Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – primer día


(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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LINATE, 18 de mayo de 2018, horas 11,50

Puede que me equivoque, que sean 17… menos no. Pero estoy casi segura de que son 18. Estoy hablando de mis viajes a España, por supuesto.
El avión va a despegar dentro de diez minutos. Dirección Madrid. Luego, nos vamos a dirigir hacia el Norte.
La primera etapa va a ser León, donde mi marido y yo ya estuvimos en 2011: de aquel viaje recuerdo sobre todo los nidos de las cigüeñas sobre las columnas, en la plaza de san Isidoro, frente a la basílica de la que no pudimos ver la fachada por las obras. Dicen que las cigüeñas viven unos 20 años y que después de cada migración suelen volver al mismo nido, así que… ojalá volvamos a encontrarlas.
Luego nos espera Galicia, dos días en La Coruña: este también es un lugar que ya conocemos, con las rías y el Cabo Finisterre, el final de todos los caminos, donde se acaba el mundo.
Después, un lugar totalmente nuevo para nosotros: Oviedo y Asturias.
La última etapa va a ser Segovia, de la que recuerdo el resplandor argénteo del acueducto bajo el cielo glacial de diciembre, en una noche de luna y de gatos.

Apagamos los móviles, abrochamos los cinturones. Ahora nos proporcionan las instrucciones para nuestra seguridad, que nadie escucha.
No tenemos dos asientos contiguos: mi marido está sentado en la fila delante de la mía: no pensamos en hacer la facturación “on line”, por eso sólo hemos podido encontrar dos asientos separados. A mi derecha hay una señora italiana, a mi izquierda una chica española.
“Thank-you for your attention” concluye la azafata.
Despegamos.

MADRID aeropuerto, 14.30 horas

El restaurante “el oso y el madroño.
Los característicos toldos ondulados, sostenidos por columnas dobles, una gama de colores del arco iris que va del azul oscuro al rojo, pasando por el amarillo.
Tienda de productos típicos. Mango. El Corte Inglés.
Aeropuerto Barajas, otra vez.
Otra vez, estar en Madrid sin estar en Madrid, porque ahora ya alquilamos un coche y nos vamos.
Nos dan un SEAT Ibiza negro.
Tardamos unas cuatro horas en llegar a León: cuatro horas de autovía en las que se alternan tramos con mucho tráfico, en las afueras de Madrid, y tramos casi desiertos; momentos de lluvia intensa, en la que aparecen señales luminosos que amenazan “¡Cuidado! ¡Tormenta fuerte y granizo!” y momentos en los que la luz del sol se desliza sobre los charcos e ilumina el horizonte dorado.

León, 20.30 – 23 horas

Nuestro hotel está en la Plaza Mayor, en el “Barrio húmedo”.
Así que al atardecer salimos a pie y nos dejamos llevar por el instinto y la curiosidad, girando sin rumbo por las calles del barrio. Se trata de una zona del casco antiguo de la ciudad, a la derecha de la Calle Ancha y de la Catedral, donde la mayoría de los locales son bares, tabernas o cosas por el estilo. Nos sorprende ver a tanta gente por las calles, un simple viernes de mayo: no son solo jóvenes, sino personas de todas las edades. Nos entremezclamos con la muchedumbre que tapea de un bar a otro, curioseando entre las bodegas y los locales castizos, sin guía y sin mapa, porque las ciudades se visitan por la mañana, pero se viven por la noche.

Plaza mayor

Pero ahora es tarde: ya la gente escasea y solo se oyen raros pasos en la calle, y algunas risas ahogadas. La Catedral, parcialmente cubierta por andamios, nos enseña su cara más solemne y promete revelarnos sus maravillas la mañana siguiente. Volvemos al hotel: la plaza ahora está casi desierta, pero mañana estará de lo más animado, gracias al mercado tradicional de productos de huerta vendidos directamente por los productores agrarios.
Subimos felices a la habitación: estamos en España. Otra vez.

CUENTAPASOS: el artilugio está sin batería. Disculpen las molestias…


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – Segundo día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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LÉON, 19 de mayo

Busco a las cigüeñas y por fin las encuentro, justamente donde las recordaba.
Ya me ha alegrado la mañana el trisar de las golondrinas, sus danzas circulares y sus caídas a precipicio, y también volver a ver los gorriones, que hasta hace unos diez años eran los pájaros más comunes en el Norte de Italia, donde vivo yo, pero ahora casi han desaparecido.
Encima de una antigua columna romana, en la plaza de san Isidoro, todavía está el primer nido de cigüeñas que vi en España, el primero que vi en una ciudad, como “complemento” de un monumento histórico. Una de las dos aves, quizás la hembra, se quita de encima los parásitos, indiferente a los turistas que quieren sacarle una foto. La otra observa la plaza desde los tejados.
Una vuelta por el centro, las fotos de los monumentos imprescindibles, y ya tenemos que dejar León: ya sentimos un asomo de nostalgia mientras todavía estamos aquí.
Las imágenes de este primer día ya se han convertidos en recuerdos, pero los recuerdos pierden su inocencia, al convertirse en imágenes electrónicas:

Las descomunales vidrieras de la Catedral, que constituyen su principal hermosura en la aparente fragilidad; el mercado de flores y frutas rebosante de voces y colores; los pasos arrastrados de los peregrinos que recorren el Camino francés, llevando sus conchas de Santiago atadas a sus pesadas mochilas y arrastrando sus desgastados zapatos; incluso la fachada de la iglesia de san Isidoro, con su columna romana y su nido de cigüeñas… de todo esto ya solo nos quedan algunas fotografías.
Y estas pocas líneas.

Ponferrada, el mismo día.

84 kilómetros de carretera entre el verde primaveral de los cerros, por los que se asoman algunas cumbres que todavía llevan huellas de nieve, nos conducen a Ponferrada.
El calor inesperado del día nos golpea. El exterior del castillo de los Templarios es deslumbrante: por un lado, transmite una sensación de fuerza e invulnerabilidad, por el otro, recuerda el castillo encantado de un cuento de hadas. Del interior no queda mucho, pero se puede dar una vuelta por la muralla, subir a la torre y mirar la ciudad desde lo alto.
Hay unos cuantos turistas, pero mi marido y yo seguimos siendo los únicos extranjeros y, por supuesto, los únicos italianos. Y no es que eso nos moleste.
Después de tomar un helado de limón, recogemos el coche: el termómetro indica 26 grados (pero esta mañana eran 11). Me temo que me he equivocado en hacer la maleta…
Otros doscientos kilómetros de cerros, viaductos, tierra roja, bosques de pinos y vacas rumiando en los céspedes… y por fin se atisba al mar.

La Coruña, la misma tarde.

Desde la ventana de nuestra habitación en el quinto piso del hotel se ve el techo de un multicines con centro comercial, que cubre casi completamente la vista del mar. Más allá está el puerto industrial, pero no se puede decir que nos hayan dado un cuarto con vistas al mar.

Un paseo no demasiado largo nos lleva al puerto turístico, a la Plaza María Pita y finalmente a una pulpería donde podemos saborear, sentados sobre taburetes de madera a una mesa sin mantel, un delicioso pulpo con “cachelos”. Los cachelos -para los que eventualmente no conozcan el gallego – son simplemente patatas hervidas. O sea, que lo que en toda España se conoce como pulpo “a la Gallega” en Galicia se llama “con cachelos”, algo que el turista ingenuo aprende de su propia experiencia, después de algunos intentos infructuosos de comerse aquella exquisitez típica de la cocina gallega, pero que ¡no está en el menú de ningún restaurante!

Después de la cena, nos perdimos paseando sin rumbo por las concurridas callejuelas: es sábado y podemos permitirnos alargar la velada.
En el hotel, antes de dormir, mi marido lee on line un articulo de “La Repubblica”, un diario italiano. Habla de las golondrinas: dice que a Italia y a Europa cada año que pasa van a llegar menos. Es por lo de la desertificación, porque el viaje sobre el desierto se les hace cada vez más largo, y además porque los hombres derrumban los edificios antiguos, adecuados para su anidación, y construyen inmuebles modernos con características diferentes y por eso, cuando las aves llegan, no encuentran el nido que habían dejado el año anterior.
Pero yo espero que el periodista esté mal informado. O que las alas de las golondrinas se hagan más fuertes y capaces de enfrentarse a un viaje más largo, y que sigan existiendo murallas, castillos y casas abandonadas, para darles amparo. Para que no desaparezcan, ellas también.

CUENTAPASOS: 14.952 pasos, que corresponden a 8,97 kilómetros.
(La batería la hemos comprado esta mañana, en una tienda de pequeños electrodomésticos en León, así que desde ahora podré tenerles al tanto de todos y cada uno de nuestros pasos).


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – Tercer día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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La Coruña, Finisterre y Costa de la Muerte, 20 de mayo

Creo que la gaviota se equivocó.
Debió de confundir el gris azul del tejado del multicine con la neblina azulada que sube del mar al levantarse el sol.
Se equivocó, se precipitó, y ahora está allí, estrellada sobre el cemento, mojándose bajo la lluvia y secándose bajo el sol, ofreciéndole un miserable espectáculo a los que tengan habitación en el quinto piso del hotel, como nosotros.

Pero el paraíso de las gaviotas se encuentra más allá, en el pequeño archipiélago de LAS SISARGAS, ahora despoblado de humanos y declarado Zona de Especial Protección para las Aves, que se ha convertido en un importantísimo refugio para las aves marinas, algunas de ellas en peligro de extinción, y zona de paso para aves migratorias. Las colonias de gaviotas encuentran en los acantilados de las islas un habitat perfecto.
Una buena vista del archipiélago se goza desde la Ermita de san Adrián, a unos tres kilómetros de MALPICA de Bergantiños , un pueblo de pescadores que todavía basa su economía sobre la pesca.
El paisaje es deslumbrante, el viento cortante nos dificulta mantener el equilibrio y casi nos ensordece, las especies endémicas de plantas y flores nos sorprenden…


En cuanto a mí, creo que, si no enfermo, voy a renacer en una nueva vida.
El hecho es que en la playa SEAIA (“praia” se dice en gallego) no puedo resistir a la tentación de quitarme zapatos y calcetines para caminar en la arena tibia y al final me atrevo incluso a mojarme los pies en el agua helada.
Me siento muy valiente, por desafiar la gripe. Pero, cuando llegamos a la playa de LAXE, y veo a enteras familias con niños, incluso pequeños, tomando el sol en bañador y metiéndose tranquilamente en el mar… me doy cuenta de ¡lo poco atrevida que he sido!

Cabo Finisterre, el mismo día, 17,30

Creo que Galicia es el lugar ideal para los que quieran escaparse hasta el fin del mundo, llegar hasta donde está permitido al ser humano, hasta que no haya nada más que el Océano. O a lo mejor, dejarse atrás todas sus pequeñeces, sus mezquindades, sus nudos irresueltos que no les permiten vivir…
Son innumerables los encantadores promontorios rocosos que se asoman al mar, iluminados por la primavera que nos regala días cada vez más largos para disfrutar de la belleza azul rosada de sus tardes.


Pero es en FISTERRA, Finisterre, donde se acaba la tierra, donde termina el Camino: es aquí donde los peregrinos queman la ropa que han llevado durante toda la ruta y abandonan sus zapatos gastados. Es la meta final, desde los siglos de los siglos, del viaje hacia el ocaso, hacia el misterio de lo desconocido, de lo prohibido a los seres mortales.
Los turistas son muchos, se oyen hablar lenguas diferentes. Los peregrinos son pocos, a lo mejor porque los peregrinos viajan por la mañana.
Hay coches, autobuses, gente que se saca fotos, como en todos los lugares demasiado famosos, que terminan perdiendo su encanto.
Es verdad: los peregrinos llegan por la mañana. Y yo, aunque es por la tarde, escondo la concha del Camino de Santiago que siempre llevo atada a mi mochila desde años, dondequiera vaya. Porque llevarla aquí me parecería una mentira.
Me siento en una roca y escribo.

La Coruña, 20,30

De vuelta a La Coruña, decidimos visitar la TORRE DE HERCULES, situada sobre una colina en la península de la ciudad, a la puesta del sol.
La Torre es el faro romano más antiguo del mundo – fue construida con toda probabilidad en la segunda mitad del siglo I – y el único que se conserva en servicio.
Al atardecer, ese lugar mágico cobra todavía más embrujo, con esa luz rasante que acaricia los céspedes en las laderas de la colina. El sol nos ciega, hasta que entramos en la sombra, larguísima, de la Torre.


El viento fuerte nos empuja hacia atrás, mientras alcanzamos la orilla del mar, siguiendo las sendas irregulares sin rumbo preciso. Las gaviotas, libres y fuertes, son las dueñas del cielo que se decolora en un rosado pálido. Las flores lila que salpican el césped, según la tradición, suelen traer suerte a las chicas que buscan novio. Pero yo no busco novio, y es la Rosa de los vientos, que parece fundirse y sumergirse en el azul y profundo océano, el lugar donde me centro para encontrar mi Norte.


CUENTAPASOS 13.011 (parte de los cuales sin zapatos, en la arena) o sea 7 kilómetros y 800 metros.


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – cuarto día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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Desde La Coruña hasta Oviedo, 21 de mayo

La Coruña amanece bajo un cielo rosado de nubes deshilachadas. Vuelven a cobrar su color apagado el puerto industrial y el tejado gris azul del multicine. Y lo que veo es un espectáculo espeluznante. Hay un grupo de gaviotas alrededor de la que murió ayer: al principio parece casi una ceremonia fúnebre, pero no lo es. O quizás sí. La más atrevida tira del ala la gaviota muerta con su pico, intentando moverla. Lo consigue. Las demás asisten sin intervenir. Luego, la gaviota atrevida empieza a picotear al animal muerto, con golpes cada vez más fuertes. Las demás se acercan y, en un ritual macabro de canibalismo, empiezan ellas también a picar.
Me alejo de la ventana: no puedo más con esa escena que no logro comprender.
Y además, ya es la hora de dejar el hotel, la ciudad y lo que queda de la gaviota que se equivocó.
A pesar de que estemos de vacaciones, hay algo en el aire que me recuerda que hoy es lunes, y que otra etapa de nuestro viaje ha quedado atrás: cerrar la maleta, devolver la llave, pagar el hotel y el aparcamiento, recoger el coche. Gestos normales y corrientes, que cada vez se repiten, dejando atrás otra página de nuestras vidas.

La primera etapa de hoy es CEDEIRA, un pueblo muy lindo caracterizado por las típicas casas gallegas con galerías, situado en la desembocadura del río Condomiñas. Damos un rápido paseo hacia el puerto, acompañados por los pavos y los cisnes del río, luego subimos hasta una plazoleta con mirador, llena de flores de color granate y púrpura enclavados en fachadas blancas.


A pesar de que el día no está perfectamente despejado, el paisaje desde el MIRADOR CHAO DO MONTE es sobrecogedor y ya podemos atisbar la Ermita de san Andrés adonde nos estamos dirigiendo. En el Mirador de los CARRIS, en cambio, podemos gozar del peculiar espectáculo de una vaca mirando el mar.

Hay que ser un poco exagerados para llamar “pueblo” a San Andrés de TEIXIDO, porque hasta el nombre de “aldea” sería demasiado: en realidad son poco más que cuatro casas, pero tiene su encanto particular por el que merece la pena dedicarle una visita y además, hay un comedor donde se come muy bien. La pequeña ermita es meta tradicional de peregrinajes: hay un dicho popular gallego que dice que a San Andrés de Teixido tiene que ir de muerto el que no fue de vivo y, lo que es peor, reencarnado en el cuerpo de un lagarto o un sapo. Evitado el riesgo de reencarnarme en un reptil, puedo dedicarme a comprar algunos recuerdos para mis amigas: hay unos artesanos que se dedican a realizar con miga de pan una serie de amuletos de la suerte, que se dice ayudan en la salud, el amor, el trabajo y los viajes.


Seguimos por la Ruta de los Miradores, donde encontramos el MIRADOR DO O CRUCEIRO, caracterizado por un crucifijo que remonta a la Edad Media, y el MIRADOR GARITA DE HERBEIRA que, con sus 612 metros es el más alto de de la costa.

Merece la pena cruzar el promontorio y recorrer unos tres kilómetros de camino de tierra para llegar hasta el MIRADOIRO DA MIRANDA: no solo porque durante el camino encontramos tres caballos salvajes, que lamentablemente no logramos fotografiar, sino también porque al llegar se nos ofrece la vista de la totalidad de la Ría de Ortiguera, con el pueblo de Cariño (un nombre de lo más encantador).
CUENTAPASOS 9297, que corresponden a 5,58 kilómetros (es una verdadera vergüenza, pero es que hoy hemos viajado mucho en coche…)


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – quinto día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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Oviedo, 22 de mayo de 2018
(Martes del Campo, llamado también Martes del Bollo)

catedral de Oviedo

La primera vez que pensé en visitar Oviedo fue por casualidad, como por casualidad se nos ocurren las mejores ideas y pasan las cosas más importantes de nuestras vidas. Vimos la película de Woody Allen “Vicky Cristina Barcelona”, en la que un fascinante pintor invitaba a las dos protagonistas a pasar un fin de semana con él en Oviedo. La película enseñaba las imágenes de una ciudad deslumbrante, elegante, con su bella catedral y sus calles limpias, un casco histórico castizo, libre de edificios modernos, muchas estatuas y balcones desbordantes de flores sobre la plaza del mercado.
Pensé que iríamos, antes o después.
Y ahora aquí estamos, y otra vez es el azar el que nos permite asistir a una fiesta muy popular en Oviedo, el MARTES DE CAMPO, conocida también como MARTES DEL BOLLO.

En la pequeña iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza encontramos unos carteles que explican brevemente el origen de esa fiesta, que todos los ovetenses festejan comiendo un bollo con chorizo al aire libre, en el Campo de San Francisco.
La celebración se remonta a varios siglos atrás. Sus orígenes se sitúan en 1232, año en que Velazquita Giraldez donó sus bienes a la Cofradía de los sastres y a los vecinos y hombres buenos de Oviedo para distribuir entre los más desfavorecidos de la ciudad. A los cofrades que acudían en procesión a la ermita el Martes de Pentecostés se le entregaba, después de la misa solemne, “un bollo de media libra de pan de trigo, torrezno, y medio cuartillo de vino pasado el monte”. Desde entonces esta fiesta se ha consolidado, gracias a la Sociedad protectora de la Balesquida, como una de las celebraciones más tradicionales y antiguas de la capital asturiana.
Después de un paseo por el Campo de San Francisco, seguimos con nuestra visita a la ciudad.

Lo que más me encanta de Oviedo, y una de sus características más peculiares, son las estatuas que la pueblan, casi una en cada plazoleta o rincón: quizás la más famosa es la de la Regenta, en la plaza de la Catedral, que retrata a la protagonista de la novela de Leopoldo Alas “Clarín”, pero también las estatuas que retratan a personas del pueblo, como la lechera o el pescador, tienen su pintoresco embrujo.

La Santa Iglesia Basílica Catedral Metropolitana de San Salvador de Oviedo es una catedral de estilo gótico, que en 2015 fue declarada “patrimonio de la humanidad” como parte del Camino de Santiago. En la parte inferior de la Catedral, destaca la Cámara Santa, una capilla palatina que fue construida por Alfonso II a comienzos del siglo IX cuando reconstruyó la iglesia de estilo prerrománico dedicada a San Salvador y que había sido erigida en el siglo VIII y posteriormente destruida por los musulmanes.
Pero el hombre no vive sólo de arte, y la cocina también es cultura… Decidimos prescindir del bollo con chorizo y almorzamos en una de las muchas sidrerías de la ciudad. Oviedo es, entre otras cosas, la patria de la sidra y no podemos dejar de probarla, después de mirar admirados los camareros que la vierten desde el alto.

Sidra

Cudillero, el mismo día, por la tarde
Viajamos hacia la costa Sur-Oeste de Asturias.


Una pareja de gaviotas danza su “paso a dos”, resbala de repente hasta rozar con una ala la superficie del mar, vuelve a levantarse. Hay marea baja y varias gaviotas descansan en la playa entre los acantilados. Delante de nuestros ojos aparece el pueblo marinero de CUDILLERO, con sus callejuelas estrechas por las que la guía aconseja perderse. Y nos perdimos, subiendo por escaleras empinadas hacia los miradores, descubriendo detrás de cada esquina una fachada de color vivo, un jardín de flores violetas y amarillas cuidado por una anciana señora que lleva un sombrero de paja. Sendas y escaleras se cruzan en una red de mallas estrechas, en las que los pocos turistas seguimos reencontrándonos. La pequeña plaza, inundada por el sol y rodeada de restaurantes en los que se sirve pescado fresquísimo, mira hacia el puerto.
Sería una verdadera lástima dejar este lugar cautivador, si la próxima meta no prometiera ser igual de asombroso: CABO VIDIO, a unos pocos kilómetros del pueblo de Cudillero, es otro paraíso para las aves marítimas, que encuentran refugio entre los farallones y los islotes deshabitados.

Cabo Vidio

CUENTAPASOS: 15602, kilómetros 9,36


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – sexto día

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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Covadonga, Llanes, Villaviciosa, 23 de mayo

Cada día despertamos más cansados, a pesar de que las vacaciones deberían servir para descansar. Pero hoy por la mañana nos espera COVADONGA (el nombre procede del latín Cova Dominica, o sea “cueva de la Señora”), una pequeña aldea de sólo 58 habitantes, que pero forma parte del PARQUE NACIONAL DE LOS PICOS DE EUROPA y, sobre todo, es importante meta de peregrinación.

Iglesia de Covadonga

La Santa Cueva es donde se encuentra la Capilla Sagrario con la imagen de la Virgen de Covadonga, patrona de Asturias, que según la tradición ayudó a don Pelayo en la victoria de Covadonga, que diezmó el ejército árabe y que legendariamente se considera como el principio de la Reconquista. Del conjunto monumental forman parte también el Monasterio de San Pedro y la Basílica de Santa María la Real de Covadonga.
Todo nos hace pensar en un lugar tranquilo, silencioso, sumergido en la paz religiosa, entre los bosques, perfecto para relajarnos. En cambio, en la explanada frente a la Basílica nos encontramos con un número inesperado de coches y sobre todo autobuses, que apestan el aire con los motores encendidos: grupos de ancianos aburridos que fingen escuchar a su guía y chicos del colegio de todas las edades que se dispersan por dondequiera, se sientan en los peldaños desparramando sus mochilas, latas de refrescos y cazadoras como si todo el espacio les perteneciera. Y yo me doy cuenta de que el olor de los chicos que van a la escuela es igual en todas las lenguas del mundo: sabe a cuadernos estropeados, pastelitos y patatas fritas, tinta y lápices de colores.

Es por casualidad que descubrimos la encantadora aldea de LA RIERA, que forma parte del más conocido municipio de CONGA DE ONIS que, a pesar del puente romano, no tiene demasiado encanto por estar el puente en el medio de la ciudad, entre viviendas y supermercados.
El cielo se hace gris, se levanta el viento. Nos despedimos del mar andando por el paseo de San Pedro a LLANES, luego nos dirigimos a VILLAVICIOSA: aquí nos espera el conjunto monumental de SAN SALVADOR DE VALDEDIOS, una preciosa ermita prerrománica que remonta al siglo IX, junto a un monasterio.

Ermita

Solo se pueden realizar visitas guiadas y -lo que me divierte mucho de las visitas guiadas en España- las visitas son sólo en español: en nuestro grupo somos nueve personas, de las que tan solo dos son españolas; yo soy italiana, pero entiendo bien el idioma, y también mi marido se las apaña un poco; pero los demás son una pareja inglés y una familia alemana que, según parece, de español no entienden ni “buenos días”, pero la guía sigue describiendo hasta los mínimos particulares mirando a la cara a estos pobres desprevenidos. Hace un frío que pela en el interior de los edificios y ninguno de nosotros está abrigado lo suficiente, sobre todo la señora inglesa que está tiritando. “Yes, it’s very cold” le digo, luciendo mi escaso inglés. Ella me sonríe: hoy he cumplido mi buena acción.

Oviedo de noche

Volvemos al hotel y después de cenar damos un último paseo por Oviedo, esta pulcra ciudad donde el eco de nuestros pasos nos sigue por las calles silenciosas. Saco fotos y grabo vídeo en el intento vano de llevarme conmigo el ángel de estos barrios encantadores. La última sidra, y ya se ha hecho muy tarde…

CUENTAPASOS: 13624, kilómetros 7,97


Silvia Zanetto

Cigüeñas, gaviotas y golondrinas – séptimo y octavos días

(Crónica de un viaje a Asturias y Galicia, mayo de 2018)

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24 de mayo, de Oviedo a Segovia

Dedicamos la mañana a la visita de algunos monumentos del prerrománico asturiano, en el MONTE NARANCO: Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo y Santa Cristina de Lena.


Luego, dejamos definitivamente Asturias y nos dirigimos a Segovia.
El recorrido es largo, el gris severo del cielo sabe a despedida y ya sabemos que nuestra última etapa va a ser muy breve. Dos tormentas nos acompañan durante el viaje y llegamos a Segovia bastante tarde: solo nos da el tiempo para visitar la catedral, que por suerte está abierta hasta las nueve y media, ver el exterior de la iglesia de San Martín, despedirnos de las golondrinas que nos han seguido desde el primer día. Elegimos un restaurante casi al azar, cuando nos coge la tercera tormenta.
Después de cenar paseamos un poco hasta el Acueducto: hace frío, pero no hay ni luna, ni gatos, y no logramos percibir el hechizo de aquella noche de diciembre de hace unos cuantos años. Grupos de chicos y chicas,bajo las arcadas milenarias, se ríen de todo y de nada, con chillidos agudos. Quizás están borrachos… Empieza a llover otra vez y volvemos al hotel.

CUENTAPASOS 10637, kilómetros 6,38


25 de mayo, último día

Nos despierta la lluvia batiente sobre los vidrios.
Desayunamos, cerramos por última vez las maletas.
Una rápida visita al Alcazar.
Antes de irnos, nos concedimos una breve parada en la iglesia de La Vera Cruz, un templo dodecagonal del siglo XIII constituido por un edículo central entorno al cual gira la nave circular, característica de las construcciones edificadas por los caballeros de las Ordenes fundadas por los Cruzados. La iglesia fue probablemente levantada por la Orden del Santo Sepulcro.
Un par de fotos bajo el paraguas, y nos despedimos también de Segovia.

Iglesia Vera Cruz

Otra vez la lluvia, otra vez Madrid sin estar en Madrid, otra vez los colores del arco iris en el aeropuerto Barajas.
Una última paella en un plato de cartón, un agua mineral en botella de plástico.
Pasamos por la librería, compramos un par de regalos y nos embarcamos hacia el aeropuerto de Linate.


Al aterrizar, en el cielo plomizo de Milán, nos esperan unas cornejas negras.

F I N


Silvia Zanetto