
Dos de la noche; agua golpeando los cristales de la pequeña ventana redonda. De pronto me despierto.
Me levanto y miro hacia afuera. Es una noche muy oscura, solo algunos relámpagos lejanos iluminan el cielo. Desde hace un año vivo en este islote, donde hay un faro y solo dos habitantes: el farero y yo. Hay gallinas y ovejas y una pequeña huerta de la que me ocupo yo. Decidí intentar una nueva experiencia. Vivir aquí fue mi mayor desafío. Estoy acostumbrándome a vivir rodeada por agua, yo que desde siempre le he tenido miedo.
A pesar de que mi padre, un ex oficial de la Marina, hubiera intentado varias veces enseñarme a nadar, solo aprendí a flotar. El miedo al agua siempre había prevalecido. Incluso las tormentas con lluvia violenta me causaban ansiedad, pero aquella noche decidí salir del faro, quería enfrentarme a la lluvia, quería escuchar los sonidos del agua, la que caía del cielo y la del mar que con violencia chocaba contra las rocas del islote convirtiéndose en espuma. Y aquí estás… bajo esta lluvia fría.
No es suficiente, me dije a mi misma, no vas a vencer tu miedo mojándote. Pero tengo que terminar esta experiencia y volver a mi vida en la ciudad. El farero duerme, estoy sola. He decidido. Es peligroso, pero me da más miedo no enfrentarme a ese miedo.
Entonces, ¡vaya! A ver si es verdad que la vida viene del agua. Esperé un poco, hasta que la tormenta comenzó a alejarse y las olas del mar parecían ser menos fuertes, el mar se calmó un poco. Me acerqué al borde del acantilado, me asomé, después me alejé un poco y me asomé de nuevo…por fin me lancé al agua. ¿El agua me haría vivir o me quitaría la vida? Me fui al fondo, me pareció oír un diálogo con mi madre, cuando estaba a punto de darme a luz: “Dios mío, hija, para unos minutos, descansa, tranquila, dentro de poco saldrás de la placenta a un líquido igual que en el que estabas. “Pero mamá ¿qué dices? Yo no sé nadar.” “Sabes que los bebés en agua no se ahogan y son capaces de no respirar de forma instintiva, no existe peligro de ahogo, empezarás tu vida en el agua, el más poderosos de los elementos naturales”. Y luego, no sé cómo, me subí de nuevo, floté, o más bien nadé, poniendo en práctica lo que mi padre me había enseñado de niña. Un hombre estaba gritando mi nombre, era el farero. Llegué a la orilla y le respondí. “Tranquilo, el agua me hizo renacer, por fin he superado mis miedos”.
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Raffaella Bolletti

