“…fui feliz el día que descubrí que el acto de escribir es un acto pictórico”

Esta declaración de la escritora libanesa, poeta plurilingüe y artista visual Etel Adnan, ayuda a comprender su acercamiento a la pintura y la interconexión de lenguajes expresivos que cultivará a lo largo de su vida. Etel Adnan, una de las voces más importantes de la diáspora de Medio Oriente, pionera en la lucha por la igualdad de género, transcurre de hecho su existencia en un cruce constante de caminos, culturas, idiomas. Nace en una familia mixta, de madre griega-cristiana y padre siriano-musulmano, funcionario del Imperio otomano. Infancia y adolescencia están atravesadas por los fermentos y tensiones derivados del choque entre la dominación francesa y las comunidades locales; pasará el resto de su vida entre Beirut, París y los Estados Unidos donde se traslada en 1955, luego de obtener la licenciatura en Filosofía en la Sorbona.
Es justamente en esos años, ya residente en California donde enseña disciplinas humanísticas, que Etel inicia a pintar mientras se adentra cada vez más en el nuevo idioma que se convertirá en su nueva lengua literaria. Entre tanto, del otro lado del océano ha estallado la guerra de independencia de Argelia. La escritora entra en conflicto con su idioma de origen. Como dirá más tarde, pintar parecía el único modo de tomar partido contra el colonialismo: si el conflicto con el francés le impedía escribir, ahora iba a “pintar en árabe.”

“El arte abstracto era el equivalente de la expresión poética. No tenía necesidad de pertenecer al idioma de una determinada cultura sino a una forma de expresión abierta…”

Es así que en sus acuarelas inicia a transcribir versos de poetas árabes, sin comprender casi el significado, como lo hacia en la niñez, cuando copiaba de los libros del padre el alfabeto árabe prohibido en la escuela, y sin llegar a aferrar las palabras, se iba enamorando de la forma plástica de la caligrafía. De este ejercicio nacen sus “Leporello”, pequeños libros en forma de acordeón que irán a sumarse a los óleos abstractos y paisajísticos, de formas esenciales, geométricas, trazos fuertes, colores brillantes, donde aparecen reiterados: el sol, el mar, el cielo, el monte californiano Tamalpais. Una visión armónica del universo que parece contrastar con sus profundas y dolorosas reflexiones sobre la guerra: la de Vietnam, la de Irak, aquella que martiriza al mundo árabe y que la sorprende de vuelta en Beirut a inicios de los años setenta, obligándola a emigrar a París donde escribe, esta vez en francés, la novela Sitt Marie Rose galardonada por la Asociación de Solidaridad Franco-Árabe y traducida en diferentes idiomas.





En su casa de París, donde vivía con su compañera de vida, la escultora francolibanesa Simone Fattal, Adnan disponía de dos mesas de trabajo idénticas: en una escribía sus poemas; en la otra, acomodaba horizontalmente la tela y pintaba apretando el tubo de color directamente sobre el lienzo mientras lo extendía con una espátula.
“La pintura también es un ejercicio mental, pero para mí siempre ha sido, ante todo, un trabajo sobre el color. El instante en que la pintura sale del tubo y se prepara para ser mezclada con otros tonos me parece mágico”.
Por mucho tiempo, mientras como escritora publicaba antologías poéticas, novelas y ensayos, su pasión por la pintura quedaría relegada a una intimidad compartida con amigos artistas.
“La pintura es un deporte,” declara en una entrevista, “mientras que la escritura es casi una cárcel…La primera me relaja, la segunda me agota.”
Un deporte que le viene reconocido a nivel global solo en 2012, a los 87 años, cuando participa a la exposición internacional Documenta 13 en Kassel (Alemania).
“…Tres años antes,”cuenta Etel no sin cierta ironía, ”los mismos cuadros colgaban de mi comedor sin que nadie les prestara atención.”
A partir de entonces, su obra será expuesta en galerías y museos del mundo. En 2021, unos meses antes de su muerte, el Guggenheim de Nuova York le dedica su primera individual, conjuntamente a la retrospectiva de Kandinsky.
“En realidad, el arte me sirve para redescubrir la belleza del mundo o lo que queda de ella,” confiesa la artista. “Yo creo que la belleza de una montaña es política” “Ser feliz es un gesto político. En los momentos trágicos puede tener un efecto transformador.”
Adriana Langtry
