
All articles filed in Tapañol 23-2-22 LLUVIA

El beso bajo la lluvia

Nunca me gustó la lluvia. Hui de mi país porque llueve todo el tiempo. Una lluvia ventosa, que dura todo el día, ¿qué digo todo el día? A veces se pasa más de un mes sin ver un rincón de cielo azul. Y no es una lluvia franca, una buena Drache como decimos nosotros. Una tormenta, por ejemplo, como en la pastoral, las grandes nubes negras que acuden en un hermoso cielo azul poblado de nubes blancas, algunos truenos a lo lejos y, de repente, el infierno casi nocturno estriado por relámpagos azulados que desencadenan redobles de timbales coronados por las detonaciones del bombo y finalmente la lluvia densa, la que realmente moja, cuando se dice que llueve a cántaros. Luego el cielo se libera rápidamente mientras que el trueno se calma y se aleja pacíficamente.
No, es una pequeña lluvia interminable, un escupitajo intercalado con una lluvia más fuerte, que te deprime con su cielo gris, sus pequeñas ráfagas de viento que te voltean el paraguas, una humedad permanente que te penetra lentamente hasta el tuétano.
Sin embargo, a veces se puede disfrutar observando el mundo exterior, bien abrigado y protegido por las ventanas empañadas y cubiertas de gotas. Un mundo que parece un poco irreal, donde las luces de neón se reflejan indecentemente en los charcos que manchan las aceras, donde los paraguas de colores se esfuerzan por abrirse paso entre la multitud de una calle comercial. Y luego están los bares, o más bien las tabernas y los cafés para refugiarse y disfrutar de una buena cerveza entre los paraguas y las gabardinas chorreantes.
Un día, hace mucho tiempo, estaba sentado con una amiga en la ventana de un café, afuera llovía, estábamos enamorados, teníamos ganas de besarnos. Sin duda, el recuerdo de Singing in the rain estaba presente en nuestra mente. Pagué, salimos, llovía siempre, abrí un gran paraguas, escapamos. En el primer porche que encontramos, siempre al abrigo del paraguas, ella se acurrucó contra mí, me miró un instante, sus labios pulposos y ligeramente entreabiertos, sus ojos con el color de la lluvia, me incliné hacia ella, el paraguas se apartó y la besé bajo la lluvia.
Jean Claude Fonder

Lluvia

La lluvia corre por las calles, por las aceras, sobre los bancos se escurren las gotas, los charcos se agitan sobre las piedras, como las hojas de las palmeras lo hacen con el viento. El mundo se mueve con estruendo. Llueve mañana, tarde, noche y al día siguiente de nuevo hay que empezar pero al menos hoy, llueve, después todo sigue igual de gris, de triste y una lágrima se confunde con el agua que cae en este charco de dos centímetros y medio, lleno de barro, delante de la escalera donde está sentada Eva, en el primer escalón. Hoy le parecieron altos, como nunca antes, cuando salía de su trabajo a las nueve de la mañana. En el jardín verde delante, más oscuro que nunca, Eva piensa que sale de un infierno para recorrer el camino que lleva a otro más aterrador: su casa como cada mañana está fría, vacía pero llena de “tienes que”, obligaciones que ella no recuerda haber elegido. Desea quedarse allí, escuchando el viento, sintiendo la lluvia y mirando al charco que hay entre sus pies y preguntándose ¿cuánto ocupara su cuerpo en el universo? ¿cuánto ocupara el alma de cualquier muerto?
Como las tres almas que ya se habían perdido para siempre en aquel geriátrico del que quería huir pero sin saber hacía donde. Allí está pegada, mirando hacía el suelo lleno de tierra y agua, de fango, como su vida. Allí también crecen las plantas.
Blanca Quesada

Bajo sol y bajo lluvia

Para Elisa, in memoriam
Llovía a cántaros. Hacía frío. Sobre todo en el alma. Sin embargo había mucha gente a tu entierro. Me hubiera gustado participar, pero yo no estaba allí en aquel tiempo. Vivía lejos. Lo que sé me lo contaron. Con pelos y señales. Bueno, la verdad es que para mi, no hizo falta. Lo podía imaginar sin esfuerzo. El dolor de tus padres y de todos los que te quisieron en vida. Entre ellos también el mío.
Dicen que no existe nada peor que la muerte. En lo personal creo que el silencio es mucho más aterrador y ruidoso. Para acabar de una vez con ese silencio que siempre acompañó tu desaparición, quiero dedicarte esas líneas. Quisiera contarte lo que fue después. Como si tú pudieras oírme, allá donde estés.
Porque el día que te fuiste para siempre tú no lo sabías.
Llevabas solo unos vaqueros, una camiseta de colores y tus zapatillas de deporte preferidas. Y la sonrisa con la que acogías a todos y con la que esperabas vivir tu futuro que alguien te robó. Esa también te llevaste para siempre.
Aquel domingo de septiembre hacía calor. Todavía lo recuerdo. Parecía que el verano no quisiera ceder el paso al otoño, con sus lluvias y sus cielos grises. Saliste de casa despidiéndote de tu madre. Ninguna de las dos hubiera podido imaginar. Nadie hubiera podido predecir la tormenta que vino luego.
No es fácil encontrar las palabras, porque casi siempre cuando las buscas ellas rehuyen, no están hechas para ser atrapadas en una hoja de papel. Solo quiero que sepas que te buscamos por todas partes, bajo sol y bajo lluvia… y nunca tuvimos la suerte de dar contigo.
Eso ocurrió muchos años después, cuando la ciudad ya te había olvidado.
Manila Claps………..

Un buen matrimonio

Tras vagar por antiguos senderos, en el mismo bosque en el que paseaba con su abuelo, acompañada por un viento fuerte, frio, bajando de un cielo plomizo, Mariana descansa sentada al pie de un haya. Descansa y piensa en los años, cuando, de niña, solía pasar las vacaciones de verano en la casa de campo y sabía que el último día de agosto, que era también el último día de vacaciones, tendría que saludar sus amigos y regresar a la ciudad. Hoy es una mañana de principios de septiembre. El sol parece no estar dispuesto a levantarse. Sí, es una mañana de un día nublado y frío. Por fin la lluvia empieza a caer. A Mariana le parece oír unas voces llegando desde lejos; quizás sean la lluvia y el viento mezclando sus lenguajes misteriosos e intangibles o quizás sean las gotas al caer sobre las hojas, penetrando dentro de sus pensamientos, metiéndose en su cabeza, o tal vez es su alma, la que creyó haber dejado atrás con su dolor, que ahora la alcanza, a través de estas gotas. El ruido de la lluvia no cubre el eco de unos pasos aproximándose. Mariana se asusta. Se esconde entre ramas enredadas y hojas mojadas precipitando en un vértigo sin fin. Un hombre mojado, delgado, alto va acercándose. ¿Quién eres tú? O ¿Qué eres? Se pregunta Mariana. El hombre, camina entre la lluvia y los relámpagos. Le sonríe y Mariana lo reconoce. La misma capa negra en invierno y en verano. Es él. Es Quique, uno de sus viejos compañeros de juego. Se acuerda que era parco en palabras, mejor dicho ninguna. Pero ahora sus ojos…como los de ningún otro. Parecían ecos de lluvia, una luz clara en un rostro blanquísimo, pálido, austero. Este hombre, Quique, la lleva a un sendero que une el bosque a una pradera, a una granja. Esta noche, bajo esta lluvia helada, en esta granja con la puerta que Quique ha abierto para ella, Mariana quiere dejar el pasado atrás. Quiere amar y ser amada. Y tal vez mañana volver los dos a ser niños, jugar saltando en los charcos de agua, besándose bajo la lluvia.
Raffaella Bolletti

Lluvia

No sé… a lo mejor me he abrigado demasiado. Es lo que pasa en estos cambios de estación: una siempre se equivoca. Podría quitarme la bufanda, eso sí. No es de lana, es de seda, pero aun así me asfixia.
Llueve. Llueve a cántaros.
Los limpiaparabrisas se agitan en una danza monótona, chirrían adelante y atrás, adelante y atrás.
No veo casi nada.
Sigo teniendo calor, así que intento desabrocharme la chaqueta con la mano izquierda, mientras con la derecha me aferro al volante.
De repente, el vehículo de adelante da un frenazo, lo mismo hago yo.
Hay un atasco, llueve y no se ve casi nada. Voy a llegar tarde.
No he tenido un accidente, por suerte, pero ahora me viene un sofoco, el sudor me empapa el pelo y el cuello. Me he abrigado demasiado.
Hay un atasco. Estamos todos parados en la autovía bajo la lluvia y yo no consigo quitarme la chaqueta.
Y voy a llegar tarde.
No se ve casi nada. Llueve a cántaros.
Silvia Zanetto

Lluvia

Valentina, mientras miraba la lluvia, pensaba que el verano de 2014 era horrible, llovía siempre y hacía frio, se aburría muchísimo, sus amigas había ido a Inglaterra porque habían suspendido inglés y en septiembre tenían que hacer el examen. Ella había tenido 9 en todas las asignaturas y había preferido quedarse en Italia. Decidió salir y tomó el paraguas pero poco después diluviaba y se refugió en un zaguán donde sintió un lamento. Miró alrededor y vio a un perrito en un rincón, estaba herido. Se acercó y con paciencia, porque el animal estaba aterrorizado, consiguió tomarlo en brazos.
Llamó un taxi y fue a la perrera municipal donde sabía que había un veterinario siempre. Cuando llegaron, el veterinario visitó enseguida el perrito y le dijo: este perro tuvo suerte que usted lo encontrara porque las heridas son graves, le han pegado con mucha fuerza, y si hubiera seguido sangrando probablemente hubiera muerto desangrado. Ahora le cosemos las heridas y dentro de dos días podrá ser adoptado. Valentina en ese momento decidió que lo adoptaría ella y lo llamaría Rubio, por el color del pelo. Se lo dijo al veterinario que alegó que pero Valentina era menor y que tenía que venir con uno de sus padres porque para adoptar un perro, había que ser mayor para firmar el contrato de adopción. Valentina preguntó si tenían necesidad de voluntarios para cuidar los animales, el veterinario dijo que si y que cuando viniera a tomar el perro lo dijera en segreteria. Su madre tenía que firmar la autorización. Valentina se lo dijo esa noche a sus padres que le pusieron una condición: que ella se ocupara de Rubio. Dos días después fue a recoger a Rubio y empezó a trabajar por la tarde en la perrera. El mes de julio pasó volando, en agosto fue al mar como siempre y gracias a Rubio conoció gente nueva que, como ella, tenía un perro y se divirtió a pesar de que en Recco llovía como en Milán. En septiembre mejoró el tiempo, días hermosos con sol y temperatura agradable, parecía julio, volvieron sus amigas y después de hacer los exámenes se vieron y fueron juntas al lago y a pasear por los parques de Milán siempre con Rubio que gusto también a sus amigas.
La noche antes de empezar la escuela se dio cuenta de que ese verano que había sido horrible al inicio después fue uno de los más hermosos de su vida. Había encontrado a su nuevo amigo Rubio y había conocido la satisfacción de ayudar a los demás, y se acordó de una poesía que decía que entre una lluvia y otra hay siempre un arco iris.
Gloria Rolfo

Lluvia

Era una locura aquellos tiempos de verano, porque parecía ser el día más soleado cuando de pronto todo estaba nublado; entonces nos preparábamos para ir a ver el gran espectáculo, ya que sucedía una o dos veces por año.
Tomados de la mano, mi madre llevaba a mis hermanas y mi abuelo a mí, porque la torrencial lluvia que caía provocaba desbordes naturales; vivíamos en las laderas de una gran montaña que, cuando llovía, traía consigo piedras y agua por canales que con el tiempo la propia lluvia había diseñado. Cuando todo se calmaba, nos bañábamos en los grandes pozos que se formaban.
Luis Alberto Prado
El crucero de Tito

(39° dìa) — ¿Mamá?…¿Mamá?…¿Mamá? ¡Está lloviendo todavía! — ¡Sì, cariño, lo sé! — ¡Mamá, no aguanto más esta lluvia! Agua arriba, agua abajo. ¡Son miles de días que llueve! — ¡No mi amor, son 39 días! Tienes que ser paciente. Muy pronto todo esto terminará. ¿Por qué no te vas a jugar con los monos? — ¡No, con los monos no quiero jugar nunca más! Siempre me toman el pelo por mi nariz. — ¡Es sólo para bromear! ¡Tú eres el elefantito más lindo de todo el barco! — ¿Mama? — Dime Tito — ¡Me aburro, me aburro, me aburro!!! — Tito tranquilízate, esta noche vamos a ir al concierto de los pájaros. Como siempre será muy divertido. — ¡Nooo! Por favor mamá, otro concierto no. ¡Me sé de memoria todas las canciones! — ¡Ya basta Tito! No seas caprichoso. Ven aquí e intenta quedarte dormido. Te comprendo, mi amor. Tú naciste en este lugar el día en que nos embarcamos en esta aventura. Conoces sólo la lluvia y el agua del mar. Tú nada sabes de la tierra. Del cielo azul, de los árboles, de las flores con sus miles de colores y perfumes. — ¿Mamá, de verdad la tierra es tan bonita? — ¡Sí, querido, la tierra es maravillosa! El sol cada mañana se despierta tiñendo el cielo de rosa y, por la tarde, cuando se va a dormir convierte el cielo en un fuego ardiente. Cuando volvamos a la tierra todo cambiará y, quizás, recordaremos con un poco de nostalgia este raro viaje. Don Noé y su familia nos han cuidado con mucho cariño, pero cuando regresemos a nuestra habitual vida tendremos que trabajar para procuramos la comida, el agua...pero ahora duérmete. Mañana presumo que será un gran día. (40° día) — ¡Despiértate Tito, despiértate mi amor! ¡Mira el cielo, es azul! ¡Mira don Noé como sonríe! Tiene en sus manos una paloma blanca que en su pico lleva una rama de olivo. — ¡Hoy mi amor has nacido por segunda vez!
Iris Menegoz
