
Valentina, mientras miraba la lluvia, pensaba que el verano de 2014 era horrible, llovía siempre y hacía frio, se aburría muchísimo, sus amigas había ido a Inglaterra porque habían suspendido inglés y en septiembre tenían que hacer el examen. Ella había tenido 9 en todas las asignaturas y había preferido quedarse en Italia. Decidió salir y tomó el paraguas pero poco después diluviaba y se refugió en un zaguán donde sintió un lamento. Miró alrededor y vio a un perrito en un rincón, estaba herido. Se acercó y con paciencia, porque el animal estaba aterrorizado, consiguió tomarlo en brazos.
Llamó un taxi y fue a la perrera municipal donde sabía que había un veterinario siempre. Cuando llegaron, el veterinario visitó enseguida el perrito y le dijo: este perro tuvo suerte que usted lo encontrara porque las heridas son graves, le han pegado con mucha fuerza, y si hubiera seguido sangrando probablemente hubiera muerto desangrado. Ahora le cosemos las heridas y dentro de dos días podrá ser adoptado. Valentina en ese momento decidió que lo adoptaría ella y lo llamaría Rubio, por el color del pelo. Se lo dijo al veterinario que alegó que pero Valentina era menor y que tenía que venir con uno de sus padres porque para adoptar un perro, había que ser mayor para firmar el contrato de adopción. Valentina preguntó si tenían necesidad de voluntarios para cuidar los animales, el veterinario dijo que si y que cuando viniera a tomar el perro lo dijera en segreteria. Su madre tenía que firmar la autorización. Valentina se lo dijo esa noche a sus padres que le pusieron una condición: que ella se ocupara de Rubio. Dos días después fue a recoger a Rubio y empezó a trabajar por la tarde en la perrera. El mes de julio pasó volando, en agosto fue al mar como siempre y gracias a Rubio conoció gente nueva que, como ella, tenía un perro y se divirtió a pesar de que en Recco llovía como en Milán. En septiembre mejoró el tiempo, días hermosos con sol y temperatura agradable, parecía julio, volvieron sus amigas y después de hacer los exámenes se vieron y fueron juntas al lago y a pasear por los parques de Milán siempre con Rubio que gusto también a sus amigas.
La noche antes de empezar la escuela se dio cuenta de que ese verano que había sido horrible al inicio después fue uno de los más hermosos de su vida. Había encontrado a su nuevo amigo Rubio y había conocido la satisfacción de ayudar a los demás, y se acordó de una poesía que decía que entre una lluvia y otra hay siempre un arco iris.
Gloria Rolfo
