Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – Tercer día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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La Coruña, Finisterre y Costa de la Muerte, 20 de mayo

Creo que la gaviota se equivocó.
Debió de confundir el gris azul del tejado del multicine con la neblina azulada que sube del mar al levantarse el sol.
Se equivocó, se precipitó, y ahora está allí, estrellada sobre el cemento, mojándose bajo la lluvia y secándose bajo el sol, ofreciéndole un miserable espectáculo a los que tengan habitación en el quinto piso del hotel, como nosotros.

Pero el paraíso de las gaviotas se encuentra más allá, en el pequeño archipiélago de LAS SISARGAS, ahora despoblado de humanos y declarado Zona de Especial Protección para las Aves, que se ha convertido en un importantísimo refugio para las aves marinas, algunas de ellas en peligro de extinción, y zona de paso para aves migratorias. Las colonias de gaviotas encuentran en los acantilados de las islas un habitat perfecto.
Una buena vista del archipiélago se goza desde la Ermita de san Adrián, a unos tres kilómetros de MALPICA de Bergantiños , un pueblo de pescadores que todavía basa su economía sobre la pesca.
El paisaje es deslumbrante, el viento cortante nos dificulta mantener el equilibrio y casi nos ensordece, las especies endémicas de plantas y flores nos sorprenden…


En cuanto a mí, creo que, si no enfermo, voy a renacer en una nueva vida.
El hecho es que en la playa SEAIA (“praia” se dice en gallego) no puedo resistir a la tentación de quitarme zapatos y calcetines para caminar en la arena tibia y al final me atrevo incluso a mojarme los pies en el agua helada.
Me siento muy valiente, por desafiar la gripe. Pero, cuando llegamos a la playa de LAXE, y veo a enteras familias con niños, incluso pequeños, tomando el sol en bañador y metiéndose tranquilamente en el mar… me doy cuenta de ¡lo poco atrevida que he sido!

Cabo Finisterre, el mismo día, 17,30

Creo que Galicia es el lugar ideal para los que quieran escaparse hasta el fin del mundo, llegar hasta donde está permitido al ser humano, hasta que no haya nada más que el Océano. O a lo mejor, dejarse atrás todas sus pequeñeces, sus mezquindades, sus nudos irresueltos que no les permiten vivir…
Son innumerables los encantadores promontorios rocosos que se asoman al mar, iluminados por la primavera que nos regala días cada vez más largos para disfrutar de la belleza azul rosada de sus tardes.


Pero es en FISTERRA, Finisterre, donde se acaba la tierra, donde termina el Camino: es aquí donde los peregrinos queman la ropa que han llevado durante toda la ruta y abandonan sus zapatos gastados. Es la meta final, desde los siglos de los siglos, del viaje hacia el ocaso, hacia el misterio de lo desconocido, de lo prohibido a los seres mortales.
Los turistas son muchos, se oyen hablar lenguas diferentes. Los peregrinos son pocos, a lo mejor porque los peregrinos viajan por la mañana.
Hay coches, autobuses, gente que se saca fotos, como en todos los lugares demasiado famosos, que terminan perdiendo su encanto.
Es verdad: los peregrinos llegan por la mañana. Y yo, aunque es por la tarde, escondo la concha del Camino de Santiago que siempre llevo atada a mi mochila desde años, dondequiera vaya. Porque llevarla aquí me parecería una mentira.
Me siento en una roca y escribo.

La Coruña, 20,30

De vuelta a La Coruña, decidimos visitar la TORRE DE HERCULES, situada sobre una colina en la península de la ciudad, a la puesta del sol.
La Torre es el faro romano más antiguo del mundo – fue construida con toda probabilidad en la segunda mitad del siglo I – y el único que se conserva en servicio.
Al atardecer, ese lugar mágico cobra todavía más embrujo, con esa luz rasante que acaricia los céspedes en las laderas de la colina. El sol nos ciega, hasta que entramos en la sombra, larguísima, de la Torre.


El viento fuerte nos empuja hacia atrás, mientras alcanzamos la orilla del mar, siguiendo las sendas irregulares sin rumbo preciso. Las gaviotas, libres y fuertes, son las dueñas del cielo que se decolora en un rosado pálido. Las flores lila que salpican el césped, según la tradición, suelen traer suerte a las chicas que buscan novio. Pero yo no busco novio, y es la Rosa de los vientos, que parece fundirse y sumergirse en el azul y profundo océano, el lugar donde me centro para encontrar mi Norte.


CUENTAPASOS 13.011 (parte de los cuales sin zapatos, en la arena) o sea 7 kilómetros y 800 metros.


Silvia Zanetto