¿Te acuerdas mi amor, que siempre acabábamos haciendo el amor?

Miro tu cara pálida, tu sonrisa de niño cuando duerme y sueña, tus ojos que eran azules como el cielo del día de Pascua de mi niñez y que ahora me miran desde lejos, sin brillo envueltos en una tiniebla gris.

Tu mano seca y temblorosa me acaricia los ojos.

¡Agua! – dices mirándote los dedos mojados.

¡Si mi amor, ahora te traigo un vaso de zumo de naranja!

Me voy hacia la cocina. El nudo en la garganta por fin se disuelve en un llanto apacible y liberador.

Iris Menegoz

Agua

Para Laura no hay que derrochar el agua porque, como decía siempre su mamá, era una sustancia preciosa y para los humanos indispensable; le parecía lógico, pero no entendía por qué su mama cuando dejaba la canilla abierta se enojaba y decía que ella no la apreciaba, porque siempre le había parecido una exageración. Ese verano su novio organizó un viaje a través del desierto del Sahara, de Gibuti a Suez; así que partieron con otros cuatro amigos, la primera semana todo bien, pero apenas había empezado la segunda no sabían cómo se rompieron los ordenadores, seguramente por el calor, en los dos todo terreno no funcionaba tampoco el aire acondicionado, entonces decidieron ir siguiendo el sol hacia el este y viajar

de noche, porque el calor del día era insoportable, se orientaban viajando en la dirección opuesta a la que seguía el sol al atardecer. La primera cosa que tuvieron que hacer fue racionar el agua y los víveres, cosa que no habían hecho porque estaban seguros de llegar sin problema a un oasis muy grande que quedaba a mitad del camino, pero ahora había cambiado todo. Después de más de una semana y con los víveres y el agua que estaban casi terminados empezaron a 

temer no conseguir salir del desierto y cuando no les quedaba más agua pareció un milagro llegar al gran oasis y consiguieron reparar los todoterrenos, comprar agua y víveres y llamar a sus padres que estaban muy preocupados viendo que no llegaban. Laura recordó siempre ese viaje gracias al que entendió que su mama tenía razón cuando decía que el agua es una sustancia preciosa que no hay que derrochar porque sin ella no es posible vivir.

Gloria Rolfo

Parece que las flores están llorando

No sé qué tienen las flores, llorona,
las flores del camposanto

que cuando el viento las mueve, llorona,
parece que están llorando

(Chavela Vargas, la llorona)

Así que por fin hoy llueve. Un viento gris empapado empuja las ventanas, moja la calle y la terraza, regando mis prímulas y mis violetas. Mis flores parece que están llorando…  Hacía mucho que no llovía, hace mucho que yo no lloro: desde que ella se fue para siempre. Me di cuenta de mi incapacidad de desbloquearme justo el día del entierro: veía lágrimas en los ojos de mis hijos, de sus hermanos, de nuestros amigos… pero yo no lloraba. Puede que estuviera frío en apariencia, pero estaba destrozado en mi alma.

La lluvia, hoy, es el cielo que está llorando, y me hace esperar: dicen que el agua lo limpia todo, que nos purifica de la suciedad del sufrimiento y nos blanquea como almas inocentes. 

Me recuerda cuando, hace una vida, salimos a pasear juntos por primera vez ella y yo: empezó a llover, pero ella no quiso que yo abriera el paraguas. Empezamos a correr tomados de la mano, como bailando en el agua que había remojado la calle, escuchando la música de la lluvia que nos mojó el pelo y la ropa y que a ella le disolvió el maquillaje…  Estaba estupenda, más guapa que nunca, innovada por el agua que le da vida al mundo. En cambio, yo parecía desconcertado, con mi paraguas cerrado en la mano, mojado hasta la ropa íntima, temeroso de coger un resfriado y preocupado por lo que me podrían decir mis padres volviendo a casa así. Pero, enamorado para siempre.

El agua siempre fue suya, nunca mía.  

El lugar de las lágrimas es la lluvia, no soy yo.

Pero hoy creo que la lluvia me va a liberar. Salgo de casa sin paraguas, sin gorro, voy a pasear por parques y prados llenos de flores que parece que están llorando, mi cuerpo va a absorber el agua hasta mojar el alma… y por fin voy a llorar.

Silvia Zanetto

El más poderoso de los elementos naturales

Dos de la noche; agua golpeando los cristales de la pequeña ventana redonda. De pronto me despierto.

Me levanto y miro hacia afuera. Es una noche muy oscura, solo algunos relámpagos lejanos iluminan el cielo. Desde hace un año vivo en este islote, donde hay un faro y solo dos habitantes: el farero y yo. Hay gallinas y ovejas y una pequeña huerta de la que me ocupo yo. Decidí intentar una nueva experiencia. Vivir aquí fue mi mayor desafío. Estoy acostumbrándome a vivir rodeada por agua, yo que desde siempre le he tenido miedo.

A pesar de que mi padre, un ex oficial de la Marina, hubiera intentado varias veces enseñarme a nadar, solo aprendí a flotar. El miedo al agua siempre había prevalecido. Incluso las tormentas con lluvia violenta me causaban ansiedad, pero aquella noche decidí salir del faro, quería enfrentarme a la lluvia, quería escuchar los sonidos del agua, la que caía del cielo y la del mar que con violencia chocaba contra las rocas del islote convirtiéndose en espuma. Y aquí estás… bajo esta lluvia fría.

No es suficiente, me dije a mi misma, no vas a vencer tu miedo mojándote. Pero tengo que terminar esta experiencia y volver a mi vida en la ciudad. El farero duerme, estoy sola. He decidido. Es peligroso, pero me da más miedo no enfrentarme a ese miedo.

Entonces, ¡vaya! A ver si es verdad que la vida viene del agua. Esperé un poco, hasta que la tormenta comenzó a alejarse y las olas del mar parecían ser menos fuertes, el mar se calmó un poco. Me acerqué al borde del acantilado, me asomé, después me alejé un poco y me asomé de nuevo…por fin me lancé al agua. ¿El agua me haría vivir o me quitaría la vida? Me fui al fondo, me pareció oír un diálogo con mi madre, cuando estaba a punto de darme a luz: “Dios mío, hija, para unos minutos, descansa, tranquila, dentro de poco saldrás de la placenta a un líquido igual que en el que estabas. “Pero mamá ¿qué dices? Yo no sé nadar.” “Sabes que los bebés en agua no se ahogan y son capaces de no respirar de forma instintiva, no existe peligro de ahogo, empezarás tu vida en el agua, el más poderosos de los elementos naturales”. Y luego, no sé cómo, me subí de nuevo, floté, o más bien nadé, poniendo en práctica lo que mi padre me había enseñado de niña. Un hombre estaba gritando mi nombre, era el farero. Llegué a la orilla y le respondí. “Tranquilo, el agua me hizo renacer, por fin he superado mis miedos”.

Raffaella Bolletti

 Buscando la Ola 

Buscando la ola el río baja despacio, primero por uno de sus pequeños afluentes, lenta, siguiendo la caricia de las piedras y, cada gota que las toca quita un poco de su cuerpo para llegar poco a poco al fondo de su alma. 

Primero son cantos rodados, pequeñas piedras, hasta llegar a convertirse en polvo. La erosión. Un trabajo lento, pero al final la piedra deja su forma para ser parte del agua, mezclándose para siempre.

Rápida ahora, cerca de la orilla, vertiginosa, buscando la ola que llega a la playa, buscando la arena, la tierra, las rocas: Un círculo perfecto.  

En la playa hace calor, el sudor de nuestras frentes se evapora, nos tenemos que refrescar en la orilla, sobre la tabla de surf o sobre una roca, cerca del agua. Buscando la ola que nos refresca y luego llueve, llueve.

Todo circula, como el agua, como la tierra, como la vida, como la muerte. 

De polvo está hecha la muerte, de agua la vida, y cuando llueve siempre se mezclan buscando la ola, la ola que siempre llega a la arena, a la tierra, al polvo, al alma y suspira. Un camino lleno.

Blanca Quesada

La leyenda del aguador

Hay días en los que uno se siente menos que nada. Aseguran, los que han padecido esa sensación, que aun brillando el sol es como si todo estuviera nublado. Gris. Por dentro y por fuera. Son esos momentos de desánimo en los que la pregunta es ¿Para qué intentarlo? Momentos en los que estamos a un tris de tirar la toalla.

Ese era el estado anímico en el que me encontraba aquel día. Habían pasado ya seis largos meses después de que hubiese recibido la fatal noticia. No voy a decir que estuviera recuperado del impacto que la misma me había causado, pero lo intentaba. En mi mente seguía grabada aquella recomendación: «Viva», con la que mi médico me había querido aleccionar en su momento. Desde entonces, las agujas de mi reloj habían avanzado de un modo diametralmente opuesto a las del resto del mundo. El orden de las cosas importantes había variado. Durante todos aquellos meses me había dedicado a poner en orden mis asuntos: formalizar el testamento ante notario, visitar a familiares alejados y amigos casi perdidos… También quise echar un último vistazo a la entrañable escuela de La Salle donde había iniciado mis estudios. Finalmente, recordando un casi olvidado sueño de juventud, decidí que tan sólo me quedaba una cosa por hacer: conocer la ciudad de Oran. No sabía el porqué de aquella fijación, pero decidí que ya era hora de cumplir el viejo deseo.

El viaje en avión hasta el aeropuerto de Es Senia, fue de menos de dos horas y, pese al destartalado taxi que me tocó en suerte, fue relativamente cómodo el trayecto de siete kilómetros que me separaban de mi destino.  Me alojé en el Khalid, un discreto hotel situado entre la montaña y el antiguo puerto, justo en medio del laberinto de callejuelas que constituyen el encantador barrio de Sidi El Houari, corazón y símbolo de Orán.

Cuando desperté, después de una breve siesta, el atardecer comenzaba a cubrir con un tenue velo dorado las colinas y la brisa del mar a mitigar el cálido aire proveniente del desierto, tan cercano. Eran las últimas horas de la tarde y las calles comenzaban a estar muy transitadas.

Como si quisiera huir de mí, o más bien de mis demonios, decidí perderme entre la multitud para deambular sin rumbo con el ánimo explorador de cualquier turista, admirando construcciones tan notables como el antiguo instituto Saint-Louis o la mezquita de Hassan Basha.

Así, entretenidos mis ojos con la novedad y la mente con sus pensamientos, no fue hasta luego de un rato que comencé a sentir sed.  No parecía haber ningún café a la vista y para mi desgracia, la gran mayoría de grifos públicos de aquella ciudad no suministraban más que salmuera. El remedio a mi necesidad lo constituyó un anciano aguador que para mi suerte pasaba en ese momento por la calle. Portaba a sus espaldas un cántaro lleno de agua y cada dos por tres se paraba haciendo repiquetear unas campanillas a la vez que ofrecía a todo aquel que lo demandara el preciado líquido.

Acepté agradecido una taza y mientras me deleitaba con su frescor no pude evitar dejarme embriagar por su plática amena a la vez que sencilla. Me habló de todas esas personas que como yo se habían olvidado de lo fundamental. De los que perseguimos la propia felicidad como un fin en sí y al dinero como máximo símbolo del poder, sin advertir que en ocasiones es un simple sorbo de agua fresca el que marca la frontera entre lo trivial y lo verdaderamente importante.

Cuando volví a la realidad estaba ya entrada la noche y el aguador había desaparecido. Sentí que el peso de la zozobra se había diluido y que ahora era una profunda paz lo que se había instalado en mi corazón. Enjuagué y coloqué la preciosa tacita de cobre junto a las otras que ya colgaban de mi pechera. Volví a afianzar a mis espaldas el recipiente con agua y me dispuse a continuar el camino que ya otros muchos antes que yo habían recorrido.

Cuenta la leyenda que por las calles del Orán anda un aguador que no reparte tan solo agua sino también sosiego.

Sergio Ruiz Afonso

Historias de agua

La tormenta estaba allí, una ráfaga de agua azotó la puerta en la habitación de huéspedes, aquella cuya puerta ancha cierra mal. El agua que esperábamos se deslizaba por debajo de la puerta. Había que bloquearla, la taponamos con toallas.

El agua que esperábamos, el agua que empapó todas las paredes del apartamento. Cuando redescubrimos nuestro apartamento después de treinta años de ausencia, todas las paredes estaban invadidas por una geografía de manchas provocada por la lluvia que había penetrado las paredes de fachada. Hoy no era más que un recuerdo, pero también un temor, hemos hecho pintar todo, pero el miedo subsiste, los trabajos están programados para la primavera. 

Toda la noche el viento hizo vibrar las ventanas y la tempestad desató sus escalofriantes golpes de lluvia.

Al despertar, el sol estaba allí a su vez, brillaba insolentemente, para mostrarme mejor la firma que una paloma había dibujado en medio de mi ventanal. Tuve que salir a la terraza transformada en un pequeño estanque lleno del agua de la víspera para limpiar este dulce regalo que la pobre bestia, sin duda asustada, había proyectado sobre el vidrio. Un cubo entero de agua sirvió para eso.

Podría cerrar aquí este pequeño drama acuoso, pero al final no fue un drama. Primero las paredes resistieron perfectamente, nos tranquilizamos, el viento secó rápidamente todos los problemas. Nuestra bahía está limpia de nuevo sin tener que recurrir a costosos limpiacristales y la pobre paloma por cierto se recuperó, viendo todos los días a sus congéneres bailando en medio de la avenida.

Y eso no es todo, ese día un buen número de litigios administrativos que se perdían lamentablemente en los laberintos de la administración local se resolvieron rápidamente como por milagro.

Bebimos alegremente un gran vaso de agua a la salud de la diosa acuosa.

Jean Claude Fonder