
El pobre perro flaco atado a una cadena bajo el sol abrasador, frente a una casa antigua rodeada por una valla, tenía tanta sed que le costaba respirar, llevaba mucho tiempo esperando que alguien le trajera agua y comida, pero nadie había aparecido.
Se habían olvidado de él, tenía la nariz caliente y un gran dolor en la garganta, había perdido toda esperanza y estaba resignado a morir. Nadie lo quería, el siempre recibía con agrado a quienes le llevaban la comida y el agua, pero nunca una caricia ni una salida a caminar, tiraban sus cosas en un recipiente sucio y se marchaban inmediatamente.
La casa cercana estaba deshabitada y por esa calle pasaba muy poca gente, de todas formas, no habría tenido fuerzas para ladrar.
Cerró los ojos, ni siquiera escuchó venir un auto que se detuvo a unos pasos de su casa, se bajó una mujer con dos niños, se miraron desconcertados a su rededor, evidentemente se habían equivocado de camino. Los dos niños se acercaron a la valla y lo vieron, llamaron a su madre impresionados por su apariencia, ella entendió que non había un momento que esperar para salvarlo.
La vieja valla cedió bajo sus golpes, entraron y por suerte lograron liberarlo de la cadena, lo llevaron a la sombra, pero ya no se movía, intentaron enfriarlo usando el agua que tenían en el auto, poco a poco se fue moviendo, lograron que bebiera unos sorbos de agua, luego lo subieron al auto para llevarlo a su casa, donde comenzó a comer pequeñas cantidades de comida.
Decidieron quedárselo si denunciar al propietario por miedo a tener que devolverlo a esa horrible vida.
Su salud mejoraba cada día, los niños estaban muy contentos, lo colmaban de caricias y mimos, él era mi dócil y cariñoso y sobre todo feliz.
Cuando se recuperó por completo decidieron llevarlo al río, apenas llegaron se arrojó al agua clara y fresca, no podía creer que hubiera tanta, recordando la sed que había sufrido, pensó que si el paraíso existía tenía que ser así.
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Leda Negri

