Espejo engañoso


EDOUARD MANET (1832 – 1883I
Devant la glace, 1876

Me habían colgado aquí hacía unos días, delante de la puerta de entrada de un apartamento flamante de muebles modernos. En el suelo resplandeciente, había montones de regalos recién abiertos y el olor a nuevo invadía las estancias, incluso las que yo no podía ver. Porque desde mi sitio, lo que yo podía reflejar era parte del salón, medio sofá, un cuadro y medio y el lado izquierdo de la mesa pequeña. Y la puerta, por supuesto.

Los novios entraron en la casa por primera vez en la noche de bodas, y yo reflejé sus risas: él quiso recogerla en los brazos, según una antigua tradición, y por un momento estuvo a punto de perder el equilibrio, pero lo recuperó enseguida. Ella me miró, y dijo que le hubiera gustado que alguien les sacara una foto para eternizar este cuadro de cristal que pronto desvanecería: el brillo de las perlas en el corpiño de encaje de ese vestido blanco que había deseado tanto y que no podría ponerse nunca más, y sus miradas inocentes hacia un futuro inextinguible y perfecto. 

Yo me sentí muy orgulloso por ser el único propietario de una imagen tan hermosa e importante.

No vi nada de lo que pasó durante la noche, excepto cuando él me pasó por delante para ir a la cocina a coger la botella de champán. Entonces sentí un poco de envidia por mis compañeros que estaban en el dormitorio, o en el baño. Pero, con el tiempo me di cuenta de que mi posición era excepcional: no solo podía controlarlos cada vez que salían o volvían a casa, sino que podía ver amigos, parientes, huéspedes o vecinos, descubrir si llegaba un paquete de Amazon o un ramo de flores el día del cumpleaños, inspeccionar las bolsas de la compra (a pesar de que eran jóvenes, solían comer mucha verdura) y también las de la basura (eran muy diligentes con el reciclaje). En fin, lo que pasa en la cama ya se sabe. Además, había aprendido a leer los pensamientos. No los de todos, es obvio, pero sí los de las personas que se miraban en mí por al menos dos o tres segundos. Pero casi siempre eran constataciones obvias, si los zapatos hacían juego con el vestido y banalidades así.

Con el tiempo me acostumbré a todo y, para no aburrirme, decidí convertirme en algo engañoso. Claro, no quería portarme como el malvado espejo de la madrastra de Blancanieves: ella no pensaba ser la más bella del reino y no se lo merecía, pero necesitaba algo para divertirme un poco… Así que empecé a reflejar a las personas más bajas y gordas cuanto más se alejaban de mí.

Al principio, los dos no se dieron cuenta: ella normalmente, antes de salir, se maquillaba en el baño y miraba su vestuario en mi compañero de la habitación, él iba a trabajar muy temprano, salía de casa todavía medio dormido y no me dedicaba ni una mirada veloz.

Pero aquel día llegaron las suegras. Ya sabemos que las suegras no son como las madrastras, pero casi (siempre me he preguntado por qué no hay suegras en los cuentos de hadas).  Las conocía desde hacía años y sabía que la suegra de él era un poco como la madrastra de Hansel y Gretel, deseosa de desprenderse de ellos, mientras que la de ella era como la de Cenicienta, mandona y envidiosa. Estaba entusiasmado, imaginando sus reacciones al verse rechonchas y  diminutas, enfundadas en sus trajes elegantes y pasados de moda casi explotando. 

Cuando las suegras sonaron el timbre, él dijo que llevaría a la mesa el agua y el vino, ella se quitó el delantal y abrió la puerta. Tal y como entraron, las dos me miraron como hipnotizadas, con los ojos fijos en los dos esperpentos. Ni contestaron a sus hijos que las saludaron y les pidieron que se quitasen el abrigo.  Yo, después de tres segundos, pude leer lo que les atormentaba el alma: ¡Vaya! ¡Cuánto ha engordado mi consuegra!


Silvia Zanetto

La mujer-niña verde


Era un día cualquiera, sin sol ni lluvia. La mujer estaba terminando de limpiar la casa, como todos los viernes, antes de irse al supermercado. Solo le faltaba abrillantar el magnífico espejo ovalado con marco de oro que estaba en la pared del salón, frente a la puerta de entrada. Lo roció con el limpiacristales y cogió un trapo para limpiarlo perfectamente. Detrás de las gotas de limpiador, vislumbró su rostro blanquecino y grisáceo y su mirada que huía de sí misma, unos ojos perdidos que se hundían en las ojeras. Decidió centrarse en las pequeñas manchas del cristal, las eliminó completamente, y observó satisfecha el espejo. Habría sido perfecto, si su imagen no hubiera estado allí.
De repente, algo pasó. Detrás de su reflejo ya no estaba la de la puerta de entrada, ni la del salón, sino la de algo vivo, algo verdoso. Se dio la vuelta: el salón estaba como siempre, el suelo lúcido, sin una mota de polvo. Volvió a mirar el espejo y percibió la húmeda presencia de los árboles, que se cernían sobre ella con una pasión desinteresada. Una vida silenciosa de clorofila que traía consigo recuerdos de una infancia verde e inocente, una niñez jugando al escondite entre los arbustos, corriendo por el césped hasta alcanzar el bosque. Se giró de nuevo. La mesa estaba perfectamente limpia, las sillas puestas en orden meticuloso, las cortinas recién lavadas y planchadas. Volvió a mirarse al espejo y vio sus ojos color esmeralda de niña sin ojeras, sus manitas de madera clara, su pelo de hierba verde. El amoroso tronco de un roble la abrazó con delicadeza, y su piel se hizo verde, su corazón se convirtió en un melocotón, sus dientes en minúsculas almendras. “Señor Árbol” murmuró la mujer-niña verde, “Lléveme de aquí”.


Silvia Zanetto

Prímulas


Sé que te gustan las prímulas, así que mañana cuando te vaya a ver te las llevaré:

una de color violeta, mi favorito, para que tus sueños de volver a casa te puedan ilusionar y para que el calor del rojo y el frío del azul se puedan abrazar en una fusión de emociones, y te dejen olvidar que nosotras no, no podemos abrazarnos ya.

Otra de color rosa, como las paredes de mi habitación de niña y el helado de fresa que tanto me gustaba, para que el inocente blanco le quite un poco de violencia al rojo, el sentido de culpa que siempre me golpea cuando te veo aquí, con los ojos perdidos entre un pasado borrado y un futuro engañoso. 

La última prímula será roja como la sangre que nos iguala a las madres y a las hijas, la sangre que me sorprendió aquel día en el que tú no estabas, y luego por un tiempo nos hizo mujeres a las dos; te la daré para que puedas atisbar la pasión por la vida que desde hace tiempo te ha abandonado.

Así que te llevaré las prímulas, te encontraré en la sala de visitas, con la mascarilla puesta, mientras la enfermera controlará que no nos acerquemos y no nos toquemos las manos.  Tú intentarás devolverme las flores, como siempre, al principio, luego las aceptarás y, cuando la enfermera te acompañe a tu habitación en la sección de Alzheimer, las pondrá en el umbral de tu puerta: una prímula violeta, una rosa y una roja.


Silvia Zanetto

La piedra


“No lo vas a hacer de verdad” —me dice, fingiendo una sonrisa que se deshace en una mueca— “No serás capaz”.
Es una piedra áspera, ovalada, con venas grises. Es demasiado pesada para mí: me cuesta un esfuerzo descomunal levantarla. Con una piedra así podría hasta matarla, a Myrna.


Veo relampaguear el miedo en sus ojos redondos, casi siempre inexpresivos, y me gusta. Ya lo sé, que Myrna tiene toda la razón, es justamente por eso que la odio.
No hay otros niños en el patio hoy, un aire asfixiante y húmedo nos aprieta en esta tarde de inicio de verano. El distrito industrial no está lejos y el olor a azufre de las fábricas cercanas nos alcanza.
Myrna y yo nunca hemos sido amigas, ni antes que me dijera eso: creo que a ella le irritaban mi exagerada delgadez y mi carácter huraño, como a mí me molestaban su cuerpo gordito y su alegre locuacidad: por aquel entonces, no sospechaba lo que le pasaría, y que no tendría motivos para estar tan contenta.

Ver el susto en su mirada me alegra. La piedra es tan gruesa que casi no puedo seguir sosteniéndola, pero la cólera vuelve vigorosos mis brazos sutiles. Inspiro el olor a azufre y ahora me siento invencible. Se lo merece todo. Se lo merece por su cara redonda, por su pelo oscuro demasiado corto, por sus vestiditos ajustados que parecen robados a una hermana menor. Pero sobre todo por decirme eso.
De repente, los ojitos negros de Myrna se cierran y su boca se abre de par en par: un chillido agudísimo rompe el silencio.
Todo mi cuerpo tiembla de rabia, la piedra áspera y pesada me agota los brazos. La madre de Myrna se asoma a la puerta. Está embarazada, lleva un vestido rojo de flores, sin mangas, que deja descubiertos sus brazos rollizos. Observa a su hija, que ahora llora desconsolada, luego me mira a mí: me clava la mirada en los ojos y se queda callada.
Ella sí, que es fea. Tiene el mismo pelo corto y moreno que su hija, la misma cara redonda de ojos insípidos. Ella es fea, y no mi madre.
— ¿Qué pasa, niñas? —La madre de Myrna se acerca lentamente, intentando sonreír. Mira primero mi cara y luego mis manos, que siguen sosteniendo la piedra. Una piedra tan gruesa y tan pesada que podría matarla, a su hija.
— ¿No queréis decírmelo? —la mujer habla en plural, pero se dirige solo a mí.
— ¡Myrna ha dicho que mi madre es fea! —exploto, rompiendo a llorar.
— ¡Sì, es fea, es feísima! ¡Está siempre enfadada, y no sonríe nunca! — grita Myrna.
Ya sé que Myrna tiene toda la razón y la piedra se me cae de las manos.

* * *

En noviembre, Myrna murió, abatida por una leucemia fulminante. Tenía nueve años. Todo el pueblo asistió a su entierro, y nosotros fuimos a la iglesia con las maestras, alineados para dos. Todas las niñas lloraban, menos yo.
Yo pensaba en la piedra que no le había lanzado y en los pocos meses que ella había vivido después. Ella habría muerto, en cualquier caso, y me parecía justo que Dios la arrugara y tirara rápidamente, como si fuera un dibujo malogrado. Sí, era justo que Myrna muriera, era demasiado sincera y aguda en reconocer la auténtica naturaleza de las personas, un testigo incómodo de la inquietud que me sacudía como un viento rabioso: la herencia de mi madre que yo no quería aceptar.
Myrna habría muerto, en cualquier caso.
Al salir de la iglesia, con los ojos bajos, vi un guijarro y lo pateé.
Era una pequeña piedra áspera, ovalada, con venas grises.


Silvia Zanetto

La montaña y yo


Todos me preguntan por qué lo hago, especialmente ahora, que estoy viejo.
Me crie con las cumbres nevadas en la mirada, el olor a abedules en la brisa fresca de la mañana, así que plantearme esa pregunta es como preguntarle a un niño por qué quiere a su madre.

Carlo Soria

Empecé muy joven. Luego, escalada tras escalada, han pasado los años. No sé si hubo un momento en el que me planteé alcanzar los 8000, creo que fue el resultado de un proceso largo cuanto mi vida: la ascensión a una montaña más alta llevaba a una escalada más difícil, cada éxito me empujaba hacia nuevos desafíos, y cada fracaso también: ¿si he llegado hasta aquí -me decía – por qué no puedo ir más allá?
La edad nunca ha sido un estorbo para mis proyectos: las cumbres más elevadas las escalé después de los sesenta, y no voy a renunciar ahora a conquistar los picos de 8000 que todavía me faltan.
No le tengo miedo a la muerte: a mi edad, esa idea se convierte en algo muy cercano, que se acepta con naturalidad. Pero los que practicamos el alpinismo extremo aprendimos a convivir con ella desde jóvenes, así que no temo a la muerte, porque ya he conocido su cara más de una vez.
Lo que sí me da miedo es morir enfermo, encerrado en una habitación de hospital saturada de olor a medicamentos, rodeado de batas blancas: una muerte de viejo.
En cambio, concluir mi vida en la montaña, después de escalar mi último 8000, es mi deseo más grande. Y quiero que abandonen mi cuerpo allí, sepultado en la nieve, con mis botas y mi mochila, sin ceremonias, ni flores.
Que lo dejen en el paraíso que tuve la suerte de conocer aún viviendo: mi montaña.


Silvia Zanetto

Guitarras y flamenco

Por supuesto, los dos italianos habían pedido gazpacho, paella y sangría.
Desde que habían llegado a Andalucía, el sonido de mil guitarras parecía perseguirlos dondequiera que fueran: por las calles torcidas, embellecidas por balcones rebosantes de geranios, en las esquinas más recónditas de las plazas, en las terrazas impregnadas por el perfume hechicero del jazmín.
Tommaso sonrió satisfecho, mirando la sartén colmada de un triunfo bermejo de camarones en el amarillo brillante del arroz.
Mientras le vertía la sangría en la copa, rozó ligeramente los dedos de Manuela. Ella le sonrió, casi con desgana, luego arrepentida le estrechó la mano con más fuerza.
El volumen alto de la música era la excusa perfecta para no hablar: acababa de entrar en el restaurante una banda de músicos vestidos con trajes tradicionales que, acompañándose de sus guitarras y castañuelas, cantaban en una secuencia previsible, las canciones que a los extranjeros les gusta escuchar cuando van a España. El público, distraído e indulgente en el alboroto de una noche de fiesta y de banquetes, les aplaudía con generosidad.

Paco Pena and the flamenco dance company

Tommaso le vertió en la copa otra sangría. Parecía contento.
Manuela lo miró y de repente lo vio viejo. Viejo como no había sido nunca. La luz de su mirada dura y al mismo tiempo amable, parecía apagada de repente, como si un inesperado golpe de viento hubiera aflojado su vigor.
El hombre se volvió atrás, curioso, para descubrir a quién le pertenecía la voz de tenor que había entonado “Granada”. Manuela también observó al cantante: era joven, un muchacho hermoso, pero sin gracia.  Volvió a escudriñar la cara de Tommaso, buscando un eco de aquella emoción perdida que no lograba reencontrar.
Un mechón moreno le cayó sobre el rostro: lo lanzó por atrás con un movimiento de la cabeza. Su largo pelo rizado estaba recogido en la nuca, una flor carmesí en el moño. Sobre el vestido escarlata de falda ancha llevaba el chal que había hecho comprar el día anterior a Tommaso. Una luz oscura en sus ojos grandes, perfectamente enmarcados por una línea negra.
Y él le había mirado con ternura, le había dicho que estaba muy bonita.
En cambio, ella había buscado en aquel disfraz inocente la violencia y la pasión de las bailaoras de flamenco. “Es un baile malo” había pensado abrumada unos días antes, contemplando los rostros contraídos de los bailaores que se agarraban, se alejaban, se entregaban a la cruel parodia de un amor que los agotaba, lacerados en la imposibilidad de seguir o de acabar.
Manuela no podía creer que un solo instrumento pudiera provocar emociones tan diferentes: esa tarde, los acordes de la guitarra eran la banda sonora de charlas y risas, de la alegría vacacional de un restaurante en el que todo era como todos se esperaban que fuera.
Sin embargo, en el flamenco Manuela percibía el eco del mismo tormento que silencioso le asediaba el alma. En aquel baile de movimientos bruscos, de sufrimiento inarmónico, acompañado por ritmos sincopados, en el que los golpes acompasados de las palmas y de los tacones en el piso casi cubrían el sonido de la guitarra, le había parecido escuchar la voz de aquella emoción perdida, la que ya no podía reencontrar. Un cante quejumbroso, dolido, un ritmo obsesionante que de golpe se paraba y luego recomenzaba, cada vez más rápido, cada vez más irregular… Recordaba el ademán pasional y ambiguo de la bailaora que brusca le agarraba el pelo de la nuca a su compañero para agarrarlo en un abrazo definitivo, o tal vez para hacerle daño, golpearlo, matarlo. El baile se había convertido en el desafío entre dos amantes que se odiaban y se deseaban.
Y Manuela, enfundada en aquel vestido escarlata de bailaora, se había ilusionado de adueñarse de todo aquello, de poseerlo y hacerlo resonar en su cuerpo, revivir aquella pasión que había dejado en su alma solo una estela enrojecida.
Pero él la había mirado con ternura, le había dicho que estaba muy bonita.
“¿En qué estás pensando?” le preguntó Tommaso.
“En nada, mi amor. Tonterías…”
“¿Nos vamos?” propuso él, metiendo la tarjeta de crédito en la cartera.

En la Plaza Mayor había lugar para cualquiera que quisiese tocar algo de música. Hasta las campanas, cuando ya era noche cerrada, cantaban una melodía alegre. Un grupo de chicos se experimentaban con las canciones de los Gipsy King, mientras una chica improvisaba una imitación de flamenco que solo transmitía la despreocupación de una joven de vacaciones.
En el rincón más escondido de la plaza, protegido por la oscuridad de los pórticos, un anciano músico solitario acariciaba las cuerdas de su guitarra. Acercándose a él, las voces bulliciosas de la plaza se apagaban, en signo de respeto, como al entrar en una iglesia.
Los dedos expertos del guitarrista lograron tocar las cuerdas más secretas del alma de Manuela, justo allá donde se había ocultado lo que ya no podía reencontrar. La chica se sintió agotada y se apoyó a una columna, cerró los ojos para esconder un brillo traicionero y dejó que las franjas del chal, que se le había deslizado del hombro, rozaran el suelo.
Cuando la música terminó, por un momento el silencio fue inmenso. Luego los presentes murmuraron pocas palabras de admiración y abrieron la cartera.
Tommaso sacó un billete de diez euros. “Dáselos tú” le dijo, hablándole como a una niña. Efectivamente, hubiera podido ser su hija. Manuela los tiró avergonzada en la caja abierta de la guitarra. Luego, mientras ya estaba alejándose, se quitó la flor del pelo y volvió atrás.
“Esto, en cambio, se lo regalo yo” le dijo al músico.
El hombre le contestó con una sonrisa cansada en sus ojos grises y no articuló ni una sola palabra.


Silvia Zanetto

El listo de Amedeo

Había que ser listo, muy listo, para sobrevivir y arreglárselas de alguna manera, durante la primera posguerra en la región italiana de Friuli. Era la zona más que más destrozos había sufrido en el país, la más cercana a la frontera con el Imperio austrohúngaro, donde los cruentos combates y las invasiones habían hecho estragos y multitudes de desesperados hambrientos y harapientos vagaban por las calles.

Amedeo era el segundo de diez hermanos, cuyos nombres empezaban rigurosamente con la letra “A”: la más pequeña era mi abuela, Ada, la mayor era Angelina, la que murió a los 102 años, cuando ya era una viejecita pequeñísima y con una sola pierna. Eran una familia de campesinos, cuyas tierras, como casi todas, se habían deteriorado hasta volverse casi improductivas. Trabajo, había mucho, pero la cosecha era escasa.

Pero Amedeo era joven, había sobrevivido a todo y sentía renacer en su cuerpo y en su espíritu las ganas de vivir: le agradaba sentir la brisa en la cara por la mañana y advertir la fuerza de sus brazos trabajando durante el día, pero, sobre todo, le gustaban las chicas por la noche. Especialmente le encantaba Elisa, por su cintura fina, su piel que se ruborizaba por los piropos, sus manos pequeñas sonrojadas por el frío y por el trabajo. Era rubia y miserable como una cenicienta, sus padres eran más pobres que ratones de sacristía, pero el cielo entero parecía haberse encorvado para refugiarse en el azul de sus ojos.

Teresa, en cambio, tenía el pelo del color de la tierra húmeda, recogido en una trenza gruesa que le caía sobre la espalda hasta la cintura. Su rostro de tez pálida no mostraba emociones, su voz era seca y mandona. Pero Teresa tenía un “tío de América”, que se había mudado a Buenos Aires justo antes que estallara la guerra, y allí había hecho las Américas: ya poseía una pequeña fábrica de tejidos que pensaba ampliar, en la que podría trabajar no solo el padre de Teresa, sino también su futuro yerno…

Amedeo era listo, muy listo, y por un tiempo se las apañó muy bien con las dos novias, sin que la una sospechara de la otra. Al menos, era lo que creía él.

Pero un día las mejillas de Elisa se pusieron más rojas que nunca, y la chica le confesó que estaba embarazada.

“No te preocupes, todo irá bien” intentó tranquilizarla. Pero, mientras le secaba las lágrimas con su pañuelo descolorido, veía evaporarse como un espejismo sus proyectos para una nueva vida en América. Tendría que casarse con Elisa, claro. Se lo imponían las reglas sociales, morales y religiosas, y no solo la paliza que habría recibido por el padre de Elisa si no hubiera asumido sus responsabilidades. Además, Elisa no se merecía que la abandonara con una criaturita. Y, claro, Elisa le gustaba mucho más que Teresa. Quizás estuviera incluso enamorado de ella… En fin, se puso contento al darse cuenta de que la suerte había tomado la decisión en su lugar.

El día después, se presentó delante de Teresa decidido a hablarle con sinceridad.

“Tenemos que poner fin a nuestro noviazgo…” empezó. “No puedo casarme contigo, ni ir contigo y tu familia a Buenos Aires, porque…”

“¿Que no te puedes casar conmigo? ¿Que no vas a ir conmigo a Buenos Aires?” preguntó Teresa poniendo el grito en el cielo. “Te casarás conmigo, queriendo o sin querer. Hay algo que todavía no te he dicho…” empezó, destruyendo por segunda vez en un día todos sus proyectos.

La cuestión era que, aunque la chica no le gustara, Amedeo había conseguido dejar embarazada también a Teresa.

Tendría que casarse con ella, claro. Se lo imponían las reglas sociales, morales y religiosas, y no solo la paliza que habría recibido por el padre de Teresa si no hubiera asumido sus responsabilidades. Pero también estaba claro que no podría casarse con las dos chicas, que palizas en cualquier caso habría recibido dos, y que estaba metido en un lío del que no sabía cómo salir vivo.

“¿No me dirás que prefieres casarte con la pordiosera de Elisa?”

El listo de Amedeo puso los ojos como platos.

“Es que… ella también espera un niño mío…” masculló el chico, preguntándose cómo podía ser que Teresa supiera lo de Elisa.

“Pues claro… la mosquita muerta! Y yo, que creía ser la más astuta… Bueno, si no quieres que nos casemos, yo me voy a tirar a las vías tren. Pero, si sobrevivo, te casarás conmigo” concluyó de forma tajante Teresa.

Y así lo hizo.

El día después en la estación, delante de casi toda la gente del pueblo, se tendió sobre las vías del ferrocarril, aplanándose todo lo que podía – todavía no le había crecido la barriga – y esperó. Nadie intervino, nadie intentó hacerle recapacitar, por lo terca que era. El tren llegó, las ruedas pasaron chirriando sobre los raíles, Teresa no se movió ni un milímetro durante aquel minuto – o quizás era menos – que le pareció larguísimo. Finalmente se levantó, ilesa y triunfante.

Las puertas y las ventanas de la casa de Elisa estaban cerradas a cal y canto, cuando Amedeo y su esposa Teresa tomaron el tren para alcanzar el puerto de Génova y embarcarse hacia Buenos Aires. El padre de Elisa ya se había aclarado con él unos días antes, quizás por eso el novio cojeaba y tenía un moratón en el ojo izquierdo, pero la novia caminaba exultante del brazo del hombre que había conquistado gracias a su propia osadía y al dinero de su tío.

Cuando subieron al barco, el listo de Amedeo ya se había enterado de que Teresa no estaba realmente embarazada, pero se resignó a su destino y al final estuvo contento al darse cuenta de que, otra vez, la suerte había tomado la decisión en su lugar.

Siete meses después, Elisa dio a luz un niñito guapísimo, que todas las hermanas de Amedeo, desde Angelina la mayor hasta Ada la más pequeña, llamaron “sobrino” desde el primer día. Elisa aceptó encantada seguir la tradición de la familia del padre del pequeño, es decir darle un nombre que empezara con la letra “A” y eligió “Alejandro” con jota, para que le recordara que su padre se había ido a Argentina. Sin embargo, el empleado del ayuntamiento, como no sabía español, escribió “Aleandro”, y este fue el nombre con el que lo conocí yo, cincuenta años después.

Amedeo nunca volvió a Italia. Se quedó con Teresa en Buenos Aires y allí tuvo hijos y nietos que los parientes italianos solo vimos en unas pocas fotos. Hasta que vivió mi abuela, mantuvimos una escasa relación epistolar: a veces las cartas no llegaban a Amedeo porque Teresa, que seguía celosa de Elisa, cuando conseguía interceptar una carta desde Italia antes de que Amedeo la viera, la tiraba a la basura sin siquiera mirar quién era el remitente.

Seguramente ahora Amedeo habrá muerto hace muchos años. Con el paso del tiempo, también los que lo habían conocido murieron o se olvidaron de él: el único rastro que quedaba de él era el falso nombre español de su hijo italiano, que quizás haya muerto también.

A lo mejor es por eso que he decidido contar esta historia.


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – primer día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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LEGNANO-MALPENSA-MADRID BARAJAS-CUENCA
25 de abril de 2019, jueves

La verdad es que Davide, mi marido, este año quería ir a Gran Canaria: visitar los pueblos marineros, ir de excursión al Roque Nublo y descansar un poco en la playa.
Fui yo la que quería venir aquí, para visitar las comarcas que todavía no habíamos visto y volver a admirar algunos lugares encantadores que se nos habían quedado en el alma durante los viajes precedentes. Así que ahora estamos en Cuenca, Castilla-La Mancha, ciudad fascinante y declarada Patrimonio de la Humanidad en 1996. Efectivamente, el casco histórico tiene ángel y es de lo más castizo pero…. El cielo está plomizo y -lo peor- hace un frío que pela: es el 25 de abril, pero parece febrero. 

Llegamos por la tarde y damos una vuelta por la ciudad, lo que requiere buenas piernas porque las calles son empinadas y hay un montón de escaleras. Casi de repente, el cielo se abre hacia el oeste y el sol, a punto de ponerse, ilumina los cerros y los barrancos recién bañados por un fuerte aguacero. Un arco iris se dibuja entre los tejados seculares y nos anima a subir hacia la zona del Castillo, para disfrutar del panorama del casco antiguo y de los dos ríos, Júcar y Huécar, que se unen en la parte más baja del valle iluminada por la luz oblicua del astro que nos regala un poco de calor antes de ponerse.

Durante el paseo, encontramos también muchos gatos: algunos más tímidos, otros tan descarados que nos permiten sacarles unas fotos.
Un restaurante típico nos permite probar algunas de las especialidades de la zona. Yo me atrevo poco: es a Davide al que le gusta lanzarse a experimentos gastronómicos. Así que descubrimos el “gazpacho pastor” que, antes de nada, no tiene absolutamente nada que ver con el gazpacho andaluz, la más famosa sopa de verduras fría que tanto se agradece en verano. El “gazpacho pastor” no es una sopa, para empezar, sino un plato a base de pan ázimo con carne de caza y granos de uva para complementar.
Después de la cena, mientras nos castañean los dientes, alargamos el paseo hasta la plaza y la peculiar Catedral gótica que visitaremos mañana. No hay nadie por la calle, todos están encerrados bien calentitos en sus casas y en los pocos bares que todavía están abiertos, así que nosotros también decidimos volver al hotel.
Desde mañana, empezaremos a utilizar nuestro querido cuentapasos.
Temperatura: 8-11 grados.


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – segundo día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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CUENCA
26 de abril de 2019, viernes

Es nuestro primer día en Cuenca y nos despertamos con mucha calma. Una primera ojeada a través de las rejas de la ventana (el hotel en que alojamos se encuentra en un antiguo convento) nos permite atisbar un pequeño trocito de cielo azul, pero las pocas personas que vemos en la calle van muy abrigadas… Leo la temperatura: son 3 grados, así que vamos a ponernos encima todo lo que llevamos en la maleta y salimos a visitar el casco histórico. 

Fachada Catedral

La Catedral de Nuestra Señora de Gracia fue el primer edificio que se comenzó a construir tras la reconquista, en el lugar donde se emplazaba la antigua alcazaba musulmana, entre los años 1182 y 1189 (siglo XII) continuando las obras durante todo el siglo XIII. Se considera como la primera catedral gótica realizada en Castilla, pero tuvo varias fases en su edificación, reformas, ampliaciones y variaciones: sobre todo el exterior ha perdido su carácter gótico debido a las innovaciones introducidas durante el Renacimiento. Lo que más llama la atención del turista, sobre todo en los días despejados, son los recortes de cielo azul índigo que se entrevén a través de los arcos ojivales que rematan los portales de al lado.
Entramos, pero tenemos la mala suerte de llegar justo en el momento en que el organista está probando el instrumento para el concierto del sábado siguiente, así que no oímos prácticamente nada de lo que dice la audioguía. Afortunadamente, tenemos un mapa de la catedral con todas las explicaciones… La iglesia es de planta de cruz latina y tiene un ábside poligonal de siete lados. Las vidrieras desaparecidas han sido sustituidas con vitrales abstractos y la verdad es que, a pesar de que yo no aprecio muchos las intervenciones demasiado modernas en los edificios antiguos, tengo que reconocer que, esta vez, los nuevos elementos armonizan perfectamente con el conjunto.

Vidrieras

El triforio es un resto de la estructura normanda original; es el único en España y además la decoración sirve para contrarrestar el empuje de las bóvedas. Merece la pena gastar algunos euros más y subir por la empinada escalera no solo para admirar el interior de la Catedral desde un punto de vista diferente, sino también salir al exterior y observar la plaza desde lo alto.

Triforio

Cuando se habla de Cuenca, se piensa en las famosas “Casas colgadas”. Llamadas también “casas volantes” o casas del Rey, son un conjunto de edificios civiles que se denominan así por poseer una parte de ellas en voladizo, o grandes balcones, sobresaliendo en la alta cornisa rocosa de la hoz del río Huécar. Los únicos tres ejemplos que todavía perduran son “La casa de las sirenas” y las dos “casas de los Reyes” construidas entre los siglos XIII y XV, en las que se ubica el Museo de Arte Abstracto.
Desde la plaza de la Catedral, hay que bajar a la hoz del río Huécar para tener la mejor vista sobre las Casas… pero casi siempre los lugares demasiado renombrados decepcionan y esta no es la excepción que confirma la regla. Para empezar, hay obras, y se sabe que los andamiajes le podrían quitar encanto a cualquier lugar con ángel. Además, a parte del valor histórico, no hay nada en las casas que llame verdaderamente la atención.

CASAS COLGADAS

Lo que realmente me deslumbra es el entorno natural, son las “rondas”- que ofrecen la mejor vista de las hoces de los dos ríos – o sea, las sendas empinadas a lo largo de los barrancos, bordeadas de lirios violeta y de amapolas. Me alegra la vista de las golondrinas que zumban en el cielo azul entre los nubarrones plomizos, y todo el casco antiguo y la estructura misma de la ciudad me fascinan más que este símbolo de la ciudad tan afamado. Así que tomamos una de las rondas y volvemos a subir hacia la parte más alta de la ciudad, la zona del Castillo – aunque en realidad del antiguo castillo del que toma el nombre el barrio solo queda un tramo de muralla – desde la que se goza de una buena vista de la ciudad y nos han dicho que hay buenos restaurantes…

RONDA Y AMAPOLAS

Lamentablemente no tenemos suerte y lo que nos sirven tendría que ser un arroz negro con sepia y calamares, pero en realidad es un plato de sal con un poco de arroz, sepia y calamares…
Por la tarde retomamos el coche y nos dirigimos a la “Ciudad encantada”, un paraje natural de formaciones rocosas calcáreas formadas a lo largo de miles de años, que se encuentra cerca de Valdecabras, en una amplia zona de pinares de la parte meridional de la Serranía de Cuenca y a una altitud de 1500 metros. La acción del agua, del viento y del hielo ha hecho posible este fenómeno natural, y la heterogeneidad de las rocas es lo que ha permitido el desgaste desigual de las mismas por los elementos atmosféricos. El resultado es una serie de esculturas naturales en las que la fantasía popular ha querido reconocer formas de animales (los osos, el perro, la tortuga, la foca) de creaciones humanas (las naves, el convento, el puente romano) y de seres humanos también (la cara del hombre y los amantes de Teruel).
Hace frío, pero no tanto como para que haya hielo en el suelo, así que con nuestras chaquetas de invierno y nuestras botas de montaña estamos suficientemente abrigados. No hay casi nadie y la luz oblicua de la tarde es perfecta para visitar este lugar sorprendente.

CIUDAD ENCANTADA

Volvemos a Cuenca a la puesta del sol y visitamos la Torre Mangana, un edificio que ha sufrido varias remodelaciones a lo largo de su historia: la última, en 1970, le restituyó el carácter fortificado y defensivo que, como parte de la vieja muralla, había tenido en su origen.

Cuentapasos: 17.138 (10,7 kilómetros)
Temperatura 3 -14


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – tercer día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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CUENCA – SERRANIA DE CUENCA – ALBARRACIN – CALATAYUD
27 de abril de 2019, sábado

Dejamos nuestro hotel en Cuenca y volvemos hacia la Serranía de Cuenca.
Primera etapa, el mirador del “Ventano del Diablo”, una cueva natural desde la que se pueden ver las hoces del río Júcar en todo su esplendor, en la localidad de Villalba de la Sierra, a unos 35 kilómetros de Cuenca. Según cuenta la leyenda, el Diablo organizaba en este lugar sus ejercicios de brujería y arrojaba al río a todo el que se atrevía a asomarse por las ventanas del mirador, de allí su nombre tan curioso.
El espectáculo desde el mirador es impresionante: el entorno natural de paredes de piedra gris y rosada, los matorrales verde esmeralda, las aves rapaces y los vencejos reales que surcan el cielo azul. Lo que nos sorprende es que un lugar tan salvaje se encuentre en realidad a un centenar de metros desde la carretera y el aparcamiento, donde también hay un quiosco que vende recuerdos.

VENTANO DEL DIABLO

Todavía en la Serranía de Cuenca, hacemos una breve parada en el Mirador y Pantano de Uña y nos dirigimos al nacimiento del río Tajo, en Frías de Albarracín. Parece increíble que el manantial de un río tan importante sea un chorrito de agua que se vierte en un pequeño estanque con el agua en calma, en un entorno muy agradable y tranquilo que parece un perfecto ejemplo de locus amoenus, con bancos, mesas, fuente, espacio para la cocina, donde lo que sorprende es el número tan escaso de turistas, a pesar de que estamos en el fin de semana.
Es interesante el monumento que han erigido en este lugar, con una gran estatua que representa al Tajo y otras tres con sendas alegorías a las provincias de Teruel, Cuenca y Guadalajara: el monumento pretende homenajear a las tres provincias en las que se forja, ya que sólo con el aporte de las tres logra establecerse un cauce propiamente dicho. Teruel se representa con su simbólico “torico”, mientras que la estrella y el cáliz representan a Cuenca y el caballero a Guadalajara. Contempla el grupo escultórico el padre Tajo, una alegoría del río que se representa como un gran titán.

MONUMENTO AL RIO TAJO

Albarracín, en la provincia de Teruel, se merece la mención de uno de los pueblos más bonitos de España: es tan rosa que hasta las farolas son de este color, así como las flores en los jardines, y las piedras con las que se han construido sus edificios. El pueblo está encaramado en un peñón y rodeado por el río Guadalaviar. Por este lado y mirando hacia el río se hallan edificadas las casas colgantes. Dentro del pueblo sus calles son empinadas y estrechas, con rincones muy pintorescos.
Volvemos a esta joya de Aragón después de cinco años, felices de descubrir que nada ha cambiado. Subimos a la muralla medieval que destaca en un cielo azul intenso, volvemos a bajar al pueblo que parece pintado por un pintor impresionista, en el que sobresalen el Alcazar, la Catedral del Salvador y las casas más antiguas, como la de la Julianeta y la Torre de doña Blanca.

ALBARRACIN

Nos cuesta mucho despedirnos de este lugar mágico con el que además nos hemos encariñado mucho, pero todavía nos esperan dos horas de coche hasta llegar a Calatayud, nuestra próxima etapa.
A lo largo del viaje, nos para la Guardia Civil para controlar el carnet de conducir de mi marido, lo que nos sorprende un poco porque, cuando viajamos por Italia, nuestro país, no nos pasa nunca. Pero, como todo está en regla, nos dejan ir enseguida.
En Calatayud nos acoge un hotel muy agradable y de lo más sorprendente – descubriremos después que es lo más interesante de la ciudad: el Hotel “Monasterio Benedectino” es un antiguo convento del siglo XVI rehabilitado en 2004. El restaurante se encuentra donde antes se hallaba la primigenia iglesia y todavía se conservan sus columnas de alabastro de influencia musulmana, que se pueden admirar desde todas las plantas del edificio.
En cambio, la ciudad desprende un aura de dejadez y decadencia: los antiguos palacios señoriales están abandonados y en ruinas, como la mayoría de los edificios históricos que se asoman a la central Plaza de España. Se han demolido algunas casas antiguas, dejando lugar a solares descuidados que los habitantes utilizan como aparcamiento.
El Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO declaró el 14 de diciembre de 2001 Patrimonio de la Humanidad al Arte Mudéjar Aragonés, y efectivamente lo único que destaca en toda esta desolación son las torres campanarias de estilo Mudéjar de las iglesias de Santa María, o sea la Colegiata, y de san Andrés.

TORRE MUDEJAR

La vista de las torres y de unos nidos de cigüeñas en los tejados de las iglesias nos reconcilia con la ciudad… y también la fabulosa cena que nos sirven en el castizo restaurante del hotel.

Cuentapasos: 14.297 (8,57 kilómetros)
Temperatura 6-20 grados


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – cuarto día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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CALATAYUD -MONASTERIOS DE PIEDRA Y DE VERUELA- TARAZONA
28 de abril de 2019, domingo

Se puede decir sin lugar a dudas que nuestro recorrido no es de lo más tradicional, ni de lo más turístico, porque recopila lugares que no pudimos ver por falta de tiempo, durante los viajes precedentes, con otros que nos han quedado tan impresos que deseamos volver a verlos. Es el caso del Monasterio de Piedra: visitamos este lugar, un día muy gris y nublado, hace cinco años: era el principio de la estación, así que los árboles estaban todavía despojados de hojas y las cascadas escasas en agua. En cambio, hoy la primavera explota en el azul cobalto del cielo, en el aire tibio y luminoso, en el verde resplandeciente de los castaños indios y en el perfume de sus flores blancas.

PARQUE MONASTERIO DE PIEDRA

El Parque del Monasterio de Piedra se encuentra en Nuévalos, en la provincia de Zaragoza, escondido entre las abruptas sierras del Sistema Ibérico y fue declarado paisaje pintoresco en 1945. Acoge densos bosques de ribera en un ecosistema de gran riqueza biológica, donde se encuentran muchas especies de animales y plantas en un espacio relativamente reducido y gran variedad de árboles gigantescos.
Nada más entrar, la asistenta del fotógrafo, una chica rubia y decidida, me pone un guante en la mano y me entrega un búho, al que me presenta como Juanito, asegurándome de que es muy tranquilo. Antes que tenga el tiempo para decir que no, que los rapaces me asustan, que nunca me he atrevido a tocar uno, el fotógrafo nos saca una serie de fotos que podremos comprar por la tarde.
En la época medieval, época a la que pertenece el Monasterio de Piedra (siglo XII) el arte de la halconería vivió su época más dorada. Entonces, practicarla se convirtió en un signo de nobleza en Europa, y cualquier caballero medieval que se preciase debía conocer las técnicas de la halconería. Por eso, desde la primavera hasta el período otoñal los visitantes pueden disfrutar de una exhibición de vuelo de aves rapaces durante su visita. El encuentro con Juanito me ha hecho audaz, así que atrevo a ver la exhibición desde cerca.
Después de deleitarnos con el precioso entorno, cuya magia contribuyen las rocas, el agua y el trabajo del hombre, visitamos el monasterio cisterciense, que se empezó a construir en 1203 junto al río Piedra y se terminó en 1218, cuando 12 monjes y un abad se establecieron en ello. Pero lo que para mí es de lo más deslumbrante es lo que queda de la iglesia.

IGLESIA

El edificio, de estilo románico tardío (siglo XIII), era de tres naves, transepto y cabecera formada por un ábside principal de planta poligonal y dos parejas de capillas laterales cuadradas.
Pero, como en tantos otros casos, el abandono forzoso de los monjes en la cuarta década del siglo XIX – debido a la desamortización – fue letal para el templo. Las gentes de la zona arrancaron tejas y otros materiales provocando humedades y debilitando la estructura, hasta que la mayor parte de las bóvedas se desplomaron. Por fortuna, se han mantenido en buen estado las correspondientes a la nave meridional y el brazo meridional del transepto.
Pero la verdad es que este templo medio destruido me fascina más que otros de la misma época que siguen en perfecto estado y el recuerdo de las bóvedas de crucero que parecen sostener tramos de cielo despejado me va a acompañar por mucho tiempo…
Después de tanta belleza, la comida es un auténtico desastre, sobre todo para mi marido que pide un plato de calamares que resultan ser congelados y que consigue tragar sólo gracias a una buena cerveza… Pero, ¿Quién nos iba a decir que hoy también nos pararía la Guardia Civil, poco después de irnos de Nuévalos? Esta vez no quieren controlar el carnet de conducir, sino que se trata de un control de alcoholemia. A ninguno de los dos nos había pasado nunca, así que no sabemos cómo se hace; además Davide, que está conduciendo, habla muy poco español, así que no se entiende con el policía, que empieza a hablar en un inglés peor que el mío, mientras a mí se me cae la cara de vergüenza… ¿Qué va a pasar ahora? – me pregunto, pensando en la cerveza. Al final, no sé si por piedad hacia dos turistas extranjeros o porque la botella de cerveza era muy pequeña, esta vez también nos permiten pasar y tenemos el tiempo para visitar, casi a la puesta del sol, el Monasterio de Veruela.

MONASTERIO VERUELA

El documento más antiguo referido a la fundación del Real Monasterio de Santa María de Veruela data de 1146, cuando en la provincia de Zaragoza se levantaron las grandes fundaciones cistercienses, pero las obras de la iglesia se dilataron por más de 250 años, mientras que el nuevo claustro barroco, que nos encanta por sus arcos ojivales y sus hortensias azules y violeta, remonta al siglo XVII.
No sorprende que Veruela, tras la desamortización (1835) se haya convertido en un lugar romántico y “sitio de veraneo” donde los viajeros podían disfrutar de los deslumbrantes parajes naturales del Moncayo. Entre ellos, el poeta Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano, el pintor Valeriano. Los frutos artísticos de su estancia fueron una serie de dibujos y acuarelas por Valeriano, mientras que Gustavo Adolfo se inspiró al paisaje del Moncayo para algunas de sus más famosas leyendas, como “El monte de las ánimas”.

TARGA Bécquer

La iglesia abacial es sobria, sin adornos escultóricos vanales, en el espíritu de la orden; se estructura en tres naves cubiertas con crucería simple gótica y una cabecera muy desarrollada.
Dejamos con nostalgia este lugar tan cautivador y retomamos la ruta hacia nuestra pròxima etapa: Tarazona.
Hoy en España es un día muy especial: es día de elecciones, así que pasamos la tarde en la habitación del hotel, viendo en la tele los telediarios y los programas en que se comentan los resultados electorales. Parece ser que el PSOE ha ganado, aunque no está claro para todos con quién va a pactar para formar el nuevo gobierno.

Cuentapasos: 18.136 (10,88 kilómetros)
Temperatura 8 – 24 grados


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – quinto día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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TARAZONA – BARDENAS REALES – SADABA – SOS DEL REY CATOLICO
29 de abril de 2019, lunes

Les doy un consejo: no vayan a Tarazona los lunes.
Mejor tampoco el domingo por la tarde, porque todos los restaurantes están cerrados… pero, bueno, esto se puede arreglar: algo para picar siempre se encuentra, pero el lunes por la mañana están cerrados todos los edificios monumentales que la guía aconseja visitar, así que tenemos que conformarnos con dar una vuelta rápida por la ciudad y un paseo por la judería, donde también se alojó G. A. Bécquer, con sus casas colgantes donde viven palomas y golondrinas.
Davide y yo somos los únicos turistas, quizás porque es lunes, lo que nos permite pasear muy ricamente por las calles de esta ciudad. Nos llama la atención la antigua plaza de toros, convertida en una comunidad de viviendas, donde los vecinos cuelgan su ropa tendida, entre la que destacan algunas bragas de talla grande y unas sábanas de color azul turquesa.

PLAZA DE TOROS TARAZONA

Tomamos la carretera en dirección del Parque natural de las Bardenas Reales, en Navarra: más de 40.000 hectáreas declaradas Reserva de la Biosfera por la UNESCO y otro de los lugares que volvemos a visitar después de algunos años.
Las Bardenas Reales son una joya de la naturaleza bastante desconocida y poco aprovechada desde el punto de vista turístico – basta con decir que se entra gratis al parque y también al Centro de Información – pero quizás el número bastante escaso de visitantes contribuya en parte a su encanto salvaje, que muchos lugares preciosos pierden al ser demasiado visitados.
La primera vez que me enteré de su existencia fue por casualidad, hace cinco años, viendo un documental de TVE, que nos permitió incluir esta etapa en nuestros viajes a España.

MAPA BARDENAS REALES

Hoy, vamos a entrar en el parque natural por el ingreso de Arguedas y después saldremos por El Paso, para poder recorrer el trazado llamado “de la Blanca”. En el parque se puede entrar con el coche y aparcar en los lugares más interesantes.
Después del frío de los primeros días, nunca hubiéramos imaginado este calor asesino: el termómetro del coche indica 26 grados, pero parecen muchos más, aunque en este desierto de apariencia lunar no debería sorprendernos. En cualquier caso, yo me maldigo a mí misma por no poner algo más ligero en la maleta. Los pocos turistas que hay llevan pantalones cortos (en cambio nosotros llevamos camisa y vaqueros) y todos son franceses: nos saludan diciendo “Bonjour” y en todos los carteles las informaciones están escritas en español y en francés. Como de costumbre, nada de italianos.
Las Bardenas Reales se suelen dividir en dos grupos: la llamada Bardena Blanca agrupa los paisajes más blancos, de sustrato de yeso y vegetación esteparia. Los bosques de pino carrasco y suelos arcillosos se encuentran en la llamada Bardena Negra.

BARDENAS REALES

En conjunto, las Bardenas Reales dan cobijo a unas 24 aves rapaces (halcón peregrino, águila calzada, buitre leonado…), además de a una avifauna esteparia como la avutarda o la alondra. En el Parque Natural también se encuentran más de 28 especies diferentes de mamíferos, ocho de las cuales corresponden a micromamíferos como la musarañita o el ratón moruno. En las balsas de agua, tanto naturales como artificiales, habitan truchas, barbos, tencas… mientras que a su alrededor tritones y ranas conviven con multitud de reptiles.
Por fin, podemos descansar un poco tirándonos a una pradera llena de margaritas a la sombra del castillo de Sádaba, en la comarca de las Cinco Villas, en Aragón.

CASTILLO DE SADABA

El castillo es de estilo bajomedieval con decoraciones cistercienses del siglo XIII. Pero por segunda vez no tenemos suerte y no podemos ver su interior, que se puede visitar solo un par de tardes por semana. Pero no es para tanto: estamos tan cansados que agradecemos la ocasión para tirarnos a una pradera llena de margaritas a la sombra del castillo, acompañados por un caballo blanco.
La capital de las Cinco Villas es nuestra próxima etapa, Sos del Rey Católico, al noroeste de la provincia de Zaragoza. En el año 1452, en plena Guerra Civil de Navarra, la reina Juana Enríquez se desplazó a la entonces llamada «Sos» a secas, donde dio a luz al infante Fernando que luego se convertiría en Fernando el Católico. Ese nacimiento añadió la coletilla de «del Rey Católico» al nombre de la población.
Llegamos por la tarde y subimos a la torre justo a tiempo para la puesta del sol: el pueblo a las ocho de la tarde está casi desierto, a pesar del encanto especial que le otorga la luz oblicua del atardecer.
Cenamos en el restaurante del hotel, donde nos vamos a quedar por dos noches.

Cuentapasos: 17.203 (10,2 kilómetros )
Temperatura 9 – 26 grados


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – sexto día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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SOS – SANGUESA – JAVIER – SOS
30 de abril de 2019, martes

Nuestra habitación en Sos del Rey Católico está en la sexta planta. En la séptima viven las golondrinas, así que por la mañana al asomarnos a la ventana tenemos la sorpresa de verlas danzar a nuestro alrededor y observarlas de cerca como nunca hemos podido.
Hoy volvemos otra vez a Navarra para visitar Sangüesa y me doy cuenta de inmediato de que los sangüesinos, son unos bromistas:

Te invitan a visitar el interior de iglesias y palacios para gozar de sus maravillas artísticas, pero casi todos están cerrados, desde San Salvador, que según me explican en la Oficina de Turismo está cerrada desde años, hasta la Iglesia de Santiago.
Afortunadamente podemos visitar el convento y el claustro de San Francisco de Asís, abierto solo para la misa y la media hora después, y la Iglesia de Santa María la Real, cuya fundación remonta al siglo XIII, como etapa importante del Camino de Santiago. Situada junto al puente sobre el río Aragón, tuvo también una función defensiva.
Lo más interesante es la portada románica que representa la lucha entre el bien y el mal y contiene hasta 300 imágenes.

PORTADA S.MARIA

Saco fotos, recopilo folletos en las oficinas de turismo, donde me plantean más preguntas de las que les hago yo a ellos – pero… ¿tan singulares somos los italianos por aquí? – pero sobre todo tomo apuntes: parezco uno de aquellos viajeros del siglo XIX, siempre llevando un cuadernillo en el bolso para tomar notas, en contra de la costumbre de nuestro siglo de pasarse el tiempo con la mirada fija en el móvil…
Por la tarde visitamos el Castillo de Javier, donde en 1541 nació San Francisco Javier, patrono de Navarra y de las misiones católicas, importante misionero en India y en Extremo Oriente.

CASTILLO DE JAVIER

El castillo nació en el siglo X y al principio solo fue una torre de vigilancia para defender el valle del río Aragón. Con los años el recinto se reforzó y en el siglo XIV ya era un verdadero castillo. La Basílica se añadió en 1901 tras la restauración del castillo.
Al límite entre Navarra y Aragón se encuentra nuestra nueva etapa: el Monasterio de Leyre, al que se asciende a través de una pintoresca carretera. El enclave pirenáico nos acoge con bosques de hayas, pinos, robles y carrascales, con los cuales hace perfectamente juego el conjunto medieval, cuyos orígenes remontan al siglo IX. La mayoría de los edificios que permanecen ahora son de los siglos XI y XII. Lo que más destaca es la cripta, que se considera el monumento pionero del románico hispánico occidental: nos entregan una llave para entrar, después de pagar cinco euros como fianza) y podemos visitarla a solas, encerrados en ella.
De la iglesia, lo que resalta es el portal, llamado la Porta Speciosa, del siglo XII.

MONASTERIO DE LEYRE

CRIPTA

El viento despeina a los pinos y los abedules, y también a mí, que estoy intentando escribir sentada en un banco al aire libre, contemplando la naturaleza, mientras la brisa me gira las páginas…
Al volver a Sos, por la tarde, podemos visitar el Palacio de Sada, donde nació el 10 de marzo de 1452 el rey que pasó a la historia como Fernando el Católico.
El palacio, que data del final del siglo XV, fue vivienda de la familia nobiliaria de los Sada y la casa
donde fue acogida doña Juana, para dar a luz al futuro monarca, por expreso deseo de la reina, que quería que su hijo naciera en tierras aragonesas.
Actualmente se ha convertido en Centro de Interpretación de la figura de Fernando II de Aragón.

Cuentapasos: 18.085 (km 10,85)
Temperatura 10-23 grados


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – septimo día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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SOS – PUENTE LA REINA – ESTELLA LIZARRA – S.DOMINGO DE LA CALZADA
1 de mayo de 2019, miércoles

Me cuesta desprenderme de Sos, de sus calles empinadas, del entorno natural y sobre todo de los vecinos de arriba: las golondrinas.
Pero la próxima etapa es uno de los lugares más emblemáticos del Camino de Santiago, el punto donde se encuentran el Camino de Navarra y el Camino de Aragón: Puente la Reina(Gares) . La ciudad debe su nombre a su monumento símbolo, el Puente Románico del siglo XI, construido para facilitar el paso del peregrinaje, por orden de una reina, doña Mayor o quizás doña Estefanía.

PUENTE LA REINA

La emoción de tocar con mis manos y pisar bajo mis pies esta piedra antigua por donde han pasado millones de peregrinos a lo largo de los siglos me acelera los latidos del corazón.
Y mientras admiramos el puente desde todos los lados, encontramos a un peregrino: un anciano señor muy simpático de Friburgo que nos pide que le saquemos una foto, así que entablamos una conversación hablando un mixto de italiano y de español: nos cuenta que recorre una parte del Camino cada año por tres semanas, siempre solo, y que esta vez ha empezado por Roncesvalles.
La Iglesia del Crucifijo desde el exterior parece una comunidad de vecinos… pájaros, por la gran cantidad de nidos que la ocupan: bajo los tejados podemos ver las golondrinas, sobre los tejados gorriones y palomas y en el “ático”, o sea en la torre del campanario, el nido de una cigüeña que al principio nos enseña el trasero, pero al final cede a nuestras plegarias y se deja sacar una foto. En el interior se puede admirar el Crucifijo, una hermosa talla gótica que, según la leyenda, fue donada a la iglesia por unos peregrinos alemanes que la habían llevado a cuestas durante toda su peregrinación.

AVES

IGLESIA

Terminamos nuestra visita a Puente la Reina con una comida rápida y bastante barata en uno de los bares-restaurantes frecuentados por peregrinos y turistas. Encontramos la sidra asturiana, que probamos por primera vez la primavera pasada en Oviedo, y tenemos la descabellada idea de beberla, aunque es de mediodía, así que cuando llegamos a Estella Lizarra me siento bastante aturdida y con dolor de cabeza. Además, hace sol y calor. Estella se extiende a orillas del río Ega; una parte de la villa, el Barrio de San Pedro de la Rua, que coincide en buena medida con el Camino de Santiago, ha sido declarada monumento nacional. Lamentablemente, podemos visitar solo el exterior la Iglesia de san Pedro, el Palacio de los Reyes de Aragón y la Iglesia de san Miguel, porque todos los edificios históricos están cerrados. Quizás sea la sidra que bebí lo que altera mis impresiones, pero en las calles y las plazas de la villa reina una sensación de pereza y somnolencia festiva, las tiendas están cerradas por descanso y algunas cerradas definitivamente.
Cruzamos el Puente de la Cárcel junto a algunos peregrinos fatigados que caminan con chanclas y volvemos al coche.

ESTELLA LIZARRA

Llegamos a Santo Domingo de la Calzada, nuestra penúltima etapa, a las seis de la tarde y vamos al hotel.

Cuentapasos: 13.756 (km8,5)
Temperatura 11-24 grados


Silvia Zanetto

Viaje a España 2019 – octavo y noveno día


(Crónica de un viaje a España, abril – mayo de 2019)

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S.DOMINGO DE LA CALZADA, S.DOMINGO DE SILOS, EL BURGO DE OSMA
2 de mayo de 2019, jueves

Santo Domingo de la Calzada debe su nombre a su fundador Domingo y a su razón de ser, calzada, en el camino hasta la tumba del apóstol Santiago.
Domingo era un eremita que en el siglo XI construyó aquí su eremitorio, trazó una vía entre Nájera y Redecilla del Camino y creó un pequeño pueblo, un puente y un albergue de peregrinos, hoy Parador Nacional de turismo. El burgo fue creciendo a lo largo de los siglos y en 1973 su casco antiguo fue declarado Conjunto de Interés Histórico Artístico.

PLAN DE S.DOMINGO

No teníamos ni idea de que este año era justamente el Milenario del Santo. El cielo está nublado, hace frío otra vez, y otra vez saco de la maleta mi chaqueta de invierno. Afortunadamente el recorrido del casco histórico no es largo porque tenemos justo el tiempo para visitar lo imprescindible.

CATEDRAL

En la Catedral, de planta de cruz latina, lo más peculiar es el gallinero, de piedra labrada de finales de gótico de 1445 con un gallo y una gallina vivos de color blanco, recuerdo perpetuo del milagro del peregrino injustamente ahorcado, cuidados por la Cofradía del santo y cambiados cada 15 días. Intento no preguntarme qué le va a pasar a los dos pobres aves después de sus dos semanas de servicio, y me dedico a contemplar el Mausoleo con la cripta del Santo y el coro plateresco del siglo XVI.
Al mediodía dejamos Santo Domingo y nos dirigimos hacia la Sierra de la Demanda, un espacio natural protegido y comarca perteneciente a la cordillera Ibérica, y situada en las provincias de Burgos y La Rioja. Es por casualidad que descubrimos la encantadora Ermita de nuestra Señora de la Asunción en el pueblo de Alarcia, apartada del núcleo urbano, sin culto y en semi ruinas, pero con una cierta sugestión para el visitante, pero lamentablemente podemos ver solamente el exterior porque está cerrada. Y también por casualidad encontramos el agradable pueblo de montaña en el que decidimos parar para el almuerzo: Pineda de la Sierra, una aldea de 102 habitantes elevada a 1200 metros de altitud.

ERMITA

IGLESIA PINEDA DE LA SIERRA

Dos de los 102 gestionan un bar restaurante donde comemos. A nuestro alrededor sólo hay vecinos de la aldea, tomando aperitivo con patatas fritas, que nos ofrecen mientras esperamos la comida, luego nos desean “buen provecho!” y gozamos de una óptima comida bastante barata. Al final, la señora se ofrece acompañarnos a la iglesia y, como somos los únicos turistas, abrirla a propósito para nosotros.
Ladeamos el río Arlanzón, superamos el puerto del Manquillo, a 1400 metros de altitud, encontramos otra maravillosa ermita románica, la de Nuestra Señora de la Blanca, a Hoyuelos de la Sierra

HOYUELOS

Nuestra próxima etapa va a ser el monasterio de Santo Domingo de Silos, del que oí noticias por primera vez por mi profesor de literatura durante un curso de historia de la lengua española, por ser uno de los lugares donde se compusieron los primeros documentos escritos de la lengua castellana, o sea las “glosas silenses” (el otro lugar, San Millán de la Cogolla, donde se escribieron las “glosas emilianenses”, ya tuve ocasión de verlo durante un viaje precedente). Así que pienso contárselo al profesor a mi regreso, y ¡ojalá saque un “sobresaliente”!
El monasterio de Santo Domingo de Silos es una abadía benedictina situada en la provincia de Burgos (Castilla y León), todavía habitada por los monjes.
Lo más impactante es el claustro románico, centro de la vida y de la comunidad monástica.

CLAUSTRO

Hacia él convergen y de él parten los otros edificios del monasterio y todas las actividades del monje.
Arquitectónicamente, el claustro de Silos tiene dos niveles superpuestos: el claustro inferior y el claustro superior. El claustro de abajo es de dos épocas: las galerías Oriente y Norte son de la segunda mitad del siglo XI; en cambio, las galerías Poniente y Sur son del siglo XII. El claustro superior se construyó a finales del siglo XII. En el claustro inferior destacan los seis bajorrelieves.
Interesante es también la botica del Monasterio de Silos: los monjes, como creadores de cultura y servidores de sus hermanos los hombres, gestionaron en la Edad Media un hospital y una leprosería. De esta forma se familiarizaron con la botánica. De esta actividad aún se conserva una farmacia de principios del siglo XVIII (1705).
Lamentablemente, al final de la visita me doy cuenta de que no he podido ver las glosas silentes, así que pregunto por ellas a la guía… Pero ella me contesta que sí efectivamente se escribieron aquí, pero ahora se encuentran en Londres, en el British Museum. Me enseña una copia y me revela algo que me desilusiona mucho… o sea que tampoco en San Millán vi las auténticas glosas emilianenses, sino una copia… Así que, por esta vez, ¡me voy a olvidar de sacar un sobresaliente!
Nuestra última etapa antes de volver a Milán es El Burgo de Osma, un lugar no demasiado turístico y poco conocido que hemos elegido simplemente por su ubicación, porque nos viene cómoda una etapa aquí volviendo hacia el aeropuerto de Madrid… pero al final nos va a encantar.
Para empezar, nuestro alojamiento en Burgo de Osma es un hotel termal: lástima que hayamos llegado aquí a las 7 y media de la tarde, y mañana tengamos que volver a casa, así que no disponemos de tiempo para disfrutar de la piscina y de otras maravillas que serían perfectas después de una fatigosa semana de visitas… Pero después de la ducha me enfundo en un enorme albornoz blanco y perfumado, queya es algo.
El casco histórico al atardecer tiene mucho encanto y, después de la cena, nos enseña su cara nocturna más característica, con sus soportales animados por jóvenes, familias y… por un par de turistas italianos, que gozan de callejear admirando la muralla muy bien conservada e iluminada por las farolas amarillas.

BURGO DE OSMA

Cuentapasos: 15.203 (KM 9,20)
Temperatura 12-13 grados


BURGO DE OSMA- AEROPUERTO DE MADRID- MALPENSA
3 de mayo de 2019, viernes

Un débil rayo de sol a través de los postigos nos ilusiona al despertar, pero es un día gris y melancólico, que promete lluvia.
Sólo tenemos el tiempo para un breve paseo por el centro, donde nos sorprende la variedad de tiendas características, sobre todo de carniceros, pero también hay dulces, embutidos…
Pasamos por la plaza de la catedral, volvemos a ver la muralla… La última cigüeña, desde su nido sobre una torre de la casa concistorial, nos despide, enseñándonos de nuevo su trasero.

Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer cuando casi hemos llegado al coche, y el rítmico chirrido penetrante de los limpiaparabrisas nos acompañará durante todo el viaje, hasta llegar al principio y fin de casi todos nuestros viajes por España: el aeropuerto de Madrid.


Silvia Zanetto

La maleta

Viviana apoyó la maleta sobre la cama y la abrió. Era un regalo de sus padres, por el examen de bachillerato: espaciosa, con una cerradura de combinación, del mismo azul marino del viaje de sus sueños. Aquel verano, toda la vida le pertenecía: el diploma, los dieciocho años, la maleta color océano.
La cerradura se abrió con un clic metálico. Después de dos años, aún olía a nuevo.


La luz de la tarde entraba oblicua a través de los postigos entreabiertos: no era tarde, todavía tenía tiempo.
Empezó por los pantalones: varios pares de vaqueros, que eran su atuendo habitual para ir a la escuela, con zapatillas y mochila. Los llevaba con jerséis largos y anchos, bastante pasados de moda, en los que escondía su deseo de gustar y de gustarse.
Pantalones negros, elegantes. Se los había puesto para ir a la fiesta de final de curso, con una camiseta de tirantes. Desde algunos días ya no llevaba gafas, sino lentillas, y unos mechones más claros iluminaban su melena un poco rizada. Estaba segura de que Mateo se daría cuenta de los cambios, pero él solo le había dirigido un “hola” distraído y rápido como un golpe de tos y se había ido riéndose con sus amigotes.
Puso en la maleta una falda: de tela brillante, no demasiado corta. Se la había puesto para su primera cita, cuando un día en el instituto inesperadamente Mateo le había pedido que saliera con él y a Viviana se le había caído al suelo el diccionario de inglés.
Y desde entonces, otras faldas y otras citas.
Y zapatos de tacón, claro, porque él era muy alto.
-Mejor que me dé prisa -pensó- antes de que Mateo llegue a casa.
Pero él nunca volvía temprano.
Puso en la maleta un chándal: por un tiempo, después de ir a vivir juntos, Mateo la había acompañado al gimnasio, los domingos por la mañana. Pero, ¿cómo se podía pedirle a un pobre chico, que trabajaba como un desesperado también los sábados, que se agotara en el gimnasio los domingos? Viviana se había comprado una bicicleta estática.
Vestido negro de encaje: se lo había puesto para ir a una fiesta con los amigos de Milán. Era un sábado por la noche, y Mateo había llegado tarde del trabajo, más tarde de lo habitual… Viviana lo había esperado por más de una hora, mirando desde la ventana los coches que pasaban por la calle, retocando el maquillaje y el peinado. Y luego, esa llamada: -llego con retraso, mejor si vas sola. Y además, yo no le gusto a tus amigos y ellos no me gustan a mí.
Y Viviana había ido a la fiesta, había reído y bailado liviana, sin mirar el reloj. A su vuelta, él roncaba boca abajo, acostado en diagonal en la cama. Viviana había dormido en el sofá.
Vivían juntos desde hacía dos semanas.
-Me voy, esta vez me voy de verdad.
Puso en la maleta un montón de camisetas de varios colores.
Hotel Valtur, Apulia. Había ido con Sandra y Teresa. El lugar no era nada especial, pero al menos había ido de vacaciones. – Estará contenta Teresa, cuando le diga que tenía razón sobre lo de Mateo.
Camiseta de su equipo de fútbol. Esa sí, era una pasión que compartían, el fútbol, y además tenían al mismo equipo… pero aquel domingo que tenían que ir a ver el partido juntos, él había llegado a la cita con su amigo Mauro: -Ay, perdóname Viviana, se me ha olvidado avisarte…
Camisetas, blusas, jerséis se amontonaban en la maleta y cada prenda tenía su historia para contar.
Pero ahora era tarde, él podría llegar y sorprenderla preparando el equipaje.
Cerró la maleta y puso la combinación de la cerradura.
-La voy a utilizar de una vez -dijo- bien, he terminado.
Sin sus pertenencias, los muebles a su alrededor cobraron un aire ajeno, como si nunca hubieran sido suyos. La habitación en la escasa luz del atardecer se había hecho más grande, parecía la de un hotel.
Apoyó la maleta al suelo con cierto esfuerzo y echó un último vistazo al cuarto.
Se acordó de la ruidosa alegría de cuando se había mudado a la casa, del entusiasmo de aquel día en que había puesto sus libros en la estantería, para que dialogaron con los de él.
Recordó la caja de cartón llena de baratijas de la que tanto se había sorprendido Mateo, de como él le había tomado el pelo por lo de los peluches, pero luego la había abrazado, y por primera vez habían hecho el amor en su cama.
Otro tiempo. Otro mundo.

Pero ya eran las siete. Había que darse prisa, Mateo volvería dentro de una hora. Y volvería hambriento, como siempre.
– Tengo que prepararle la cena – pensó, poniendo otra vez la maleta sobre la cama.
Volvió a abrir la cerradura y, como todas las veces, volvió a guardar cada cosa en su lugar.


Silvia Zanetto

El dromedario

El viaje nos había imprimido en las miradas imágenes encantadoras del desierto: al principio una extensión estéril, interrumpida por arbustos ralos, y el dulce irregular balanceo de los dromedarios que cabalgábamos torpemente.
Luego, adentrándonos, cuando la luz se hizo más débil, en la densidad de nuestro silencio estupefacto las dunas se volvieron doradas, mientras una brisa sutil levantaba livianas olas de arena, como el vestido de seda de una bailarina.
La puesta del sol nos sorprendió allí, sentados en la arena tibia, hipnotizados por el astro que bajaba, inexorable, detrás de los esqueletos negros de las palmeras. El cielo se puso carmín, violeta, y al final azul.
En Túnez, nos lanzamos en la chillona vivacidad de los Bazares. La sombra de la Gran Mezquita protegía con sus minaretes las pequeñas tiendas que ofrecían todo género de mercancía, el árabe y los idiomas europeos se mezclaban en la frenesí de las contrataciones. A cada paso, nuevos sonidos y nuevos olores, a cada paso un vendedor intentaba vendernos algo con una insistencia exasperante que nos empujaba a buscar tranquilidad en una callecita lateral.
Fue allí que lo vi, el dromedario vendado: seguía girando en círculo para accionar la piedra de un molino y el propietario lo pinchaba cada vez que intentaba pararse o simplemente ralentizar. La venda le servía para no darse cuenta de la inutilidad de su caminar. Él, la nave del desierto, capaz de sostener días de camino sin comer ni beber, no iba a ningún lugar.

Relato breve, ganador del concurso literario del Día del libro  2019 (primer premio) organizado por el Instituto Cervantes de Milán


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – primer día


(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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LINATE, 18 de mayo de 2018, horas 11,50

Puede que me equivoque, que sean 17… menos no. Pero estoy casi segura de que son 18. Estoy hablando de mis viajes a España, por supuesto.
El avión va a despegar dentro de diez minutos. Dirección Madrid. Luego, nos vamos a dirigir hacia el Norte.
La primera etapa va a ser León, donde mi marido y yo ya estuvimos en 2011: de aquel viaje recuerdo sobre todo los nidos de las cigüeñas sobre las columnas, en la plaza de san Isidoro, frente a la basílica de la que no pudimos ver la fachada por las obras. Dicen que las cigüeñas viven unos 20 años y que después de cada migración suelen volver al mismo nido, así que… ojalá volvamos a encontrarlas.
Luego nos espera Galicia, dos días en La Coruña: este también es un lugar que ya conocemos, con las rías y el Cabo Finisterre, el final de todos los caminos, donde se acaba el mundo.
Después, un lugar totalmente nuevo para nosotros: Oviedo y Asturias.
La última etapa va a ser Segovia, de la que recuerdo el resplandor argénteo del acueducto bajo el cielo glacial de diciembre, en una noche de luna y de gatos.

Apagamos los móviles, abrochamos los cinturones. Ahora nos proporcionan las instrucciones para nuestra seguridad, que nadie escucha.
No tenemos dos asientos contiguos: mi marido está sentado en la fila delante de la mía: no pensamos en hacer la facturación “on line”, por eso sólo hemos podido encontrar dos asientos separados. A mi derecha hay una señora italiana, a mi izquierda una chica española.
“Thank-you for your attention” concluye la azafata.
Despegamos.

MADRID aeropuerto, 14.30 horas

El restaurante “el oso y el madroño.
Los característicos toldos ondulados, sostenidos por columnas dobles, una gama de colores del arco iris que va del azul oscuro al rojo, pasando por el amarillo.
Tienda de productos típicos. Mango. El Corte Inglés.
Aeropuerto Barajas, otra vez.
Otra vez, estar en Madrid sin estar en Madrid, porque ahora ya alquilamos un coche y nos vamos.
Nos dan un SEAT Ibiza negro.
Tardamos unas cuatro horas en llegar a León: cuatro horas de autovía en las que se alternan tramos con mucho tráfico, en las afueras de Madrid, y tramos casi desiertos; momentos de lluvia intensa, en la que aparecen señales luminosos que amenazan “¡Cuidado! ¡Tormenta fuerte y granizo!” y momentos en los que la luz del sol se desliza sobre los charcos e ilumina el horizonte dorado.

León, 20.30 – 23 horas

Nuestro hotel está en la Plaza Mayor, en el “Barrio húmedo”.
Así que al atardecer salimos a pie y nos dejamos llevar por el instinto y la curiosidad, girando sin rumbo por las calles del barrio. Se trata de una zona del casco antiguo de la ciudad, a la derecha de la Calle Ancha y de la Catedral, donde la mayoría de los locales son bares, tabernas o cosas por el estilo. Nos sorprende ver a tanta gente por las calles, un simple viernes de mayo: no son solo jóvenes, sino personas de todas las edades. Nos entremezclamos con la muchedumbre que tapea de un bar a otro, curioseando entre las bodegas y los locales castizos, sin guía y sin mapa, porque las ciudades se visitan por la mañana, pero se viven por la noche.

Plaza mayor

Pero ahora es tarde: ya la gente escasea y solo se oyen raros pasos en la calle, y algunas risas ahogadas. La Catedral, parcialmente cubierta por andamios, nos enseña su cara más solemne y promete revelarnos sus maravillas la mañana siguiente. Volvemos al hotel: la plaza ahora está casi desierta, pero mañana estará de lo más animado, gracias al mercado tradicional de productos de huerta vendidos directamente por los productores agrarios.
Subimos felices a la habitación: estamos en España. Otra vez.

CUENTAPASOS: el artilugio está sin batería. Disculpen las molestias…


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – Segundo día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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LÉON, 19 de mayo

Busco a las cigüeñas y por fin las encuentro, justamente donde las recordaba.
Ya me ha alegrado la mañana el trisar de las golondrinas, sus danzas circulares y sus caídas a precipicio, y también volver a ver los gorriones, que hasta hace unos diez años eran los pájaros más comunes en el Norte de Italia, donde vivo yo, pero ahora casi han desaparecido.
Encima de una antigua columna romana, en la plaza de san Isidoro, todavía está el primer nido de cigüeñas que vi en España, el primero que vi en una ciudad, como “complemento” de un monumento histórico. Una de las dos aves, quizás la hembra, se quita de encima los parásitos, indiferente a los turistas que quieren sacarle una foto. La otra observa la plaza desde los tejados.
Una vuelta por el centro, las fotos de los monumentos imprescindibles, y ya tenemos que dejar León: ya sentimos un asomo de nostalgia mientras todavía estamos aquí.
Las imágenes de este primer día ya se han convertidos en recuerdos, pero los recuerdos pierden su inocencia, al convertirse en imágenes electrónicas:

Las descomunales vidrieras de la Catedral, que constituyen su principal hermosura en la aparente fragilidad; el mercado de flores y frutas rebosante de voces y colores; los pasos arrastrados de los peregrinos que recorren el Camino francés, llevando sus conchas de Santiago atadas a sus pesadas mochilas y arrastrando sus desgastados zapatos; incluso la fachada de la iglesia de san Isidoro, con su columna romana y su nido de cigüeñas… de todo esto ya solo nos quedan algunas fotografías.
Y estas pocas líneas.

Ponferrada, el mismo día.

84 kilómetros de carretera entre el verde primaveral de los cerros, por los que se asoman algunas cumbres que todavía llevan huellas de nieve, nos conducen a Ponferrada.
El calor inesperado del día nos golpea. El exterior del castillo de los Templarios es deslumbrante: por un lado, transmite una sensación de fuerza e invulnerabilidad, por el otro, recuerda el castillo encantado de un cuento de hadas. Del interior no queda mucho, pero se puede dar una vuelta por la muralla, subir a la torre y mirar la ciudad desde lo alto.
Hay unos cuantos turistas, pero mi marido y yo seguimos siendo los únicos extranjeros y, por supuesto, los únicos italianos. Y no es que eso nos moleste.
Después de tomar un helado de limón, recogemos el coche: el termómetro indica 26 grados (pero esta mañana eran 11). Me temo que me he equivocado en hacer la maleta…
Otros doscientos kilómetros de cerros, viaductos, tierra roja, bosques de pinos y vacas rumiando en los céspedes… y por fin se atisba al mar.

La Coruña, la misma tarde.

Desde la ventana de nuestra habitación en el quinto piso del hotel se ve el techo de un multicines con centro comercial, que cubre casi completamente la vista del mar. Más allá está el puerto industrial, pero no se puede decir que nos hayan dado un cuarto con vistas al mar.

Un paseo no demasiado largo nos lleva al puerto turístico, a la Plaza María Pita y finalmente a una pulpería donde podemos saborear, sentados sobre taburetes de madera a una mesa sin mantel, un delicioso pulpo con “cachelos”. Los cachelos -para los que eventualmente no conozcan el gallego – son simplemente patatas hervidas. O sea, que lo que en toda España se conoce como pulpo “a la Gallega” en Galicia se llama “con cachelos”, algo que el turista ingenuo aprende de su propia experiencia, después de algunos intentos infructuosos de comerse aquella exquisitez típica de la cocina gallega, pero que ¡no está en el menú de ningún restaurante!

Después de la cena, nos perdimos paseando sin rumbo por las concurridas callejuelas: es sábado y podemos permitirnos alargar la velada.
En el hotel, antes de dormir, mi marido lee on line un articulo de “La Repubblica”, un diario italiano. Habla de las golondrinas: dice que a Italia y a Europa cada año que pasa van a llegar menos. Es por lo de la desertificación, porque el viaje sobre el desierto se les hace cada vez más largo, y además porque los hombres derrumban los edificios antiguos, adecuados para su anidación, y construyen inmuebles modernos con características diferentes y por eso, cuando las aves llegan, no encuentran el nido que habían dejado el año anterior.
Pero yo espero que el periodista esté mal informado. O que las alas de las golondrinas se hagan más fuertes y capaces de enfrentarse a un viaje más largo, y que sigan existiendo murallas, castillos y casas abandonadas, para darles amparo. Para que no desaparezcan, ellas también.

CUENTAPASOS: 14.952 pasos, que corresponden a 8,97 kilómetros.
(La batería la hemos comprado esta mañana, en una tienda de pequeños electrodomésticos en León, así que desde ahora podré tenerles al tanto de todos y cada uno de nuestros pasos).


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – Tercer día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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La Coruña, Finisterre y Costa de la Muerte, 20 de mayo

Creo que la gaviota se equivocó.
Debió de confundir el gris azul del tejado del multicine con la neblina azulada que sube del mar al levantarse el sol.
Se equivocó, se precipitó, y ahora está allí, estrellada sobre el cemento, mojándose bajo la lluvia y secándose bajo el sol, ofreciéndole un miserable espectáculo a los que tengan habitación en el quinto piso del hotel, como nosotros.

Pero el paraíso de las gaviotas se encuentra más allá, en el pequeño archipiélago de LAS SISARGAS, ahora despoblado de humanos y declarado Zona de Especial Protección para las Aves, que se ha convertido en un importantísimo refugio para las aves marinas, algunas de ellas en peligro de extinción, y zona de paso para aves migratorias. Las colonias de gaviotas encuentran en los acantilados de las islas un habitat perfecto.
Una buena vista del archipiélago se goza desde la Ermita de san Adrián, a unos tres kilómetros de MALPICA de Bergantiños , un pueblo de pescadores que todavía basa su economía sobre la pesca.
El paisaje es deslumbrante, el viento cortante nos dificulta mantener el equilibrio y casi nos ensordece, las especies endémicas de plantas y flores nos sorprenden…


En cuanto a mí, creo que, si no enfermo, voy a renacer en una nueva vida.
El hecho es que en la playa SEAIA (“praia” se dice en gallego) no puedo resistir a la tentación de quitarme zapatos y calcetines para caminar en la arena tibia y al final me atrevo incluso a mojarme los pies en el agua helada.
Me siento muy valiente, por desafiar la gripe. Pero, cuando llegamos a la playa de LAXE, y veo a enteras familias con niños, incluso pequeños, tomando el sol en bañador y metiéndose tranquilamente en el mar… me doy cuenta de ¡lo poco atrevida que he sido!

Cabo Finisterre, el mismo día, 17,30

Creo que Galicia es el lugar ideal para los que quieran escaparse hasta el fin del mundo, llegar hasta donde está permitido al ser humano, hasta que no haya nada más que el Océano. O a lo mejor, dejarse atrás todas sus pequeñeces, sus mezquindades, sus nudos irresueltos que no les permiten vivir…
Son innumerables los encantadores promontorios rocosos que se asoman al mar, iluminados por la primavera que nos regala días cada vez más largos para disfrutar de la belleza azul rosada de sus tardes.


Pero es en FISTERRA, Finisterre, donde se acaba la tierra, donde termina el Camino: es aquí donde los peregrinos queman la ropa que han llevado durante toda la ruta y abandonan sus zapatos gastados. Es la meta final, desde los siglos de los siglos, del viaje hacia el ocaso, hacia el misterio de lo desconocido, de lo prohibido a los seres mortales.
Los turistas son muchos, se oyen hablar lenguas diferentes. Los peregrinos son pocos, a lo mejor porque los peregrinos viajan por la mañana.
Hay coches, autobuses, gente que se saca fotos, como en todos los lugares demasiado famosos, que terminan perdiendo su encanto.
Es verdad: los peregrinos llegan por la mañana. Y yo, aunque es por la tarde, escondo la concha del Camino de Santiago que siempre llevo atada a mi mochila desde años, dondequiera vaya. Porque llevarla aquí me parecería una mentira.
Me siento en una roca y escribo.

La Coruña, 20,30

De vuelta a La Coruña, decidimos visitar la TORRE DE HERCULES, situada sobre una colina en la península de la ciudad, a la puesta del sol.
La Torre es el faro romano más antiguo del mundo – fue construida con toda probabilidad en la segunda mitad del siglo I – y el único que se conserva en servicio.
Al atardecer, ese lugar mágico cobra todavía más embrujo, con esa luz rasante que acaricia los céspedes en las laderas de la colina. El sol nos ciega, hasta que entramos en la sombra, larguísima, de la Torre.


El viento fuerte nos empuja hacia atrás, mientras alcanzamos la orilla del mar, siguiendo las sendas irregulares sin rumbo preciso. Las gaviotas, libres y fuertes, son las dueñas del cielo que se decolora en un rosado pálido. Las flores lila que salpican el césped, según la tradición, suelen traer suerte a las chicas que buscan novio. Pero yo no busco novio, y es la Rosa de los vientos, que parece fundirse y sumergirse en el azul y profundo océano, el lugar donde me centro para encontrar mi Norte.


CUENTAPASOS 13.011 (parte de los cuales sin zapatos, en la arena) o sea 7 kilómetros y 800 metros.


Silvia Zanetto