Recuerdo

El precioso recuerdo

– Fabiana querida, ¿cuál es tu recuerdo favorito?

– El de mi nacimiento, papá.

– Pero cariño, ¡no vas a pretender que recuerdas tu nacimiento! Yo estaba allí, lo recuerdo bien y es un recuerdo inolvidable. También para tu madre, que sufría el martirio para ayudarte a salir de su cuerpo descuartizado y desgarrado por los cortes que el médico había practicado. Para ti, el bebé, debía ser traumático este viaje imposible para pasar entre la carne y los huesos ensangrentados de tu pobre madre. Y cuando, finalmente, pudiste gritar para liberar tus pulmones y respirar el aire libre, te aseguro que no estabas sonriendo.

Mi hija me escuchaba describir este momento difícil, pero también recuerdo imperecedero. La memoria es engañosa, tendemos a construirla como nos conviene. Mi pregunta anodina había roto la barrera del hábito que se formaba alrededor de nuestra familia y de su historia cotidiana. De repente las lágrimas brotaron:

– Papá, estaba hablando de la joya que le diste a mamá para darle las gracias, pero también para celebrar nuestro triple amor. Los tres anillos de Cartier, el oro amarillo, gris y rosa que nos lo había recordado.

Jean Claude Fonder

Chistes de la memoria

René Magritte

Los recuerdos son trozos de vida que te persiguen desordenadamente a través de la niebla de la memoria.

Lo raro es que yo no logro conservar los recuerdos de los tiempos felices.

Como si la felicidad fuera algo adquirido y que con el paso del tiempo pierde su luz.

En cambio, los recuerdos de los tiempos angustiosos, el desamparo, las ofensas, acuden a la memoria vividos, lúcidos, intensos.

Las cicatrices del alma nunca sanan, basta poco para hacerlas sangrar.  

Iris Menegoz

Y ahora soy un libro

Paul Delvaux

Los recuerdos a veces se parecen a los amigos, cuando nos confortan, nos alivian de la melancolía y se nos quedan juntos en los momentos más solitarios de nuestra vida.  

A veces, en cambio, nos atormentan por el remordimiento que nos traen, así que intentamos verlos desde otro punto de vista para lograr perdonarnos. A veces, en cambio, están llenos de dudas, y nos rodean en un circulo, cogidos de sus manos, como un baile inquieto y atormentador. Porque los recuerdos se  escapan, se diluyen, se transforman… 

Es por eso que Sara decidió dejar de ser un cuaderno vacío y quiso convertirse en un libro, un libro de recuerdos para que no se desvanecieran para siempre, cuando su cabeza los borraría. Empezó a escribir cada día, como mínimo por media hora, sin darse reglas: solo seguía  los pasos de su memoria que caminaba entre las zonas nubladas y las comarcas con el cielo despejado de su vida pasada. A veces dejaba de escribir y se volvía a mudar en un cuaderno vacío,  pero luego empezaba otra vez a convertirse en su libro, releyendo y siguiendo con su historia. 

Sara también descubrió que a menudo la memoria nos traiciona: selecciona, borra, decolora los recuerdos, y nunca sabemos si es una fuga que nos salva, librándonos  del desasosiego, o una pérdida irremediable de lo único que nos quedaba de la mayoría de la vida. Entonces intentó comparar sus recuerdos con los de sus familiares y amigos, y se dio cuenta de que muchas veces eran diferentes, no porque alguien mintiera, sino porque todos guardan en su memoria lo que más les ha importado, y desde su punto de vista.

Pero Sara no se rindió.  

Volvió a escribir su historia, casi cada día, y los recuerdos volvieron como un dono merecido, se multiplicaron, a lo mejor imperfectos y disueltos…  pero suyos.

Y ahora,  Sara también es un libro.

Silvia Zanetto

La invención del recuerdo

Se deslizan con cautela fuera del álbum como animales enjaulados. Se asoman por los bordes dentellados de las fotografías color sepia. Son los protagonistas de las antiguas tramas familiares. Intérpretes, comparsas, voces fuera de campo de aquellas legendarias historias que a lo largo de las generaciones fueron narradas de boca en boca, celebradas y embarulladas hasta disolverse en el silencio. Aquellos viejos actores, desde los marcos de papel carcomido, escrutan ahora el entorno, apabullados ante los extraños que van y vienen por la casa, legítimos descendientes que ni los tienen en cuenta. 

Desde la muerte de los últimos testigos, los antepasados cayeron en el olvido, desprovistos de aquellos trovadores domésticos que con paciencia aprendían a perpetuar la saga colectiva. Es por eso que se agitan inmóviles en sus marcos de cartulina, que se dejan resbalar por el papel de arroz que los protege, exhalando susurros silenciosos y estremeciéndose, como estatuas, sin mover los tendones.

¿Acaso alguien recuerda las aventuras y tragedias de esas tres muchachas que saludan risueñas sentadas en las rocas?  Con los cabellos sueltos y el pudor concentrado en los finos tobillos que afloran bajo las faldas amplias con volantes. ¿O el fatal desenlace de esa pareja con sombrero y sombrilla a la vera del río, y el consecuente dispendio de vidas de esa ristra de niños vestidos de marineritos y princesas? 

En su inmutable silencio los protagonistas del pasado se asoman al presente, fuera del álbum, y yacen a la vista de todos, desparramados sobre el escritorio. Los más intrépidos se lanzan al vacío, como aquel rostro viril de bigotes tupidos con charreteras y medallas, que cabalgando un papel amarillento aterriza sobre la alfombra como una hoja de árbol arrugada. 

Buscan un corazón palpitante que quiera de nuevo interpelarlos, pronunciar sus nombres en voz alta, inventar con paciencia recuerdo tras recuerdo. Por fin hacerlos revivir.

Adriana Langtry

Recuerdos

Xavier estaba buscando un libro, cuando vio su álbum de la boda en la estantería, hacía tiempo que no lo veía, entró al salón y llamó a su mujer para verlo con ella. Hojeando el álbum recordó la linda pareja que eran y lo mucho que se amaban.

Miró a su esposa a su lado y se dio cuenta de que, 30 años después, ella había conservado un cierto encanto, estaba bien cuidada, siempre ordenada y era una madre excelente.

Al mirar las fotos surgieron muchos recuerdos y sensaciones para los dos, fue como retroceder en el tiempo cuando estaban enamorados, hacía mucho que no se sentían tan cerca.

Xavier se preguntó por qué la había engañado más de una vez y comprendió que era por su debilidad, al no poder resistir ciertas tentaciones.

Ciertamente ella siempre había sido fiel y no lo merecía, pero él nunca había pensado, ni remotamente, en dejarla.

Ángela también se emocionó mucho pensando en su boda, lo maravilloso que había sido ese día. Se preguntó por qué después 10 años de matrimonio y dos hijos se había enamorado de otro hombre, tal vez porque imaginaba que él no le era del todo fiel se sintió libre de no renunciar a lo que la hacía feliz.

En cierto momento su historia terminó porque ninguno de los dos tenía ganas de seguir fingiendo y escondiéndose, no querían hacer sufrir a las dos familias.

Ahora todo era diferente, solo quedaban ellos dos en la casa, los hijos eran independientes.

Continuaron mirando esos recuerdos y comentando sobre ellos, terminaron abrazándose, comprendieron que se habían encontrado otra vez, gracias a ese álbum que había despertado sus sentimientos y las ganas de continuar el camino juntos.

Leda Negri

Olor a brillantina

Recuerdo al hermano José, avanzando por entre los pupitres con su andar lento y gesto huraño, esparciendo a su paso el dulzón olor de la brillantina con la que se untaba el escaso cabello, mientras nos exhortaba sobre los temas más diversos con aquella voz de tono grave y amenazante, siempre parapetado tras su versátil vara de metro y medio.
          

La utilizaba para casi todo, haciendo a ratos las veces de bastón, de regla e incluso, en las clases de canto, también de batuta, pero cuyo principal cometido era el de convertirse en elemento disuasorio para los que creyéramos que nuestro paso por la escuela iba a ser un agradable paseo de domingo. Por medio de ella se esforzaba en mantener el orden en el aula a la vez que nos inculcaba sabiduría y respeto. Eran mis tiempos de infancia en el colegio La Salle.

Recuerdo las agotadoras clases de geografía en las que se empeñaba en grabarnos en la cabeza, a fuerza de coscorrones y palos, los ríos y correspondientes afluentes que recorrían nuestra accidentada geografía patria. No sé para qué tanto trabajo. Seguramente la mitad de ellos ya no existan, engullidos por el cambio climático. Tampoco eran mucho más soportables las aburridas clases de historia en las que se nos enseñaba una sesgada visión de la realidad con vistas a mantener nuestro orgullo nacional bien alto. Las de religión por su parte, tan importantes por entonces, me hacían pensar que, a dios, cualesquiera que fuera tu bando, lo ibas a tener como aliado incondicional, siempre dispuesto para masacrar sin piedad a tus enemigos.

Creo que aquel tipo de educación, basada más bien en una visión sectaria y muy poco caritativa de la vida, en la división piramidal de la humanidad en razas y clases sociales, así como en el miedo y la violencia, es el origen de todas las injusticias actuales. Y digo yo, a la vista de lo que se ve y de lo que he vivido, si no sería que aquella repetida máxima que rezaba que dios premia a los buenos y castiga a los malos, quería decir justamente lo contrario.

Sergio Ruiz Afonso

Recuerdo

He estado pensando en llevarte de excursión el próximo sábado. Viajaremos a un destino sorpresa. Así le había dicho su novio Pedro. A Francisca no le gustaban las sorpresas. Pero qué más da.

El destino desconocido, una sorpresa… Por fin había llegado el tan esperado sábado. El fin de semana prometía ser intenso. Nada de trabajo, un poco de descanso. Pedro conducía el pequeño coche alquilado, concentrado en el recorrido, no había tráfico en la carretera. Ella conocía esa localidad, por haber estado allí años atrás con su exnovio Andrés, pero no se lo podía revelar a Pedro arruinando su idea de sorprenderla. Nada más llegar, y aparcado el coche, Pedro se desnudó y se zambulló en el agua de la pequeña cala tranquila en un entorno natural. En cambio, Francisca, subió al bosque que rodeaba la playa, se sentó en la base de un árbol, apoyando la espalda a su tronco y cerró los ojos. De repente fue como si una cascada de agua le cayera encima. Una cascada en la que flotaban los recuerdos. Trozos del pasado, algunos buenos y divertidos, otros dolorosos. Uno particularmente insistente. Le apareció Andrés, en el mismo lugar donde se encontraba ahora, Andrés abrazándola, Andrés besándola, Andrés, Andrés… le pareció notar nada menos que su perfume. Andrés, ya no estaba, nunca volvería a encontrarlo, si no en otra vida ya que se murió en un accidente de tráfico; entonces ¿Por qué evocar un recuerdo tan doloroso? ¿Por qué vibra y en mi cerebro?, estoy como detenida por su imagen, se decía Francisca a sí misma. Andrés estaba dentro de un chubasco repentino que seguía mojándole la cara con agua fría.

¿Pero qué estaba pasando? De verdad su cara estaba mojada.

Al abrir los ojos vio a Pedro, que dejaba que el agua del mar, del que acababa de salir, goteara sobre su cuerpo. ¿Y tú quién eres? Le preguntó, todavía concentrada en el recuerdo. Soy tu salida de emergencia de los recuerdos que duelen. Y aunque se diga que recordar es volver a vivir, por favor deja ir a Andrés.

Yo estoy aquí. Ahora soy yo tu presente, soy tu futuro recuerda que te quiero.

Raffaella Bolletti

En nuestra memoria para siempre

Pasa a través de la rendija de la mañana una luz que inunda la habitación, la cortina levanta su vuelo con la suave y delicada brisa del otoño, amanece de nuevo. El sol ya salió y comienza un día largo, lento, lleno de quehaceres. Primero deslizarme sobre las sábanas hasta llegar a las mullidas zapatillas y con pausa abrir de par en par la ventana, ver el campo y saber desde lejos que la tierra está blanda y la hierba mojada.

Escojo la ropa adecuada para pasear por este paraje acabado de estrenar. La elipse sigue su curso, los astros no paran. Camino como ellos, tranquila, entre el sueño y la vigilia.  Pienso todavía que un café o un chocolate estaría bien.

Mañana, tarde y noche y otro día más. 

Los zapatos para caminar y la técnica universal: la vida y la muerte, el día y la noche, el sol y la luna, junto a ellos los eternos aforismos humanos. 

Después de tantas horas sigues aquí y para siempre, en mis recuerdos.

Te fuiste bien pertrechada, como un guía para los caminantes, una aliada para los amigos, una líder para los compañeros. Una capitana para su equipo. Como un caracol para un largo viaje. 

Naomi, derramaste e inundaste para siempre con tu luz nuestras pequeñas vidas.

Me parece increíble que yo siga teniendo cuerpo y eligiendo paso a paso mis entretenimientos, mi función, mi oración y devoción. Buscando el horizonte desde todas las cosas, mientras tú, Naomi, sin perder el norte, con las botas puestas, preparada, segura, saboreando, eterna como el mismo sol, veo tu gesto de complicidad al final de las escaleras, recorriendo segura tu camino hasta el arco iris, plena, mientras el cielo llueve sobre «El camino de las peras»

Como el universo, infinita.

Nota de la autora.

Un ángel llamado Naomi nos guía. Gracias por tus abrazos, por tus palabras, por tus gestos, por tu risa. Gracias por el corto e intenso tiempo que nos dedicaste, nos consagraste a todos, nos destinaste a valorar lo importante. Sabemos ahora, que alguien así de maravillosa se merecía un lugar sin límites, sin espacios. Un lugar aún mejor. Gracias. Sé que tus alas nos sitúan a todos en el amanecer de cada día.

A la memoria de Naomi Mendoza Peralta (2006 -2023). 

Blanca Quesada