Olor a brillantina

Recuerdo al hermano José, avanzando por entre los pupitres con su andar lento y gesto huraño, esparciendo a su paso el dulzón olor de la brillantina con la que se untaba el escaso cabello, mientras nos exhortaba sobre los temas más diversos con aquella voz de tono grave y amenazante, siempre parapetado tras su versátil vara de metro y medio.
          

La utilizaba para casi todo, haciendo a ratos las veces de bastón, de regla e incluso, en las clases de canto, también de batuta, pero cuyo principal cometido era el de convertirse en elemento disuasorio para los que creyéramos que nuestro paso por la escuela iba a ser un agradable paseo de domingo. Por medio de ella se esforzaba en mantener el orden en el aula a la vez que nos inculcaba sabiduría y respeto. Eran mis tiempos de infancia en el colegio La Salle.

Recuerdo las agotadoras clases de geografía en las que se empeñaba en grabarnos en la cabeza, a fuerza de coscorrones y palos, los ríos y correspondientes afluentes que recorrían nuestra accidentada geografía patria. No sé para qué tanto trabajo. Seguramente la mitad de ellos ya no existan, engullidos por el cambio climático. Tampoco eran mucho más soportables las aburridas clases de historia en las que se nos enseñaba una sesgada visión de la realidad con vistas a mantener nuestro orgullo nacional bien alto. Las de religión por su parte, tan importantes por entonces, me hacían pensar que, a dios, cualesquiera que fuera tu bando, lo ibas a tener como aliado incondicional, siempre dispuesto para masacrar sin piedad a tus enemigos.

Creo que aquel tipo de educación, basada más bien en una visión sectaria y muy poco caritativa de la vida, en la división piramidal de la humanidad en razas y clases sociales, así como en el miedo y la violencia, es el origen de todas las injusticias actuales. Y digo yo, a la vista de lo que se ve y de lo que he vivido, si no sería que aquella repetida máxima que rezaba que dios premia a los buenos y castiga a los malos, quería decir justamente lo contrario.

Sergio Ruiz Afonso