Un mes atrás tuve el gusto de conocer en el Instituto Cervantes a un señor muy guapo, Antonio Íbero Layetano, un joven de unos noventa y pico de años que colabora con este blog. El hombre, rico de experiencia y anécdotas, me confesó a lo largo de nuestra charla su pasión por el tango y sobre todo por Gardel quien, como ya sabemos, cada día canta mejor. Así fue como en esa tarde milanesa de fines de verano terminamos entonando un tango cuya letra, a pesar de la lejanía o quizás debido a ella, descubro no haber olvidado. En fin, que con Antonio Íbero hemos improvisado todo un recital arrabalero ante el magnánimo público del centro cultural español.
A partir de este encuentro una avalancha de asociaciones de ideas me trajeron a la memoria un paseo que hice años atrás por la zona oeste de la ciudad de Buenos Aires. Por ese arrabal conocido como El Abasto, barrio tanguero donde se crió “el zorzal” Carlos Gardel.

En realidad, a nivel administrativo, El Abasto nunca fue un barrio sino un área entre los barrios de Almagro, antigua zona residencial donde se instala buena parte de la inmigración vasca e italiana; y Balvanera, zona comercial conocida también como El Once, por la estación ferroviaria “Once de Septiembre” inaugurada en 1882. La zona se desarrolló a partir de la gran corriente inmigratoria de fines de siglo XIX, cuya creciente demanda lleva a fundar en 1893 el mercado más grande de la ciudad, el Mercado Central de Abasto proveedor de fruta, verdura y más tarde de carnes y otros productos.
Inicialmente el Mercado es un caserío precario que ocupa dos manzanas. En la primera década del siglo XX es dotado de frigorífico y fábrica de hielo, y se construye un gran corralón para el depósito de carretas y caballos que desde los pueblos vecinos llegan cargados de hortalizas, frutas y legumbres.
En 1934 el edificio es ampliado y reconstruido por el arquitecto esloveno Viktor Sulčič en su actual estilo art decó. Sus 44.000m2 de superficie, con escaleras mecánicas, playas de estacionamiento subterráneas, teléfonos y cámara frigorífica lo convierten en uno de los edificios más hermosos e innovadores de la ciudad.
La gran ola inmigratoria hace que una muchedumbre pintoresca se concentre en sus alrededores: verduleros italianos, matarifes criollos, lecheros vascos y una vecindad que parlotea en idisch, en argot, en dialecto y en esa lengua koiné que resulta ser el “cocoliche”. El cuadriculado de calles es un alternarse de conventillos, comités políticos, húmedos cafetines donde se juega al truco, almacenes, fondas, cantinas, canchas de bocha, lupanares y salones donde por las noches el piso se lustra al compás del tango. Arrabal de “taitas y malevos”, de cuchilleros y de personajes del sainete porteño que constituirán por muchas décadas el alma del lugar.
En 1984 el Mercado es clausurado. En los años noventa el degrado de la zona es espeluznante.
Volví al Abasto en uno de mis últimos viajes, atraída por los comentarios sobre la transformación de la zona. Y de hecho, lo encontré cambiado.
Llegando desde la Avenida Córdoba a la calle Jean Jaurés entramos en el corazón del “fileteado”, esa técnica pictórica cuyo estilo sinuoso y colorido caracteriza desde siempre a Buenos Aires, y que ha sido declarado por la UNESCO “patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad”. Las fachadas de los antiguos conventillos y casonas reaparecen embellecidas por este liberty porteño introducido a principios del novecientos por los inmigrantes italianos en la decoración de carros alimenticios. El estilo, adoptando modismos y simbología locales, se extenderá a la creación de carteles, a la ornamentación de camiones y finalmente de colectivos, los autobuses urbanos. Tango y filete, esencia del ser ciudadano, se encuentran a pocos pasos uno del otro: en el Museo del Fileteado y en la Casa Museo donde vivió Gardel.
Unos metros más adelante, dos cuadras peatonales con teatros alternativos y centros sociales indican que estamos en el Pasaje Zelaya. Aquí las fachadas aparecen pintadas con grandes murales en estilo pop art, obra del artista plástico Marino Santa María, que homenajean al “morocho del Abasto” y reproducen partituras y letras de algunos de sus tangos y canciones.
Y en unos pasos más, antes de llegar a la Avenida Corrientes, ya estamos en el antiguo pasaje Carlos Gardel con su serie de esculturas dedicadas a los grandes del tango, justo frente a la entrada lateral del Mercado que en 1998, con el aporte de capitales privados, ha vuelto a abrir sus puertas transformado en un…Shopping Center.
De hecho, El Abasto es hoy en un enorme polo comercial. La zona, sumida en el olvido desde fines de los ochenta, se ha convertido en una de las grandes metas turísticas de la ciudad. Afortunadamente la renovación ha mantenido intacta la hermosa fachada art decó del edificio, pero es cierto que de aquella pintoresca muchedumbre que lo poblaba no queda mucho. Sin embargo, la nueva colectividad peruana que ahora es mayoría ha abierto locales y restaurantes que atraen a centenares de turistas y locales.
Y entre otras cosas el Abasto Shopping alberga las salas del cine Hoyst, donde anualmente se realizan festivales importantes como el BACIFI, el Festival del Cine Independiente más importante de América Latina.
Ultima anécdota: en 1946 la flamante municipalidad porteña nomina al nuevo Inspector de Aves y Conejos del Mercado del Abasto, un tal Jorge Luis Borges. Un tipo que, parece, duró poco en el cargo y que, dicen, prefirió dedicarse a la literatura.
Adriana Langtry
