
A Isabel no le gustaba leer. En su vida, había conocido muchos libros aburridos: volúmenes con la cubierta gris y llenos de polvo, con palabras escritas de forma tan pequeña que no se entendía nada, libros que hablaban de argumentos insulsos…
Pero esos no eran los peores: un día le habían regalado un libro muy pesado: en su cubierta el título era “¡No me leas!” así que ella, por curiosidad, lo había abierto… Desde el libro salieron palabras terribles, como “Disparadero”, “Facturación” y “Marasma”, que la siguieron por toda la casa, y casi lograron agarrarla, hasta que ella pudo encerrarse en el trastero…
Y debo confesaros que tampoco le gustaba la escuela, un lugar lleno de libros y de maestras que la hacían estudiar en los libros. No eran tan terribles como “¡No me leas!”, pero también el libro de inglés una vez le había mordisqueado un dedo, y la antología la hacía estornudar continuamente y, si acaso intentaba leer un cuento completo, se le llenaba la cara de gorgoritas verdes y moradas que le provocaban una picazón terrible.
Una mañana, esperando al autobús escolar, vio un autobús muy raro. Su dirección era “Fuera de Servicio”. Isabel pensó que sería un lugar maravilloso, donde no habría ni un libro, y tomó el autobús.
Había mucha gente allí, incluso Francisco, un compañero de clase al que le encantaba leer, es más: leía tanto que sus amigos le tomaban el pelo. Pero allí parecía muy tranquilo, como si conociera bien el camino, así que Isabel decidió sentarse a su lado. Francisco le explicó que en “Fuera de Servicio” cada persona podía hacer lo que quería, sin prohibiciones y sin críticas. En sus rodillas, Francisco tenía una caja gris, cerrada, pero Isabel no se atrevió a preguntarle qué contenía la caja.
Cuando estaban a punto de llegar a “Fuera de Servicio” oyeron música, voces, risas… El autobús se paró en una plaza amplia y soleada, donde había grupos de personas que bailaban en círculo, otros que charlaban alegremente, otros que merendaban dulces maravillosos, y además otros que… Otros que… ¡Leían! Sí… ¡leían!!!
— Pero, Francisco… No me habías dicho que aquí había libros, ¡yo les tengo muchísimo miedo!
— Pero ¿por qué? ¿Qué te han hecho?
— Me persiguen, me muerden, me arañan, me provocan enfermedades… y además, de los libros salen palabras terribles como “Disparadero”, “Facturación” y “Marasma”, que ¡han intentado matarme! – confesó la niña casi llorando.
— No te preocupes, no te va a pasar nada. Ahora voy a abrir la caja -la tranquilizó Francisco- ¡Ven conmigo!
De su caja salió un arco iris maravilloso que se desplegó en el aire y tomó la forma de un puente multicolor, adonde Francisco subió muy feliz, hasta encontrarse tendido bajo un árbol, leyendo su libro favorito, sin que nadie lo molestara o le tomara el pelo.
Isabel estaba desconcertada. Así que… ¿No todos los libros eran aburridos, malvados y peligrosos como los que había conocido ella? ¿Existirían libros que podían hacerla soñar, viajar con la fantasía, hacerle compañía en los momentos difíciles?
Isabel subió al puente para alcanzar a Francisco y llegó bajo el gran árbol, donde la esperaban libros maravillosos, con cubiertas de color amarillo, verde manzana y lila glicinia, perfumados de miel y canela, que emitían melodías muy dulces y la rodeaban como en una danza.
— Estos serán tus libros favoritos, Isabel — le dijo Francisco —Aprenderás que no ¡existen niños a los que no les gusta leer, sino niños que se han encontrado con los libros equivocados!
Silvia Zanetto
