En la niebla inevitable de mis ojos oscuros y cansados, los de un hombre que comienza sus últimas décadas, te observo. La piel satinada de tu cara no oculta las pequeñas arrugas que me acusas de haber cavado, envuelve el azul incandescente de tus ojos claros. ¡Que te amo! ¡Que te amo!
– Y yo, ya no te amo, gritan en un relámpago que brilla como una bofetada definitiva.
Te miro más intensamente, eres la mujer que, a primera vista, entrando en el bar de mis noches locas y desesperadas, amé porque supiste escucharme. Tenías el pelo largo como hoy que, para desafiarme, los dejaste crecer. ¡Que te amo! ¡Que te amo!
– Puedo peinarlos como quiera, -decreta ella, haciéndolos revolotear como una jovencita obstinada.
Con tu pelo garçon, corto como el minivestido naranja que desvelaba el huso de tus largas piernas, me costaba esperar la intimidad de nuestro pañal. A veces soñaba, te imaginaba cabalgando sobre mis deseos exacerbados por tu belleza y cuando me despertaba, descubría que no era un sueño. ¡Que te amo! ¡Que te amo!
– No me mires así, no es de tu edad, susurra bajando los párpados como si estuviera asustada.
Algunas veces la noche es fresca, las curvas insidiosas de mi esposa se acercan a mi cuerpo dormido para encontrar calor y consuelo, si me despierto, os dejo imaginar las ideas que no dejan de asaltarme. Pero también recuerdo con ternura una pequeña lágrima naciente en la esquina de sus grandes ojos azules cuando me besó en nuestro aniversario. ¡Que te amo! ¡Que te amo!
- Cronica sentimental de Arturo Lorenzo
- ¿Qué queda? de Leda Negri
- ¿Qué queda? de Gloria Rolfo
- ¿Qué queda? de Iris Menegoz
- Un extraño paréntesis de Silvia Zanetto
- ¿Qué queda? de Raffaella Bolletti
- Toda historia tiene su mancha de café de Blanca Quesada
- ¿Qué queda? de Jean Claude Fonder
- La rabia de Sergio Ruiz
- ¿Qué queda? de M. Victoria Santoyo