Lulú

Son las cinco, no duermo, echo de menos algo, no tengo sueño. El cuerpo tibio y tierno de Lulú no está en su lugar, en medio de la cama. Me levanto, no quiero que la noche sea larga. La veo como una sonámbula, no me besa. Cuando vuelvo, no me acuesto hacia la ventana, me vuelvo hacia el centro del lecho, pero ella no me mira, está en el borde de la cama y mira hacia el exterior. Ya está dormida, tranquila como una marmota.

Están muy lejanas las noches dominadas por Eros. Las noches en las que Lulú llevaba un mini vestido que rozaba la indecencia más atrevida. Sus piernas delgadas e interminables le permitían ponerse un atuendo tan corto. Sus padres antes de que yo la conociera, nunca hubieran aceptado que ella se lo pusiera. Lulú, una chica hermosa que conocí en un bar-discoteca, por la tarde. No creía que pudiera conquistarla tan rápidamente, pero estábamos hechos el uno para el otro, intelectuales, amantes de las artes, de la literatura y de la música y no despreciábamos los placeres de la carne, al contrario.

Le acaricio la curva de sus caderas que no son estrechas y sus glúteos que no dejan la menor duda sobre su feminidad exacerbada. Se vuelve contra mí, se pega perfectamente a mi cuerpo, y no dudo en acoger su seno perfecto en mi mano en forma de copa. No quiero despertarla. Es su instinto, quiero creerlo, lo que la atrae a mí. Cuando no duerme, siempre pretende que somos demasiado viejos para eso.

Yo sigo sin dormir, no puedo evitar que mi imaginación recorra el cuerpo sinuoso y preciosamente curvado de mi Lulú. Mi mujer, a la que nunca he dejado de amar con todo mi cuerpo y con la que estoy tan profundamente vinculado por una relación de amistad que desde hace tanto tiempo dura, y durará siempre.

Me despierto en sus brazos. Este día, lo sé, no me decepcionará.

Jean Claude Fonder