
DAN
Irene me mira atentamente a través de las gafas que ocupan una buena parte de su cara, pero no son invasivas, dos frágiles círculos de hierro rodean los vidrios. Con la mancha roja de sus pequeños y pulposos labios, su pelo vaporoso recogido hacia arriba y su tez lechosa, es como una geisha moderna. Está vestida muy sencillamente, una camiseta a rayas marineras bajo un chaleco de piel negra y los indispensables vaqueros. No hay huellas de maquillaje aunque alrededor de los ojos, agrandados por las gafas, la piel y los párpados están delicadamente rosados.
—¿Conoces a Carmen, entonces? —le pregunto enseñándole una foto.
—Claro, somos compañeras en primer año de informática.
—¿Cuándo la viste por última vez?
—El viernes en aula. ¿Por qué me lo preguntáis?¿Ha pasado algo?
—¿Carmen no ha hablado contigo de Dan? —Pregunta María con brusquedad. —¿Aquí en el Harp Pub, por ejemplo?
—Yo no os conozco, —replica sospechosa Irene. —¿Quiénes sois para preguntarme todo esto? ¿Sois policías?
—Irene, Carmen es mi hermana, ayer desapareció y no sabemos nada de ella. Alfredo es el compañero de mi madre y es también abogado. Ella nos dijo que tú eras la novia de Dan, pero que tenías problemas con él. Quería empezar una historia con Dan para ayudarte.
—¡Carmen no me dijo nada! —grita, reconociendo implícitamente que había abordado el tema de su relación con Dan.
—Ahora eso no tiene importancia, queremos encontrar a ese Dan rápidamente. —¿Dónde vive, conoces su dirección? ¿En qué bar trabaja?
Irene nos revela todo, el bar donde trabaja es un bar de noche, se llama “Lapdance”, está cerca de via Padova y él vive en la misma zona. Llamo a Cristina para mantenerla informada, la pobre está muy preocupada, y me pregunta si no sería mejor ponerse en contacto con la policía. Le respondo que ya estoy yendo con María al domicilio de Dan y que Marco, el socio del bufete que dirige nuestro equipo, está al tanto de todo. Cuando lo llamé esta mañana para pedirle que me autorizase a no participar en la audiencia, se preocupó también por lo ocurrido, y alegando que Adriana bastaba para ayudarle, además de que quería seguir personalmente el caso. Le cuento a Cristina que Marco conocía personalmente al “Questore” y diferentes comisarios de la “squadra mobile” de Milán. Sus conocimientos en la policía milanesa serán seguramente de gran ayuda.
El apartamento donde vive Dan está en un edificio popular. En este barrio hay muchos de este tipo, construcciones simples de 10 pisos con pequeñas ventanas cuadradas, y una terraza minúscula. Dan vive en el sexto, la planta baja del edificio está ocupada por bares y varias tiendas de barrio, frutería, lavandería, peluquería y kiosko de periódicos. Entre las tiendas encontramos una puerta de aluminio que abre sobre un pequeño vestíbulo con buzones, timbres y telefonillos. Tocamos el timbre que tiene el número que nos ha dado Irene, varias veces sin obtener respuesta. Por suerte, en este momento sale una señora, la cual amablemente nos deja pasar. Tomo el ascensor mientras María ligera como una gacela sube rápidamente por la escalera. Cuando llego, la puerta del apartamento que tendría que ser el de Dan, está abierta, me precipito dentro.
—¿María, donde estás? —grito angustiado.
—Aquí estoy, —responde saliendo de la habitación con una sonrisa irónica sobre los labios. —Ya no está, ha hecho la maleta y se ha marchado. He visto el vacío que hay en el armario abierto. Parece que tenía prisa. Voy a buscar información, huellas, algo, nunca se sabe.
Ambos nos ponemos a registrar todo el piso. No es muy grande, una habitación, una cocina y un cuarto de baño. Después de un rato de buscar en vano, de repente a María se le ocurre una idea; en el caso de que Carmen estuviera con él y quisiera aislarse habría elegido el aseo. Deshacemos el rollo de papel higiénico y descubrimos un mensaje de Carmen: «Dan quiere llevarme a Albania, su país. Hemos pasado la noche juntos. Cree que estoy loca por él. Me ha prometido que allí vamos a ganar mucho dinero gracias a la informática y que podremos vivir juntos. Me está vigilando. Me ha quitado mi móvil para que no nos detecten. Vamos hacia Ancona, no sé más. Apenas pueda envío mensajes.».
—Tu hermana está loca, vamos a hablar con la policía, —digo con firmeza a María.—No, no, —grita ella, y me mira suplicante. —Habla antes con mamá y con tu jefe, si este cerdo se da cuenta quizás haga daño a Carmen.
—Bueno, de todos modos voy a ir al bar donde trabajaba Dan. Allí mejor que vaya solo. Es un bar para hombres, el nombre es claro. En este tipo de lugar, no estamos muy lejos de la prostitución y no creo que sea conveniente que conozcan nuestra búsqueda. Abren por la tarde, habrá menos clientes y será más fácil.
—Te esperaré fuera en el coche, —sentencia María.
El “Lapdance” no parece un bar de noche. Asemeja más bien a un cine porno: una vitrina con las fotos de las artistas desnudas con estrellas en los puntos estratégicos, una taquilla y una cajera desagradable que parecería puesta allí para desincentivar la entrada. Pago y entro.
En el interior, el decorado cumple con todas las normas del decálogo del buen hortera, parece un “saloon” de cartón piedra, con un triste escenario rodeado por bombillas, una sala con butacas de sky alrededor de mesitas de aspecto pegajoso. Pequeños escenarios secundarios redondos y con un palo de acero en el centro salpican el resto del local. La larga barra está al fondo, con altos taburetes en los que están sentadas algunas chicas vestidas con tanga y sostenes microscópicos. Detrás de la barra, tres camareros sirven con un uniforme tipo pizzería. Todavía hay pocos clientes y el espectáculo no ha empezado. Algunos están sentados diseminados por las butacas de la sala. Dos están en el bar y discuten con una chica, todos beben a sorbitos una copa llena de un líquido rosa, el aperitivo de la casa, por supuesto. Voy hacia el bar, inmediatamente una de las chicas libres se alza y viene hacia mí, pero la esquivo y me dirijo hacia una que me parece más joven y menos experimentada. Le propongo que vayamos a sentarnos. Se llama Rosa, nombre de guerra supongo, es rubia, con los pómulos salientes, grande y bien formada, en una palabra una rusa, o al menos eslava. Está casi desnuda como sus compañeras y camina sobre zapatos de tacón altísimos. Pide el famoso aperitivo, yo me conformo con una cerveza, pero no cambia nada, el precio de la consumición varia solo según el género del bebedor. Intercambiamos algunos comentarios inútiles y el espectáculo comienza.
Prácticamente es un strip-tease, las bailarinas son las chicas que están en sala. Tienen bien poco que quitarse, pero lo hacen bailando sensualmente con los palos y, también se acercan a los hombres que están solos y les hacen un baile de regazo cada vez más osado. Aprovecho los momentos de mayor tensión para preguntar a Rosa si conoce a Dan. No me responde pero veo que su mirada es un asentimiento. Tengo que insistir.
— Me toca a mí ahora, bailaré para ti, —dice rápidamente y me deja atónito.
Poco después, se abre de nuevo el telón y aparece Rosa, vestida como una colegiala, faldita plisada y camisa blanca. Al reconocerla, el escaso público se desencadena y prorrumpe en aplausos. Empieza sin desnudarse el baile de regazo, y obviamente se dirige hacia mí. Descubro entonces el motivo de su éxito: baila sin bragas. No vacila en frotarse sensualmente sobre mi sexo endurecido y me cuchichea a la oreja con una mirada significativa.
—Si quieres conocerme mejor, compra un billete para verme en el “privado”.
Por supuesto lo compro.
Cuando salgo del “Lapdance”, voy directamente al coche enseñando a María el papel en el que Rosa ha escrito su número de móvil.
—Creo que sabe algo, ha tomado el riesgo de introducir en el bolsillo de mis pantalones este billete, la llamaré mañana por la mañana.
—No entiendo. —dice María
—En este lugar hay cámaras en todos los rincones, y en particular en el “privado”.
—¿El privado?
—Es una habitación en la que la bailarina te hace un baile de regazo privadamente.
—…
—No voy a contártelo en detalle, prácticamente se follan al cliente sentado en un sillón.
—¿Has hecho eso con esta chica?
—Se lo contaré a Cristina, no te preocupes, era el único modo. Además vamos a hablar con Marco, porque probablemente habrá que proteger a Rosa para conseguir que pueda delatar a estos traficantes de mujeres.
Estamos todos reunidos en una sala de la “questura” de Milán, Cristina, María, Irene, Rosa y yo. Ayer llamé a Rosa, que se llama realmente Natalia. Es originaria de Ucrania. Ella aceptó sin dificultad tomar un taxi para ir a la “questura”, esperaba solo eso. Marco al escuchar mi relación había decidido tomar contacto con la “squadra mobile” de Milán, la sección que se ocupa de crímenes de orden sexual. La inspectora Daniela Carnabuci, encargada de la investigación y su asistente Dario Bardi, especialista informático, nos han interrogado por separado y ahora está resumiendo ante todos el plan de acción para los próximos días.
Natalia será incluida en el programa de protección contra la trata de mujeres de la “Casa dei diritti”. Allí se ocuparan de su inserción en la vida normal. En el caso de que Dan u otra persona intenten hacer algo para recuperarla, se advertirá directamente a la inspectora. Las informaciones que nos ha entregado, lamentablemente son de poca utilidad para el caso que nos ocupa. Pero nos han permitido entender que estamos ante una organización peligrosa.
Natalia buscaba a un hombre que le hubiera permitido emigrar a Europa y para ello hizo uso de las redes sociales llegando a publicar fotos provocativas. La reclutaron fácilmente, se presentaron como una asociación de apoyo a chicas del este que quieren emigrar y encontrar trabajo en Italia. Le dieron un billete de tren hasta Tirana, donde estaba la sede de la organización. Habría estudiado italiano y apenas estuviera preparada se transferiría a Bari pasando por Durazzo. La asociación se ocuparía de todo hasta encontrarle un trabajo de empleada doméstica. Natalia habría pagado los gastos progresivamente con su salario.
Al llegar a Tirana, le esperaba una pareja encargada de llevarla a la sede. Una mujer de una cierta edad, que parecía la jefa y que hablaba secamente por medio de onomatopeyas. El hombre que la acompañaba, una especie de gigante, era aún menos simpático y tenía un aspecto repulsivo.Con él ninguna huida era imaginable.
—¿Y, no puedes darnos indicaciones sobre cómo localizar este lugar? —pregunta Cristina que no puede resistir la incertidumbre.
—Como ya le expliqué a la inspectora, —precisa Natalia, —fue en el trayecto en coche que comprendí que había caído en una trampa. Me obligaron a ponerme una venda. El viaje fue largo, cambiamos dirección muchas veces y me dejaron ver algo solo en la habitación en la que me encerraron durante varios meses.
—¿Te torturaron?
—No, no querían estropearme. Solamente el primer día, el hombre me dio una paliza, sin duda para que comprendiera que debía obedecer sin hacer preguntas.
Natalia sigue contando su historia. Ella, como todos los presentes, se había dado cuenta de la avidez de Cristina por conocer los detalles, por saber lo que puede pasar a su hija. No sé si Natalia minimiza por este motivo, pero insiste sobre el hecho de que ella quería sobre todo llegar a Italia, que estaba dispuesta a todo para reducir el tiempo de espera convencida de que una vez allí encontraría el modo de escapar.
—¿Cómo has podido creer que una propuesta de este tipo fuera honesta? —preguntó Irene, que, con su modo de ser delicado y elegante, parecía totalmente fuera de contexto. —Dan es una persona atractiva, un hombre muy guapo, pero cuando vi cómo eran sus amigos y sus actitudes machistas bastante evidentes, decidí dejarlo sin hacer ruido. Hablé de eso con Carmen, pero no me esperaba que tomase tal iniciativa.
—No puedes imaginar en qué medida las chicas de mi edad quieren salir de este mundo desolado, destruido y decadente en el que vivimos después de la caída del muro. Nos prometen que va a cambiar, pero estaremos ya viejas cuando ocurra. Vemos en internet, en las películas cómo es la vida en occidente.
Cristina la interrumpe y pide detalles, ¿qué te hicieron? y ¿cómo conseguiste que te llevaran a Italia?
—Empezaron con hacerme trabajar en chat con una webcam. Manejan unas páginas pornográficas. No dudé a comportarme en un modo muy osado. Creo que pensaron que en cierto modo esto no me desagradaba y recibí cada vez más a menudo a hombres que pertenecían a la banda. Follé con ellos sin quejarme.
—¿No te daba asco, o miedo fornicar con todos estos cerdos? —pregunta Maria de repente.
Natalia la mira fijamente, como si jamás hubiera pensado en eso, pero Cristina insiste.
—¿En qué modo te propusieron que vinieras a trabajar en Italia? ¿Por qué empezaron a fiarse de ti?
—Ganan mucho más dinero en un bar como el “Lapdance”, con varias bailarinas suyas y este Dan que controlaba todo. Me hicieron firmar un reconocimiento de deuda de 60.000 euros y que iban a cargarme también todos los gastos de vivienda. Debía pagarles el 50 % de mis ganancias hasta la extinción total de mi deuda.
—¿Qué tipo de relación mantenías con Dan? —pregunta Irene con una mueca de lástima.
—Nada, me acosté con él solo una vez, no soy su tipo, creo.
—¿En tu opinión hace también de reclutador para la organización? —Interviene Cristina.
— No, pero es un mujeriego, le gusta que eso se sepa.
—¿Por qué habrá llevado a Carmen a Tirana? —Pregunta Cristina, cada vez más preocupada.
—Francamente no lo sé —concluye Natalia.
La inspectora dice que con Dario van a investigar en las chats y que se pondrán en relación con la policía albanesa. Además pide la colaboración de todos: cualquier información o contacto que obtengamos, tendrá que ser comunicada inmediatamente.
Maria, Cristina y yo salimos juntos de la Questura. Irene ya se ha marchado. Cristina camina lentamente, está muy sombría. Dice que la situación no le gusta, que hay algo que no funciona, que no entiende. Con Dan que ha desaparecido no tenemos ningún hilo que pueda conducirnos a Carmen.
—No creo que la policía vaya encontrar algo, podemos solo esperar que Carmen consiga enviar un mensaje, —añade.
—Tengo una idea, —dice María, —podría poner en Facebook también yo fotos provocadoras. Me contactarán y tendremos una pista.
Cristina no puede contenerse, la abofetea violentamente y se pone a llorar.
Jean Claude Fonder
