
“Ciudad de Mexico, 20 de enero de 1860.
Ángel mío,
Hace días que no te veo en la Santa Misa en la Catedral y mi alma desespera por saber de ti. Te seguiré dejando cartas en el lugar convenido, esperando poder organizar tu fuga de esas frías paredes que te aprisionan. Necesito que me cuentes bien toda tu historia para buscar a tu familia.
He sabido que en poco tiempo las monjas van a ser exclaustradas.
Aquella tarde lluviosa, en que lograste esconderte en la sacristía y pude estrecharte entre mis brazos, ha quedado grabada en mi mente. La lluvia caía incesante, juguetona y cómplice…»
[Las palabras que siguen se han borrado, como si sobre ellas se hubiera vertido un dolor salado y corrosivo. Ya no son palabras sino larvas moribundas.
Hay otra carta, escrita con letra menuda, de delicados trazos]
«Amor mío, no sé si esta misiva llegue a tus manos. Aún vivo el recuerdo de nuestra despedida y tu mirada cargada de promesas…
Quería terminar de contarte mi historia: al fallecer mi amada madre en Toledo, mi padre cuidó de mí hasta cuando se vio obligado a exiliarse por motivos políticos. Acordándose de que su hermano había emigrado a América, reunió todos nuestros bienes para constituir mi dote y me confió en las manos de la Madre superiora de la Orden de la Inmaculada Concepción, sabiendo que pronto viajaría a Las Indias y podrían entregarme en las manos de mi tío, don Absalón Borráis Cabrejo, a quien envió una carta encomendándole mi educación.
Nunca supe la dirección de la hacienda de mi tío y las monjas no me dan noticia alguna.
Mi anhelo es huir contigo y buscar a mi familia.
No me dejan volver a la Catedral, pues sospechan de nuestra relación y de que yo planee la fuga.
Te busco en las partículas de luz que se filtran por la ventana de mi angosta celda.
Hoy también llueve, pero no estás a mi lado.
Dejo constancia en este papel de lo mucho que te amo y seguiré amándote, en silencio, por siempre y para siempre.
Odalinda Borráis «
Maria Victoria Santoyo Abril
