El bar topless(1)

© Anastasia Dupont

EL BAR TOPLESS

No es un bar cualquiera, el cartel sobre la entrada recita “Bar Topless”. Había un bar antes, un bar normal. Es raro que se haya abierto un bar de este tipo en este barrio que no tiene vida nocturna. Son las 10 de la mañana y está abierto. El vidrio de la ventana es polarizado, no se ve nada en el interior ¿Qué habrá dentro? Dudo un instante. Tengo que comer e ir a trabajar. La curiosidad es grande, entro.
La disposición no ha cambiado, pocas mesas delante de la ventana y la barra en frente de la puerta ocupa toda lo ancho de la sala. En la izquierda, hay una vitrina en la que están expuestos los bocadillos, las tapas, los cruasanes y la pastelería. Detrás, una puerta se abre sobre una pequeña cocina y la pared está cubierta por otra estantería llena de botellas. Truena en el medio la larguísima máquina de café italiana y, al lado, otros aparatos como el exprimidor automático de naranjas. Hay mucha gente, el calor es casi tropical. Delante de la barra los clientes, todos varones, están casi inmóviles, una pequeña taza gruesa y un cruasán envuelto en una servilleta de papel en la mano. Forman como un muro, no consigo pedir mi desayuno. Me abro camino, y lo entiendo todo. La camarera está vestida con unos vaqueros, un pantalón bajo que se pega a su cuerpo escultural y un chaleco completamente abierto. Se puede ver muy bien su ombligo, su talle delgado y sobre todo sus dos senos fuertes y bien plantados. No está sola, hay dos otras camareras que parecen más jóvenes y que llevan el mismo uniforme, una prepara los cafés y la otra sirve a los clientes lo que han pedido para comer. Todo funciona muy bien y es muy rápido. Pero los hombres están como si estuvieran plantados delante de este ballet más erótico que el cancán de las “Follies Bergères” en Paris.
La señora, la dueña creo, pide a los clientes que reculen para dejar espacio a los que todavía no han sido servidos. Actúa con mucha autoridad, el hecho de estar semi-desnuda no la perturba en lo más mínimo.
—Un capuchino y un cruasán —pido.
—¿Con cacao?
—Sí, por favor, con un poco de agua.
—¿Con gas o sin gas?
—Con gas.
La señora deja delante de mí, sobre la barra, un platito con una cucharilla, toma una botella de agua con gas y me la sirve en un vaso, que pone al lado del plato. Y, mientras grita: “un capuchino con cacao” a la encargada de los cafés, se desplaza a la derecha hacia la caja y me trae la cuenta. Le doy el dinero justo. Mi mirada no puede desatarse de sus senos bien redondos que bailan a cada movimiento que hace. La joven de la comida me trae mi cruasán y la de los cafés pone la taza de capuchino en el platito, las miro también a ellas, son hermosas como dos cariátides desnudas, las tres me regalan una sonrisa deslumbrante y pasan a otro cliente. Son alegres y parecen felices, yo me siento incómodo, como si tuviera una culpa escondida en lo más profundo de mi subconsciente.
Camino pensativo hacia mi oficina. Trabajo como asociado en un famoso bufete de abogados. El día ha sido intenso y cuando salgo por la tarde, me entran las ganas de tomar un aperitivo. Casi inconscientemente me dirijo hacia el bar de la mañana. Cuando entro, noto inmediatamente un ambiente ligeramente diferente, más íntimo. La intensidad de la luz es inferior y las bombillas son de colores. La ventana está cubierta por una cortina opaca, en cada mesa luce un recipiente negro con huecos que dejan pasar una luz anaranjada. La barra está deslumbrante entre pequeños jarros de flores naranjas y luminarias del mismo color, hay grandes platos rellenos de comida cortada a trozos: tostadas, tortillas, pizzas, embutidos, jamón, quesos, frutas, … que se pueden coger con largos pinchos de madera. Detrás, están las camareras, con los pechos a la vista pero con unos collares de flores, también anaranjadas, a la manera de Tahití. Sirven aperitivos, vinos y cocteles todo al mismo precio. Como por la mañana, muchos clientes están apiñados en la barra, pero algunos, todos hombres, toman el aperitivo sentados en las mesas. La señora les trae sus bebidas con un surtido de pinchos. Si, “por casualidad”, un cliente intenta tocarla, ella se retira rápidamente con una sonrisa no ambigua y, cuando es necesario con una ligera palmada en la mano culpable.
La regla es clara: mirar y no tocar.
Unos días después vuelvo a casa al final de la mañana. Entro de nuevo en el bar para almorzar. Bocadillos, platos combinados, el bar está lleno también a esta hora. En cualquier horario hay mucha gente. ¿Sólo hombres? No, poco a poco llegan algunas mujeres que trabajan en el barrio invitadas por sus compañeros. Son curiosas, en las empresas se cotillea, y por supuesto, un lugar tan particular da mucho de qué hablar.
—Imagínate qué escándalo si una pareja con niños, por descuido, entra en este lupanar.
—No se puede. La entrada está prohibida a los menores. Además no es un lupanar.
—Y, ¿qué es entonces?
—Un bar, con camareras vestidas un poco sexys.
—Ya, con las tetas fuera. Los hombres sois todos iguales, unos cochinos.
—Vente un día, ya verás que es algo completamente inocente.
Y al día siguiente, una patrulla de compañeras, tres en nuestro caso, nos acompaña al bar de topless. Caminan detrás de nosotros, como si fueran policías que vigilan a dos presos mientras los conducen ante el juez. Habíamos reservado una mesa para almorzar. Nos sentamos y las mujeres van al bar para ver lo que se puede comer. Andrea, un abogado joven que trabaja conmigo y yo, que somos habitués ya sabemos lo que queremos pedir. Cuando vuelven las chicas, muertas de la risa, hablan entre ellas muy rápidamente y tan bajo que no entendemos lo que dicen, pero está claro que las nubes que temíamos, se están despejando.
Cristina, la dueña, llega a nuestra mesa para tomar nota de nuestro menú, todo normal, solo después de haberse ido, Marta la secretaria, observa que tenía todavía pechos bien amaestrados para su edad y para no llevar sujetador. Cuando una de las jóvenes camareras nos trae con una bandeja nuestra comida, las chicas la desnudan con la mirada:
—Esta tendría que ponerse un short ultra corto, está plana como una tabla —, dice Julia con una mueca de desdén, una junior de nuestro grupo que en mi opinión lleva la talla 100.
—Sí, pero tiene un culo bonito con dos cachas redondas como dos bolas de helado —responde Adriana sarcástica.
Por cierto el cuerpo de mi compañera habría podido competir con el de su homónima Adriana Lima, la famosa modelo colombiana, estrella de Victoria’s secret. También ella es abogada y trabaja con Marco, el socio que dirige nuestro equipo. Tienen muy buena relación, y no digo más. Nuestra oficina es muy simpática, se trabaja en grupo sin formalismos. Antes de Navidad, es costumbre salir juntos para celebrar el final del año. La fiesta la haremos en el bar topless el 20 de diciembre, me dice Marta, Marco ha aceptado mi sugerencia. Opino que está bien pero señalo que no cierran muy tarde.
—No te preocupes, en este caso iremos después a otro lugar.
Me encargo de contactar el bar para reservar las mesas. Son las cinco y decido marcharme un poco más temprano para conocer a Cristina antes de que llegue la gente para el aperitivo.
—Siéntese en esa mesa del rincón, —me dice la joven con las bonitas nalgas, —llamo a mi madre.
Cristina llega unos momentos después, su chaleco está cerrado.
—Buenas tardes, soy Cristina, encantada, —me dice con una gran sonrisa, tendiéndome la mano.
Me alzo para saludarla y me presento:
—Encantado, soy Alfredo, trabajo en un bufete de abogados que está cerca de aquí. Quizás me reconozca, vengo a menudo en este bar.
—Claro, sé que es un cliente habitual. La invito a sentarse y me pregunta:
—¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—Mis compañeros querrían celebrar aquí la Navidad antes de las vacaciones. Querríamos reservar una mesa. Por ejemplo, en este rincón, estaría perfecto.
—Vale, pero será solamente un aperitivo, a las 10 cerramos. No trabajamos por la noche. No queremos que haya confusión sobre el tipo de lugar.
—¿Por qué entonces llamarlo Bar topless?
—¿Es lo que es, no? Encontré ese cartel en un mercado de objetos de ocasión, me gusta, es bonito.
—Su bar es también muy bonito, simpático y el servicio es perfecto. Tiene mucho éxito. ¿Porqué elegir un nombre tanto ambiguo?
—Ya, pero antes de cambiarle el nombre no lográbamos vivir, mis hijas y yo. Estamos solas, estoy separada. Se me ocurrió la idea cuando vi el cartel. Con mi marido gestionábamos un bar en un campamento naturista. Estoy acostumbrada.
El día de la fiesta, en el bufete, se percibe una atmósfera eléctrica, trabajan pero sin prisa como si los problemas estuvieran suspendidos, mañana se verá. Hoy es el día que todas esperan cada año. Las barreras invisibles se van alzar, las lenguas se van a desatar, se formaran nuevas parejas, vamos a celebrar. Las mujeres están vestidas para salir, elegantes, algunas un poco osadas. Al contrario aquellas de mi grupo, llevan mini trajes de chaqueta, muy elegantes con blusas combinadas.
Llego el último a la fiesta, había cerrado la oficina antes. En el bar, el ambiente, como siempre, está anaranjado, un tāmūrē, la música de Tahiti completa el decorado. Las chicas del bar llevan los collares de flores. Me dirijo hacia nuestro pequeño grupo, Marco y Andrea, rodeados por Marta, Julia y Adriana acercan sus vasos para acogerme. Ya parecen bien embriagados, me animan a pedir algo para brindar juntos.
Las compañeras se ríen a carcajadas, veo que han quitado sus blusas, no llevan nada bajo las chaquetas. Me acuerdo el día que almorzamos aquí. Es una conspiración. Julia tiene las piernas cruzadas a la Sharon Stone y enseña un escote en v que no necesita ser abierto. Marta, la secretaria, siempre reservada, está muy elegante con una chaqueta corta, tipo frac, que lleva sobre el pecho desnudo, con un simple collar de perlas. Adriana ya se está desabotonando y pide a la joven camarera, que me trae mi cóctel, si no tienen un collar de flores para ella. Espontáneamente la joven le dice que tienen otros y pasa el suyo alrededor del cuello de Adriana que se lanza a contonearse al compás como si estuviéramos en la película El motín de la Bounty.
En ese momento, Julia se quita la chaqueta y pide al bar, también ella, un collar. Otras mujeres hacen lo mismo, algunas se quitan el vestido. Cristina satisface sus peticiones, pero me lanza una mirada llena de reproches. Poco tiempo después se forma un ballet tahitiano, bailan todas el tāmūrē, exhibiendo sus pechos gloriosos bajo las flores. Hay manzanas, peras, mandarinas y melones, hay frutos de todas las dimensiones bellos, pulidos y erizados por la excitación. Los hombres no saben qué hacer. Entonces, tomo la iniciativa, también yo me quito la camisa, me pongo un collar y comienzo a bailar con las chicas. Al final todo el bar participa en la fiesta.
A las 10, Cristina nos echa fuera sin piedad y con un suspiro de alivio.
La noche misma, en Facebook, unas fotos empiezan a difundirse. Rápidamente se vuelven virales con estúpidos comentarios en abundancia.

Después de las vacaciones, en enero, me dirijo hacia el bar para desayunar, el cartel está cambiado, un nombre banal que no quiero recordar. Me paro un instante. Un poco triste, sigo mi camino y voy al bufete.


Jean Claude Fonder

El bar topless(2): CRISTINA

© Anastasia Dupont

CRISTINA

Tengo una cita con Cristina.

Me dieron su numero de teléfono en El bar, el que se llamaba bar Topless. En realidad nada había cambiado, solo el nombre y el gerente. Las camareras estaban todavía allí, pero llevaban un jersey sobre sus vaqueros. Había poca gente y hacía frío.

Cuando me encontré con mis compañeras en enero, al regreso de las vacaciones, les informé de lo ocurrido. El bar Topless estaba cerrado. Después de nuestra fiesta tahitiana y el ruido que provocó en las redes sociales, era previsible.
—No lo puedo creer, —dijo Julia, —queríamos solo divertirnos. Fue la fiesta de fin de año más divertida que recuerdo.
—Lo siento por Cristina y sus hijas.
—¿Por qué? —dijo Adriana, —conozco el tema, y te puedo decir que no hacen nada ilegal. Ir vestido un poco sexy, incluso enseñar los pechos, no es delito.
—Tendrías que quedar con Cristina para aclarar todo eso. Podemos echarle una mano. Hablaré con Marco. —añadió Marta.
Cristina aceptó recibirme en su apartamento en las afueras. Me dijo que estaba de vacaciones, que su hermano Carlos había aceptado sustituirla.

Subo caminando al tercero, no hay ascensor. Me abre una Cristina cansada, pero una pequeña sonrisa casi irónica asoma por la comisura de sus labios. Está ligeramente maquillada, sus labios están pintados con un color rosáceo combinado con su blusa marrón claro con pequeños cuadrados blancos. Una pequeña cadena de oro se esconde en su cuello redondo. Sus ojos grises-verdes transfiguran su cara encuadrada por un casco de cabellos oscuros que dejan divisar pendientes en forma de pequeñas flores. Estoy totalmente subyugado por su elegancia natural y su belleza madura. El piso está decorado de forma sencilla pero con buen gusto. Pocas cosas; un antiguo diván Louis XV, dos sillones, una cómoda y una mesita redonda. Domina el tono anaranjado de la alfombra y dos reproducciones de Gauguin.
Su mirada es dulce y tranquila, al final me sonríe francamente.
—No me esperaba su visita después del otro día.
—Antes que nada, tengo que presentarle mis excusas. Son mis compañeras que han sobrepasado los límites. Querían solo divertirse y nadie pensaba que eso fuera a tener consecuencias tan graves como la clausura de su bar.
—Verdaderamente, mi bar no está cerrado. Hemos cambiado el cartel y yo me he cogido unas vacaciones. Mi hermano me está sustituyendo y mis hijas siguen trabajando. Irán de vacaciones más adelante, por turnos.
—Sí, pero ya no se visten del mismo modo. El “topless” quiero decir y he visto que el aforo ha bajado muchísimo.
—Ya, pero no me puedo permitir escándalos. Me estoy divorciando y el proceso será difícil. No se podrá pactar ningún acuerdo amistoso. Nos estamos separando por actos de violencia.
—¿Contra usted? —digo casi gritando.
—No, —responde Cristina, — contra mis hijas.
—Aún peor, ve que he hecho bien en venir a visitarla. Nuestros comportamientos fueron inaceptables y tenemos que ayudarla, no solo excusarnos. Nuestro bufete está especializado en causas como la suya. Marco, nuestro jefe, es famoso, voy a hablar con él.
—Ya tengo un abogado, me lo aconsejó, mi hermano Carlos. La verdad es que no es un especialista, pero no me puedo permitir más, ya que no podemos contar sobre el éxito del bar. No soy una persona famosa, como las que su bufete defiende.
—No te preocupes, Cristina, si no se ocupará Marco, me encargaré yo. Perdón ya te estoy tuteando.
—No pasa nada, debo decir que me estás levantando la moral, Alfredo. Tengo que reflexionar con mis hijas y Carlos.
—Muy bien. Hablo yo con Marco, y nos vemos otra vez en unos días. Aquí tienes mi tarjeta.

En la oficina voy al despacho de Marta, la secretaria, para pedir una cita con el jefe.
—Marco está muy ocupado en este momento como sabes, después de las vacaciones hay que contactar de nuevo a todos. Ya que en este periodo tenemos muchas causas nuevas. Parece que todas las mujeres un poco conocidas han sufrido molestias al inicio de su carrera.
—¿Qué tal los pechos de Cristina? —dice Julia entrando en el despacho.
—Cállate, Julia, has sido precisamente tú la que has puesto en apuros a estas pobres mujeres, —digo.
—Se los ha buscado ella, abriendo un lugar de este tipo.
—¡Julia! —ese es un comentario machista, —se interpone Marta.
Julia sale ofendida, y Marta me propone ver a Marco, el día después a las 9 de la mañana.

Por la tarde me dirijo hacia el bar. Como por la mañana, la ambiente está desanimado. La barra está llena de pinchos, pero solo cinco clientes están tomando un aperitivo, ninguna decoración, ninguna flor anaranjada o música de tāmūrē. Me siento en una mesa, y llamo a una camarera. Llega la que ya conocía, que fue el objeto de los chismorreos de Julia.
—¿Cómo te llamas?
—Carmen, —me responde.
—He visto a tu madre, hoy. Hemos hablado.
—Ya lo sé. Mamá me lo ha dicho, señor Alfredo. ¿Qué quiere tomar?
—Una cerveza. ¿Y tu hermana?
—Maria ha vuelto a casa para ayudar a mamá. Hay poca gente, no hacía falta que se quedara aquí.
La miro, es muy guapa, su cara es angelical, tiene el pelo largo, color castaño oscuro, y los ojos de su madre. Sus labios son grandes y carnosos. No consigo recordar a su hermana.
—¿Qué edades tenéis?
—Yo, 20 años y Maria 18. — Me sonríe y se va hacia el bar.

El día después Marco me recibe. No necesito insistir, acepta inmediatamente defender a Cristina. Me dice que quiere ayudar a las mujeres, y no solo. Quiere conseguir más trasparencia y protección para que no padezcan las consecuencias de abusos sexuales. No le interesan solamente los casos con gran resonancia mediática. Dice que Adriana me ayudará a preparar este expediente. Pide que contacte a la cliente y que la tranquilice en cuanto a los honorarios. Adriana me confirma un poco más tarde que Marco es particularmente sensible a situaciones como la de Cristina, pues intuye que en su familia él ha tenido problemas similares, obviamente no le puede decir más. Juntos llamamos a Cristina para quedar. Cristina me responde con una voz alterada:
—Mi exmarido, Mario, está en Milán y quiere verme. Iba a llamarte.
—Vengo con mi compañera inmediatamente, —digo mirando a Adriana que asiente con la cabeza.
Adriana conduce su coche, vamos hacia el apartamento de Cristina. Durante el recorrido le cuento lo que sé del caso, bien poco la verdad, pero estoy preocupado. Cristina nos abre, también ella no parece tranquila.
—Cuando está bajo la influencia del alcohol puede ser violento.
—¿Cómo te pareció al teléfono?
—Tranquilo, quiere verme con las chicas. Le he dicho que lo llamaré más tarde, que quería consultar a mi abogado. Me respondió que no era necesario, pero que si prefería no había ningún problema.
—Bueno, —digo, —dicen todos así cuando están sobrios. 
Le presento a Adriana, que había conocido durante la fiesta, bajo un aspecto un poco diferente, mucho menos contenido que hoy, vestida como está con un traje pantalón. Preciso que también ella es abogada y que trabaja con Marco sobre el tema de las molestias sexuales.
Entonces, Adriana sale su bloc de notas y le pide que nos cuente su historia.

Cristina es española, nacida en Málaga en 1972. Emigró a Francia a Saint Tropez en 1995. Trabajaba como camarera en el bar de una playa privada, el propietario era Mario, un italiano de Calabria.
— El bar era muy famoso, frecuentado por personajes del cine, de la canción y del futbol. Mario gustaba mucho a las mujeres, era un mujeriego que tenía más aventuras que el Tenorio. Me atrapó también a mi. Cuando me quedé preñada de Carmen aceptó casarse conmigo. Creía poder cambiarlo, qué ingenua.
Se trasladaron a Italia, en la Toscana, Cristina había encontrado un camping naturista en el que buscaban una pareja para encargarse del bar. En italia, el naturismo se practicaba mucho más cerca de la naturaleza, no había todavía clubes de lujo, frecuentados por vips, al menos entonces. Nació Maria dos años después, pero Mario en realidad había cambiado poco. Las mujeres lo buscaban, y a él, eso no le disgustaba, se vanagloriaba mucho. Cristina se preocupaba poco de este defecto típicamente varonil, le interesaba criar a sus hijas y consideraba la gente que frecuentaba el campamento un entorno moderno, interesante y bien equilibrado, adaptado en suma para educarlas. Pensaba trasladarse a Milán cuando tuvieran la edad para ir a la universidad. Pero un día, María ya tenía dieciséis años, la vio llegar hecha un mar de lágrimas y dirigirse hacia su habitación. Su cuerpo desnudo en parte cubierto por su largo pelo negro estaba sacudido por los sollozos.
—¿Qué ocurre? —dijo Cristina, agarrándola por los hombros.
—Nada, —respondió.
Cristina apartó su pelo, vio heridas sanguinolentas en la mejilla, en el hombro y sobre los pechos.
—¿Qué ha pasado, Maria, por dios? —dijo con una voz angustiada.
La pequeña siguió llorando, aún más fuerte. Entonces, Cristina, la llevó en brazos hacia su cama y se acostó a su lado, dejándola llorar dulcemente apoyada en su hombro.
—¿Quién te ha golpeado? —preguntó, cuando la pequeña se calmó un poco.
Maria miraba al infinito, muda, negando con su cabeza.
—¿Tu padre, había bebido?
Seguía negando, llegó Carmen en este momento, apostrofó a Maria duramente.
—Díselo, ahora, si no se lo digo yo.
—Carmen, —gritó Cristina, — habla inmediatamente. María está mal. Dime todo. tengo que saberlo.
La misma noche dejaron el campamiento y huyeron a Milán. Carlos, que tenía una casa allí, las acogió.

—¿Y después, ningún contacto con él? —Pregunta Adriana.
—No, no quiero verlo nunca más. Ahora lo sé, nunca le quise. Fue un capricho adolescente o casi. No me da miedo, es un ser débil y miserable, me da asco. Obviamente es también el padre de mis hijas. Pero hablad con ellas, no sienten nada por él. Cuando estuvimos a salvo en Milán me lo contaron todo. Cómo ya sobre los 10 años les tocaba las tetas y el sexo, como si fuera un juego, estando desnudos, no había problemas. Pero creciendo, las chicas se dieron cuenta, se hablaban. Al inicio tenían hasta celos. De grandes no osaban decirme nada, temían mi reacción, lo entiendo. Veían que no me gustaba que su padre coquetease con las muchachas que frecuentaban el campamento.
—Quiere verte y está en Milán, —intervengo, —podríamos reunirnos con él, yo y Adriana, para entender lo que quiere. Nuestro bufete es famoso, eso puede impresionarlo. ¿Tú qué quieres, a parte del divorcio?
—Nada, no quiere darle el menor derecho sobre las chicas. El propietario del bar que conocéis es mi hermano Carlos. Mi idea del Topless funcionó bien y nos daba lo suficiente para vivir todos, Carlos incluido.
—Pero, hay violencia carnal sobre niñas menores. Es un delito grave, por lo que se puede pedir una indemnización considerable, como puedes leer en los periódicos.
—Eso sí, la cobertura mediática me interesa, quiero que lo condenen públicamente, quiero que la gente sepa quién es Mario, que todos sepan de lo de que es capaz este individuo. Y quiero reabrir mi bar, el bar Topless. Quiero que nuestra sociedad entienda que el cuerpo de las mujeres pertenece a las mujeres, que lo pueden enseñar como lo hacen los hombres para seducir o conseguir objetivos comerciales sin que se considere una práctica indecente, pero cuando y como elijan ellas.
—Pero la publicidad puede ser vulgar, —dice Adriana.
—Lo sé, y estoy dispuesta a asumir el riesgo.

Mario fue convocado por Marco en su despacho y rechazó la propuesta de un acuerdo para evitar el pleito. Decía que ya estaba con otra mujer que dirigía un club naturista en Calabria y que no le interesaba lo que hacían Cristina y sus hijas aunque había visto que trabajaban en un bar de noche. Estaba listo para aceptar el divorcio y no quería ningún derecho de visita, se podía también negociar una pensión alimentaria.
La prensa le condenó con unanimidad, lo que la justicia confirmo rápidamente. Tuvo que pagar los gastos legales y una indemnización importante. El tribunal lo condenó también a una pena condicional de dos años de encarcelamiento. Hubo muchos reportajes sobre Cristina, Carmen y María, se habló mucho del bar Topless. Su reapertura fue objeto de una transmisión especial, cuando se colgó de nuevo el famoso cartel. La decoración interna era la de la fiesta tahitiana y las chicas, la dueña y Carlos, que estaba de refuerzo, llevaban los collares de flores sobre sus pechos orgullosamente desnudos.

Algunos días después, subo otra vez al piso de Cristina. Me había invitado a cenar un lunes, día en el que hay menos gente en el bar. Estaba trabajando al máximo de su capacidad con la contribución también de las personas de nuestro bufete, mujeres y hombres que lo frecuentaban asiduamente.
Cristina está vestida para una gran ocasión, una falda larga, brillante, con bordado de delicadas líneas desiguales y curvas de lentejuelas de color dorado y bronceado, en toda su extensión. Su top es simplemente negro con mangas largas. Un escote en V descubre generosamente sus senos que resplandecen bajo una gaza transparente. Tiene el pelo recogido en un moño y dos pendientes de laca negra completan la obra. Está radiante. Me lleva a la mesa que ha arreglado para los dos, nos sirve dos copas de champán, y deposita sensualmente un beso sobre mis labios.


Jean Claude Fonder

El bar topless(3): EL BAILE

© Anastasia Dupont

EL BAILE

Duermo como un tronco. Un rayo de sol anaranjado enciende la sabana que cubre mi cuerpo, me sobresalto, son las nueve, es muy tarde, tengo que ir al bufete.
¿Dónde estoy?
No es mi casa, no es mi cama, es grande pero estoy solo, estoy en la cama de Cristina, la dueña del bar, ella no está…
Me acuerdo de la cena, la cena que había preparado Cristina, la cena que no comimos, este beso sin fin, nuestros cuerpos que se buscaban, la ropa que tiramos febrilmente al suelo, queríamos tocarnos, sin barreras, su cuerpo que había deseado cada día en el bar, su cuerpo que deseaba entregarse, mi cuerpo que quería sentirse el suyo, su cuerpo tenso como un arco, nuestras voces unidas, un largo grito de placer y de amor…
Me adormilé, luego me desperté, ella cabalgaba mi pene duro como un árbol, sus senos me acariciaban la cara, uno tras otro, chupé sus pezones, me agarré a sus caderas, la penetré más y más, estimulé frenéticamente su clítoris, por fin explotamos en una serie de orgasmos interminables, fue maravilloso, una noche inolvidable…
María sonriendo se asoma a la puerta, ve que estoy despierto. Entra en la habitación, está desnuda.
—¿Quieres tomar un café?
—Claro.
—¡Ven! Todo está listo en la cocina. —dice esperándome.
Me alzo, busco mis calzoncillos, no los encuentro.
—No te preocupes, los encontrarás después, el café se enfría. Aquí no nos ponemos la ropa en casa. Somos naturistas.
Ha preparado cruasanes en el horno, hay mermelada, leche caliente, una taza grande y una cafetera.
—¿Falta algo? Voy a prepararme mientras desayunas. Después te puedes vestir tú. Mamá me ha dicho que me acompañarás en coche al trabajo.
La miro, es una mujercita también ella. Tiene todavía un cuerpo de adolescente, con el pelo recogido en una larga coleta. Me saluda y se va hacia el cuarto de baño. Desayuno, tengo hambre y también un poco de vergüenza al estar vestido como Adán.
El tráfico es intenso para entrar en la ciudad. María me está mirando.
—¿Eres abogado?
—Sí, —respondo girando la cara hacia ella.
Sus ojos negros me miran intensamente.
—Has dicho que te ocupas de causas de violencia de género.
—A veces sí. En este momento nos estamos ocupando del caso de una famosa presentadora de tv. Somos un equipo, dirigido por Marco, un socio del bufete. Con mi compañera Adriana preparamos los expedientes, participamos en las investigaciones, asistimos a Marco en los procesos. Julia y Andrea, dos abogados principiantes y Marta, la secretaria, nos ayudan; el trabajo está repartido entre todos. Como hicimos con vuestro caso. ¿Por qué me lo preguntas?
—Quiero estudiar Derecho.
—¿Te vas a inscribir en la Universidad?
—Sí, el próximo septiembre.
El recorrido es largo. María me explica que su madre lo ha previsto todo. Ya ha contratado unas chicas como camareras para el bar. Son personas de confianza que ha conocido en el camping en Toscana. Carlos también seguirá trabajando con ellas. Después de las vacaciones, Carmen y ella irán a la universidad.
—¿Qué va a estudiar tu hermana?
—Informática, es una campeona con los ordenadores.
—Pero cuéntame más de tu caso, si puedes, me interesa mucho. Cuando sea abogada me gustaría ocuparme de casos similares. Las mujeres tenemos que luchar y defendernos.
—Ya lo creo, es más, estoy seguro. Pero en este periodo, parece casi una moda, hay decenas de denuncias, a veces después de tantos años. Además no es siempre fácil distinguir entre las molestias y la seducción.
—Por eso, creo que puedo hacer algo, tengo experiencia. Las mujeres somos seres complejos y hay mucha gente que se aprovecha de esta complejidad.
Me quedo estupefacto delante la fuerza y la madurez de esta muchacha, apenas mayor de edad. Como dice ella, tiene experiencia, y ¡menuda experiencia! Su padre está en prisión por violencia sobre ella y su hermana.
Entonces le resumo el caso de la presentadora. Se llama Joana Lori, ganó en un reality show famoso, y en seguida hizo carrera como presentadora en la televisión. Era buena y hoy es muy famosa. Hace un mes contactó Marco porque quería denunciar abusos que tuvo que soportar por parte de un influyente directivo de una empresa productora de espectáculos televisivos. Esto ha desencadenado muchas polémicas, casos nuevos, otras mujeres que trabajaban en el cine o en el mundo del espectáculo. Lo mismo que está pasando en Hollywood, a veces incluso relacionado. La prensa de corazón se nutre de estos casos. No es fácil trabajar en esas condiciones. Marco cree mucho en la corrección y la sinceridad de Joana, pero los diarios la acusan de aprovecharse de la cobertura mediática para relanzar su carrera, ya que estaba perdiendo popularidad recientemente.
—¿Quizás podría conocerla?
—¿Te gustan estas estrellas de televisión?
—Nooo, creo que escuchándola podría ayudaros…
—¿En qué? —digo casi gritando.
—Sé lo que significa ser molestada.
No me lo puedo creer. Esta mujercita es … No sé, esta familia es un caso…
Y como para convencerme aún más, mientras me paro antes del bar “topless”. Me da un besito veloz en la mejilla y me dice con una gran sonrisa saliendo del coche.
—¿Te gustó con mi madre?

Marco está trabajando, la puerta de su despacho está abierta. Tengo mucha confianza con él. Fue mi profesor en la facultad. Cuando se trasladó al bufete, lo seguí para formar parte de su equipo. Llamo a la puerta, Marco me hace señas para que entre y le cuento mi conversación con María. Inesperadamente, me dice que podría ser interesante y que la próxima vez que nos reunamos con Joana puedo introducir a Maria como observadora.
Por la tarde me dirijo hacia el bar. Es la hora del aperitivo. Hay bastante gente, como siempre. Muchas personas consumen en la barra. El rico bufé anaranjado está arreglado. Carmen con sus collares toma los pedidos, dos nuevas camareras que no conozco la ayudan y llevan las bebidas a las mesas. Veo que todo funciona como en un cualquier bar, me pregunto si es el topless lo que ha dado éxito al lugar. Pregunto a Carmen por qué no están Cristina y María.
—Han vuelto a casa, —me responde—ahora trabajamos por turnos. Cristina me ha pedido que te diga que la llames.
Carmen está muy atareada, sustituye a Cristina y parece totalmente a gusto en este papel. Termino mi aperitivo y me voy a mi apartamiento que no está muy lejos. Está situado en un edificio modernista de 1930. Eso le otorga carácter, personalidad. Tiene un elemento original que es el verdadero protagonista de la vivienda: un muro de ladrillo rojizo que hace de gran mural. El piso no es muy grande, pero da sensación de amplitud, por la luminosidad y el fondo blanco de la decoración. Una gran habitación con una cama doble y el baño que está al lado, la sala de estar que sirve también de cocina, un sofá y una mesa para comer, este es mi pequeño mundo. Ahora no tengo novia y de todos modos me gusta reservar este refugio del soltero que me considero a pesar de algunos cortos períodos de convivencia que se desenrollaron más bien en la casa de la novia.

—Cristina. ¿Qué tal? He estado en el bar y Carmen me ha dicho que te llame.
—Hola Alfredo. Estamos muy bien. María está conmigo y me ha contado de esta mañana, que habéis hablado mucho. Yo no he dejado de pensar en lo que pasó anoche, fue estupendo.
—Cristina, para mí fue inolvidable.
—Gracias querido, eres una persona muy cariñosa. Quería pedirte que nos acompañes cuando vayamos la próxima vez a Toscana al camping. Tienen cabañas para alquilar. Estamos esperando a que llegue el buen tiempo. Mientras tanto nos veremos en el bar. Un besito.
—Un besito Cristina. Dile a María que la contactaré, Marco ha aceptado que participe en el caso Joana en calidad de observadora.
—Estupendo, se lo diré. Le encantará.

Joana entra en la sala de reuniones acompañada por un cachas con un auricular con un cable que desaparece en el cuello de su camisa. Ella es muy grande, se contonea peligrosamente hacia la silla que le señalo, lleva zapatos de tacón muy altos, un traje escotado con mini falda y está maquillada como para entrar en un estudio de TV. Se sienta y me dice como para excusarse:
—Estoy saliendo de una grabación.
Poco después se unen a nosotros Marco y Adriana. María les sigue y va a sentarse al final de la mesa.
Marco empieza recordando que estamos reunidos para preparar la audición de Joana como testigo. Luego pregunta como si fuéramos en la sala del tribunal:
—Señora Lori, querría que nos contase los acontecimientos que la han llevado a depositar una denuncia ante la fiscalía.
Joana empieza entonces a contar cómo durante la transmisión del reality show la hacían salir del set durante las horas de menor audiencia para encontrarse con el directivo. Este personaje era también el productor de la transmisión. Lo había conocido durante la selección final de los candidatos. No le había gustado nada, era de esas personas que se mueven a grandes pasos, ocupando todo el espacio, dándose muchos aires de grandeza. Con una sonrisa ligeramente sarcástica, miraba a cada candidato aterrorizado y los iba eliminando con un gesto de la cabeza, pocos se salvaron. Su decisión era definitiva. Es responsabilidad mía que el programa sea un éxito, decía. Cuando le tocó a ella, se paró, la examinó de arriba a abajo, ella sostuvo su mirada y el asintió plácidamente al asistente que lo seguía.
—¿Cómo estabas vestida? —interrumpe Adriana.
—Nada especial, como siempre, vaqueros y una camiseta.
Luego nos contó el éxito que alcanzó personalmente en el programa, casi desde el inicio. Y de cómo el productor empezó a invitarla a su despacho. La felicitaba por los índices de audiencia que tenía el programa. Le decía que había tenido una buena intuición, que era ella la que estaba en la base de este resultado y le daba consejos y sugerencias para su actuación. En un momento dado, Joana tuvo una relación con un compañero durante la transmisión, no era falsa y el público lo percibía. En su opinión no tenía que hacer más. Pero el directivo, como si fuera un guionista, le decía que tenía que provocar celos en el otro candidato o crear situaciones en las que el público podía ver parte de su cuerpo o, incluso, enrollarse con el candidato que le gustaba delante de las cámaras. Durante estas entrevistas, se aventuraba a tocarla para enseñarle, le decía, cómo hacer. Obviamente ella lo rechazaba, con la seguridad que le daba la manifiesta apreciación del público. Ganó y, su amigo quedó segundo.
Una vez fuera del show, la relación no siguió aunque siguieron siendo amigos. Llegaron diferentes propuestas para trabajar en el mundo del espectáculo. Era su sueño. El directivo, por supuesto, presentó igualmente una oferta, y consideraba que tenía la prioridad. La invitó a cenar. Aceptó, obviamente, y le sorprendió que hubiera reservado una sala privada en un restaurante. Pidió mucho vino, intentó que bebiera y al final, borracho, intento forzarla. Creía firmemente que sería la conclusión normal para celebrar la victoria con una chica que quería entrar en un mundo en el que él era un cacique, un personaje ineludible.
—¿Qué pasó exactamente? —pregunta Adriana, —no podremos evitar las preguntas difíciles.
—Estaba vestida elegante, no como en la transmisión, —responde Joana irónicamente, —un traje negro. Él llevaba también un traje gris con una camisa de rayas azules abierta y sin corbata, sus gafas y su eterna sonrisa de hombre seguro de su poder. Estábamos sentados, yo en la silla y él a mi lado. Empezó con la mano, siguió con la rodilla, el muslo. Lo rechacé y entonces me amenazó con cerrarme todas las puertas de la televisión.
—Lo que afortunadamente no ocurrió, —sigue diciendo Adriana y, haciendo de abogada del diablo lanzó la pregunta que todos los estábamos haciendo— ¿no tiene ningún testigo que podría ayudarnos?
—Ningún camarero entra en una sala privada sin ser llamado. Soy yo la que salí cuando entendí lo que estaba pasando. No vi nunca más a ese cerdo. Por suerte me contrataron como presentadora en la TV pública. Pero mi compañero tuvo dificultad para encontrar algo y hoy está trabajando como empleado en un banco.
—Se da cuenta entonces, —dice Marco, —que tenemos pocas, por no decir ninguna posibilidad de ganar este caso.
Joana reconoce que es verdad, pero insiste en que sigamos con el procedimiento. Quiere que se conozcan estas prácticas machistas del mundo del espectáculo. Dice que es el momento, que la ola mundial de denuncias por acoso o violencia, permitirá una liberación general de las mujeres, también de aquellas que no están expuestas a los proyectores mediáticos:
—Jornadas excesivas de trabajo sin descanso, falta de pago de salarios, abuso sexual y físico, trabajo forzado y trata de personas, … y puedo añadir muchos otros ejemplos.
Marco le recuerda que la prensa sospecha que esté utilizando esta denuncia para relanzarse, porque últimamente sus transmisiones tenían problemas de audiencia.
—Eso es normal en mi trabajo, tenemos que innovar, repensar las cosas, evolucionar. No se resuelve con escándalos. De todos modos no tiene nada que ver, quiero contribuir a la lucha de las mujeres, y, como decía antes, tenemos ahora la oportunidad. También soy madre y quiero que mi hija tenga un futuro de libertad.
Más tarde saludo a María con un beso, y le pregunto:
—¿Te ha interesado este encuentro?
—Muchísimo, —me responde. Hay mucho que aprender, además esta Joana me gusta, es una mujer fuerte. En televisión parece diferente, casi irreal.
Durante la semana sucesiva tengo poco tiempo libre. Nuestro equipo está sobrecargado de trabajo. Pero el viernes, Cristina me llama y me decido a pasar por el bar para saludarla, sabiendo que trabaja el fin de semana. Entro en el bar bastante tarde, el aperitivo se está acabando. Cristina me ve, está sirviendo con las dos chicas. Me hace una seña con la mano y manda a Carmen que me invita a sentarme en una mesa, diciendo que Cristina se reunirá conmigo apenas los clientes empiecen a marcharse. Me pregunta con una gran sonrisa:
—¿Qué tomas? Hay que celebrar.
—¿Celebrar, qué? —digo con una mueca interrogativa.
—Es una sorpresa. —Responde, esta vez riéndose a carcajadas.
Los collares a la tahitiana que lleva como de costumbre se mueven, sus pechos se columpian también, su risa parece imparable.
—Entonces trae una botella de spumante y cuatro copas. Os espero, celebraremos juntos.
Cuando llega Cristina, ella también parece muy feliz, no sé qué pensar. Me da un beso en los labios.
—¿Puedo saber qué estamos celebrando? —pregunto con una cierta impaciencia.
—Lo tenemos.
—¿A quién?
—Al directivo que Joana Lori acusa de acoso sexual.
—¿Qué, cómo?
Cristina llama a Carmen que ya está despejando el bufé de la barra, pero se nota que estaba esperando este momento. Llega rápidamente, me entrega su móvil y me pide que escuche. No lo puedo creer, oigo nuestra conversación en la que tuvo un ataque de risa. La miro atentamente y no veo ningún micrófono, ni siquiera escondido detrás de los collares. Entonces ella me enseña un minúsculo auricular escondido en el interior de la oreja, que no se ve y me explica que está conectado por bluetooth a un pequeño emisor cosido en la cintura interior de sus vaqueros.
—Este emisor transmite la grabación por internet a mi móvil que está en mi bolso.
—Maria y Carmen han llamado a la empresa del directivo para participar en el casting que hacen para otro reality, el que se desarrolla en una isla —dice Cristina. —Cuando supieron que eran camareras del bar topless, las convocaron inmediatamente.
María se acerca y añade:
—El directivo, que es también el productor de este programa, es quien nos ha recibido. Nos ha pedido que bailásemos Carmen y yo un tamuré, … con los collares. La conversación que hemos grabado es muy interesante. Nos ha invitado también a su casa. Creo que, con este material, no será necesario aceptar la invitación.


Jean Claude Fonder

El bar topless(4): Pareja

© Anastasia Dupont

PAREJA

Estoy sentado en un rincón del bar. Observo el escenario, mis ojos miran a las camareras con sus chalecos anchos abiertos que se mueven rápidamente entre las mesas ocupadas. Hay gente también en la barra y otros cerca de la puerta que esperan a que se libere una mesa. Hombres y mujeres almuerzan en el bar Topless, y ya no se preocupan del uniforme que ha dado nombre al lugar. Cristina no quiere cambiar nada, su bar tiene la imagen de mujer liberada que no tiene que vestirse por pudor. Un pudor que considera hipócrita o una herencia de la opresión machista. Cristina tiene ideas revolucionarias también sobre las relaciones entre los seres humanos que sean mujer u hombre, cree que hay que redefinirlas y no duda en poner en práctica su filosofía.
Hace algunas semanas, con el buen tiempo, fuimos a pasar unos días con sus hijas a la Toscana. Estábamos alojados en una de las cabañas del camping naturista cuyo chiringuito Cristina había gestionado con su ex marido. Aparentemente, los dramáticos acontecimientos que habían provocado su separación, estaban relegados en el lejano pozo de los recuerdos. Por allí se vivía desnudo, y como la cabaña tenía una sola habitación la promiscuidad era total. Cristina y yo dormíamos en una cama y las chicas en otra, hacíamos el amor cuando estaban en la playa por la tarde. Cristina, el primer día, mientras cenábamos había querido precisar la situación:
—Alfredo y yo, como ya sabéis, somos pareja, estamos felices juntos, pero no hemos formalizado ningún compromiso — dijo simplemente. Nos queremos, como os queremos a vosotras. Además nos gustamos, y nos encanta acostarnos. El futuro dirá qué será de esta relación, somos libres como lo sois vosotras. Quizás un sentimiento, un deseo, pueda nacer entre él y una de vosotras, como podría nacer con cualquier otra persona, lo importante es que prevalga la honestidad y la transparencia. Confirmé estas palabras definitivas con gran entusiasmo y sinceridad porque estaba enamorado de esta mujer, inteligente, fuerte y sensible. No me imaginaba por un solo instante, poder desear a Carmen o a María aunque, a mis treinta años, sea mucho más joven que Cristina.
Vivir desnudo día y noche es una experiencia muy aconsejable, nos acerca a nuestra animalidad, nos quita algunos aspectos de la humanidad que hubiera sido preferible no desarrollar, como la vergüenza por ejemplo. Después de pocos días, uno pasea, mira a los otros, se baña, es más, va de compras, va al bar, participa en actividades deportivas sin prestar la mínima atención al cuerpo y a los modales de los otros. Claro que hay belleza, pero la belleza sin ningún artificio se nota de otra manera, yo diría que hay menos personas feas cuando ningún mal gusto interviene para modificar la naturaleza. La prueba definitiva de estas afirmaciones se confirma cuando se organiza una noche de baile. Entonces, los nudistas se visten, al menos parcialmente, se maquillan, se ponen un tanga, un pareo, hasta un sostén para estar más atractivos, al menos así lo creen.
Fue una buena experiencia, descansamos realmente y cargamos reservas de sol, de mar y de naturaleza para enfrentarnos de nuevo la vida ciudadana. Nuestras relaciones se fortalecieron, consolidándose la intimidad y sobre todo la complicidad. A la vuelta, seguí viviendo en mi piso cerca del bufete que tanto me gusta, y las chicas en el apartamento de Cristina. Pero en función de las situaciones o necesidades, cada uno iba a dormir donde consideraba más conveniente, mi sofá era en realidad un sofá-cama, y Cristina tenía dos habitaciones en su casa. La verdad es que ella se quedaba a menudo en mi piso. Ayer por ejemplo, me llamó, y con una voz sensual y ronca me dijo:
—Esta noche te quiero dentro de mí.
Enloquecí, regresé a mi casa y le preparé una pasta, pero cuando Cristina llegó al piso, apenas había entrado por la puerta la besé, le quité el chaleco con el que enseñaba sus pechos en el bar topless y la llevé a mi cama sin esperar ni un instante. Nuestro acoplamiento fue salvaje y rápido, teníamos hambre los dos y la noche iba a ser larga.
A Cristina le gustaba al amor en todas sus formas, le gustaban sobre todo los preliminares, su invención no tenía límites. Lentamente acarició todas las partes de mi cuerpo recorriéndolo desde las extremidades a lengüetazos hasta mi pene listo para estallar. Ella se lo tragó hasta lo más profundo de su garganta para no perder ningún temblor y sobresalto de una eyaculación infinita. Solo el cansancio nos rindió, y por la mañana, mientras desayunábamos, Cristina me masturbó lentamente, y cuando me sintió listo de nuevo me cabalgó rápidamente para recoger mi semen en su vagina, se puso las bragas, los vaqueros, y el chaleco, me dio un besito, y me saludo diciendo:
—Así te tengo dentro de mí todo el día.
A mediodía había decidido almorzar en el bar, pero Carlos me ha dicho hace un momento que Cristina ha vuelto a su casa después de los desayunos, que hoy era su turno.
—¡Hola Alfredo! —dice una voz femenina. Me vuelvo esperando ver a Cristina. Era Carmen, su hija, su voz me confunde un instante, perdido como estaba en mis pensamientos.
—¿Vienes de la universidad? —digo, mirando su ropa.
Las chicas se habían inscrito a la universidad. María estudiaba derecho en la Università degli studi y las aulas estaban bastante cerca de la casa de Alfredo y también del bar. Carmen estudiaba ingeniería informática en el Politécnico de Milán, más cerca del barrio en el que estaba la casa de Cristina, pero tenía que tomar dos líneas de metro para venir al bar.
—Sí, —me responde, —quería desayunar contigo. ¿Puedo sentarme?
—Claro, —le respondo. — ¿Cómo sabias que iba a comer aquí?
—Mamá me lo dijo por teléfono.
—Ah, entiendo. —digo con una sonrisa.
Carmen se sienta conmigo, la camarera le trae su comida y ella pide una cerveza. Parece preocupada, muy seria. La dejo comer en silencio, esta chica es un compendio de frescura y dinamismo. Lleva vaqueros y camiseta a cuadros azules, su pelo atado en una cola de caballo, sin maquillaje o perfume. No le interesa, me gusta, es la verdadera hija de Cristina. Nunca tiene problemas, pero siento que esta vez, va a traerme uno.
—He conocido a un chico, hace unos días, lo llaman Dan —me dice fijando sus ojos limpios en los míos como si quisiera desafiarme.
—Eres muy atractiva, Carmen, me parece más que normal.
—Es muy guapo y me gusta, lo he conocido en el Harp Pub, un bar histórico frecuentado por todos en el Polimi. Entre dos clases voy allí, durante el día es tranquilo, y me instalo con mi ordenador para trabajar. Un día Dan estaba en la barra, se acercó a mi mesa para pedirme si tenía un mechero, quería salir para fumar un cigarrillo. Le respondí que no fumaba, pero no sé cómo, una cosa llevó a otra, y tras un instante estábamos conversando. Me confió que conocía a una estudiante de primer año, Irene, y que trabaja en otro bar del barrio.
—Bien, pero te veo preocupada. ¿Qué problema hay?
—Es un hombre violento. Mamá me ha aconsejado que te lo cuente.
—¿Cómo lo sabes? Cuéntamelo todo. —Digo removiéndome en la silla.
Me mira agradecida y me detalla la triste historia. Irene, una compañera que estudia con ella, la encontró el día después. Ella le confirmó que es la novia de Dan, están juntos desde el inicio del año, lo había conocido también en el pub, con el truco del encendedor. Era guapísimo y sus compañeras estaban celosas de ella,
—Les comprendo, — me confía, —es un Apolo griego.
—Ah, —digo con una sonrisa provocadora, —y ¿qué tiene más que yo este Apolo?
—¿Tú? bueno, es otra cosa …
—Buena respuesta.
Carmen me mira durante un largo momento y después añade:
—Ahora Irene quiere dejarlo.
—¿Por qué?
—Se comporta mal cuando ha bebido. Es celoso, no acepta que ella baile con otros. Algunas veces se pegó con otros chicos y una vez le dio a ella una bofetada. Luego le pide perdón pero Irene tiene miedo.
—Con eso se puede hacer legalmente bien poco y me imagino que Irene no quiere alejarse, quiere seguir con sus estudios.
—Mi idea es hacer que yo salga con él. —responde Carmen con tranquilidad, —Así Dan la va a olvidar. A mi él me gusta y conmigo no será tan fácil.
—Estás loca, lo sé que Cristina os ha inscrito a cursos de defensa personal y no sé qué más, pero personajes como este son peligrosos.
—Ya te lo dije, a mí me gustan los caballos guapos e indomables. —Me dice Carmen con una gran carcajada, Se alza, me da un besito y se marcha decidida.

Durante la tarde, el trabajo es intenso, Marco nuestro jefe, tiene mañana por la mañana una audiencia pública. Todo el equipo trabaja hasta muy tarde sobre su dossier para que su alegato sea convincente. Vuelvo a casa, esperando que Cristina me espere. Ahí está en la cama durmiendo apaciblemente. En la mesa de la sala Cristina ha dejado un mensaje para mí: «En la nevera encontraras una tortilla que he preparado con lo que quedaba de pasta de ayer. Yo me voy a la cama, estoy agotada. La noche de ayer fue maravillosa.». Caliento el plato en el horno y me siento en la mesa, me sirvo una copa de vino y como pensando en la felicidad que estoy viviendo con esta mujer increíble. Hace algunos meses nunca habría imaginado vivir en pareja ni que me gustara tanto. Claro, es una amante increíble, pero es mucho más, es una persona que transmite tranquilidad y que sabe enfrentarse a cualquier situación con frialdad y entusiasmo. Tiene dos hijas decididas, maduras y tan modernas como ella. Me pregunto si estoy preparado para formar una familia con estas tres mujeres que están diseñando una sociedad que manifiestamente está quemando etapas.
Bueno, querría pensar mucho en todo eso, pero hoy estoy muy cansado. Me desvisto y me deslizo con precaución en el lado derecho de la cama. Me pongo boca abajo con la pierna izquierda plegada, pocos instantes después Cristina llega atraída como por un imán y se acurruca sobre mi pierna derecha extendida, plegando la izquierda sobre la mía. Siento todas las formas de su cuerpo pegado al mío, siento sus tetas, el velo de su pubis y la seda de sus muslos. Ya estamos acostumbrados a esta postura para dormir, tengo una ligera erección pero me duermo rápidamente con una sonrisa en los labios.
Por la mañana me despierta el sonido típico de un WhatsApp. Estoy solo en la cama. Cristina ya estará en el bar. El mensaje es de ella:
—Maria me ha dicho que Carmen no ha vuelto a casa todavía, desde ayer, y no responde a mis llamadas. ¿Te ha dicho algo cuando os visteis ayer? Infórmame.

¿Qué hacer? No sé, tengo que pensar, Marco me espera en el palacio de justicia a las 11h, son ya las 9h. Corro a prepararme.


Jean Claude Fonder

El bar topless(5): Dan

© Anastasia Dupont

DAN

Irene me mira atentamente a través de las gafas que ocupan una buena parte de su cara, pero no son invasivas, dos frágiles círculos de hierro rodean los vidrios. Con la mancha roja de sus pequeños y pulposos labios, su pelo vaporoso recogido hacia arriba y su tez lechosa, es como una geisha moderna. Está vestida muy sencillamente, una camiseta a rayas marineras bajo un chaleco de piel negra y los indispensables vaqueros. No hay huellas de maquillaje aunque alrededor de los ojos, agrandados por las gafas, la piel y los párpados están delicadamente rosados.
—¿Conoces a Carmen, entonces? —le pregunto enseñándole una foto.
—Claro, somos compañeras en primer año de informática.
—¿Cuándo la viste por última vez?
—El viernes en aula. ¿Por qué me lo preguntáis?¿Ha pasado algo?
—¿Carmen no ha hablado contigo de Dan? —Pregunta María con brusquedad. —¿Aquí en el Harp Pub, por ejemplo?
—Yo no os conozco, —replica sospechosa Irene. —¿Quiénes sois para preguntarme todo esto? ¿Sois policías?
—Irene, Carmen es mi hermana, ayer desapareció y no sabemos nada de ella. Alfredo es el compañero de mi madre y es también abogado. Ella nos dijo que tú eras la novia de Dan, pero que tenías problemas con él. Quería empezar una historia con Dan para ayudarte.
—¡Carmen no me dijo nada! —grita, reconociendo implícitamente que había abordado el tema de su relación con Dan.
—Ahora eso no tiene importancia, queremos encontrar a ese Dan rápidamente. —¿Dónde vive, conoces su dirección? ¿En qué bar trabaja?
Irene nos revela todo, el bar donde trabaja es un bar de noche, se llama “Lapdance”, está cerca de via Padova y él vive en la misma zona. Llamo a Cristina para mantenerla informada, la pobre está muy preocupada, y me pregunta si no sería mejor ponerse en contacto con la policía. Le respondo que ya estoy yendo con María al domicilio de Dan y que Marco, el socio del bufete que dirige nuestro equipo, está al tanto de todo. Cuando lo llamé esta mañana para pedirle que me autorizase a no participar en la audiencia, se preocupó también por lo ocurrido, y alegando que Adriana bastaba para ayudarle, además de que quería seguir personalmente el caso. Le cuento a Cristina que Marco conocía personalmente al “Questore” y diferentes comisarios de la “squadra mobile” de Milán. Sus conocimientos en la policía milanesa serán seguramente de gran ayuda.

El apartamento donde vive Dan está en un edificio popular. En este barrio hay muchos de este tipo, construcciones simples de 10 pisos con pequeñas ventanas cuadradas, y una terraza minúscula. Dan vive en el sexto, la planta baja del edificio está ocupada por bares y varias tiendas de barrio, frutería, lavandería, peluquería y kiosko de periódicos. Entre las tiendas encontramos una puerta de aluminio que abre sobre un pequeño vestíbulo con buzones, timbres y telefonillos. Tocamos el timbre que tiene el número que nos ha dado Irene, varias veces sin obtener respuesta. Por suerte, en este momento sale una señora, la cual  amablemente nos deja pasar. Tomo el ascensor mientras María ligera como una gacela sube rápidamente por la escalera. Cuando llego, la puerta del apartamento que tendría que ser el de Dan, está abierta, me precipito dentro.
—¿María, donde estás? —grito angustiado.
—Aquí estoy, —responde saliendo de la habitación con una sonrisa irónica sobre los labios. —Ya no está, ha hecho la maleta y se ha marchado. He visto el vacío que hay en el armario abierto. Parece que tenía prisa. Voy a buscar información, huellas, algo, nunca se sabe.
Ambos nos ponemos a registrar todo el piso. No es muy grande, una habitación, una cocina y un cuarto de baño. Después de un rato de buscar en vano, de repente a María se le ocurre una idea; en el caso de que Carmen estuviera con él y quisiera aislarse habría elegido el aseo. Deshacemos el rollo de papel higiénico y descubrimos un mensaje de Carmen: «Dan quiere llevarme a Albania, su país. Hemos pasado la noche juntos. Cree que estoy loca por él. Me ha prometido que allí vamos a ganar mucho dinero gracias a la informática y que podremos vivir juntos. Me está vigilando. Me ha quitado mi móvil para que no nos detecten. Vamos hacia Ancona, no sé más. Apenas pueda envío mensajes.».

—Tu hermana está loca, vamos a hablar con la policía, —digo con firmeza a María.—No, no, —grita ella, y me mira suplicante. —Habla antes con mamá y con tu jefe, si este cerdo se da cuenta quizás haga daño a Carmen.
—Bueno, de todos modos voy a ir al bar donde trabajaba Dan. Allí mejor que vaya solo. Es un bar para hombres, el nombre es claro. En este tipo de lugar, no estamos muy lejos de la prostitución y no creo que sea conveniente que conozcan nuestra búsqueda. Abren por la tarde, habrá menos clientes y será más fácil.
—Te esperaré fuera en el coche, —sentencia María.
El “Lapdance” no parece un bar de noche. Asemeja más bien a un cine porno: una vitrina con las fotos de las artistas desnudas con estrellas en los puntos estratégicos, una taquilla y una cajera desagradable que parecería puesta allí para desincentivar la entrada. Pago y entro.
En el interior, el decorado cumple con todas las normas del decálogo del buen hortera, parece un “saloon” de cartón piedra, con un triste escenario rodeado por bombillas, una sala con butacas de sky alrededor de mesitas de aspecto pegajoso. Pequeños escenarios secundarios redondos y con un palo de acero en el centro salpican el resto del local. La larga barra está al fondo, con altos taburetes en los que están sentadas algunas chicas vestidas con tanga y sostenes microscópicos. Detrás de la barra, tres camareros sirven con un uniforme tipo pizzería. Todavía hay pocos clientes y el espectáculo no ha empezado. Algunos están sentados diseminados por las butacas de la sala. Dos están en el bar y discuten con una chica, todos beben a sorbitos una copa llena de un líquido rosa, el aperitivo de la casa, por supuesto. Voy hacia el bar, inmediatamente una de las chicas libres se alza y viene hacia mí, pero la esquivo y me dirijo hacia una que me parece más joven y menos experimentada. Le propongo que vayamos a sentarnos. Se llama Rosa, nombre de guerra supongo, es rubia, con los pómulos salientes, grande y bien formada, en una palabra una rusa, o al menos eslava. Está casi desnuda como sus compañeras y camina sobre zapatos de tacón altísimos. Pide el famoso aperitivo, yo me conformo con una cerveza, pero no cambia nada, el precio de la consumición varia solo según el género del bebedor. Intercambiamos algunos comentarios inútiles y el espectáculo comienza.
Prácticamente es un strip-tease, las bailarinas son las chicas que están en sala. Tienen bien poco que quitarse, pero lo hacen bailando sensualmente con los palos y, también se acercan a los hombres que están solos y les hacen un baile de regazo cada vez más osado. Aprovecho los momentos de mayor tensión para preguntar a Rosa si conoce a Dan. No me responde pero veo que su mirada es un asentimiento. Tengo que insistir.
— Me toca a mí ahora, bailaré para ti, —dice rápidamente y me deja atónito.
Poco después, se abre de nuevo el telón y aparece Rosa, vestida como una colegiala, faldita plisada y camisa blanca. Al reconocerla, el escaso público se desencadena y prorrumpe en aplausos. Empieza sin desnudarse el baile de regazo, y obviamente se dirige hacia mí. Descubro entonces el motivo de su éxito: baila sin bragas. No vacila en frotarse sensualmente sobre mi sexo endurecido y me cuchichea a la oreja con una mirada significativa.
—Si quieres conocerme mejor, compra un billete para verme en el “privado”.
Por supuesto lo compro.

Cuando salgo del “Lapdance”, voy directamente al coche enseñando a María el papel en el que Rosa ha escrito su número de móvil.
—Creo que sabe algo, ha tomado el riesgo de introducir en el bolsillo de mis pantalones este billete, la llamaré mañana por la mañana.
—No entiendo. —dice María
—En este lugar hay cámaras en todos los rincones, y en particular en el “privado”.
—¿El privado?
—Es una habitación en la que la bailarina te hace un baile de regazo privadamente.
—…
—No voy a contártelo en detalle, prácticamente se follan al cliente sentado en un sillón.
—¿Has hecho eso con esta chica?
—Se lo contaré a Cristina, no te preocupes, era el único modo. Además vamos a hablar con Marco, porque probablemente habrá que proteger a Rosa para conseguir que pueda delatar a estos traficantes de mujeres.

Estamos todos reunidos en una sala de la “questura” de Milán, Cristina, María, Irene, Rosa y yo.  Ayer llamé a Rosa, que se llama realmente Natalia. Es originaria de Ucrania. Ella aceptó sin dificultad tomar un taxi para ir a la “questura”, esperaba solo eso. Marco al escuchar mi relación había decidido tomar contacto con la “squadra mobile” de Milán, la sección que se ocupa de crímenes de orden sexual. La inspectora Daniela Carnabuci, encargada de la investigación y su asistente Dario Bardi, especialista informático, nos han interrogado por separado y ahora está resumiendo ante todos el plan de acción para los próximos días.
Natalia será incluida en el programa de protección contra la trata de mujeres de la “Casa dei diritti”. Allí se ocuparan de su inserción en la vida normal. En el caso de que Dan u otra persona intenten hacer algo para recuperarla, se advertirá directamente a la inspectora. Las informaciones que nos ha entregado, lamentablemente son de poca utilidad para el caso que nos ocupa. Pero nos han permitido entender que estamos ante una organización peligrosa.
Natalia buscaba a un hombre que le hubiera permitido emigrar a Europa y para ello hizo uso de las redes sociales llegando a publicar fotos provocativas. La reclutaron fácilmente, se presentaron como una asociación de apoyo a chicas del este que quieren emigrar y encontrar trabajo en Italia. Le dieron un billete de tren hasta Tirana, donde estaba la sede de la organización. Habría estudiado italiano y apenas estuviera preparada se transferiría a Bari pasando por Durazzo. La asociación se ocuparía de todo hasta encontrarle un trabajo de empleada doméstica. Natalia habría pagado los gastos progresivamente con su salario.
Al llegar a Tirana, le esperaba una pareja encargada de llevarla a la sede. Una mujer de una cierta edad, que parecía la jefa y que hablaba secamente por medio de onomatopeyas. El hombre que la acompañaba, una especie de gigante, era aún menos simpático y tenía un aspecto repulsivo.Con él ninguna huida era imaginable.
—¿Y, no puedes darnos indicaciones sobre cómo localizar este lugar? —pregunta Cristina que no puede resistir la incertidumbre.
—Como ya le expliqué a la inspectora, —precisa Natalia, —fue en el trayecto en coche que comprendí que había caído en una trampa. Me obligaron a ponerme una venda. El viaje fue largo, cambiamos dirección muchas veces y me dejaron ver algo solo en la habitación en la que me encerraron durante varios meses.
—¿Te torturaron?
—No, no querían estropearme. Solamente el primer día, el hombre me dio una paliza, sin duda para que comprendiera que debía obedecer sin hacer preguntas.
Natalia sigue contando su historia. Ella, como todos los presentes, se había dado cuenta de la avidez de Cristina por conocer los detalles, por saber lo que puede pasar a su hija. No sé si Natalia minimiza por este motivo, pero insiste sobre el hecho de que ella quería sobre todo llegar a Italia, que estaba dispuesta a todo para reducir el tiempo de espera convencida de que una vez allí encontraría el modo de escapar.
—¿Cómo has podido creer que una propuesta de este tipo fuera honesta? —preguntó Irene, que, con su modo de ser delicado y elegante, parecía totalmente fuera de contexto. —Dan es una persona atractiva, un hombre muy guapo, pero cuando vi cómo eran sus amigos y sus actitudes machistas bastante evidentes, decidí dejarlo sin hacer ruido. Hablé de eso con Carmen, pero no me esperaba que tomase tal iniciativa.
—No puedes imaginar en qué medida las chicas de mi edad quieren salir de este mundo desolado, destruido y decadente en el que vivimos después de la caída del muro. Nos prometen que va a cambiar, pero estaremos ya viejas cuando ocurra. Vemos en internet, en las películas cómo es la vida en occidente.
Cristina la interrumpe y pide detalles, ¿qué te hicieron? y ¿cómo conseguiste que te llevaran a Italia?
—Empezaron con hacerme trabajar en chat con una webcam. Manejan unas páginas pornográficas. No dudé a comportarme en un modo muy osado. Creo que pensaron que en cierto modo esto no me desagradaba y recibí cada vez más a menudo a hombres que pertenecían a la banda. Follé con ellos sin quejarme.
—¿No te daba asco, o miedo fornicar con todos estos cerdos? —pregunta Maria de repente.
Natalia la mira fijamente, como si jamás hubiera pensado en eso, pero Cristina insiste.
—¿En qué modo te propusieron que vinieras a trabajar en Italia? ¿Por qué empezaron a  fiarse de ti?
—Ganan mucho más dinero en un bar como el “Lapdance”, con varias bailarinas suyas y este Dan que controlaba todo. Me hicieron firmar un reconocimiento de deuda de 60.000 euros y que iban a cargarme también todos los gastos de vivienda. Debía pagarles el 50 % de mis ganancias hasta la extinción total de mi deuda.
—¿Qué tipo de relación mantenías con Dan? —pregunta Irene con una mueca de lástima.
—Nada, me acosté con él solo una vez, no soy su tipo, creo.
—¿En tu opinión hace también de reclutador para la organización? —Interviene Cristina.
— No, pero es un mujeriego, le gusta que eso se sepa.
—¿Por qué habrá llevado a Carmen a Tirana? —Pregunta Cristina, cada vez más preocupada.
—Francamente no lo sé —concluye Natalia.
La inspectora dice que con Dario van a investigar en las chats y que se pondrán en relación con la policía albanesa. Además pide la colaboración de todos: cualquier información o contacto que obtengamos, tendrá que ser comunicada inmediatamente.
Maria, Cristina y yo salimos juntos de la Questura. Irene ya se ha marchado. Cristina camina lentamente, está muy sombría. Dice que la situación no le gusta, que hay algo que no funciona, que no entiende. Con Dan que ha desaparecido no tenemos ningún hilo que pueda conducirnos a Carmen.
—No creo que la policía vaya encontrar algo, podemos solo esperar que Carmen consiga enviar un mensaje, —añade.
—Tengo una idea, —dice María, —podría poner en Facebook también yo fotos provocadoras. Me contactarán y tendremos una pista.
Cristina no puede contenerse, la abofetea violentamente y se pone a llorar.


Jean Claude Fonder

El bar topless(6): El Principe

© Anastasia Dupont

EL PRÍNCIPE

La celosía de hierro forjado mantiene mi cuarto sumido en una luz tamizada y dulce. Veo el mar a lo lejos, más allá del jardín tropical que rodea la villa. Hace mucho calor, pero un calor seco y un ligero viento cargado del olor salado del mar entra por la ventana abierta y se propaga hacia otras aberturas diseminadas en toda la casa. Se percibe también el rumor del agua de las fuentes que riegan el jardín y refrescan el ambiente. Un paraíso si no fuera una cárcel o más bien una especie de harem. Estoy tumbada en la cama. Me han vestido a la oriental, un pantalón transparente, de cintura ancho y que se lleva muy baja dejando ver todo el vientre y el ombligo que me habían adornado con una gruesa perla, y finalmente un pequeño chaleco corto todo bordado que deja ver mis pechos, un poco como en el bar topless en Milán. Tengo el pelo suelto y mi frente está ceñida por una cinta adornada de joyas falsas. Me han colocado en las muñecas y en los tobillos pulseras de hierro inamovibles con un anillo para poder encadenarme, o simplemente para recordarme mi condición de esclava.

No sabía dónde estaba. Cuando llegamos con Dan a Durazzo en Albania, nos esperaba un coche mercedes con un conductor. Dan me dijo que había organizado este transporte hacia Tirana. Durante el trayecto, en un aparcamiento desierto, se pararon, los dos me agarraron, me pusieron las esposas, un saco sobre la cabeza y me hicieron una inyección. Me desperté en esta villa, en un país caliente y cerca del mar. Me acogió una mujer mayor, hablaba inglés con un fuerte acento que no supe identificar. Estaba vestida con un larga túnica, tipo caftán, muy bordada con un elegante escote en V. Mandaba ella claramente, había muchas mujeres africanas, indias y asiáticas, todas hermosas y muy atractivas. Había también unos servidores varones todos negros e imponentes. La señora Razane, como supe más tarde que se llamaba, me confió a dos chicas jóvenes, Dora que era negra y Neha que era india, o quizás pakistaní.
—Tienes que prepararte, —dijo en inglés, —en una semana el Príncipe El Bachir, tu Señor y dueño, volverá de Estados Unidos. Sin duda querrá conocerte. Hay muchas cosas que deberás aprender antes de que llegue. Dora y Neha te van ayudar y enseñar los usos y las reglas de esta casa. No pienses que te vas a escapar, la villa está circundada de muros muy altos, los guardias que has visto controlan las puertas y de todos modos estamos muy aislados y muy distantes de cualquier zona habitada. Encontrarás sólo el desierto al otro lado de estos muros. Por lo demás, te puedes mover libremente dentro de la casa y en el jardín que es bastante grande.
Neha me cogió por la mano y me guío hacia el cuarto de baño. Había mármol en todas las habitaciones, caminábamos descalzas, lo que daba una sensación muy agradable de fresco. El baño era muy grande, como si fueran unas termas, con piscinas diversas que tenían temperaturas diferentes. Había muchas mujeres que hacían sus abluciones, nadaban o descansaban solas o en grupo. Parecía como si estuviéramos en un cuadro de Jean Léon Gerôme, unas desnudeces indolentes en un ambiente templado y sensual. Noté una señora tendida sobre una cama. Estaba cubierta en parte por una toalla y me observaba con mucha atención, mientras una criada negra le daba cuidadosamente un masaje en la espalda.
—Es Djamila, la primera esposa del Señor, —me murmuró Dora que caminaba a mi derecha.
En cierto modo yo también era un personaje. Todas ellas me observaban, era la novedad, una mujer más blanca que ellas, con rasgos caucásicos y que se iba a ofrecer al príncipe como si fuera un delicioso bocado. Hasta me habían otorgado dos criadas para prepararme.
Dora y Neha me quitaron las prendas que llevaba cuando me raptaron. Completamente desnuda me hicieron entrar en una piscina con agua templada, me enjabonaron todo el cuerpo y después, para enjuagarme, me situaron ante un poderoso chorro de agua que provenía de un tubo que salía de la pared. Cuando pensé que estaba ya limpia, me untaron otra vez todo el cuerpo con una pasta oscura que olía como a romero y me dejaron reposar. Estábamos en la sala más caliente, y en el pelo me pusieron una mezcla de hierbas y de fango muy delicada. Estuve un rato sudando con el pelo convertido en un turbante natural. Entonces vino una mujer musculosa y me frotó todo el cuerpo con un guante como de crin con el que me quitó la piel muerta. Pensé que me iba a quedar transparente. Después me aclararon Dora y Nega mientras la enérgica frotadora desaparecía sin tan siquiera mirarme. Me llevaron a la sala fría y me indicaron la piscina de agua helada. La temperatura me salvó de la bajada de tensión que me estaba provocando tanto calor. Me secaron cuidadosamente con una toalla grande, insistiendo sin vergüenza en los pliegues más secretos de mi cuerpo. A continuación me llevaron a una sala apartada y me hicieron acostarme sobre una cama recubierta con una esterilla de paja e iniciaron a masajearme después de haberme untado con un ungüento oleoso y perfumado. El olor que predominaba era el jazmín, mi cuerpo se convertía en un montón de músculos olorosos y distendidos. Me sentía relajada, vacía y ligeramente perturbada. Neha se había desnudado también y frotaba mi cuerpo con el suyo, introduciendo su pierna entre las mías. El orgasmo no tardó en llegar, y entonces me dormí.
Cada día se repetía la misma ceremonia, pero el masaje se hacía cada vez más sensual, como preparándome a mi papel de esclava sexual despertando mis capacidades eróticas. A veces las criadas me introducían un consolador en la vagina o en el ano, o me frustaban dulcemente mientras usaban las pulseras para encadenarme a un palo. Estábamos siempre en la sala de baño ante los ojos de las otras mujeres que me observaban con una sonrisa irónica en los labios. Yo me dejaba simplemente llevar por mis sensaciones sin intentar impedir la manipulación que hacían sobre mi cuerpo. Después de todo, era bastante placentero.
En el baño, no volví a ver a Djamila. Sin embargo una mañana que estaba paseando por el jardín exuberante, buscando la sombra y el rumor del agua que surgía de las fuentes esparcidas en cada rincón, la encontré sentada sobre un banco de piedra en un alcoba disimulada en un masivo de plantes olorosas.
—¡Hola jovencita! ¿Te gusta este lugar? —me dijo con un voz dulce.
Me paré desconcertada, no habría imaginado nunca que la esposa del Príncipe, se hubiera dirigido a mí, y menos para interesarse por mis opiniones o mi bienestar.
—Lo sé, quieres escapar de este paraíso.
Me callé, podía ser una trampa.
—Eres una mujer muy hermosa y atractiva, demasiado atractiva, te voy a ayudar. Estamos en la ciudad de Suhar en el sultanado de Omán, donde el Principe El Bachir tiene su palacio privado. En realidad no estamos muy lejos de la moderna Dubai, pero el desierto nos separa cruelmente.
Sin decir más se alzó y desapareció rápidamente en el dédalo de sendas y setos del jardín.

Esta noche voy a conocerlo. Me han preparado y espero que me lleven a él. Estoy preocupada. ¿Qué tipo de hombre será? Neha me dijo que era muy guapo. No me importa mucho pero si tengo que acostarme con él lo prefiero, lo que no significa que no pueda ser brutal o lo que es peor, violento. Sé defenderme, también de un hombre más fuerte que yo, pero esto retrasaría sin duda mis posibilidades de escapar.

—¡Acompáñame! —dice la señora Razane con voz autoritaria. Había entrado en mi cuarto con uno de los imponentes guardas. —El Señor te espera.
Algunos momentos más tarde, entro en el apartamento del Príncipe. La primera habitación es una sala de espera amueblada sobriamente con sofás. El guarda se queda allí firme al lado de una puerta doble, un secretario está sentado en su escritorio, con la espalda girada hacia la gran ventana que ilumina violentamente la pieza. Nos hace señal de pasar inmediatamente, el guarda abre la puerta y penetramos en la guarida del Señor y dueño.
¡Es alucinante! Todo el mobiliario y el decorado en su conjunto es muy moderno, es vanguardista aunque bien integrado en la arquitectura oriental del palacio. En toda la sala veo muchos divanes de color gris claro con muchísimos cojines de todos los colores, los dibujos no son antropomorfos, como lo requiere el Islam. Colgados sobre las paredes hay otros objetos de arte que siempre recuerdan rejas o dibujos geométricos. En medio de alfombras de lana moderna están dispuestas pequeñas mesas hexagonales con patas triangulares. Como en la antecámara, hay unas grandes ventanas, en parte cubiertas por cortinas del mismo color que los divanes y las alfombras. El ambiente es afelpado, como si requiriera el silencio. En un rincón destaca un escritorio antiguo y precioso, sobre el cual hay un ordenador, un Apple. Mi corazón empieza a latir con fuerza mientras lo observo disimuladamente; en este momento está apagado, pero para mí es un rayo de esperanza que me insufla el coraje de enfrentarme a cualquier situación, por difícil que sea.
En el fondo, otras cortinas entreabiertas separan esta sala de estar de un habitación en la que se adivina una gran cama recubierta por una colcha roja india. Mientras eso me recuerda el motivo de mi presencia en este lugar, un hombre alto, vestido con ropa occidental, barba corta negra y ojos oscuros descarta una cortina y entra en la sala donde lo esperamos. Me echa apenas una mirada, y con un tono enfadado habla directamente en árabe con la señora Razane y se despide diciéndome con un perfecto italiano que se excusa mucho pero su personal se ha equivocado y que nos conoceremos en otro momento.
Salimos inmediatamente de la sala, yo siguiendo con dificultad a la señora que se dirige hacia mi cuarto. Llegadas ahí, me dice bruscamente que tengo que cambiarme de ropa, la que llevo no ha gustado al Señor, y que Dora y Neha se ocuparán de remediarlo.
El día sucesivo, después de las abluciones, un guardia me quita las pulseras y Neha me acompaña a mi cuarto en el que esperan mis vestidos personales, vaqueros, camiseta, chaleco y zapatos deportivos. Me giro hacia Neha, con una mirada interrogativa.
—El Señor no quería conocerte disfrazada de mujer de harem. —dice en inglés Neha. —Ha regañado a la señora Razane. Su deseo es conocer a una mujer italiana, una como la que encontró en un bar de alterne en Milán.
Me visto entonces rápidamente y Neha me lleva directamente al apartamento moderno del príncipe. Él me está esperando sentado en uno de los divanes. Cuando me ve, se alza para estrecharme la mano, esbozando una sonrisa.
—¿Cómo te llamas, yo me llamo Ahmed?
—Carmen —respondo.
—Pero es un nombre español.
—Sí, mi madre es española y mi padre italiano.
—Eres italiana entonces. Yo te vi en un bar de Milán en el que trabajabas. Estabas vestida como hoy, pero no llevabas la camiseta.
¡El bar topless! Me vio en el bar topless y me tomó por una chica de alterne. Pero eso no es posible, en el bar no se acepta ningún tipo de relación con un cliente sino tomar el pedido. Claro que un príncipe árabe, no acostumbrado a preguntar, se había equivocado sobre el tipo bar.
—¿Cómo se llamaba el bar? —pregunto. —Yo he solo trabajado como camarera en el bar de mi madre, y le puedo garantizar que no es para nada un burdel.
—No me acuerdo exactamente, algo como “topless bar”, lo que ya es muy significativo, y además las camareras trabajaban con los pechos desnudos bajo un chaleco abierto.
—Sí es esto, pero in ningún modo manteníamos relaciones con los clientes.
—Por supuesto, hay un código, un modo de pedir que conocen solo los iniciados. No tenía tiempo para descubrirlo, así que hablé con la señora Razane para que investigase y descubriese el modo de invitar aquí a una de esas camareras. Ella es la responsable de contratar, manejar y formar el grupo de concubinas que trabajan para mí. Soy rico, es más soy riquísimo, en tu caso estoy dispuesto a pagar mucho. Ya conoces este palacio, es hermoso, tendrás tu apartamento privado y podrás disfrutar de todo los servicios que pongo a disposición de mis mujeres. Lo que no puedes hacer es comunicar con el exterior o salir del palacio. Si tienes hijos, podrías convertirte en esposa oficial, depende de la calidad de tus prestaciones y de tu voluntad de formar parte de mi familia.
Lo miro con horror y grito:
—Esto es más que ser una concubina, una mujer de alterne o una puta. Esto es esclavitud, no hay otra palabra, esto es reducir a un ser humano al estado de animal, aunque sea de lujo. Lo comprendo ahora, estoy atrapada.
No dudo un instante, salgo violentamente de la sala, me precipito corriendo hacia mi cuarto, y me echo sobre la cama llorando como una magdalena.

Durante algunos días no pasa nada, no oigo hablar de él. Dora y Neha siguen ocupándose de mí cada día, pero ahora me niego a participar en los masajes eróticos que solían prodigarme. No veo tampoco a Djamila, me habría gustado cambiar ideas con ella, entender mejor.
¿Cómo podría acceder a su ordenador o su móvil? Reflexiono mucho y llego a la conclusión de que tengo que acostarme con él para captar su confianza e inventarme un modo para enviar un mensaje a María. Conozco el texto de memoria, lo he trabajado para reducirlo al esencial: “dónde estoy”.
Una noche siento golpear ligeramente en la puerta, Ahmed entra con precaución en mi cuarto, pide perdón y pregunta si puede hablarme unos momentos. Me enderezo y me cubro púdicamente hasta el cuello con la sabana.
—He buscado el bar topless en Facebook e internet, he visto que tenías razón, es un bar normal. He leído su historia. Sé que eres una muchacha honesta, una estudiante de ingeniería informática. Pero nadie conoce en el mundo exterior la existencia de mi “harem”. No te puedo liberar ahora. Me gustas y querría que te quedases conmigo por tu propia voluntad. No te forzaré a nada y esperaré el tiempo necesario.
—¿Y Djamila?
—No es un problema, en nuestra religión podemos casarnos más de una vez. Simplemente dejaré de frecuentar su cama.
—¿Y las otras mujeres?
—También.
—¿Y entonces seré libre de salir?
—Una vez casada, sí progresivamente.
Le digo que lo pensaré y que le daré mi respuesta al día siguiente en su apartamento.

Por la tarde estoy lista, vestida con mis vaqueros y el chaleco cerrado, porque debajo no llevo la camiseta, llevo el uniforme del bar topless. A los hombres una mujer vestida normalmente y sin maquillaje que deja ver sus tetas como si fuera también normal, les hace enloquecer. Estoy decidida a acostarme con él ya mismo. Tengo que decir que Ahmed es un hombre muy guapo, pero no puedo perder la lucidez, tengo que disfrutar de cualquier momento en el que esté distraído.
Su secretario me anuncia cuando me presento sola en su apartamento, paso, él me acoge sonriendo, y me invita a sentarme a su lado. Me mira lentamente, parece que me desnuda con sus ojos. Me toma la mano, y dice con una voz que siento alterada.
—Estás vestida como en el bar de Milán ¿me equivoco?
—No, —respondo tímidamente y desabotono lentamente el chaleco.
No tengo pechos muy abundantes, pero parece que el efecto es inmediato. Se alza para dar instrucciones de que nadie lo moleste. Ha dejado en el diván su móvil todavía encendido, no es un iPhone, verifico en un relámpago que no tiene un código de acceso. Es una suerte, me quito el chaleco, lo dejo en el diván sobre el teléfono y voy a tumbarme bajo las sabanas en el centro de la cama para que me vea bien desde la sala. Cuando vuelve se dirige inmediatamente hacia mí.

Pasamos una noche muy intensa, hicimos el amor sin parar, como si exploráramos el Kamasutra. Participé y disfruté plenamente, no quería que dejara la cama un solo instante hasta que se durmiera de cansancio, pero era resistente, cada vez mis caricias más osadas encendían todo su vigor. Tengo que confesar que disfruté mucho, aunque mantenía el control sobre mi misma, Además me sentía halagada por ser capaz de excitar a un hombre hasta este nivel. Finalmente se desmoronó en un sueño que parecía inacabable.

Espero un momento, y con muchas precauciones me deslizo fuera de la cama. Cojo el móvil, envío un mensaje WhatsApp a Maria, Cristina y Alfredo. Lo borro inmediatamente en el móvil. Limpio el móvil y lo dejo a la vista a lado de mi chaleco en el diván. Vuelvo a la cama, me introduzco con precaución bajo las sabanas y me duermo también yo con una sonrisa en los labios.
Mañana será otro día.


Jean Claude Fonder

El bar topless(7): El rapto

© Anastasia Dupont

EL RAPTO

—El comandante comunica que aterrizaremos en Abu Dhabi, aeropuerto internacional, en aproximadamente 20 minutos…
María se despierta con sobresalto, devuelve su asiento a la posición vertical y vuelve a comprobar si está en posesión de todos los documentos necesarios. Su acreditación de prensa de la Rai, su reserva en el Yas Marina hotel, y sobre todo su billete de vuelta. No está muy tranquila. Y sin embargo, este viaje fue idea suya.
Fue la primera en leer el whatsapp de Carmen. Había pasado la noche en casa de Alfredo. María se sentía un poco sola en su casa en la periferia, Cristina su madre dormía cada vez más a menudo en casa de su amante.
—Mama, ¡un mensaje de Carmen! — gritó, entrando sin previo aviso en la habitación.
La pareja dormía, pero Cristina se despertó al instante, se proyectó fuera de la cama, sin intentar cubrirse y corrió hacia María, le arrancó casi su smartphone y leyó el mensaje: “Estoy en Suhar en el harén del príncipe El Bachir”. Alfredo, que también se había enderezado, confirmó.
—También yo he recibido el mensaje, probablemente tú también, —dice dirigiéndose a Cristina que vino a sentarse en la cama.
Esto significaba sin duda que la organización albanesa la había vendido a ese príncipe árabe, que disponía de fondos ilimitados y seguía practicando impunemente costumbres de otra época. ¿Qué podía hacer la policía?
—Muy poco, creo, —decretó Cristina.
María señaló entonces que, conociendo a Carmen, había tenido que lograr cierta autonomía para poder enviar el mensaje, y que Dubai y Abu dabi están muy cerca. El gran premio de fórmula 1, de hecho, tendrá lugar en las próximas semanas, y es el punto de encuentro de los poderosos en el mundo de los negocios, con el mundo árabe que gastaba sin contar el dinero procedente de la explotación de la energía fósil. A Carmen siempre le interesaron las carreras de coches y en particular la fórmula uno.
—Tienes razón, María, además sabe que lo sabemos, —notó Cristina.
Marco está bien metido en la Rai, —añadió Alfredo, —podría acreditar a María, por ejemplo, para hacer un reportaje sobre los bastidores del gran premio. Todo sucederá en el famoso hotel Yas marina.
Inmediatamente después empezaron a razonar sobre un plan …

A su llegada, un conductor contratado por la Rai la espera. Le propone conducirla directamente al Yas Marina, el famoso hotel con forma de ballena que domina el circuito.
—¿Antes, podría enseñarme la ciudad? Le daré una buena propina.

Es temprano, el azul del cielo hace una suntuosa envoltura a los esplendores surrealistas de una arquitectura que tiene solo un límite que no debe sobrepasarse, aquel de la belleza. Un bosque de torres de todas las formas imaginables, unos hoteles de lujo desenfrenado, centros comerciales e inmensos parques de atracciones surgen en medio de un desierto presente y cercano. También el mar está siempre ahí, varias islas forman la ciudad que queda inextricablemente ligada al elemento marítimo. En el centro de la ciudad está la gran mezquita Sheikh Zayed, una mezcla de tradición y modernidad. El estilo es el tradicional de la arquitectura islámica, con su composición de columnas y arcos rematada por cúpulas, pero la blancura inmaculada, la magnitud desmesurada y la presencia masiva del mármol lo convierten en un monumento excepcional que nadie puede olvidar.
Abu Dhabi es la capital de un país que no cesa de crecer, en camino hacia un futuro totalmente repensado pero que no reniega en absoluto de lo esencial de sus tradiciones. Un país que ha sabido utilizar la maná de la energía fósil para construir un futuro basado en la renovable y en la innovación.
Después de este pequeño paseo por la ciudad, el chófer finalmente se dirige a Yas Marina.
El hotel, que domina el circuito de Fórmula 1, está cubierto por una estructura reticular que le da la forma de una enorme y extraña ballena. Está rodeado por las cuencas del puerto donde atracan lujosos yates, que acuden numerosos para presenciar el famoso gran premio. Desde la habitación son como los bebés del cetáceo que vienen a ser amamantados por su madre. Durante esta competición, los grandes de la economía internacional se reúnen aquí, celebran y hacen negocios. Los grandes diseñadores también están presentes, vistiendo a todo este mundo tan selecto. Entre el público árabe, vestido según la tradición, dis-Dasha y keffieh para los hombres, abaya e hijab para las mujeres, no es raro encontrar prendas firmadas por un gran estilista.
María también nota que, tanto en el hotel como en la ciudad, los árabes no son mayoría. El personal suele ser de origen extranjero, generalmente pakistaní, pero también hay muchos residentes extranjeros, y la presencia turística es realmente masiva. La mayoría de las mujeres no llevan velo, excepto las árabes que usan principalmente el hijab, que no cubre el rostro. Sólo unas pocas, tal vez extranjeras, dejan ver sólo los ojos detrás del famoso niqab. Espera que su hermana, si ha podido venir, lleve ese velo. Es probable, dada su situación. Está segura de que podrá reconocerla sólo por sus ojos, sus ojos grises-verdes como los de su madre.

—María, te presento a Roberto. Te acompañará en tu reportaje. Tiene mucha experiencia en los países árabes. Sabe, por ejemplo, que no se puede filmar a una mujer con velo excepto en el marco de un plano general…
—Encantado María, —le dice Roberto con una gran sonrisa simpática. — no te preocupes. Todo irá bien, no escuches al viejo gruñón de Felipe. Como todos los jefes de esta casa, ladra pero no muerde. ¿Vamos?
María propone a Roberto que se mezclen con la multitud del paddock, que en este momento puede pasear por la pit lane y observar la actividad de los diferentes equipos que se preparan para las clasificaciones. Debería ser interesante y, por qué no entrevistar a las personas y en particular a las mujeres árabes que se benefician de esta oportunidad. Observa que la mayoría están vestidas a la europea, como ella misma, vaqueros y camiseta. Por lo general evitan minifaldas y pantalones cortos, nada demasiado expuesto pero no por ello menos sexi. No se ve mucho velo, y aun mucho menos abayas. Además, Roberto me dice que hay una pilota árabe, Aseel Al-Hamad, que en 2018 condujo un Lotus de la escudería Renault. Con mucha curiosidad ve a un grupo de árabes que visitan el stand de Ferrari, las mujeres una joven y una más mayor llevan el niqab. Un hombre, ciertamente de alto rango, guía al grupo y se ocupa con mucho afecto de la joven. Un responsable de la Ferrari responde a sus preguntas. María no duda y gracias a su pase de periodista entra en el stand y se acerca a ellos. Inmediatamente, una asesora de prensa la retiene e incluso le impide hablar. Sin embargo, María no deja de notar la profunda mirada que le lanza la joven árabe. Los ojos son grises-verdes, como los de Carmen. Está segura de que es su hermana. Su corazón empieza a latir. Hace un esfuerzo sobrehumano para que no se le note. Y a distancia sigue observando al grupo, que pronto se aleja hacia otro stand.
—¿Les seguimos? —pregunta Roberto.
María no responde, y tan pronto como el grupo se ha ido, se apresura, recoge un folleto que vio deslizarse discretamente al suelo y lo esconde inmediatamente en su bolso. Más tarde, cuando están solos, lo mira. Es una publicidad para visitar la gran mezquita Sheikh Zayed, está escrito a mano «aseos a las 11:00», y una cruz está trazada en el plano del edificio. No hay duda. Dice a Roberto:
—Esta noche en el hotel te explicaré, —decreta.
Por la noche en el bar, fraternizan, como si se conocieran de toda la vida. Hay que decir que Roberto es realmente simpático. Un verdadero caballero, siempre discreto e inteligente, entiende todo a medias, ella es la que manda. Durante las calificaciones, juntos interrogaron a la fauna que frecuentaba el bar de la terraza sobre los stands.
A María no le interesan los fans de la fórmula 1, y de hecho no son los más numerosos. «¡Increíble!» me dirás, y sin embargo no. En Abu Dhabi, la familia Zayed ha logrado crear una especie de zoco de lujo, un evento que quien quiera estar en la cresta de la onda, no puede perderse. Los árabes invierten, hay que aprovecharlo.
—Vámonos a mi habitación, —dice ella, —prometí explicarte todo.
María había decidido revelarle su plan. A la mañana siguiente, se ducharon juntos. A María, Roberto le había gustado desde el principio, y consideraba que un compañero podría serle útil en su empresa. A primera hora, en cuanto abren, entran en la mezquita para localizar los aseos. Como ella esperaba, los paneles de separación no llegan hasta el suelo, una chica delgada puede deslizarse por debajo. La abaya que se le ha prestado y que es obligatorio llevar no facilita su movimiento, como tampoco lo hace el velo sobre los cabellos. Resignación. Aún es demasiado pronto para actuar, pero hay que decir que la mezquita es una pura maravilla y su estilo depurado y geométrico que no niega la esencia de la arquitectura árabe clásica, a la vez que presenta todo un impulso de modernismo que nunca es exacerbado. Todo ser, aquí se siente como sumergido en un oasis de serenidad, lo inmenso es también lo pacífico.

10,45h. Maria se encierra en el último baño de la fila, y traza una pequeña cruz de color rosa natural, el lápiz labial favorito de Carmen, cerca de la cerradura del baño de al lado. Alrededor de las 11:00, oye entrar a dos mujeres que se hablan en inglés. Una es Carmen, seguro. La otra se despide:
—Te espero fuera, no tardes, —dice en inglés con una voz que no acepta réplica.
María abre la puerta y atrae violentamente a Carmen al interior de su baño. Caen en los brazos una de la otra y se besan largamente llorando. Pero María sin perder un instante, susurra en su oído:
— Cambiemos nuestra ropa, Roberto mi camarógrafo te espera en la salida y te llevará inmediatamente al aeropuerto donde te esperan con un billete a tu nombre, Mamá y Alfredo.
— Pero, ¿y tú?
No te preocupes, llevo lentes de contacto del color de tus ojos y gracias al niqab no me reconocerán, tenemos el mismo cuerpo. Está todo planeado, estoy aquí como enviada de la RAI.
—Bueno. La señora que me acompaña se llama Razane, sólo habla inglés. El príncipe se llama Ahmed El Bachir, hablamos en italiano. Está enamorado de mí, me acosté con él…
María la mira sorprendida, pero el tempo presiona ambas se callan y se intercambian toda la ropa, incluida la íntima. María sale del consultorio, se controla rápidamente delante del espejo abandona el baño y se acerca a un paso decidido de la señora Razane, que la espera.
Todo sucede sin problemas, hay que decir que la señora no es habladora. La visita a la mezquita es interesante, el tiempo pasa rápidamente. Además, ¡qué sensación más extraña la de pasear con velo! Normalmente la mirada de los hombres pesa sobre ti, y la de las mujeres también, como un juicio permanente. Debes sentirte hermosa para estar segura, segura de tu capacidad para dominar los acontecimientos. Tapada así puedes, como mucho, ser objeto de cierta curiosidad, eso es todo. ¡Extraño!
María dice que no quiere perderse el principio de la carrera, así que se niega a comer. Hay que decir que no tiene ni idea de cómo comer sin quitarse el velo. Además, está ansiosa por afrontar su encuentro con el príncipe. ¿Cómo puedo ser íntimo con él sin que la reconozca? Tiene que aguantar hasta que el avión despegue, o aún mejor hasta el final de la carrera.
Cuando llegan al circuito, los coches ya están desplegados en la parrilla de salida. Hay una multitud de gente alrededor. Todas las personalidades, los periodistas, el príncipe también, dan una vuelta, curiosos hacia los pilotos, los coches, estos monstruos que van a guerrear a unos 300 km por hora durante dos horas. Algunos acabarán completamente destruidos, en una colisión, una salida de carretera, pero el piloto hoy probablemente saldrá ileso, la seguridad de sus bólidos ha alcanzado afortunadamente tal nivel que las trágicas muertes que hacían de este deporte una tragedia, hoy están prácticamente excluidos.
Ahmed se encuentra entre los curiosos. María se une a él y se aferra a su brazo mirándolo amorosamente. Hay que decir que no es muy difícil, es hermoso como un dios griego. La mira un poco sorprendida, Carmen era mucho menos demostrativa. Se alegra. La pareja funciona bien, él ha pasado todas las noches con ella, sus cuerpos vibrando al unísono, la armonía competitiva, seguro que ella también se ha encariñado con él y ya está considerando formalizar su matrimonio, quizás incluso liberarse de Djamila y de todo el harén. Por ello habrá aceptado este viaje a Abu Dhabi, además de porque le gusta este deporte y, siendo pariente de la familia real, ha podido darle ese placer. Carmen había acordado llevar el velo para evitar plantear problemas que afrontaría en una próxima etapa.
La carrera está a punto de empezar. Evacuamos la parrilla. Ahmed la lleva a la Torre Viceroy, de libre acceso y desde donde se puede ver todo el circuito.
Tres horas más tarde, en el stand de Ferrari, el ganador Sebastian Vettel y Charles Leclerc, su compañero, participan en una pequeña fiesta que el director técnico ha improvisado para agradecer a todo el equipo. El Príncipe y María están presentes. Roberto acaba de llegar. Hace una señal a María para comunicarle que Carmen está ya en Milán.
Así que María se dirige rápidamente hacia él, que apunta su cámara hacia ella: estamos en vivo. María se quita el velo, el abaya, muestra su pase de periodista Rai a la cámara y cuenta toda la historia.
El mundo entero está informado en pocos instantes.


Jean Claude Fonder

El bar topless(8): Topless e polpette

© Anastasia Dupont

TOPLESS E POLPETTE

Empieza a hacer frío. Estamos a principios de diciembre. Pero el sol todavía brilla en Toscana. Y el mar cercano suaviza las temperaturas. Los colores son un poco más matizados, como si la acuarela hubiera sustituido la pintura al óleo para describir el paisaje. Las aves migratorias, que se dirigen hacia el sur, pueden observarse siguiendo los misteriosos caminos que las llevarán al refugio de los grandes fríos del invierno que amenaza.
María, Carmen y yo ocupamos nuestra cabaña en el campamento naturista que frecuentamos regularmente. Por supuesto, no podremos bañarnos con este tiempo, pero después de la terrible aventura de la que salimos ilesos, gracias a la habilidad y al valor de María, hemos decidido revitalizarnos en contacto con la naturaleza y respirando paz y tranquilidad. Alfredo no nos acompaña esta vez, tiene que trabajar.
María, en cambio, ha invitado a Roberto a unirse a nosotros, nos ayudó en Abu Dhabi y, sobre todo, a ella le gusta. No es Roberto Bolle, pero lo encuentra dulce y simpático. Trabajando en equipo con él, le ha revelado su vocación y ha decidido continuar sus estudios para convertirse en periodista.
Carmen está sola, obviamente, sólo hay espacio para cuatro personas, algún día tendremos que buscar una cabaña más grande, sin duda. Pero no es sólo eso, la encuentro un poco melancólica. Como yo, hace mucho tiempo que no me separo de Alfredo, nuestra relación funciona a la perfección. No es sólo un amante maravilloso, sólo de pensarlo se me pone la carne de gallina, sino que sobre todo es un buen compañero, siempre a mi lado, apoyándome eficazmente sin decirme “Deja que yo me ocupe de esto”. Cada uno de nosotros tiene su trabajo, pero también un amigo con quien compartir los éxitos y las derrotas.
No sentir su cuerpo cerca del mío, después de unos días de ausencias es un verdadero castigo. María y Roberto disfrutan a tope, Carmen y yo sólo podemos escuchar. En la cabaña, como es habitual, vamos desnudos, la calefacción funciona bien. Al principio, como sucedió en el caso de Alfredo, Roberto estaba un poco avergonzado, esta forma de vida no le era familiar. ¿Cómo evitar una erección, cuando convivimos, nos rozamos en todo momento, tres mujeres, dos chicas jóvenes y yo, una mujer madura pero, modestamente, en forma?
Yo siento el erotismo de la situación, las chicas también, estoy segura. María obviamente puede satisfacerse, yo querría llamar a Alfredo, ¿pero Carmen?
Me había contado su experiencia en el harén, los masajes para exaltar su sensualidad y luego la ira del príncipe que la deseaba como la había conocido en el bar topless, las noches endiabladas para conquistar su libertad. No puede creer que la relación de su hija con el Príncipe El Bachir no haya dejado huella.
—Ahmed es diferente, —decía para defenderlo, —Ha heredado y sigue implicado en un mundo que ya no es suyo.
De repente suena el celular de Cristina. Acepta la llamada:
— …
— ¿Qué? ¿Una bomba? ¿En el bar? ¿No hay heridos? … Vamos para allá.
Cristina, se sienta en la cama, abatida.
Una bomba ha explotado en la puerta esta mañana, un poco antes de que Carlos llegara, la policía ya estaba allí. Tenemos que volver. Pero, ¿quién ha podido hacer eso, los árabes para vengarse?
— Ahmed nunca haría algo así, —dice Carmen, como si quisiera convencerse a sí misma.

En Milán constatamos que los daños son menores. La bomba estaba en el exterior y sólo la fachada y las ventanas del bar están dañadas. Sin embargo, a petición de Marco, el jefe del bufete, alertado por Alfredo, nos reunimos con la policía antiterrorista. Gracias a las cámaras de vigilancia que hay en la zona, ya han identificado a un posible sospechoso. Aparentemente, ese hombre proviene de Bruselas y se lo relaciona con las células que dirigieron los atentados de París y Bruselas. La policía belga que lleva a cabo las investigaciones ha manifestado el deseo de reunirse con Carmen en Bruselas para comprender mejor todos los pormenores del caso.
— No tienes que ir, — reacciona inmediatamente Cristina. — Si es necesario, iré yo.
— Pero mamá, fui yo quien vivió todo esto en persona.
— No quiero que te expongas de nuevo, y además María y tú tenéis que seguir estudiando. Me lo has contado todo y, si es necesario, nos comunicaremos a través de Internet. Alfredo te representará como abogado y yo lo acompañaré.
Unos días después, Alfredo y yo desembarcamos en el aeropuerto de Bruselas. Hemos decidido pasar unos días en casa de una amiga de la infancia, Susana, que es una funcionaria europea y vive allí. De todos modos, el bar está cerrado, y Alfredo ha dado su disponibilidad para ayudarme en esae difícil situación.
Bruselas es una ciudad hermosa, todos conocemos su célebre Grand Place, un esplendor de barroco español que sirve de marco incomparable al Hotel de ville que, con su torre gótica, se asemeja extrañamente a un edificio religioso. La impresión general que nos dio es que es una ciudad verde. No faltan parques y grandes avenidas llenas de árboles, pero lo más extraordinario es una especie de parque central que en realidad es sólo la punta de un majestuoso bosque que nos lleva fuera de la ciudad, a la provincia circundante. El tiempo, que a menudo es ventoso y húmedo, el mar del Norte está a unos cien kilómetros, se adapta plenamente a esta abundancia botánica. Sin embargo, el sol fue lo suficientemente misericordioso para permitirnos admirar algunas maravillas arquitectónicas que la ciudad sabe exhibir por sorpresa en medio de un cierto desorden que la historia le ha legado. Horta, por ejemplo, el genio de “L’art nouveau”, es omnipresente con numerosas casas privadas, edificios institucionales como el museo del tebeo, y su propia casa donde no hay ningún objeto que no fuera diseñado por él, y que se ha convertido en un museo.
En cuanto a la presencia árabe, hoy famosa tras los atentados de París y Bruselas, es asombrosa. En primer lugar, no es la única etnia presente en esta ciudad verdaderamente cosmopolita. Por razones históricas, en concreto la colonización del Congo, hay muchos africanos, de hecho tienen un barrio, el simpático “Matonge”. Pero también están presentes en toda la ciudad, así como emigrados de otros orígenes, principalmente turcos, portugueses y españoles. Los italianos no son numerosos, se encuentran sobre todo en Valonia. También se nota la presencia de los distintos países de la Comunidad Europea, cada uno de los cuales debe delegar una cuota de funcionarios, que tienden a permanecer una vez finalizado su mandato.
Los árabes, principalmente los marroquíes, son los más numerosos en Bruselas. Esto parece corresponder a una política conjunta de los dos países, Marruecos, que exportaba emigrantes, y Bélgica, que era una gran devoradora de mano de obra. Resultado: por una parte, una integración profunda en la tercera generación de una parte de esta población que ha logrado formar una nueva clase media, y por otra parte, entre los primeros llegados y las poblaciones más pobres, se formaron barrios enteros completamente arabizados, tanto a nivel de los comercios como del modo de vestir.
Fue noticia la guerra del velo en los años 80. La polémica no fue, como se podría pensar hoy, sobre si usarlo o no, sino sobre el derecho a llevarlo. Eran las jóvenes las que habían tomado la iniciativa, y lo llevaban en versiones modernas y muy coloridas, elegantes y atractivas.
¿Y el terrorismo?
La gran crisis de los últimos años ha frenado el empleo y creado un recrudecimiento del racismo, y algunos jóvenes deseosos de rebelarse contra las injusticias de la sociedad se han acercado al yihadismo. En Bélgica, el entorno era particularmente propicio.

— ¿Conoce a Djamila Al-Khawlani? — me pregunta en francés el inspector de la policía belga mostrándome la foto de una señora árabe que lleva el hijab.
— No, pero mi hija me habló de la primera esposa del príncipe El Bashir. Puedo comprobarlo.
— Lo comprobará más tarde, pero sin duda es ella, porque ha solicitado hablar con su hija, aunque no es ella quién ha venido a Bruselas.
— Espero que lo entiendan, después de lo que pasó, no quería que se expusiera. Pero no hay problema, estaré encantada de conocerla, con mi abogado que me acompaña, —dice, señalando a Alfredo.
— El encuentro tendrá lugar aquí mismo, en nuestros locales donde disponemos de todo el equipo necesario, mañana a las 11.

Por la noche cenamos en casa de Susana, a quien cuento los acontecimientos. Por la tarde había hablado con Carmen. También a ella le sorprendió saber que la primera esposa de Ahmed estaba en Bruselas y que podría estar vinculada con el atentado. Hablamos de posibles celos, pero Carmen lo descarta.

— ¿Por qué se puso en contacto con nosotros, señora Al-Khawlani? — pregunta el inspector a la señora elegante que se había sentado con autoridad a la cabeza de la mesa, como si presidiera la reunión. Llevaba simplemente una djellaba negra y se cubría con un hijab del mismo color.
— Reconocí a un miembro de mi familia, un primo pequeño, entre las fotos que usted publicó recientemente en los periódicos sobre el atentado de Milán.
— ¿Usted es la esposa del príncipe El Bashir?
— Ya no lo soy. Me repudió después de los acontecimientos de Abu Dhabi. Por eso quería ver a Carmen. Podría haber confirmado que yo siempre la ayudé.
—Soy su madre, —digo, —puedo confirmar lo que está diciendo por ella, me lo ha contado todo.
— Me puse en contacto con usted porque no quiero que nadie piense que yo, mis padres o mis seres queridos estamos de alguna manera vinculados con esta estúpida iniciativa de unos jóvenes irresponsables. Mi familia vive en Bélgica desde los años 50. Mi padre es un honorable profesor de la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales de la Universidad Libre de Bruselas.
— ¿Cómo es posible que hayas estado casada con el Príncipe El Bachir? — pregunto.
Una alianza entre nuestras familias. Yo tenía 13 años y el Príncipe tenía 3. Terminé mis estudios literarios en Bruselas antes de trasladarme a Suhar, en el palacio del Príncipe. No lo conocía mucho, casi nunca estaba allí. Ni siquiera tengo hijos, cuando me dijeron que me repudiaba, no me preocupó. Algunos miembros de la familia lo tomaron como una ofensa, lo que no entiendo, porque no han faltado compensaciones. El príncipe en este aspecto es un verdadero señor.

Nos quedamos en Bruselas unos días más y al final de la semana tomamos el avión de regreso, sin más noticias sobre la investigación.
Decir que Bruselas es una ciudad árabe sería exagerado, pero que hay una presencia árabe difusa en todos los sectores de la sociedad y concentrada en ciertos barrios populares donde las tiendas, los bares y restaurantes árabes son numerosos, es más cercano a la realidad. Estamos lejos de un cierto orientalismo que ha impregnado la cultura francesa y su imaginario colectivo de bañistas lascivas y desocupadas o de odaliscas generosamente ofrecidas a todas las miradas.
Cuando llegamos, Carmen nos espera, está toda despeinada y hace grandes gestos cuando nos ve. Se lanza a los brazos de Cristina, y entre efusiones, entiendo que tiene que hablar con nosotros. En el coche, nos dice toda excitada:
— Ahmed está en Milán.
— ¿El Príncipe El Bashir?
— Sí, ha comprado el edificio, en el que está el Bar topless, quiere pagar las reparaciones y regalártelo. Incluso propone ampliarlo y añadirle un restaurante. Incluso tengo una idea para el nombre: “TOPLESS Y POLPETTE”.


Jean Claude Fonder