Una historia de amor

Carmen salió al jardincito de detrás de la casa para saborear el aire fresco de un día de primavera que ella sintió que la sorprendería. El cielo estaba atravesado por nubes que se perseguían dando la impresión de que objetos y animales flotasen en el aire. Comió una galleta de la fortuna y la nota adjunta la sorprendió: “tu bondad dará frutos inesperados”. Quien sabe qué significa eso. Regresó a casa, desayunó y comenzó su trabajo como blogger. Hoy se dedicaría a la cocina y contaría cómo preparar un buen arroz.

Después de un rato que no supo cuantificar (cuando escribía no se daba cuenta de si habían pasado diez minutos o dos horas), oyó un golpe en la puerta principal. No vio a nadie a través de la lente y estaba a punto de regresar a su escritorio cuando escuchó un gemido, como de un animal herido. Abrió la puerta y en el mismo felpudo un caballero bien vestido, dos ojos hechizantes, una sonrisa que salió como una mueca, con voz débil pidió ayuda y luego se desmayó. Carmen se activó de inmediato: llamó una ambulancia, tomó un trapo mojado y un vaso de agua. Unos segundos y el extraño se recuperó. El médico que llegó en ese momento le visitó y decidió que había que hospitalizarlo para hacerle pruebas. Carmen se dio cuenta de que el hombre ya se estaba convirtiendo en una pasión irracional, pero no pudo reflexionar sobre esta repentina idea porque los enfermeros de la ambulancia hacían que el hombre se subiera a la camilla. La sirena sonó y ella se quedó sola en la puerta pensando en el extraño. Al regresar a la casa, notó que el hombre había dejado un libro en el felpudo; parecía antiguo, una copia de la Divina Comedia de Dante con dibujos. Lo recogió y lo colocó con cuidado en un armario. Pensó seguir escribiendo su blog, pero el recuerdo del hombre se deslizó en su mente; asustada por esa repentina pasión, sintió un ligero malestar al pensar que había dejado que se fuera sin preguntarle al menos su nombre. Decidió aclararse la cabeza y dar un paseo por el río que fluía lentamente detrás de la casa. Debido a la sequía el agua estaba muy baja; se quitó los zapatos y los calcetines y lo vadeó hasta la orilla opuesta, donde se elevaban miles de abedules con sus delgados tallos y ramas mecidas por el viento. Siguió el camino hasta llegar al antiguo molino, la cuchilla del molino giraba perezosamente a pesar de que no quedaba nada por moler. Sorprendida, se dio cuenta de que alguien vivía allí, se podía ver una ventana con cortinas, unas flores en el porche suavizaban la entrada. Intentó llamar, pero nadie le contestó. Tal vez habían decidido renovar la antigua masía. Volvió y vadeó de nuevo el río, sin darse cuenta de que ya habían pasado horas; se dirigió hacia el panadero del pueblo para comer sus famosos palitos de oliva y para tener noticias del extraño. El pueblo era pequeño y la panadería era el lugar de reunión donde todos pasaban durante el día. Así fue como supo que el desconocido, que acababa de comprar la masía, había muerto poco después de su hospitalización sin que los médicos entendieran la causa. Una lágrima bañó su rostro, salió de la tienda pensando en el hombre cuyos ojos grises verdosos la habían embrujado. Fue cuando regresó a casa, en la quietud de su jardín, que recordó dónde había encontrado esos ojos. Era una niña pequeña, de vacaciones en el mar junto con sus padres y había conocido a Andrés, que era mayor que ella; habían pasado una tarde entera juntos, visitando las afueras del pueblo.

Entonces el tiempo los separó, las vacaciones terminaron, ella volvió a la ciudad y ya no pensó en el muchacho. Ahora, después de una visión romántica, su visita a la puerta esa mañana, la mente comenzó a dar vueltas. Cómo habría sido su vida si no se hubiera ido, si hubiera estado con él. Todos esos arrepentimientos por solo unos instantes compartidos en un felpudo. ¿Cómo hubiera sido si ella hubiera tenido tiempo para amarlo? No había esperado a que muriera para encantarla; ella no perdió a un amante soñado, la suya había sido una relación real, aunque corta. Con esta certeza recordó el libro: ¿qué tenía que hacer con él? Buscando en Internet pensó que podría tener valor y contactó a un técnico para que lo evaluara.

Para su sorpresa le dijeron que era una primera edición muy rara y por lo tanto de gran valor; ¿Quería venderlo en una subasta? Una de libros antiguos se llevaría a cabo solo un mes después. Carmen aceptó esperando un ingreso excepcional. Había decidido que ese pueblito de provincias volviera a tener escuela primaria y que se llamaría «La escuela de Andrés». Abrió una suscripción y en su blog contó la historia de la niña, de los ojos grises verdosos que la habían conquistado y el epílogo de un amor especial.

Elettra Moscatelli