La vista azul

Por la mañana Alejandro Echevarría se había levantado temprano, no se encontraba muy bien, estaba mareado, se sentía un poco extraño. Despacito, arrastrándose, se fue al baño, se lavó la cara, pero no veía muy bien; de repente se dio cuenta de que entreveía todo de color azul.

Al principio pensaba que llevaba puestas sus gafas de sol azules, pero no, la vista era de un color particular, con un matiz “azul índigo”.

Parecía ver a través de lentes de ese color, fotografías en blanco y negro viradas, como si una gelatina se hubiera puesto delante de la pantalla del televisor de una época lejana.

En aquel momento buscó desesperadamente dentro de si mismo cualquier instante de felicidad pasada.

¿Qué le cambiaría en su vida de ahora en adelante? Los ojos azules, iguales, ¿Los legendarios hombres azules con el “Tagelmust” que se cubren la cabeza? No pasa nada.

¿Cuándo brilla rojo el atardecer? ¿Chiste sobre los Pitufos? ¿Mirar cuadros famosos de Kandinsky, Vermeer, Chagall, Klein…pintores de la más perfecta expresión del azul? Tenía que acostumbrarse.

De todas formas es un color intrigante, encantador; de la serpiente azul caníbal, del zafiro, de los dioses, del diamante azul, del planeta Neptuno.

¿Si hubiera tenido que elegir él un color? El amarillo, bueno no; el verde, ni hablar; el negro, la oscuridad; sí, el azul índigo está bien, aparte de enrojecer de vergüenza y derramar lágrimas amargas azules.

Luigi Chiesa