
Era una locura aquellos tiempos de verano, porque parecía ser el día más soleado cuando de pronto todo estaba nublado; entonces nos preparábamos para ir a ver el gran espectáculo, ya que sucedía una o dos veces por año.
Tomados de la mano, mi madre llevaba a mis hermanas y mi abuelo a mí, porque la torrencial lluvia que caía provocaba desbordes naturales; vivíamos en las laderas de una gran montaña que, cuando llovía, traía consigo piedras y agua por canales que con el tiempo la propia lluvia había diseñado. Cuando todo se calmaba, nos bañábamos en los grandes pozos que se formaban.