All articles filed in Tapañol 21-10-20 PICASSO AZUL “Le gourmet”
Retrato de mujer desconocida

No soy esa del retrato. Me refiero a la niña que aparece en la superficie de la tela, la golosa que escarba en el plato. Soy otra. El espectro escondido bajo la dura costra de cobalto. Los muchos, se detienen en la criatura. Aprecian la forma exterior, los azules, el don del artista. Mientras yo permanezco en el fondo. Soy substrato, sostén, la imagen oculta detrás de capas pigmentadas de olvido. ¿Llegarán alguna vez a descubrirme? ¿A traerme a la luz? Porque de luz se trataba, ¿recuerdas? “El resplandor de mi vida”, repetías, “¡mi Gioconda! quiero hacer tu retrato.” Lo suplicaste de nuevo mientras ebrios de cabaret volvíamos abrazados por las ramblas. Yo, sentada en el atelier, chaqueta abotonada y mantilla. Tú, vibrante de trazos blancos frente al lienzo. “Pon sonrisa apacible”, dijiste, “pon mirada lejana”. “Mi musa, resplandor de mis días.” Me llamabas la mujer velada. Eran noches de pláticas aquellas. De ajenjo, de adolescencia, de bohemia y olor a trementina. Si supieras. El alma se me cubrió de añil la tarde en que no volviste. Y fue, en realidad, mi dolor a teñir de azul tus pinceladas. Me enterraste bajo estratos de olvido. Y recubriste la tela con la imagen de un crío que, aunque no lo sabrás, se asemeja a tu hijo. Con tu mismo perfil, tan goloso y absorto en su tarea. Si supieras… eres un hábil artista. ¿Quién sabe si llegarán a descubrirme? Cuando seas famoso o en un tiempo lejano, cuando se aprenda a mirar en transparencia. Hurgando en las profundidades del cuadro quizás alguien sorprenderá mi retrato. Y hablarán de tus tristes azules. Y exhibirán el rostro de la desconocida. Más nadie se enterará de lo que esconde esa pintura, archivada como “técnica juvenil del pintor.”
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Adriana Langtry

Azules

Azul marino, las olas del vestido de una niña que se escabulle livianamente hacia la cocina.
Azul turquesa, los latidos del corazón y los mechones de pelo que le cubren la cara.
Azul oscuro, los pasos de una princesa de la noche, en una ráfaga de desasosiego.
Azul rapsodia, las cortinas teñidas de índigo temeroso, alrededor de su escapada.
Azul mantel, el manto de la Virgen y sus matices que se deshacen en el blanco.
Azul noche, sus calcetines que se refugian en unos zapatos brillantes.
Azul taza, el más exquisito manjar prohibido que una niña pueda desear.
Azul ternura, una luz tímida que aligera la noche y anticipa el alba.
Azul perdón, la levedad despejada de un espíritu ya libre de culpas.
Azul sábana, volver a la habitación y dormirse tranquila, aún saboreando su delicioso robo.
Azul celeste, el rectángulo que mañana le iluminará la cara, cuando se abran los postigos.
Silvia Zanetto

Reflexiones de una niña

Soy Milagros. Perdí a mis padres a la edad de 4 años, y desde entonces he estado viviendo en un monasterio de monjas. Me han adoptado y acogido bajo su protección. Cada fin de semana una familia me lleva a su casa para que pase unos días con ellos. Poco a poco me he acostumbrado a la vida de los adultos. Estos esposos, Raimunda y Álvaro, no tienen hijos, me tratan bien, son personas adineradas y me regalan ropa agradable, siempre de color azul, y zapatos. Yo me llevo bien con ellos. Lo único que no me gusta es que, como tengo sobrepeso, no me dejan comer mucho. Pero voy a desobedecer, vale la pena arriesgarse para comer algo más. Por ejemplo, ahora se han ido a la cama y yo me he atrevido a entrar en el comedor azul en el que antes estábamos reunidos. En la mesa solo hay un plato casi vacío, un trocito de pan y un vaso, me conformo y con tranquilidad voy a terminar lo que queda. Pero esta especie de helado cuarto donde todo es azul me parece irreal. ¿Por qué les gustará tanto este color? A mí me pone triste, todo me parece frío, como una tumba. El aire huele a humedad. Una vez le pregunté a Raimunda <Si me porto bien, quizás algún día. pueda vivir con vosotros ¿verdad?> Ahora lo tengo claro. A pesar de que Raimunda lo tiene todo lindo y ordenado, realmente no me apetece estar aquí, tengo que calentar mi corazón que se va enfriando, apagando mis emociones. Las mesas en el comedor del monasterio no tienen manteles y los platos tienen astillas, pero en el aire hay aromas que me hacen sentir en casa, como el olor a comida recién hecha y el sol al entrar por las ventanas crea un ambiente agradable. Seguiré viviendo con las monjas.
Raffaella Bolletti

Le gourmet

Juan, como cada vez, cuando pasaba delante Art Gallery de Washington entro para ver el cuadro de Picasso del periodo azul «le gourmet» que le traía recuerdos muy hermosos de cuando su hija Marta tenía la edad de la niña del cuadro. El domingo se despertaba presto, porque quería ayudar a su mamá a preparar el almuerzo del domingo, momentos preciosos que, pero, habían volado. Marta fue a estudiar a Londres y había conocido a un chico español y después, de casados, fueron a vivir a Madrid. Ahora Juan les veía poco, solo para las vacaciones, de Navidad y Pascua, tan ellos como sus maravillosos nietos Matteo y Carlos. Además su esposa Mónica pasaba mucho tiempo en Madrid para ayudar a Marta, él se sentía muy solo y el cuadro de Picasso del que tenía una copia le hacía compañía. Miro el reloj y se dio cuenta que si no se apuraba llegará tardes a la cita con el Cónsul. Antes de irse pero, compro otra copia del cuadro para tenerla en la oficina mientras trabajaba. El cónsul le sonrió cuando lo vio y le dijo que era muy contentos de su trabajo y que habían decidido transferirlo al Ministerio del exterior a Madrid. Juan fue muy feliz porque volver a Madrid que era su ciudad quería decir estar cerca de Marta y sus nietos y volver a vivir siempre con su esposa. Era muy feliz y mirando la copia del cuadro «el gourmet» pensó que le había traído suerte.
Gloria Rolfo

Bohemia

—¿Podemos descansar un momento? dijo agresivamente Fernande poniéndose de nuevo la bata.
Ella y Pablo llevan viviendo juntos unos años.
Ella y su amiga Benedetta trabajaban como modelos para diferentes pintores, algunos en el Bateau-Lavoir donde Picasso tenía su taller-casa.
Fernande escribirá más tarde: Hay en la casa un pintor español que me mira con grandes ojos pesados, agudos y pensativos a la vez, lleno de un fuego contenido y tan intensamente que no puedo dejar de mirarlo yo también.
Nació una relación, se instalaron en medio de un batiburrillo de cuadros y de muebles pobres. Fernande posaba para él, y para otros pintores, hay que comer y Pablo no era todavía Picasso.
Inicia entonces el período rosa, los colores se calientan, los temas también, todos frecuentan Le lapin agile, sus paredes están cubiertas de carteles, de cuadros de Utrillo, de Picasso, de dibujos de Suzanne Valadon, de Poulbot y otros.

Y sin embargo el período cubista no está lejos. Ese día, Pablo trabaja en bocetos preparatorios para lo que algún día serán las señoritas de Aviñón. Fernande posa para él. Bueno, ella no sabe muy bien para qué.
Durante la pausa, descubre un pequeño cuadro del período azul, etiquetado Le Gourmet, lo coloca en el caballete en lugar del dibujo que está haciendo de ella.
— ¿Puedes decirme por qué este título? Al menos esta niña es bonita, con una boca encantadora, una nariz respingona y un pómulo rosado. Cuando veo cómo me dibujas hoy, tienes que explicarme por qué tengo que posar con el traje de Eva.
Pablo abre ampliamente los brazos.
— Cuando te conocí, te confié un gatito abandonado que encontré cerca del Moulin de la Galette, nuestro gordo minino. A esta niña, la conocí en la cárcel de mujeres de Saint-Lazare donde pintaba la Entrevista, vivía allí con su madre. Le gourmet era yo, que no dudaba en comer delante de una niña que evidentemente no comía todos los días a su gusto. En cuanto a las señoritas, mi mirada necesita tus formas para expresar una visión nueva de la mujer del mañana. —Dijo abrazándola hasta sofocarla.
Fernande sonríe, se deshace de la bata, sus ojos están brillantes.
Jean Claude Fonder
