Crin blanco

El viento sopla fuerte sobre la Camarga ensangrentada. La navaja se escapa del puño apretado de Leonardo y se desliza lentamente hacia el suelo. El novio está muerto a sus pies.

Rasga su camisa blanca, roja de sangre y aprieta fuertemente los jirones sobre la herida abierta en su flanco izquierdo. Se sienta y Crin Blanco se acerca.

Crin blanco, como él lo llama, es un caballito camargués. Cuando era niño, su padre se lo había regalado. Lo había domado él mismo y lo montaba a pelo. Les encantaba cabalgar juntos por los pantanos y las lagunas cercanas a Saintes-Maries-de-la-mer.

Fue en la fiesta anual de los gitanos que la conoció, la Novia, prometida desde siempre al hijo de una de las familias importantes. Es ella la que podría haber cantado Don Miguel en la famosa novela, su belleza era un desafío, se enamoró en el momento en que la vio. Cada año volvían a verse, Crin Blanco los llevaba, cabalgaban en las salpicaduras a la orilla del mar y acababan en brazos uno del otro. Las pequeñas dunas ocultaban sus retozos adolescentes, aumentados por la juventud y la rareza del evento.

Esa mañana descubrió que la boda se celebraría el mismo día. Había montado a Crin Blanco, a pelo como siempre, y había echado una carrera desenfrenada para llegar a tiempo. El destino sin duda lo impidió, se enfrentaron, las navajas relucieron con la luna.

Y ahora la novia ha huido, él está solo. Crin blanco se inclina hacia él. 

Se iza con dificultad sobre su espalda aferrándose a las crines. Se alejan lentamente hacia la playa cercana. Entran en el mar. Las olas tienen reflejos de plata, se oye a lo lejos una copla desgarradora de flamenco.

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Jean Claude Fonder

Pasión

Bárbara tenía un problema o, por lo menos, a ella le parecía un problema. No tenia ninguna pasión. Sí, amaba apasionadamente a su novio Pablo, pero no era eso. Cuando pensaba en una pasión, pensaba en algo que le gustaría hacer en el tiempo libre, que era escaso porque entre la universidad, estudiar, salir con Pablo y verse con las amigas, le quedaba poco. Quería encontrar una cosa que le gustara hacer y le diera satisfacción al hacerlo. Todas sus amigas tenían una pasión. Valeria amaba a los animales y tenía dos perros, cuatro gatos y ocho tortugas, pero tenía también una casa grande con jardín y una madre que amaba a los animales; la casa de Bárbara era pequeña sin jardín y su madre no amaba los animales a parte al gato Augusto. Martina pintaba y escribía, pero se le daba bien y los cuadros que pintaba eran muy lindos; más de uno lo había vendido y los cuentos que escribía los publicaba en una revista y eran muy divertidos. Bárbara no conseguía ni pintar ni escribir. Apasionarse a la cocina como su mamá que era una cocinera maravillosa no lo conseguiría, ella que hubiera comido siempre bife y ensalada. No le gustaba tampoco coser, los vestidos los compraba hechos, y tampoco le interesaban los sellos como a Pablo. Era un problema, hasta que dio con la solución: Bárbara tenía la pasión de no tener una pasión.

Gloria Rolfo

La montaña

Todos me preguntan por qué lo hago, especialmente ahora, que estoy viejo. 

Me crie con las cumbres nevadas en la mirada, el olor a abedules en la brisa fresca de la mañana, así que plantearme esa pregunta es como preguntarle a un niño por qué quiere a su madre. 

Empecé muy joven. Luego, escalada tras escalada, han pasado los años. No sé si hubo un momento en el que me planteé alcanzar los 8000, creo que fue el resultado de un proceso largo cuanto mi vida: la ascensión a una montaña más alta llevaba a una escalada más difícil, cada éxito me empujaba hacia nuevos desafíos, y cada fracaso también: ¿si he llegado hasta aquí -me decía – por qué no puedo ir más allá? 

La edad nunca ha sido un estorbo para mis proyectos: las cumbres más elevadas las escalé después de los sesenta, y no voy a renunciar ahora a conquistar los picos de 8000 que todavía me faltan.

No le tengo miedo a la muerte: a mi edad, esa idea se convierte en algo muy cercano, que se acepta con naturalidad. Pero los que practicamos el alpinismo extremo aprendimos a convivir con ella desde jóvenes, así que no temo a la muerte, porque ya he conocido su cara más de una vez. 

Lo que sí me da miedo es morir enfermo, encerrado en una habitación de hospital saturada de olor a medicamentos, rodeado de batas blancas: una muerte de viejo.

En cambio, concluir mi vida en la montaña, después de escalar mi último 8000, es mi deseo más grande. Y quiero que abandonen mi cuerpo allí, sepultado en la nieve, con mis botas y mi mochila, sin ceremonias, ni flores. 

Que lo dejen en el paraíso que tuve la suerte de conocer aún viviendo: mi montaña. 

 

Silvia Zanetto

La pasionaria

La pasión era su forma de ser, su forma de vida; la manifestaba con toda la sensualidad que poseía y la difundía como si fuera un veneno lanzado desde una distancia de la que nadie podía escapar, hombres y mujeres. Era una trampa mortal, una telaraña que te envolvía y de la que no podías huir, eras atrapado y luego devorado. Una dote natural, sin investigar, embriagadora, llena de muchas dudas, curiosidades intrigantes y descubrimientos impresionantes.

Sus estrategias eran claras, todos los métodos permitidos y el único objetivo, la conquista.

Tenía una extraña luz en los ojos, ojos profundos pero un poco tristes, un ligero maquillaje, pero con un lápiz labial rojo que marcaba el contorno de sus carnosos labios. Estaba embrujada, con mirada penetrante y con el trabajo que hacía, no podía permitirse un momento de respiro, de reflexión, y mucho menos de tristeza.

La alegría tenía que salir a chorros de todos los poros de su cuerpo, aunque a veces fueran lágrimas amargas.

Tenía una poderosa arma para poder penetrar en las caderas de las personas y comprender inmediatamente su personalidad, deseos y perversiones.

Y sabía que la perversión más poderosa era la traición, que todo el mundo podía desatar y para la que no había remedio.

La pasionaria fue encontrada en su cama por la mañana, un frasco de pastillas volcado en la mesilla de noche, parecía estar dormida, y su cara de niña había permanecido intacta a través de un rayo de sol ese día de mayo.

Luigi Chiesa

Una pasión devastadora

Algún día despertaré y dejaré atrás la pesadilla en la que se ha convertido mi vida.  Tenía todo para ser feliz, una mujer enamorada, una profesión independiente y exitosa, cobraba muy bien.  Pero el trabajo absorbía todo mi tiempo, afectando mi relación de pareja. En casa se respiraba un clima de tensión. Fue así que, para aliviar el estrés y experimentar algo nuevo empecé a jugar a los juegos del ordenador, máquinas tragaperras, casinos en línea, apuestas deportivas. Y un día el final empezó. Como una piedra caí dentro de un pozo oscuro. El juego se había trasformado en una pasión obsesiva y descontrolada que me empujó a intentar más, así que poco a poco la pasión por apostar se fue haciendo más fuerte. Nunca me retiraba, aunque sabía que iba a perder. Seguía repitiéndome a mí mismo la mentira <<esto lo dejo cuando yo quiera>>. Me abandoné al juego disipando mi patrimonio. Harta de esta situación mi esposa se fue. Afortunadamente el trabajo me iba muy bien. El dinero cobrado a los clientes, siempre en efectivo, lo utilizaba para apostar y, claro, perder. Un día la suerte dio un giro a mi favor y empecé a ganar pensando <<sí, ahora por fin me he convertido en un jugador afortunado>>, pero fue como un relámpago y todo volvió como al principio. Una noche mirando hacia fuera, me di cuenta que en el jardín la planta del fruto de la pasión había florecido. Al abrir la ventana la fragancia de esas flores me inundó sacudiéndome de mi pesadilla. <<Sí, mañana despertaré y reanudaré mi vida.>>

Raffaella Bolletti

Pasión

Pasión era cogerse del brazo y pasear por el patio bullicioso y el porche empedrado. De pasión nuestras miradas cómplices durante las horas de clase y las notas inocentes que nos dejábamos en la cajonera del pupitre o entre las páginas de los libros de texto. Hubo pasión en las canciones inventadas y en las poesías recitadas “tú un verso, yo otro”.

Olía a tiza, la pasión, y tenía sabor a palmeras de chocolate, vestía de uniforme azul marino y babi de cuadritos celestes. Flotaba en el autocar y en la capilla, en el salón de actos y en el gimnasio.

Pasión era odiar el viernes y anhelar el lunes.

Pasión fue añorar, durante mucho tiempo, lo que nunca ocurrió.

Ana Diaz

A lo largo del camino

Andrés iba a pie hacia su destino, Finisterre, reflexionando se dio cuenta de que existían muchas rutas que llegaban a Santiago; estaba cansado después de recorrer numerosos caminos y el sol le excavaba surcos en la frente. Pero no tenía prisa por llegar, entonces decidió descansar un poco y se paró al lado de la fuente del vino en la Rioja. Bajo un árbol de tamariscos que perfumaba el aire, confundiéndose con el olor del salobre era perfecto, había un poco de viento y aún tenía en el bolsillo la vieira del año pasado.

La fuente tenía dos caños, uno con agua y otro con vino tinto.

— El que te calma la sed, está bueno, el otro está envenenado — le dijo una señora que se le apareció de repente, sentada detrás de la planta. Era una viejecita vestida de luto con una débil vocecita oxidada y una cara que parecía un cráneo. — Sí soy yo, estaba esperándote. —

— ¿Por qué he hecho un esfuerzo tan grande para encontrarme a mí mismo? — pensó.

— He llegado a este sitio en el camino principal siguiendo las pequeñas sendas y carreteras privadas que salen de él, bajo la lluvia e inclemencias del tiempo también, para quedarme solo. ¿Y de qué ha servido eso? — ¿Ahora qué hago?

— Estás al final de la línea — agregó la bruja — tienes que elegir.

Cuando llegaron unos peregrinos vieron de lejos, bajo las ramas del árbol, las piernas de un hombre colgando.