Etel Adnan (Beirut 1925 – París 2021)


“…fui feliz el día que descubrí que el acto de escribir es un acto pictórico”

Esta declaración de la escritora libanesa, poeta plurilingüe y artista visual Etel Adnan, ayuda a comprender su acercamiento a la pintura y la interconexión de lenguajes expresivos que cultivará a lo largo de su vida. Etel Adnan, una de las voces más importantes de la diáspora de Medio Oriente, pionera en la lucha por la igualdad de género, transcurre de hecho su existencia en un cruce constante de caminos, culturas, idiomas. Nace en una familia mixta, de madre griega-cristiana y padre siriano-musulmano, funcionario del Imperio otomano. Infancia y adolescencia están atravesadas por los fermentos y tensiones derivados del choque entre la dominación francesa y las comunidades locales; pasará el resto de su vida entre Beirut, París y los Estados Unidos donde se traslada en 1955, luego de obtener la licenciatura en Filosofía en la Sorbona. 

Es justamente en esos años, ya residente en California donde enseña disciplinas humanísticas, que Etel inicia a pintar mientras se adentra cada vez más en el nuevo idioma que se convertirá en su nueva lengua literaria. Entre tanto, del otro lado del océano ha estallado la guerra de independencia de Argelia. La escritora entra en conflicto con su idioma de origen. Como dirá más tarde, pintar parecía el único modo de tomar partido contra el colonialismo: si el conflicto con el francés le impedía escribir, ahora iba a  “pintar en árabe.”

“El arte abstracto era el equivalente de la expresión poética. No tenía necesidad de pertenecer al idioma de una determinada cultura sino a una forma de expresión abierta…

Es así que en sus acuarelas inicia a transcribir versos de poetas árabes, sin comprender casi el significado, como lo hacia en la niñez, cuando copiaba de los libros del padre el alfabeto árabe prohibido en la escuela, y sin llegar a aferrar las palabras, se iba enamorando de la forma plástica de la caligrafía. De este ejercicio nacen sus “Leporello”, pequeños libros en forma de acordeón que irán a sumarse a los óleos abstractos y paisajísticos, de formas esenciales, geométricas, trazos fuertes, colores brillantes, donde aparecen reiterados: el sol, el mar, el cielo, el monte californiano Tamalpais. Una visión armónica del universo que parece contrastar con sus profundas y dolorosas reflexiones sobre la guerra: la de Vietnam, la de Irak, aquella que martiriza al mundo árabe y que la sorprende de vuelta en Beirut a inicios de los años setenta, obligándola a emigrar a París donde escribe, esta vez en francés, la novela Sitt Marie Rose galardonada por la Asociación de Solidaridad Franco-Árabe y traducida en diferentes idiomas.

En su casa de París, donde vivía con su compañera de vida, la escultora francolibanesa Simone Fattal, Adnan disponía de dos mesas de trabajo idénticas: en una escribía sus poemas; en la otra, acomodaba horizontalmente la tela y pintaba apretando el tubo de color directamente sobre el lienzo mientras lo extendía con una espátula. 

La pintura también es un ejercicio mental, pero para mí siempre ha sido, ante todo, un trabajo sobre el color. El instante en que la pintura sale del tubo y se prepara para ser mezclada con otros tonos me parece mágico”.

Por mucho tiempo, mientras como escritora publicaba antologías poéticas, novelas y ensayos, su pasión por la pintura quedaría relegada a una intimidad compartida con amigos artistas. 

La pintura es un deporte,” declara en una entrevista, “mientras que la escritura es casi una cárcel…La primera me relaja, la segunda me agota.”

Un deporte que le viene reconocido a nivel global solo en 2012, a los 87 años, cuando participa a la exposición internacional Documenta 13 en Kassel (Alemania). 

“…Tres años antes,”cuenta Etel no sin cierta ironía, ”los mismos cuadros colgaban de mi comedor sin que nadie les prestara atención.”

A partir de entonces, su obra será expuesta en galerías y museos del mundo. En 2021, unos meses antes de su muerte, el Guggenheim de Nuova York le dedica su primera individual, conjuntamente a la retrospectiva de Kandinsky.

“En realidad, el arte me sirve para redescubrir la belleza del mundo o lo que queda de ella,” confiesa la artista.Yo creo que la belleza de una montaña es política” Ser feliz es un gesto político. En los momentos trágicos puede tener un efecto transformador.”


Adriana Langtry

Clarice Lispector (1920-1977)


“Quién sabe, escribo por no saber pintar”

De Chirico

No todos saben que una de las más grandes novelistas brasileñas, Clarice Lispector, nacida en Ucrania en una familia rusa de origen judía emigrada en Brasil en 1922, se dedicó a partir de los años sesenta a las artes visuales, dejando como legado 22 cuadros, la mayoría pintados en madera durante los últimos años de su vida. 

El interés de la escritora por el mundo del arte había iniciado en Europa, durante su estancia entre los años 1944-1951 como esposa del diplomático Maury Gurgel Valente. Es allí donde entra en contacto con los círculos intelectuales y artísticos, posando incluso para algunos pintores como Giorgio De Chirico. Su incursión por las artes visuales no será, sin embargo, el tentativo fallido de una carrera paralela, sino más bien un modo de evadir a las rígidas estructuras literarias. 

“…escribir no me trajo lo que yo deseaba, -explica Lispector- es decir, la paz. Lo que me relaja, por increíble que parezca, es pintar. Es relajante y a la vez excitante mezclar colores y formas sin compromiso alguno. Es lo más puro que hago…¡pinto tan mal que da gusto! y no muestro mis cuadros a nadie.”

Del encuentro con la libertad del puro gesto creativo nace su obra abstracta, cuadros que parecen guiados por la pura improvisación: trazos nerviosos, círculos, rayas que se yuxtaponen, saturaciones intensas y contrastes, juego de formas, colores, materiales diversos de gran impacto expresionista, que por otro lado revelan los temas existenciales recurrentes en su poética: el miedo, la interioridad, la relación del ser con el caos, el cosmos, el impulso vital, la muerte. Obra que viene a la luz en el periodo en que se publica una de sus últimas novelas, Agua Viva (1973), cuya protagonista es justamente una pintora.

Para celebrar el centenario del nacimiento de Clarice Lispector el Instituto Moreira Salles de San Paulo ha albergado a fines de 2021 la exposición intitulada “Constelaçao Clarice.”



Adriana Langtry

La otra cara de …

Una gran cantidad de escritoras, escritores y artistas dedican su tiempo libre a otras actividades creativas. Pasiones paralelas a las que a un cierto punto se consagran con vehemencia, casi en secreto, lejos de la mundanidad profesional. ¿Vocaciones ocultas? ¿Refugios? ¿Senderos complementarios? Sin duda, facetas generalmente poco conocidas, que estos breves artículos intentan iluminar.


Adriana Langtry

Las canciones bordadas de Violeta Parra

“lo que fue vino hoy es tinta
lo que fue piel hoy es paño”


Violeta Parra, Décimas


El material utilizado es sencillo: lana de colores vivaces, hilos, agujas, trozos de tela de yute. El punto de tejido, el más simple. Y el gesto, quizás el mismo que aprendió de niña ayudando a su madre en la costura. 

Es en 1959, durante la convalecencia a la que la obliga una grave hepatitis, que Violeta del Carmen Parra Sandoval (Chile, 1917-1967) se dedica a la creación de grandes tapices bordados -Arpilleras- desarrollando una talentosa labor en el campo de las artes visuales que culminará en 1964 en la primera exposición individual de un artista latinoamericano en el Museo de Arte Decorativa del Louvre. 

La inquietud creativa de Violeta la lleva a incursionar en distintos campos del arte. Cantautora, poeta, guitarrista, recopiladora y difusora del folclore nacional y fundadora del Museo Nacional de Arte Folclórico de Concepción, a fines de los años cincuenta explora el mundo de las artes plásticas experimentando técnicas diferentes: cerámica en greda, pintura al óleo, esculturas de alambre, figuras en papel maché, bordado de arpilleras. Su estilo ingenuo, instintivo y sin ambiciones académicas, aparece poblado de personajes y símbolos de la tradición vernácula (popular, campesina, indígena) mezclados con episodios vinculados a sus orígenes humildes y a la actualidad.  Un nuevo lenguaje expresivo a través del cual la artista retoma y expande los temas de su poética: el rescate de los orígenes, la sencilla celebración de la vida cotidiana, la denuncia, el compromiso social.  

Su actividad manual es breve mas intensa. A esta faceta alterna aquella más conocida: recitales, grabaciones, giras internacionales. Entre 1959 y 60 expone en Chile, un aňo después imparte lecciones  de folclore y arpillera en General Pico, un pueblo de la pampa argentina. Expone en Buenos Aires y en 1962 viaja por segunda vez a Europa, acompañada por sus hijos Isabel y Ángel, para participar al Festival de la Juventud por la Paz de Helsinki. Inicia un nuevo periodo de nomadismo. Se divide entre París y Ginebra, donde vive su último compañero el antropólogo y flautista Gilbert Favre; y entre conciertos y grabaciones produce una gran cantidad de esculturas y arpilleras que finalmente, y con enorme esfuerzo organizativo, serán expuestas entre abril y mayo de 1964 en la muestra que en cierto modo concluye la trayectoria plástica de la artista: “Les tapisseries chilliennes de Violeta Parra.”

Estas obras, donadas por sus hijos al Estado de Chile, se encuentran hoy junto a todo su legado creativo en el Museo Violeta Parra de Santiago, inaugurado por la entonces presidenta Michelle Bachelet en 2015.



Adriana Langtry

Norah Borges y la vanguardia Ultraísta

Justo un siglo atrás, en 1921 la familia Borges Acevedo –padre, madre y dos hijos, Jorge Luis (Georgie) y Leonor Fanny (Norah, 1901-1998)- se encuentra en España luego de una estadía en Europa que del 14 al 18 los ve en Suiza, a causa de los tratamientos que sigue el padre para combatir el avance de una progresiva e irremediable ceguera.

Por ese entonces Norah tiene ya 20 años, ha estudiado bellas artes en Ginebra y ha asimilado las poéticas expresionistas y cubistas. Desde niña se apasiona por las artes, la pintura, el dibujo, también por la escritura que parece abandonar para no invadir el territorio de su hermano. Comparte ahora con él las inquietudes de las vanguardias que recorren Europa. En España se codean con poetas y artistas que buscan modos de expresión lejanos al sentimentalismo fin de siglo y a la exuberancia modernista, entre ellos Jacobo Sureda y sobre todo el crítico y poeta ultraísta Guillermo de Torre, futuro marido de Norah.

La anunciacion.Norah Borges.1945


Pintora, grabadora, dibujante, ilustradora, creadora de cartografías secretas, ex-libris, collages, tapices y xilografías, entre los aňos 20 y 30 ilustra las revistas vanguardistas españolas Grecia y Ultra y, de regreso a su patria, las argentinas Prisma, Proa, Martín Fierro, y  más tarde Sur. En 1923 ilustra Fervor de Buenos Aires, el primer libro de poesía de su hermano. Algo que seguirá haciendo a lo largo de su vida con las obras de amigos poetas y escritores: Juan Ramón Jiménez, Norah Lange, Rafael Alberti, Cortázar, Silvina Ocampo entre muchos más. En 1934, residente en Madrid junto al marido hasta el estallido de la guerra civil, diseña vestuarios para una obra teatral dirigida por su amigo García Lorca. En los años cuarenta colabora como ilustradora y crítica de arte –con el seudónimo de Manuel Pinedo- con la revista Anales de Buenos Aires.

Con el ocaso de las vanguardias y reacia a la mundanidad y a las consignas del mercado del arte, Norah Borges continúa su proceso introspectivo que la lleva a construir un estilo particular, íntimo y fuera de todo canon. Una poética de colores pasteles, figuras tan angelicales cuanto ambiguas, de miradas absortas y melancólicas, paisajes poblados de quietud y envueltos en geometrías metafísicas.


Tal vez por eso será etiquetada como “pintora de temas femeninos” y su obra pasará prácticamente desapercibida hasta los años noventa cuando, poco antes de su muerte, algunos estudiosos de las vanguardias españolas la descubren. Una curiosidad es la publicación en 1977 por la editorial Polifilo de Milán de un volumen de lujointitulado Norah y con prólogo de su célebre hermano, que contiene una serie de litografías realizadas en 1925 y halladas por casualidad en una librería italiana de anticuario. Finalmente, a fines de 2019 el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires le dedicará por primera vez una muestra retrospectiva. 


retrospectiva de Norah Borges en el MNBA: 

Adriana Langtry

Candelaria Romero, la guardiana de los cuentos

¿Para qué sirven los cuentos?  ¿Qué sentido tienen las narraciones?  ¿De dónde viene esta urgencia humana de relatar, de leer, de escuchar historias?

A estas preguntas responde con mágico encanto el espectáculo “Affabulare, il racconto del raccontare”, creado e interpretado por Candelaria Romero, actriz, poeta y dramaturga nacida en Tucumán (Argentina), ciudadana sueca y residente en Italia desde 1992.

“Affabulare” (del latín fábula y en estrecha relación con el verbo hablar) es una obra compuesta por tres historias entorno al relato y al arte de la narración. Un espectáculo original y  sorprendente. Una de las razones, porque no es el público el que se desplaza hasta el teatro sino la mismísima actriz que lleva la función a los hogares. De hecho, la obra está concebida para espacios reducidos: bibliotecas, jardines, el proprio salón de casa. Candelaria Romero, como aquellos  artistas medievales que andaban de plaza en plaza recitando historias, lleva su entramado de palabras de casa en casa.

Es así que el público, habitualmente reducido al anonimato,  se transforma de repente en un acogedor grupo de amigos y conocidos que, sentados en la intimidad de un hogar como lo hacían ya nuestros antepasados entorno al fuego, comparten una velada escuchando la variedad de relatos que Candelaria teje y desteje, con habilidad y calidez, durante casi una hora.

Una experiencia única e intensa. Probar para creer. Semanas atrás lo hicimos. Familiares y amigos reunidos en casa. Quedamos extasiados. El suelo del living poblado de objetos, utilería exigua pero eficaz: libros luminosos, casas plegables de cartón, tubos colorados que a modo de hilos telefónicos incitan a los espectadores a la comunicación.  Y todo acompañado por esa  emoción profunda que solo una  auténtica “cantadora-contadora” sabe evocar a lo largo del viaje narrativo: recuerdos,  vivencias, sensaciones, frases que indican, silencios que orientan, palabras que reconstruyen el agitado pasar de nuestras vidas por la Vida.

Tiene “duende” Candelaria Romero. Me recuerda justamente a aquellas  “cantadoras” que la escritora y psicoanalista Pinkola Estés llamaba “las guardianas de los cuentos.” Quizás porque su pasión por el teatro y la poesía la cultivó desde niña, una herencia transmitida por su padre, el poeta tucumano Mario Romero, y su madre Marisa Villagra, escritora e investigadora de narraciones orales del norte argentino.

En  Estocolmo, donde la familia llega en exilio en 1979, la joven se gradúa en el Gimnasio de Arte Dramática en 1991. Un año después viaja a Italia donde echa nuevas raíces. Desde entonces Candelaria Romero produce y presenta sus obras de teatro civil y de poesía en italiano. Es co-fundadora y miembro del grupo femenino poético-teatral Compagnia delle poete. Desde 2017 conduce el proyecto “Circolo dei narratori”  para la formación de narradores, promovido por el Sistema Bibliotecario de Bergamo y destinado a la educación de la ciudadanía a través de historias que mantengan viva la memoria cultural del territorio y refuercen los lazos entre los ciudadanos.

Obras, proyectos, narraciones que son también antídotos contra el resurgir de antiguos y atávicos miedos, de esa violencia que nos espera agazapada, desde siempre, como los monstruos en los cuentos.



Adriana Langtry

Por lúdica pasión

“El juego es como una isla en medio de la vida del chico: esa es la felicidad.”

          (María Elena Walsh)

No recuerdo cuándo escuché por primera vez a María Elena Walsh pero no cabe duda que pertenezco a la primera generación de argentinos formada con sus canciones. Por si alguien no lo sabe, María Elena Walsh (1930-2011) fue una poeta, escritora, dramaturga, cantante y compositora argentina que a fines de los años cincuenta revolucionó la literatura infantil hispanohablante.
Lo que sí recuerdo muy bien es cuando mis jóvenes padres me llevaron por primera vez a un lugar majestuoso, una especie de catedral que llamaban Teatro, donde el duo “Leda y María” presentaba la obra para niños “Canciones para mirar.”


Corría el año 1962 y el teatro era el Municipal General San Martín de Buenos Aires, gigante de vidrio y cemento inaugurado solo un par de años antes y que se convertiría en uno de los centros culturales más importantes de Latinoamérica. El espectáculo, todo una novedad. Una obra que rompía con las monótonas y empalagosas producciones dedicadas al mundo infantil. Una especie de cabaret para chicos –canciones, disfraces, pantomimas, monólogos disparatados- creado e interpretado por María Elena Walsh junto a Leda Valladares, folclorista tucumana, musicóloga y cantante; duo que se había consolidado en París durante los primeros años cincuenta entonando motivos del folclore argentino en la bohemia de los cafés literarios y en el flamante Crazy Horse.
Fue en París que Walsh, poeta ya estimada por Juan Ramón Jimenez, comenzó a escribir canciones para niños readaptando a la lengua castellana los juegos lingüísticos y el nonsense de las antiguas nursery-rhymes.
En Europa, como dirá más tarde, María Elena redescubre su infancia. Para esta joven crecida en una familia de ascendencia inglesa, irlandesa y andaluza, la recuperación de la niñez nada tiene que ver con la nostalgia sino con el presente vital de la fantasía, de la creación, del juego. “Creo que la única felicidad de los chicos radica en el juego”, dice la artista arrasando de una vez por todas con ese mito azucarado que considera la infancia la edad de oro por excelencia, “ y, dentro de este contexto”, prosigue, ”el juego verbal y el musical son extremadamente importantes.”


Hay 25 pajaritos
encerrados en el pastel.
Hay 25 pajaritos
y una cucharada de miel.
El Rey está en la torre
contando monedas de oro.
El Rey está en la torre
con una lechuza y un loro.
La Reina está en el salón
comiendo pan con mantequilla.
La Reina está en el salón
con una corona amarilla
(“Pastel de pajaritos” M.E.Walsh, versión libre de “Blackbirds in a pie”)

La fantasía es el núcleo central de la obra de Walsh. Una fantasía que abarca el sinsentido, la irreverencia, la magia, la poesía, jamás lo truculento –como en los tradicionales cuentos infantiles- la intención pero nunca lo ilógico, algo inaceptable desde el punto de vista infantil. Escribo entre los chicos, solía decir la artista, no para los chicos.
De aquella lejana tarde en el teatro conservo emociones entremezcladas: alegría, grande expectativa y casi un temor reverencial por todo lo que se desarrollaba en el escenario: las voces cristalinas del duo quebrando el silencio de la sala al son de guitarra y percusiones, los coloridos disfraces de la pareja de actores que mimaban los textos. Un espectáculo sencillo y a la vez exuberante, poblado de personajes tan imaginarios como cotidianos que hubieran podido tranquilamente tomar el té con Alicia en el país de las maravillas: la hormiga Titina que con su sombrilla de flor amarilla camina con maña por la telaraña, la mona Jacinta que se peina y se peina porque quiere ser reina (“ay, no te rías de sus monerías”), la Vaca estudiosa que a pesar de ser abuela quiere ir a la escuela o la familia de polillas que por compasión de la oronda naftalina (“¡no la mates!, me da pena”) decide mudarse de ropero. Canciones que desmantelaban con desparpajo los estereotipos de la educación de la época y metían patas para arriba el mundo proponiendo perspectivas oblicuas, despatarradas, que sin pretende enseñar nada (la rebeldía de Walsh desdeñaba todo tipo de moralina) revelaban el aspecto lúdico y paradójico de la existencia.

“Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres.
Me dijeron que en el Reino del Revés
cabe un oso en una nuez,
que usan barbas y bigotes los bebés
y que un año dura un mes.”
(El Reino del Revés)

Cuenta la historia que el espectáculo tuvo tanto éxito que los grandes sin hijos buscaban críos prestados para ir a cantar junto a toda la chiquilinada. En 1963 el duo estrena “Doña Disparate y Bambuco.” El mundo walshiano se puebla de nuevos personajes: el intrépido Mono Liso que “a la orilla de una zanja cazó vivo una naranja”, la tristeza de los castillos medievales “solos a la orilla de un río”, el deseo absoluto de Matías el Osito que quiere comprar un tiempo no apurado, todo lo que guardan los espejos, cuentos de la mano de una abuela y una pelota que haga gol. En esta obra aparece por primera vez uno de mis personajes preferidos, Manuelita la tortuga que, enamorada, decide marcharse a Europa “un poquito caminando y otro poquitito a pié” para hacerse embellecer.
“Tantos años tardó en cruzar el mar
que allí se volvió a arrugar,
y por eso regresó
vieja como se marchó
a buscar a su tortugo
que la espera en Pehuajó.”
(“Manuelita la tortuga”)

A partir de 1968 la artista se aleja del mundo infantil y pasa a escribir canciones para adultos que sin ser declaradamente de protesta como el contexto lo requería afrontan, en ese estilo franco y reservado que la caracteriza, temáticas candentes: la violencia del poder, la emigración, la relación conflictiva con la tierra natal. Estrena, ya como solista, el exitoso espectáculo “Juguemos en el mundo.” Muchos de sus temas -“Zamba para Pepe”, “Serenata para la tierra de uno”, “Como la cigarra”- entrarán en el repertorio de grandes intérpretes como Mercedes Sosa.

“Tantas veces me mataron
Tantas veces me morí
Sin embargo estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Y seguí cantando”
(Como la cigarra)

A lo largo de su vida María Elena Walsh publicará poemarios, cuentos para niños, artículos periodísticos (es famosa su nota “Desventuras en el País Jardín de Infantes” que en 1979 enfrenta a la censura de la dictadura), dos novelas en parte autobiográficas “Novios de antaño” y “Fantasmas en el parque” y una entrevista concedida durante su larga enfermedad a Gabriela Massuh y publicada en 2017 en forma de libro, “Nací para ser breve”. Ha recibido premios y reconocimientos internacionales como el del prestigioso Premio Hans Christian Andersen y su obra ha sido traducida en diferentes idiomas. A su muerte, por iniciativa de la fotógrafa Sara Facio, compañera de toda una vida, nace la fundación que lleva su nombre.

María Elena Walsh fue una voz anticonvencional en el panorama argentino y latinoamericano, una librepensadora que transformó la literatura infantil y puso alas a la fantasía de muchas generaciones de niños y adultos. Lo hizo como era su estilo, con inteligencia, elegancia e ironía, con talento y humildad, sufriendo también la censura, la discriminación, la distancia. Desde aquellos lejanos años sesenta sus canciones han entrado a formar parte del imaginario de generaciones y generaciones de argentinos. La mía, no cabe duda, fue la primera pero no será la última a seguir entonándolas, agradecida, no por nostalgia sino por obstinada y lúdica pasión.


Mercedes Sosa, Serenata para la tierra de uno: https://youtu.be/dIjGVX67-iA

María Elena Walsh, Antología para niños : https://youtu.be/-4-CgZMqBZI

María Elena Walsh, El 45: https://youtu.be/msc3HOyM82g

Mercedes Sosa, Como la cigarra: https://www.youtube.com/watch?v=wv_-kUkP998


Adriana Langtry

La riqueza del libro pobre

Hay libros que nacen para ser mirados más que leídos. No importa si contienen textos escritos porque estos carecen, generalmente, de contenidos semánticos específicos. No son tampoco libros de fotografía ni de arte. Son libros concebidos y realizados por un artista visual. Libros obras de arte: libros de artista. En este género interdisciplinar, cuyos precursores son las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX, el libro deja de ser el tradicional vehículo de textos literarios o teóricos para convertirse en una entidad artística propia centrada en el valor visual y espacial de la página. Podríamos decir que la escritura de un libro de artista no es literaria, o no lo es en modo exclusivo, sino plástica. Sus características (infinidad de soportes, técnicas y materiales) han dado a luz a una gran variedad de subgéneros, algunos más cercanos a lo literario, otros a lo pictórico o escultórico. A mitad, entre el libro de artista y la tradición de los antiguos manuscritos miniados, encontramos lo que Daniel Leuwers ha bautizado “livre pauvre”, el libro pobre.

livre pauvre: Crédo de l’aube Ghislaine Lejard

Poeta y crítico literario francés, profesor de letras modernas en la Universidad de Tours, Daniel Leuwers ha elaborado este concepto a partir del encuentro, en su juventud, con el poeta René Char (1907-1988). Desde la segunda posguerra René Char ha llevado acabo una intensa colaboración con los que llamaba “mis pintores”: Braque, Arp, Brauner, Miró, Matisse, Picasso, etc. Nacieron así un gran número de manuscritos poéticos iluminados. El deseo de continuar el diálogo entre lenguajes artísticos diferentes lleva a Leuwers, en 2002, a invitar a poetas y plásticos a participar a su primera colección.

¿Pero qué es un libro pobre y por qué “pobre”? Es pobre porque su realización no es costosa. Pero ante todo, porque está fuera de los circuitos comerciales. Su requisito principal es el de no estar en venta. Ninguno de los participantes es remunerado. Se trata de una colaboración inédita, lúdica y desinteresada. Se crea algo bello por el simple gusto de hacerlo y de exponerlo luego al público. Aquí toda su riqueza. Digamos sorprendente para los tiempos que corren.
El libro pobre está realizado en pocos ejemplares, de 2 a 6, todos originales de dimensiones reducidas cuyos destinatarios son: el autor, el artista visual y las exposiciones permanentes o itinerantes.
El soporte es la simple hoja de papel (de acuarela, cartulina, etc), plegada en dos, en acordeón o de otro modo. En cada ejemplar el escritor -generalmente un poeta- escribe a mano un texto breve: poema, haiku, fragmentos de prosa; el artista lo ilustra usando la técnica que prefiere: dibujo, pintura, grabado, foto, collage. El proceso puede también invertirse y el poeta seguir con su caligrafía las huellas trazadas por el artista.

Como sostiene Daniel Leuwers “Lejos de ser un libro donde uno se sienta para dar vuelta las páginas, es una página en torno a la cual uno da vueltas estando de pié. Por otro lado, la conjunción de la escritura manuscrita y de la ilustración original ponen al libro pobre por encima de las publicaciones ordinarias.” De hecho, si el libro pobre escapa a la comercialización atesora en sí mismo un valor inmenso: pura belleza para alegrarnos la vista y el espíritu.

La colección Leuwers cuenta hoy con más de 2000 piezas en muestra en la “Maison Ronsard” en el Priorato de Saint-Cosme, cerca de Tours, última morada del poeta Pierre de Ronsard y patria del libro iluminado medieval. En 2008 la editorial Gallimard ha publicado un bellísimo catalogo “Richesse du livre pauvre” (del cual, por otro lado, he tomado prestado el título) donde se pueden apreciar algunos ejemplares de los diferentes poemarios lanzados por Leuwers. Todos llevan como título una obra de Mallarmé, en homenaje al precursor de la poesía visual.

Numerosos escritores, poetas y artistas de todo el mundo han participado a esta colección: Yves Bonnefoy, Fernando Arrabal, Michel Butor, Annie Ernaux, Pierre Buraglio, Claude Viallat, Erró, entre otros. Han sido organizadas exposiciones internacionales y lanzadas nuevas colecciones como la de Ghislaine Lejard, poetisa y collagista francesa, a la cual tuve el placer de participar y que luego me animó a crear, junto a escritoras y artistas visuales, una serie de librillos en italiano y en español.

Del libro pobre nació también este poema con el que los dejo:

Ménage harmonieux (*)

Les mots
illuminent la page enluminée
par les couleurs.
Etincelles du sens qui
s’épanouissent dans la profondeur
de deux silences.


(*) relación armoniosa: las palabras/iluminan la página miniada/por los colores./Chispas de sentido que/florecen en la profundidad/de dos silencios.


Adriana Langtry

Mundo naïf

Surprised HenriRousseau.1891

Tiempo atrás tuve la ocasión de visitar el Museo Internacional de Arte Naïf Anatole  Jakovsky de Niza -ubicado en el Castillo Sainte-Hélène, antigua residencia del famoso empresario perfumista François Coty-. Tengo que admitir que este museo era el último en mi lista de lugares para visitar en “Niça la béla”. Descubrirlo fue una agradable sorpresa. 

¿Qué sabía yo del arte naïf? Poco y nada. Que era un estilo cercano al mundo infantil.  Y en parte es así. El naïf es llamado también arte ingenuo, instintivo, pero eso no es todo. Es un estilo que se desarrolla a fines del Ochocientos, fuera de las corrientes estéticas y movimientos culturales de la época y ajeno a todo academicismo. De hecho, sus adeptos eran en su mayoría autodidactas, en muchos casos de origen modesto, quienes utilizando formas sencillas creaban mundos particulares, maravillosos, cargados de fantasía, visiones, simbolismos vinculados a la vida cotidiana y a la iconografía popular. Caso ejemplar fue la llamada “escuela de Hlebine”, uno de los primeros grupos de arte naïf a nivel mundial formado por campesinos croatas autodidactas que en los aňos treinta del siglo pasado comienzan a dedicarse a la pintura durante la temporada invernal de descanso agrícola. Sus obras evocan la vida rural: paisajes, ritos, retratos que adquieren el rango de arquetipos identitarios. 

En el Museo de Niza se exponen pinturas, esculturas, dibujos. Recorrer sus salas es descubrir la historia del Naïf desde el siglo XIX hasta nuestros días. Encontramos artistas como el pionero Henri Rousseau (1844-1910) llamado El Aduanero (Le Douanier), quien comienza a pintar durante las horas muertas de su aburrido trabajo en la Aduana de París; como Séraphine de Senlis (1864-1942), de origen humilde que ya entrada en los cuarenta y trabajando como criada inicia a pintar durante las  horas de descanso sus luminosas flores (la película de Martin Provost, “Séraphine”, narra su triste historia); como Antonio Ligabue (1899-1965) para el cual el naïf será el trampolín hacia un trágico y potente expresionismo; como los óleos pintados bajo vidrio por Ivan Generalić (1914-1992) o Slavko Stolnik (1929-1991), artistas de Hlebine. 

Esta corriente artística, que ha tenido repercusión internacional como lo prueban las obras de los brasileños Chico da Silva y Heitor dos Prazeres, de la argentina de origen alemán Aniko Szabo, de la mexicana Carmen Esquivel, de los anónimos pintores de ex-votos o de Isabel Martínez Ferrero madre del naïf español -para citar sólo algunos-, se caracteriza por la sencillez y la espontaneidad de sus figuras: formas idealizadas o fantásticas, uso de perspectivas alteradas o inexistentes, precisión de detalles, dibujo no siempre perfecto, búsqueda de armonía sin pretensiones reflexivas, uso de colores brillantes y de fuertes contrastes, gran impacto visual. El Naïf forma parte de aquellas artes definidas “populares” (primitiva, brut, singulier, folk, quilting, pop y demás) producidas por artistas no profesionales o fuera de las corrientes institucionales, si bien ha contado entre sus filas pintores como Gauguin y Frida Kahlo y tenga hoy un circuito propio de galerías y museos especializados. 

La vasta colección del museo nizardo se debe en buena parte a Anatole Jakovsky (1909-1983), critico de arte francés nacido en Chisinau, cerca de Odessa, y promotor a partir de los aňos cuarenta del arte naïf, quien en 1978 dona a la ciudad su importante colección privada.

¿Qué más decir? El lugar es hermoso, una residencia de dos pisos rodeada de jardines y muy cerca del mar. La colección sorprendente. El naïf un mundo original y rico de  sorpresas. En fin, si pasan por ahí no dejen de ir a visitarlo. Y si hacen una lista, no olviden ponerlo al tope.


Musée International d’Art Naïf Anatole Jakovsky: Château Sainte-Hélène, 23 Avenue de Fabron, 06200 Nice, France


Adriana Langtry

Puentes trémulos

—Lo importante es la salud —dice la mujer bajando por el camino de herradura.
No es joven. Delgada sí y también ágil como esas cabras avistadas al doblar la última cuesta. Las cabras en la ladera y en lo alto, el pueblo encaramado en la montaňa. Un aglomerado de casas de piedra y techos de laja suspendido en el silencio majestuoso de los Apeninos. Llegamos una primavera tardía, huyendo del trajín cotidiano y de las cotidianas inquietudes, a esa zona de Italia llamada Lunigiana, antigua colonia romana -Luna, Lunis, Lunensis Ager- ubicada entre Liguria y Toscana.

A primera vista el pueblo parece abandonado. Sol a pico. Ventanas cerradas, nadie por las estrechas callejas. Pero la profusión de gatos descansado en los peldaños de las escalinatas que llevan hacia la parte alta del vecindario, y la armónica geometría de las viňas aterrazadas cuesta abajo, delatan la presencia de una humanidad estable y consolidada. Un retablo de paz, se diría, la expresión de una vida sencilla, retirada del bullicio.

Un poco más allá, en un muro limítrofe nos topamos con la señalización rojo y blanca, pinceladas que indican el pasaje de la Via Francígena, símbolos a los que aferrarse para no perder la orientación. Ahí inicia el declive escarpado que conduce al puente medieval de piedra sobre el río Magra que, si bien restaurado o gracias a ello, conserva su macizo esplendor. Nos detenemos. Tomamos aliento. Es el punto ideal para contemplar la maňana que se vuelca radiosa sobre nosotras, y escuchar el borboteo del torrente que se escurre por debajo de nuestros pies. En ese instante entra en escena ella, como una aparición.

—Lo importante es la salud —repite mientras avanza— con salud uno puede hacer lo que quiere.
No es joven, tiene una edad indefinible. Delgada sí, como hecha de leňa seca o de la mismísima arenisca de las esculturas paganas originarias de la zona. Diosas y héroes, esculturas antropomorfas que se suman al patrimonio de menhires y monumentos prehistóricos común a toda Europa, conservadas en el museo de Pontremoli, la ciudad de los puentes trémulos, encrucijada milenaria de peregrinos.

La mujer lleva la piel ajada, bruñida y adherida a los huesos que asoman como ramaje por las aberturas del vestido de mangas cortas, un simple batoncito floreado abrochado adelante. Toda ella es un manojo de nervios entorno al ramillete de flores silvestres que aprieta delicadamente entre las manos. Los cabellos teňidos de un intenso rojo borravino vuelven sus arrugas abruptas y, si bien los lleva recogidos, lucen extravagantes comparados a la sencillez de su figura, como si revelaran una oculta desazón. Hay algo de arcaico en ella, por mitad campesina por mitad curandera, habría podido formar parte del batallón de mujeres que en siglos anteriores, por esos lugares, la Inquisición quemó por brujería.

¿Pero adónde irá con ese ramillete?
—¡Vengan!— nos ordena mientras trepa por un estrecho sendero que se pierde en el bosque de castaňos. Castaňos y nogales y robles, la seguimos en el bosque tupido.
— Se lo pido siempre al angelito — dice — todos los días se lo pido, trabajo y salud para todos.
Pedregullo, cuencas, desniveles. La mujer es una cabra de monte, sube de prisa, conoce de memoria el terreno, mientras para nosotras cada paso es un intento por encontrar un apoyo seguro, por restaurar un equilibrio perdido. Encaramadas tras ella estamos diseñando, sin darnos cuenta, una hilera de huellas, lejanas del trajín cotidiano y de las cotidianas inquietudes, una senda que si bien incierta e inestable parece en ese instante contenernos.

—¿Vienen de lejos?— pregunta de sopetón. Se ha detenido, nos observa con la mirada inquieta de rapaz. Tomamos aliento. A ninguna de las tres se nos ocurre mencionar el lugar que, en tiempos desfasados, dejamos del otro lado del océano. ¿Para qué complicar las cosas? Respondemos al unísono: de Milán.
Tampoco se nos da preguntarle: ¿Y usted? Lo damos por sentado. La mujer es de ahí desde siempre, es parte del paisaje, como el mismo silencio que ahora nos rodea cargado de zumbidos de abejas, de cencerros y campanas que taňen en alguna iglesia remota.
—Yo soy de aquí… —afirma, y agrega en seguida como para que no queden dudas— pero conozco Milán y otras ciudades del norte. De aquí emigré cuando joven, no había trabajo, estuve afuera muchos años…
Las palabras surcan el claro del bosque donde nos hemos detenido, tienden hilos sutiles entre ella y nosotras, son como un puente colgante entre orillas opuestas que oscila tembloroso sobre un barranco.

— …volví para cuidar a los viejos —prosigue— y si yo no volvía ¿quién se iba a ocupar de ellos? si hay salud todo está bien — continúa — tengo un hijo de cuarenta y dos aňos que vive todavía conmigo y un marido que me ayuda en el huerto, doy inyecciones, trabajo de enfermera, allá en el norte pasé años en un hospital…en un hospital psiquiátrico —lo dice en voz baja, casi en secreto— vi muchas cosas feas…—frunce el ceňo— ¡ustedes no se lo pueden imaginar!

Reanudado el camino llegamos a la carretera. No es verano, no hay tráfico. El bosque abraza el asfalto con chillidos de pájaros e intenso olor a hierbas. Ahora caminamos en hilera del lado contrario del precipicio. De vez en cuando nos rebasa el rugido de una moto que a toda velocidad atraviesa las curvas que, una tras otra, delinean la topografía montaňosa. A un cierto punto la mujer exclama: —íAhí está!

Es un altar de piedra, una especie de hito de un metro y medio al pie de la ladera, con un soporte perpendicular sobre el cual yacen dos macetitas de malvones. Son las ofrendas a la imagen de cerámica blanca, un tanto desvaída, de la Madonna y el Ángel vistos de perfil.
—Vengo siempre a pedírselo —afirma con un cierto orgullo— aquí no tenemos mucho, un poco de salud y de trabajo y ya está, es suficiente—. Y luego agrega en voz baja, casi como si estuviera rezando— el ángel de la guarda sabe, estuve en el hospital psiquiátrico muchos años pero un día me fui…
Luego calla. Sigue un estremecimiento de hojas. Nos ponemos a recoger florcitas amarillas que depositamos en el ara junto a su ramillete. La mujer arregla las macetas, riega las plantas con una botella de plástico que dejó escondida detrás de una piedra, lustra la imagen de cerámica con un pañuelo de papel.
— También aquí ha pasado de todo —retoma— muertos, enfermedades, la malignidad de la gente, si ustedes supieran…¿pero ven estos bosques? ¿estos campos? ¿estos valles?— y su mano huesuda señala el panorama – es que el Señor les manda a todos un poco de calvario pero buena parte de sufrimiento —agrega casi sonriente— nos lo creamos nosotros mismos ¿o no es verdad?

Se ha hecho tarde. Siguiendo las sinuosidades de la carretera llegaremos cuesta abajo a Pontremoli, la ciudad de los puentes trémulos, sede del premio literario Bancarella y, según las leyendas, de duendes y licántropos. En unos días más estaremos de vuelta en el trajín cotidiano, con las cotidianas inquietudes ¿a crearnos nuestro calvario personal? Quién sabe. En vez, lo que sí presiento es que de ahora en más el pobre angelito estará muy ocupado.
—Para todos —repite la mujer mientras nos despedimos— se lo pido, salud y trabajo para todos, también para ustedes tres.


Adriana Langtry

El viaje a los orígenes del “tano” Dal Masetto. (segunda parte)

”…desde el fondo de los años, llegaban fuerzas que nos habían sido dadas, mensajes que nos habían sido transmitidos…que estaban en nuestra sangre desde entonces.»

Antonio Dal Masetto

¿Existe un vínculo entre el “nóstos” de Ulises y la nostalgia del Paraíso perdido? Creo que ambas imágenes nos pertenecen, casi que como miembros de la cofradía humana lleváramos imprimido en el alma el sello existencial del desarraigo.

Volver a “la tierra de uno”, lugar perdido y en buena parte idealizado. Pero en esta contemporaneidad hecha de migraciones, exilios y transnacionalismos la pregunta que surge inevitable es: ¿Volver adónde? Desde esta óptica el retorno a los orígenes adquiere nuevas representaciones que problematizan los conceptos de memoria e identidad.

Estos temas, como les comentaba en la entrega anterior, son encarados por Dal Masetto en su trilogía ambientada en Italia: “Oscuramente fuerte es la vida”, “La Tierra Incomparable” (ambas reunidas bajo el título “Los relatos de Agata”, Sudamericana, 2011) y “Cita en el lago Maggiore” (2011). 

La primera novela es un viaje en los recuerdos de la protagonista. El regreso se configura en un espacio interior, preservado por la memoria individual.: “Ahora que me acerco a los ochenta y también soy abuela, en esta tierra de llanuras y horizontes abiertos, en este otro pueblo de provincia donde vivimos desde que llegamos a la Argentina después de la guerra, sigo pensando en aquellos paisajes y en aquella gente con el asombro de quien, cada día, encuentra en su memoria una novedad.”

La voz narrante de la anciana reconstruye, con paso lento y constante, el mundo de los orígenes en aquellas regiones del norte de Italia, desde su nacimiento en 1911 a la segunda posguerra. Recuerdos que se encarnan poéticamente en el cuerpo metafórico de la casa, en el incesante fluir de las generaciones, en la solidez de la tierra, y en aquello que, a pesar del fascismo, las guerras y la dura existencia, aparece como la única laceración irreparable, la emigración: “Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos.”

¿Pero cómo hacer para que esta memoria no se cristalice en las formas del mito, para que no se convierta en una mera queja nostálgica y engañosa? Este es el tema de la segunda novela de la trilogía, “La Tierra Incomparable”, ambientada en la última década del siglo veinte. 

Agata ha apenas cumplido los ochenta. La encontramos dedicada a los quehaceres domésticos mientras un deseo obsesivo le ronda por la cabeza, un deseo que ha permanecido latente a lo largo de cuarenta años de lejanía y que ahora, transformado en impulso adquiere la forma concreta de la palabra: “Me voy a Italia”, anuncia la mujer ante el desconcierto de hijos y nietos. La decisión da inicio al desplazamiento geográfico de la protagonista y al consecuente impacto entre memoria y realidad. 

De ahí en más una serie de peripecias, expectativas, desilusiones, renovado desamparo y nuevos encuentros, harán del viaje de regreso un verdadero camino de transformación de la protagonista. Pero no quiero develar los pormenores. A ustedes el gusto y la emoción de la lectura de esta trilogía que se concluye con “Cita en el lago Maggiore”, novela que encara las nuevas formas de la migración y del regreso a partir del diálogo  generacional entre un padre, representado por el personaje del hijo de Agata de vuelta a su pueblo italiano, y su propia hija, una joven argentina que emigra a España a inicios del nuevo milenio. 

¿De qué identidad hablamos? ¿Volver adónde?, nos preguntábamos al inicio.

Con prosa sobria y marcada Dal Masetto parece develar las pautas para la construcción de una memoria dinámica y poliédrica, capaz de dar nuevos sentidos al presente. Un espacio, no ya individual, sino colectivo, arraigado en esa zona inestable que es el cruce entre generaciones, idiomas, experiencias distintas. Memoria que, como un río, es un fluir incesante de vivencias y significados que pueden actuar como señal de alarma contra las sombras, siempre en acecho, del peor pasado. 
Memoria que es también escritura, afán de enraizar el hoy en aquello que, más allá de nuestra voluntad, llevamos como herencia, aquello que desde adentro nos modela, que no cesa jamás de interrogarnos y que a su modo nos pasa siempre la cuenta, seamos conscientes de ello o no.

Para despedirme les dejo un poema que recibí días atrás de Ángela Pradelli,  escritora argentina y buena amiga del “tano”, a la que agradezco por este inédito escrito en Luino, lago Maggiore, el 3 de noviembre de 2015:

Ayer partiste, Antonio,
ahora me queda para siempre
tu último mensaje;
yo estaba en Luino,
frente a tu Lago Maggiore
y te escribí para contarte.
Tu respuesta llegó
tan rápido:
Tendré que volver al Maggiore, dijiste,
me gustaría sentarme al atardecer en la orilla,
y dejar que anochezca y que las horas pasen
y no pensar. Ayer te fuiste, Antonio.


Audiovideoteca de Buenos Aires: 

Obra en Construcción. Los escritores cuentan los secretos de su trabajo. Antonio Dal Masetto. Buenos Aires, febrero 2005  Segunda parte.


Adriana Langtry

El viaje a los orígenes del “tano” Dal Masetto. (primera parte)

”Pero el hombre grita doquiera la suerte de una patria.

Ya nadie me llevará al Sur.”

(Salvatore Quasimodo ‘Lamento por el Sur’)

Este año la biblioteca del Instituto Cervantes se dedica al tema del Viaje en la literatura, un topos universal que ha atravesado los siglos y los diferentes géneros literarios. Viaje, del provenzal “viatge” derivado del latín “viaticum” y a su vez de “via” (camino), como todos sabemos implica un desplazamiento. Hay muchos tipos de viajes: voluntarios o forzados, por espacios terrestres o extraterrestres, reales o imaginarios, viajes geográficos, oníricos, interiores. Hay viajes que marcan para siempre nuestra vida, que se vuelven metáfora de la misma existencia. Viajes, que por así decir, nos cambian el alma y con ella, ese proceso en transformación permanente que llamamos identidad.

Cuando me hablaron del tema literario del viaje pensé inmediatamente en un escritor que aprecio mucho: el argentino, de origen italiano, Antonio Dal Masetto (1938-2015), el “tano” como lo llamaban los amigos. Pensé en él porque toda la obra de Dal Masetto -escritor con el que me puse en contacto en aquellos tiempos en que, aquí en Milán, preparaba la tesis de licenciatura sobre el imaginario nacional en la novela argentina de fines de milenio y que luego tuve la suerte de encontrar personalmente en Buenos Aires- porque toda su obra, como decía antes, parece desarrollarse, en modo explícito o soslayado, entorno a un único viaje decisivo: el de la inmigración.

Dal Masetto nace en Intra, un pueblo del municipio de Verbania (Piamonte) sobre el lago Maggiore, cerca de Suiza. Sus padres, Narciso y María, cultivan la tierra y trabajan como obreros en las fábricas de la zona. El pequeño Antonio vive en medio de la naturaleza, es encargado de llevar a pastar las cabras y de cuidar las ovejas y sigue sus estudios primarios en un colegio religioso. Le gusta tanto dibujar que las monjas lo llaman “il piccolo Giotto.” La guerra arrasará con todo.


En 1951, a los 12 años, emigra a Argentina junto con su madre y su hermana menor para reunirse con el padre que un par de años antes había dejado Italia para instalarse en Salto, pueblo agrícola de la pampa a 200km al norte de Buenos Aires, donde su hermano había abierto una carnicería. Vale recordar que en la inmediata posguerra, el gobierno argentino había estipulado nuevos convenios inmigratorios para incorporar mano de obra europea calificada, sobre todo italiana y española.
Cuenta el escritor en numerosas entrevistas acerca del sufrimiento que le causó el traslado: “Me sentía un marciano…” Y al sentimiento de alienación se mezclaba la vergüenza por no saber el castellano, y por las burlas que provocaba su acento italiano entre los chicos del lugar. “Creo que he pasado casi cuarenta años –añadirá más tarde- luchando para no ser etiquetado como extranjero.”


Es en ese momento que “el tano” inicia por necesidad aquel proceso de transculturación que lo llevará a abandonar definitivamente el italiano y a elegir el castellano como instrumento literario.
En el pueblito de Salto el joven descubre la literatura, a las aventuras de Salgari se suman ahora las revistas locales, los panfletos, cada página que pasa por sus manos. Trabaja con el padre repartiendo pedidos en bicicleta. Y apenas puede, lee desordenadamente libros y libros que elige en la biblioteca pública. Se vuelve un autodidacta. En la literatura halla alivio y redención.

A los 18 años se escapa del mundo provinciano y desembarca en la metrópoli. Comparte con otros jóvenes una habitación en una pensión de Buenos Aires. Trabaja como cadete, albañil, vendedor ambulante, heladero. Recorre los bares del Bajo, zona donde antiguamente las barrancas de la ciudad caían al río, y las librerías de la calle Corrientes, centros de la bohemia y del mundo cultural. En los años sesenta empieza a escribir sus primeros relatos que, reunidos bajo el título “Lacre”, obtienen en 1964 una mención en el Premio Casa de las Américas en La Habana.
En esa época se traslada a Bariloche donde trabajará como pintor y donde nacerá su primer hijo. Luego de unos años se separa de su primera mujer y vuelve a la capital porteña para radicarse definitivamente. En 1969 publica su primera novela “Siete de Oro”. El mismo año contrae nuevas nupcias. Trabaja como empleado público y luego como periodista. En 1976 nace su segunda hija y a partir de los años ochenta se dedicará totalmente a la escritura.

En 1985 y 1992 dos de sus novelas son llevadas al cine, respectivamente: “Hay unos tipos abajo” y “Siempre es difícil volver a casa.” Historias de expulsión y destierro, la primera ambientada en el Buenos Aires del mundial de football bajo la última dictadura; la segunda en un tranquilo pueblo de provincia donde una banda de maleantes que planea un asalto terminará siendo la víctima del salvajismo colectivo. Seres en fuga, los personajes dalmasettianos están siempre huyendo, partiendo, desplazándose en busca de algo. Gente de mirada extrañada, desarraigada, extranjera de sí misma, que parece reiterarse la obsesiva pregunta: ¡¿pero qué estoy haciendo aquí?!

El tema autobiográfico de la emigración será encarado en modo decisivo sólo a partir de los años noventa con la trilogía ambientada en Italia: “Oscuramente fuerte es la vida” (1990), “La Tierra Incomparable” (Premio Planeta Biblioteca del Sur, 1994) y “Cita en el lago Maggiore” (2011). Obras en las que el autor inicia, a través de la voz de Agata, la anciana italiana alterego de su madre, una serie de reflexiones sobre el mundo de los orígenes y sobre el famoso “nóstos” de Ulises, esa nostalgia que llevará a la protagonista a volver a su tierra natal luego de 40 años de exilio. Con ese estilo conciso y esa dureza esencial y a la vez poética que caracteriza su escritura, Dal Masetto nos lleva, entre otras cosas, a cuestionarnos sobre la posibilidad real de todo regreso, sobre la problemática identitaria y la función de la memoria en su indefectible choque con la realidad.

Pero de todo esto hablaremos próximamente, en la segunda parte de este artículo.


Audiovideoteca de Buenos Aires: 

Obra en Construcción. Los escritores cuentan los secretos de su trabajo. Antonio Dal Masetto. Buenos Aires, febrero 2005  Primera parte.


Adriana Langtry

…y los sueños, sueños son.

Y así hemos llegado a los últimos días del año, un momento en que se acostumbra hacer balances y listas de buenos propósitos.
¿Quién no tiene un deseo, un anhelo, un nuevo proyecto que quisiera llevar a cabo el próximo año? ¿Quién no tiene un viejo sueño por realizar?
A propósito de propósitos y de sueños, el primer puesto de mi lista lo ocupan los Sueños. No, no pasaré el 2019 durmiendo. Ya he dormido bastante en mi vida, si es verdad lo que afirman algunos estudios que alrededor de los 60 años una persona ha pasado al menos un lustro soñando mientras duerme. Lo que en vez me propongo, es terminar de releer y de catalogar el material onírico que llevo escribiendo desde hace más de diez aňos en aquello que llamo Diario de los Sueňos. Tarea que no sólo me da la oportunidad de nutrir ilimitadamente mi vena artística sino que se ha convertido en una verdadera pasión, quizás por esa vana ilusión humana de desvelar impenetrables misterios.

The Songs of the Night, Alphonse Osbert 1896


Me despierto a cualquier hora de la noche y tanteo la mesita de luz buscando el nuevo cuaderno que ya espera, como un gato hambriento, su ración de relatos imposibles. Y en duermevela me sorprendo a susurrar, como fuese casi una plegaria, la historia apenas soñada antes de que se borre de la mente. No todo es descifrable, claro, ¿pero importa? Me quedan aún páginas y páginas repletas de vivencias que esperan, como la bella durmiente del bosque, el beso que las haga revivir. Y se me ocurre que el beso es una buena metáfora. Al fin de cuentas, siempre de amor se trata como diría James Hillman, psicoanalista de escuela junguiana, sobre todo cuando se trabaja con las visiones interiores, material muy delicado como lo son las potentes y caprichosas divinidades que habitan las zona más arcaicas de nuestro ser.

¿Pero al fin y al cabo qué son los sueños?

Desde que el Hombre apareció en el planeta no ha cesado su atracción por el mundo invisible. En el siglo XIX, con el nacer de la antropología evolucionista algunos estudiosos habían identificado en la experiencia onírica de los primitivos el surgir de las primeras manifestaciones religiosas. La tesis fue en parte contrastada por la antropología moderna, pero no se puede negar que en toda la antigüedad los sueños fueron considerados fuente de sabiduría divina, una sabiduría pragmática que a través de visiones, imàgenes, diálogos con los miembros fallecidos de la comunidad, indicaba el camino a seguir en la realidad cotidiana del individuo y del grupo social. Modo que reflejaba una visión unitaria del mundo, donde visible e invisible formaban una totalidad. Desde ya, como sucede casi siempre, pocos eran los que detenían el poder de interpretación. En Egipto así como en Babilonia existían instituciones sagradas dirigidas por sacerdotes y escribas dedicados a la adivinación y a la oniromancia. El documento más antiguo al respecto es un papiro egipcio del 1275 a.C., el “Libro de sueños en escritura hierática”, primer diccionario onírico que ha llegado hasta nosotros.
Oniros, llamaba Hesíodo a los sueños, hijos de Nix, la noche; mientras Ovidio los consideraba hijos de Hypnos, tres hermanos cuyo jefe era Morfeo.

Allá por el siglo IV a.C. surgen entorno al tema grandes cuestiones filosóficas. Algunos se plantean una cuestión que atravesará los siglos y la literatura universal, y que me parece aún muy actual: ¿estoy soñando o estoy despierto? ¿cuál es la realidad, cuál la ficción? “No sé si soy un hombre que sueña una mariposa o una mariposa que sueña un hombre», narra la famosa parábola de Chuang-Tze. También por esos años Platón sostiene que en realidad, nada impide que las charlas que uno puede tener en estado de vigilia las tenga también mientras sueña pues, en el fondo, las sensaciones son las mismas.
De todos modos, con Platón y sobre todo con Aristóteles nos acercamos a una visión mucho más moderna y psicológica, para estos filósofos los sueños son la acción de la imaginación durante el estado de reposo y pueden ayudar a deducir el estado físico del durmiente. Y si ya en el antiguo Egipto se hablaba de una “medicina onírica” que consistía en escuchar el relato de los sueños, en el II siglo d.c. el griego Artemidoro de Daldis, filósofo y viajero, intérprete profesional de sueños y visiones con finalidades científicas y educativas, escribe la “Oneirokritiká”, una recopilación de más de 3000 sueños. En “La interpretación de los sueños” de Artemidoro, se procede a una sistematización del material onírico y a la interpretación ya no basada en las artes adivinatorias sino en el estudio profundo de las imágenes, de los símbolos y de la psicología del soñante. Un compendio que es anticipación de toda la psicología moderna.

Lentamente la unidad del mundo visible-invisible se resquebraja y los sueños pierden su valor sagrado, profético, mágico. Para el cristianismo la mayor parte de ellos se colocan en la esfera del pecado carnal. Por otro lado, como explica el medievalista Jacques Le Goff, muchas de las recopilaciones onírica encontradas en los monasterios tratan fundamentalmente temas eróticos. A partir de Descartes y con el avance del racionalismo, los sueños pasan a ser meras ilusiones, relegados a zonas oscuras e insensatas, excrementos de la actividad cerebral.
Habrá que esperar la explosión del intimismo romántico europeo de finales del setecientos para llegar en 1898 a Freud, quien a partir de sus propios sueños y recuerdos acerca del padre muerto recientemente, escribirá una obras fundamental: “La interpretación de los Sueños.” Estudios, prácticas y técnicas, como aquella de la imaginación activa de Jung, a través de los cuales el ser humano volverá a instaurar una relación fructífera con su propio mundo invisible que, no sé, por ahí no tiene sentido, por ahí no sirve para nada, pero que de cualquier modo nos habita. Como por otro lado lo saben bien los artistas, músicos, poetas, pintores, escritores, y todos aquellos que experimentan a través del arte la potencia expresiva-explosiva del universo onírico, y no se cansan de recurrir a este manantial de materia prima inacabable que fluye en la oscuridad de nuestro ser.

“We are such stuff as dreams are made of…”, decía Shakespeare.

Y sí, me han descubierto, soy una Serial Dreamer. Y para ti ¿qué son los sueños? mis conocidos han respondido así: Los sueños son…
descanso, fantasías, imaginación, lenguaje cifrado, mensajes, vuelos, constelaciones, mitología, nuestra cara oculta, deseos irrealizados, miedos, cosas imposibles, vida alternativa, enigmas, unión de los opuestos, conflictos, recuerdos felices, nuevas experiencias, cosas que queremos lograr, ilusiones, pesadillas, olla a presión de las angustias reales o imaginarias, fuerzas invisibles, espejismos, directrices, teatro, proyectos, reciclaje de la memoria, presagios, tesoros escondidos, fantasmas, la otra mitad, fuente creativa, coincidencias, verdades ocultas, puentes, vida incorpórea, pura poesía, qué se yo, absolutamente nada.

En fin, soñar durmiendo o soñar despiertos, en la esperanza que mi propósito se cumpla para el año entrante les deseo muy pero muy felices sueños a todos.


John Cage, Dream (1948)

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Silvio Rodríguez, Sueño con serpientes (1975)


Adriana Langtry

Melodía de arrabal

Un mes atrás tuve el gusto de conocer en el Instituto Cervantes a un señor muy guapo, Antonio Íbero Layetano, un joven de unos noventa y pico de años que colabora con este blog. El hombre, rico de experiencia y anécdotas, me confesó a lo largo de nuestra charla su pasión por el tango y sobre todo por Gardel quien, como ya sabemos, cada día canta mejor. Así fue como en esa tarde milanesa de fines de verano terminamos entonando un tango cuya letra, a pesar de la lejanía o quizás debido a ella, descubro no haber olvidado. En fin, que con Antonio Íbero hemos improvisado todo un recital arrabalero ante el magnánimo público del centro cultural español. 

A partir de este encuentro una avalancha de asociaciones de ideas me trajeron a la memoria un paseo que hice años atrás por la zona oeste de la ciudad de Buenos Aires. Por ese arrabal conocido como El Abasto, barrio tanguero donde se crió “el zorzal” Carlos Gardel.

En realidad, a nivel administrativo, El Abasto nunca fue un barrio sino un área entre los barrios de Almagro, antigua zona residencial donde se instala buena parte de la inmigración vasca e italiana; y Balvanera, zona comercial conocida también como El Once, por la estación ferroviaria “Once de Septiembre” inaugurada en 1882. La zona se desarrolló a partir de la gran corriente inmigratoria de fines de siglo XIX, cuya creciente demanda lleva a fundar en 1893 el mercado más grande de la ciudad, el Mercado Central de Abasto proveedor de fruta, verdura y más tarde de carnes y otros productos.
Inicialmente el Mercado es un caserío precario que ocupa dos manzanas. En la primera década del siglo XX es dotado de frigorífico y fábrica de hielo, y se construye un gran corralón para el depósito de carretas y caballos que desde los pueblos vecinos llegan cargados de hortalizas, frutas y legumbres.
En 1934 el edificio es ampliado y reconstruido por el arquitecto esloveno Viktor Sulčič en su actual estilo art decó. Sus 44.000m2 de superficie, con escaleras mecánicas, playas de estacionamiento subterráneas, teléfonos y cámara frigorífica lo convierten en uno de los edificios más hermosos e innovadores de la ciudad.

La gran ola inmigratoria hace que una muchedumbre pintoresca se concentre en sus alrededores: verduleros italianos, matarifes criollos, lecheros vascos y una vecindad que parlotea en idisch, en argot, en dialecto y en esa lengua koiné que resulta ser el “cocoliche”. El cuadriculado de calles es un alternarse de conventillos, comités políticos, húmedos cafetines donde se juega al truco, almacenes, fondas, cantinas, canchas de bocha, lupanares y salones donde por las noches el piso se lustra al compás del tango. Arrabal de “taitas y malevos”, de cuchilleros y de personajes del sainete porteño que constituirán por muchas décadas el alma del lugar.

En 1984 el Mercado es clausurado. En los años noventa el degrado de la zona es espeluznante.

Volví al Abasto en uno de mis últimos viajes, atraída por los comentarios sobre la transformación de la zona. Y de hecho, lo encontré cambiado.

Llegando desde la Avenida Córdoba a la calle Jean Jaurés entramos en el corazón del “fileteado”, esa técnica pictórica cuyo estilo sinuoso y colorido caracteriza desde siempre a Buenos Aires, y que ha sido declarado por la UNESCO “patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad”. Las fachadas de los antiguos conventillos y casonas reaparecen embellecidas por este liberty porteño introducido a principios del novecientos por los inmigrantes italianos en la decoración de carros alimenticios. El estilo, adoptando modismos y simbología locales, se extenderá a la creación de carteles, a la ornamentación de camiones y finalmente de colectivos, los autobuses urbanos. Tango y filete, esencia del ser ciudadano, se encuentran a pocos pasos uno del otro: en el Museo del Fileteado y en la Casa Museo donde vivió Gardel.

Unos metros más adelante, dos cuadras peatonales con teatros alternativos y centros sociales indican que estamos en el Pasaje Zelaya. Aquí las fachadas aparecen pintadas con grandes murales en estilo pop art, obra del artista plástico Marino Santa María, que homenajean al “morocho del Abasto” y reproducen partituras y letras de algunos de sus tangos y canciones.
Y en unos pasos más, antes de llegar a la Avenida Corrientes, ya estamos en el antiguo pasaje Carlos Gardel con su serie de esculturas dedicadas a los grandes del tango, justo frente a la entrada lateral del Mercado que en 1998, con el aporte de capitales privados, ha vuelto a abrir sus puertas transformado en un…Shopping Center.

De hecho, El Abasto es hoy en un enorme polo comercial. La zona, sumida en el olvido desde fines de los ochenta, se ha convertido en una de las grandes metas turísticas de la ciudad. Afortunadamente la renovación ha mantenido intacta la hermosa fachada art decó del edificio, pero es cierto que de aquella pintoresca muchedumbre que lo poblaba no queda mucho. Sin embargo, la nueva colectividad peruana que ahora es mayoría ha abierto locales y restaurantes que atraen a centenares de turistas y locales.
Y entre otras cosas el Abasto Shopping alberga las salas del cine Hoyst, donde anualmente se realizan festivales importantes como el BACIFI, el Festival del Cine Independiente más importante de América Latina.

Ultima anécdota: en 1946 la flamante municipalidad porteña nomina al nuevo Inspector de Aves y Conejos del Mercado del Abasto, un tal Jorge Luis Borges. Un tipo que, parece, duró poco en el cargo y que, dicen, prefirió dedicarse a la literatura.



Adriana Langtry

Cuando la poesía se transforma en collage

Que la poesía y la pintura sean artes hermanas es resabido. Lo decían ya Platón y Horacio y  los ejemplos de poetas-pintores y pintores-poetas abundan en la historia del arte: desde William Blake a Rafael Alberti, desde Goethe a Lorca, pasando por Victor Hugo (quien ya usaba la técnica del papier collé), por Cocteau y Pasolini, sólo por citar algunos, o por el gran Miguel Angel que cuentan que componía sonetos mientras pintaba nada más y nada menos que la Sixtina.
Pero qué decir cuando la poesía se relaciona con un arte considerada “menor” como el collage, técnica vista aún hoy con cierta desconfianza. ¿Acaso no se trata de  recortar figuritas,  lacerar papeles y  combinar formas y colores  sin  pié ni cabeza? Algo así como un  juego de niños, un pasatiempo escolástico donde se termina siempre con los dedos pegoteados.
Y sin embargo el collage, que nace oficialmente en 1912 fecha en la cual aparecen los  primeros insertos de papel en los  cuadros cubistas de Braque y de Picasso, ha sido y es la  pasión  de poetas y poetisas que se han dedicado con asiduidad obsesiva a esta técnica.
¿Por  qué propio el  collage? Bueno, vamos a averiguarlo.

Adriana Langtry

Para  Jacques  Prévert (1900-1977) es sencillo: “quien no  sabe dibujar  puede crear imágenes con las tijeras y la cola.” En 1940 el poeta francés inicia la serie de “collages poétiques” que lo tendrá ocupado hasta el final de sus días. En su estudio atiborrado de imágenes recortadas, fotos, hojas sueltas de libros y periódicos, tijeras y frascos de cola, el artista elegía meticulosamente los fragmentos, los trabajaba con  colores y raspaduras, y luego los ponía en escena, buscando combinaciones y yuxtaposiciones hasta crear una realidad alterada portadora de nuevas significaciones. Un trabajo complejo ante el cual el amigo Picasso decía: “Tú no sabes dibujar, tú no sabes pintar, pero eres pintor.”
No sé si el premio Nobel Wislawa Szymborska (1923-2012) sabía o no dibujar, lo cierto es que el collage, junto al coleccionismo de miniaturas, era su pasa tiempo preferido. La poetisa polaca comparte con Prévert esa mirada surreal e irónica de la vida, y parece ser que una vez terminadoelcuadro lo daba en beneficencia o lo regalaba a sus amigos. Lo mismo hacía el danés Hans Christian Andersen (1805-1875) quien, en cambio, sabía dibujar muy bien. Andersen creaba complicadas siluetas de papel que regalaba a los hijos de sus conocidos. Adoraba  crear  personajes extraños, llenos de misterio y de simbologías. ¡Todo un reto para la fantasía! En el invierno de 1873, enfermo y obligado a permanecer en casa, se dedica a la creación de ocho collages en los que rememoraetapas de su vida. En ellos se entrecruzan personajes, monumentos, lugares, en fin, toda una serie de figuras recortadas, superpuestas y pegadas sobre grandes paneles.

Es que, justamente, una condición intrínseca de esta técnica es la combinación casual de imágenes y frases en un contexto extraño, que se vuelve disparador de nuevos significados. A ello se dedicaron las vanguardias artísticas  de las  primeras décadas del siglo XX experimentando lenguajes expresivos innovadores con los que romper con las convenciones sociales y los rigores del pensamiento racional.
En esta corriente se coloca la obras refinada del  poeta y pintor surrealista  chileno Ludwig Zeller (1927) para quien el collage es simplemente poesía por su manera de ubicar imágenes en el papel a la manera de los versos en el poema; o la colección  de poemas y collages,  “Dons des féminines”, que la poetisa y plástica francesa Valentine Penrose (1898-1978), figura excéntrica, independiente y esotérica,  publica en 1951.

“El collage es el arte ideal del escritor”, afirma no sin cierta ironía John Ashbery (1917-2017) que en la segunda posguerra abandona la idea de dedicarse a la pintura, y a los 81 años expone por primera vez sus obras.  “Es el arte ideal no porque incorpora palabras sino porque se puede practicar sobre una mesa. Tú extiendes el papel, la cola y las tijeras, pones de costado el ordenador o la máquina de escribir y ya estás listo.» Para Ashbery el collage es pura diversión, “estimula mi escritura y mi energía creativa” y lo aleja del fatídico bloque del escritor. En 1970 Ashbery escribe un artículo sobre la poetisa newyorkina Anne Ryan (1889-1954), artista autodidacta que en su madurez, luego de haber visto un cuadro de Kurt Schwitters, decide dedicarse a esta técnica en la que descubre un equivalente visual de sus sonetos: “imágenes aisladas, unidas en un espacio extremamente reducido.”

¿Las imágenes pueden substituir a la palabra? ¿El collage a la poesía?  A veces sí, si entendemos por poesía sólo aquella verbal. A tal ruptura llegará Jiří Kolář  (1914-2002) poeta y artista checo signatario de Charta 77, quien a lo largo de su vida sufre  persecuciones, encarcelamiento y exilio. Las palabras traicionan, sostiene Kolář. Inicia así su exploración en busca de un verso emancipado de la gramática que lo llevará a dedicarse por entero al collage. Sus obras incluirán todo tipo de materiales, desde cabellos a elementos de la vida cotidiana. En una de sus  “poesías objetivas” cada uno de los  versos aparece formado por una línea de pequeños objetos: un lapicito, una cruz, una piedrita, una perla, una ficha, un barquito de papel y demás. Es una  composición que necesita una “lectura” cuidadosa. De ella emana una vibración poética intensa, algo así como la revelación de un misterio que yace detrás del diario trajín.

Poesía visual, poesía del silencio. La crisis del lenguaje es una cuestión abierta a lo largo del Novecientos. ¿Superar las  palabras o liberarlas de la homologación mediática? ¿Explorar el pensamiento no verbal o crear nuevas asociaciones lingüísticas?
En la primera corriente, junto a Jiří Kolář encontramos al premio Pulitzer Mark Strand (1934-2014) que en los los últimos años de su vida abandona la poesía para dedicarse, “en modo obsesivo” al collage. Strand fabrica y pinta sus  papeles para crear obras abstractas en las que surgen espacios libres de toda gramática. Lo contrario de lo que hace Herta Müller, para quien el encuentro con el collage fue el descubrimiento de un nuevo modo de escribir. Al inicio, cuenta el premio Nobel romeno-alemano,  recortaba  palabras e imágenes  mientras viajaba en tren y componía cartas para los amigos. De ahí en más, las  grandes obras y las exposiciones. Para Müller, los recortes restituyen a las palabras un valor que se asemeja al carácter sagrado del silencio. El arte del collagista consiste entonces en hacer hablar a lo no dicho, lo censurado, lo callado u omitido.


Adriana Langtry

El regreso

A veces sueňo que regreso. Vuelvo en el barco de vapor en el que emigraron mis ancestros. Envuelta en un mantón descolorido, un sombrero de fieltro y por todo equipaje mi alma inquieta.
A veces sueňo que regreso. Espero en la rada del puerto el antiguo carruaje que me llevará al barrio de la infancia. Arrabal de casas bajas, azoteas encaladas y un cielo siempre apurado que me despeina los cabellos.
A veces, cuando sueňo que vuelvo, recorro la avenida de acero, afilado cuchillo que parte en dos la ciudad entrando de lleno en la llanura. Y a los lejos, una bandada de sombras levanta polvareda, diseňos colosales, monstruos goyescos.

A veces sueňo que regreso. Paso a paso, equilibrista inexperta sobre los cables sueltos del teléfono. Cruzo el océano enredada en el murmullo de voces familiares, auscultando la hondura de lo no dicho, descifrando el alfabeto extraviado en la distancia.

A veces vuelvo a una ciudad desconocida que sin embargo conozco, que he deseado, recorrido, donde una esfinge decrépita gesticula sobre un cúmulo de tabas y una niňa me habla en jeringoza.
A veces vuelvo a una ciudad rompecabezas, a las calles de un libro donde sigo jugando a la rayuela. Y otras veces escapo de una zona de guerra, de una agenda sin nombres, de una muerte sin cuerpos.
A veces sueňo que regreso. Nadie me reconoce. Nadie habla mi idioma. Una ola me engulle. Una mano me atrapa. Tengo miedo y no sé si vengo o voy.

A veces, cuando vuelvo en los sueňos, llego feliz al jardín de la abuela, a la chicharra llorona en el árbol de tipa, al grito desaforado de los teros, al zanjón y a la esquina de tierra donde nos besamos por primera vez.
En ciertos sueňos regreso en tranvía, en otros lucho contra la marejada y en otros me reencuentro con mi madre que, sentada en un arcón de plata, me pregunta con sorna: ¿pero qué haces aquì?.

A veces sueňo que regreso. Vuelvo en la lengua ancestral de las caricias y otras, cuando sueňo que vuelvo, no logro recordar mi domicilio.
Pero a veces sueňo que no vuelvo, que el viaje es un pasaje de ida sin retorno. Son los sueňos mejores. Me siento finalmente libre. Y dondequiera que despierte, ya llegué.


Adriana Langtry

Por una cerveza

Unas semanas atrás, una amiga del Tapañol me comentaba que en su país existe una enorme variedad de cervezas. 

No sé si fue la charla o el calor anticipado y sofocante que esa tarde envolvía Milán, lo cierto es que algo funcionó como aquella famosa “magdalena de Proust.” De repente, me encontré catapultada en los veranos porteños de la infancia. Días interminables de agobiante canícula cuando mis jóvenes padres sacaban de la heladera la botella oscura y vertían, en grandes jarros de vidrio, el líquido dorado que subía y subía hasta el borde del vaso, donde un precavido dedo índice impedía a la espuma de derramarse. De la etiqueta azul en la botella reconozco inmediatamente la Quilmes. Y sin darme cuenta estoy ya entonando el jingle de “La espumita” que cantábamos de niños.

Los recuerdos actúan también como disparadores. En la corriente de imágenes, nuevas asociaciones me transportan aún más lejos.

Muchos de ustedes quizás sepan que Quilmes es el nombre de la localidad sobre la costa del Plata, a unos 20km. a sudeste de Buenos Aires, donde a fines del siglo XIX el alemán Otto Bemberg fundó la famosa cervecería. Quizás, lo que no todos conocen es la historia que tal nombre encierra.

Para eso tenemos que remontarnos a los tiempos de la segunda fundación de Buenos Aires (1580), cuando la zona aún desconocida se transforma en una de las tantas estancias repartidas entre los acompañantes del Adelantado Juan de Garay. El territorio es rico de ganado cimarrón. Sus costas, utilizadas para actividades de contrabando y tráfico negrero.
Poco a poco el paraje comienza a delimitarse. En 1611 viene incorporado al pago de La Magdalena. Recién en 1665 adquiere su nombre actual. ¿Pero cuál es su origen? Los hechos lo vinculan al lejano norte.

En aquellos tiempos, en los Valles Calchaquíes, vasto sistema de valles y montaňas del noroeste argentino, habitaban diferentes comunidades indígenas de etnia diaguita, una de las más avanzadas de la zona. Entre ellas los Kilmes o Quilmes. Este grupo ocupaba la zona central de los valles, al oeste de la actual ciudad de Tucumán. En lengua kakán o calchaquí, kilme significa “entre los cerros”.

Era un pueblo aguerrido, tributario inicialmente del imperio incaico, al que se había enfrentado más de una vez; y luego, de la corona española. Miembro de la Confederación Diaguita combate la política de tributos, ocupación de tierras y trabajos forzados a los que los indígenas se ven obligados. Las Guerras Calchaquíes (1530-1667), como vienen recordados estos enfrentamientos, durará más de un siglo. A capitanear la Confederación en su fase final será un aventurero andaluz, un tal Pedro Bohórquez que logra engañar tanto a los indígenas, haciéndose pasar por descendiente de Incas, como a las autoridades españolas prometiéndoles riqueza y pacificación. El “Falso Inca”, como se lo conocía, es apresado en 1657 y justiciado años después.

Su captura no detiene a los nativos que parapetándose en las altas cumbres, hostigando y refugiándose en sus fortificaciones o Pucarás, continúan la lucha. Terminarán doblegados en su última ciudadela, la actual Amaicha del Valle, donde el nuevo gobernador, Mercado y Villacorta, los asedia por un año. Cuentan las crónicas que muchas mujeres se suicidan con sus hijos arrojándose al vacío para no ser capturadas.

Es que la rendición no sólo implicaba la derrota sino también el destierro. La deportación masiva, estrategia de dominio utilizada también por los Incas, se convertirá en una especie de vía crucis. Alrededor de dos mil personas se ven obligadas a marchar a pie hasta Buenos Aires. El viaje durará casi un año. Más de 1000km. Muchos mueren en el camino. Los sobrevivientes, unas doscientas familias, llegarán a ese paraje anónimo sobre las barrancas del Río de la Plata donde fundan la “Reducción de la Exaltación de la Santa Cruz de los Indios Quilmes.” Humildes ranchos de barro y paja alrededor de una capilla. La mano de obra indígena contribuirá al gran desarrollo de la zona.

En 1812, durante las guerras de independencia, el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata declara a Santa Cruz de los Indios Quilmes pueblo libre, igualando a los pocos indios sobrevivientes con los demás ciudadanos y dando por extinguida la Reducción.

Lo demás, en pocas décadas llegará la ola inmigratoria, el ferrocarril, las grandes fábricas y la cervecería cuyo nombre famoso encierra esta historia. Una historia un poco olvidada que “por una cerveza…” ha aflorado, de repente, aquí en Milán.


Fotos:
wikipedia:bar©HalloweenHJB,  fábrica Quilmes alrededor de 1910, ruinas de Quilmes (valles Calchaquíes) ©fernandopascullo y ©alangtry

Bibliografia:

Sobre los Quilmes:

Los indígenas Quilmes, Carlos Eduardo Solivére,en (PDF) cyt-ar.com.ar/cyt-ar/images/b/bd/Indígenas_Quilmes.pdf

Adaptación de la artillería al medio americano: las guerras calchaquíes en el siglo XVII, Francisco A. Rubio Durán, en (PDF) revistas.ucm.es/index.php/MILT/article/viewFile/MILT9797220017A/3377
 -La reducción «Exaltación de la Cruz de los indios Quilmes»: un caso de relocalización étnica en Pampa a fines del siglo XVII , Florencia Carlón, en www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/v08n15a07/1023

Sobre el municipio di Quilmes:

-historia: www.quilmes.gov.ar/ciudad/historia.php

-las tres fundaciones de Quilmes: elquilmero.blogspot.it/2011/08/las-tres-fundaciones-de-quilmes-los-345.html

sobre la cerveza:

Adriana Langtry

Sábado 28 de Abril, Día internacional del Tai Chi Chuan

Cuenta la leyenda que en el siglo XIII el inmortal taoísta Chang Sanfeng, alumno del monasterio de Shaolin y más tarde maestro de artes marciales del monte Wudang, asistiendo al combate entre una serpiente y una grulla blanca descubrió los principios básicos del Tai Chi Chuan: los movimientos circulares y la flexibilidad -de la serpiente- vencen sobre la rigidez y la aparente fuerza exterior -de la grulla-.

El Tai Chi Chuan (combate de la polaridad suprema, donde la polaridad está formada por los opuestos Yin/Yang) es lo que se llama un arte marcial interno pues potencia la energía vital (Qi) a través de movimientos fluidos, circulares que mantienen el cuerpo  suave y flexible en detrimento de la rigidez provocada por la fuerza y el estrés muscular.

El Tai Chi es llamado también “meditación en movimiento.” Practicarlo significa trabajar sobre el cuerpo y la mente: aprender a dirigir la atención, a seguir el ritmo de la respiración, a afilar la concentración, la intención de cada gesto, a serenar el torbellino mental permitiendo estar a la escucha del presente, ser y sentir aquí y ahora. Y es también un entrenamiento intelectual ya que la concentración y la memorización de los movimientos ofrece al sistema neuronal una actividad constante y productiva. Es seguramente una práctica que en el tiempo ayuda a afrontar la cotidianidad con mente más clara. Arte que puede ser practicada a cualquier edad  por todas las personas.

No por nada el trabajo con el Qi o energía vital es, desde hace milenios, el fundamento de la medicina tradicional china. Y hoy en día, luego de su difusión en Occidente a partir del siglo XIX, es reconocida por la OMS como una disciplina psicofísica con amplios beneficios terapéuticos.

El Tai Chi se basa en el principio taoísta del Yin/Yang, opuestos que funcionan como complementarios en la formación del universo. La dualidad complementaria (femenino/masculino, tierra/cielo, oscuridad/luz, frío/calor, etc) y la mutación continua son los fundamentos de todo ciclo vital. Del fluir armonioso de estas manifestaciones energéticas depende el buen funcionamiento de nuestro organismo en su unidad física y mental. 

El último sábado de abril se festeja anualmente en más de 60 naciones y centenares de ciudades el día internacional del Tai Chi Chuan y del Qi Qong.

El evento inicia a las 10 de la mañana en Nueva Zelandia y se extiende, como la luz solar hacia occidente, siguiendo los husos horarios locales. Es una manifestación abierta a todo el mundo, para difundir esta arte llamada también “de la larga vida”.

En Milán es habitual que las distintas escuelas festejen en los parques ciudadanos.

La nuestra se reúne
el próximo sábado 28 de abril a las 10 hrs. en el Parque Lambro (entrada de Via Feltre) en las proximidades del kiosco/bar, al interior del parque.

Quien quiera venir para practicar con nosotros, para acercarse por primera vez a esta disciplina o simplemente para curiosear y  pasar una momento agradable al aire libre, es desde ya bienvenido.


Más información en en italiano: http://www.artedilungavita.it

Adriana Langtry

L’Ortica: un museo de la memoria al aire libre

“…faceva il palo nella banda dell’Ortiga, faceva il palo perchè l’era el sò mestee.”   Walter Valdi


A pocos pasos de mi casa se encuentra el barrio llamado La Ortica. Es un viejo barrio obrero situado en la zona este de Milán, incrustado en las geometrías de una intensa red ferroviaria que desde mediados del siglo XIX lo ha ido modelando a nivel urbanístico y humano. En su plaza central funcionó hasta 1931 la estación de Lambrate, trasladada a su ubicación actual con la inauguración de la Stazione Centrale. Aún se puede apreciar el trazado cuadrado de la plaza, con la pequeña iglesia dedicada a los santos Faustino y Giovita (en su interior, entre otros, un fresco del XII siglo que representa la Madonna col bambino) y parte de la antigua estación utilizada hoy por el círculo recreativo ferroviario.
Antiguo barrio de ferroviarios, obreros, lavanderas, campesinos y verduleros,  l’Ortica o l’Ortiga en dialecto milanés, toma su nombre  (documentado ya en 1696) justamente de las fértiles huertas que aparecen en la zona, conocida desde el VII siglo d.c. como zona agrícola Cavriano, graciasa la irrigación del río Lambro.  L’Ortiga, arrabal de una célebre banda criminal que  aparece en  la  divertida canción escrita en milanés por W. Valdi y cantada magistralmente por Enzo Jannacci, donde el “palo”, el campana (como diríamos en Argentina) o monta guardia,  es una figura cómica, casi demencial.
Bueno, este barrio ha decidido transformarse en un museo de la memoria al aire libre a través de distintos Murales que cuentan su historia y la del Novecientos.
El proyecto OrMe (que significaOrtica Memoria pero tambiénPasos, Huellas),es un relato coral que nace gracias a la participación activade la vecindad, las escuelas, las asociaciones, las cooperativas, orgullosas de una identidad que ha sabido resistir al proceso de gentrificación en acto en las grandes ciudades. Y gracias al colectivo artísticoOrticanodlessque, sin proponérmelo, tuve la suerte de encontrar en acción mientras fotografiaba los murales.
El proyecto, único en Italia, prevé veinte Murales para fines del 2019. Cuatro han sido ya terminados. El primero, patrocinado por la Municipalidad, fue inaugurado en 2015. Es un mural dedicado al 70° aniversario de la Resistenciaque cubre los 300 metros  del Cavalcavia Buccari.
Le siguieron otros dos entre lascalles San Faustino y Rosso di San Secondo, uno  dedicado a la música popular  y otro a la legalidad. El cuarto fue inaugurado a fines de 2017, cubre la fachada de la Cooperativa edificatrice Orticade via San Faustino y está dedicado al 130° aniversario de la Cooperación.
Siempre en el marco de este proyecto el colectivo de street-art,de acuerdo con el consorcio de via Ortica 12 y con la Municipalidad, han renovado la deteriorada fachada del edificio con una gran pintada.Mille papaveri rossi, estilizadas amapolas rojas dan ahora un toque de alegría al lugar evocando los versos de la famosa canción La guerra di Piero de Fabrizio De André.
Demás está decir que cada tanto estos murales vienen deshonradoscon inscripciones extremistas. Pero como me cuenta Wally, el artista encontrado por casualidad en via Amadeo: preferimos no denunciarlos, buscan publicidad, la respuesta es restaurar cuanto antes la parte daňada.
Por otro lado se sabe que ninguna conquista es duradera, que el secreto quizás está en seguir adelante, en no bajar la guardia, en transmitir como uno puede la memoria, quizás llenando de colores los muros del mundo, una forma también de  resistir.


fotos©alangtry
colectivo de street-art: www.orticanoodles.com/
OrMeortica memoria:www.facebook.com/orticamemoria/

Adriana Langtry