Alter ego

Reproduction interdite – René Magritte (1898 – 1967)

Desde cualquier punto de vista, especialmente del mío, creo que ésta que a continuación voy a relatar es una historia un tanto lamentable.
Hace tiempo que vivo solo. Mi esposa falleció hace años y por caprichos de la vida, en lo que mucho ha tenido que ver tanto la edad como la eficiente laboriosidad de la muerte, me fui quedando además, sin familiares o amigos con los que tratar, y puesto que nunca resulté ser persona frecuentadora de tascas ni muy dado a relacionarme con los vecinos más allá del típico y cordial “buenos días o buenas noches”, el hablar conmigo mismo se convirtió, las más de las veces, en mi más socorrido entretenimiento.


Y no crean, que a pesar de todo y en un principio, estas conversaciones-monólogos resultaban muy amenas e incluso instructivas. Y, aunque con el paso del tiempo me fui casi acostumbrando a hablar solo e incluso viera ventajas en que nadie contradijera mis opiniones, el hecho de no tener frente a mí un interlocutor visible que le diera algo de verosimilitud a aquella relación me empezó a incomodar y fue por ello que un día, después de darle algunas vueltas al asunto, decidí que un buen remedio contra la fastidiosa soledad pudiera ser el comprarme un espejo.


No lo hice enseguida. Me tomé mi tiempo. Lo elegí con mucho cuidado y finalmente, me pareció que la mejor opción sería la de uno de cuerpo entero que descubrí en la trastienda de un comercio cercano. Ilusionado, tan pronto lo compré, yo mismo lo coloqué en un rincón de la salita de estar, arrimado a la pared, justo enfrente de mi sillón preferido.
La idea era poder imaginarme acompañado, y todas las tardes, después de la cena, solía sentarme frente a aquel a departir en animado monólogo como si se tratara de una visita. El verme reflejado en su bruñida superficie me hacía imaginar que hablaba con un semejante.


Al principio todo trascurrió según lo previsto: mi doble me seguía el juego como si se tratara de un amigo de toda la vida. Yo le hablaba y él me escuchaba con interés e incluso me pareció que asentía con la cabeza de cuando en cuando. Por supuesto, tenía claro que tan sólo era un simple reflejo de mí mismo. O al menos era eso lo que pensaba.
Poco a poco, mi alter ego se cansó de simplemente escuchar y comenzó a querer opinar por sí mismo. Yo se lo consentí porque me pareció beneficioso para mi interés. Pero sucedió que un día la conversación subió de tono hasta convertirse en una acalorada discusión en la que ya no conseguimos ponernos de acuerdo. En un momento dado, mi reflejo se enfureció conmigo hasta el punto de darme la espalda, y desde entonces y para mi desgracia, a pesar de mis ruegos y disculpas, ya no le he podido ver nuevamente el rosto y he terminado por volver a quedarme solo.
Es que ni yo mismo me aguanto…

Sergio Ruiz Afonso

Juntos

Cavalière dans le bois – – René Magritte (1898 – 1967)

Me enderecé lentamente, abrí los hombros y después los sentidos, casi oí su corazón, juntos.  Yo a su grupa y él dentro de mi alma, los dos galopamos, nada pesaba, ligeros atravesábamos los enormes espacios que separan los átomos, entre la arboleda, las piedras, los ríos. Éramos uno, como el universo, superando etapas. Descubriendo cada dimensión. Terminando ciclos
La realidad era un lienzo.
La óptica del ahora me salvó de la locura.
Por fin las plantas siguen creciendo.

Blanca Quesada

Para Julia

Reproduction interdite – René Magritte (1898 – 1967)

 Felipe no quería que nadie volviese a ver su cara, después de lo que había hecho. Y tampoco quería volver a verse él: demasiado remordimiento, demasiado asco por si mismo. Demasiado horror por la locura que se apoderó de él, quizás solo por unos minutos, que lo convirtió en un monstruo, y le hizo cometer algo que nunca se podrá borrar. Unos minutos y ya no era él, ya no tenía su antigua cara de chico bueno, la que nunca volvería a ser suya.  

Y Julia, con su rostro de niña, con su flequillo y su sonrisa tan inocente, tan inocente ¡por Dios! ¿Pero por qué lo había dejado? 

Aquel Felipe con la cara de bueno ya no existía, él se había convertido en locura y aberración, en un asesino imperdonable.  Había destruido la vida de Julia, y la suya también. 

¿Cómo podía soportar encontrarse con su propia mirada, ver sus ojos de homicida, sus labios de veneno, su cara que ya no era la de siempre?

Cuando entró en su casa y se vislumbró en el espejo, la imagen del antiguo Felipe le dio la espalda. 

Silvia Zanetto

Reproducción prohibida

Reproduction interdite – René Magritte (1898 – 1967)

 Soy Julio, un hombre cualquiera. Soy Asistente en la Oficina de Información y Atención al ciudadano de un ayuntamiendo en el centro de Italia. Mi cargo me facilita conocer a muchas personas y con cada una trato comprender y resolver los problemas burocráticos que ellas me presentan. Enfrentarse a ciudadanos a menudo enfadados, non es tan fácil, para mí es el lado más complicado. A las 13 horas, terminado mi día laboral en el ayuntamiento, salgo de la oficina, y me voy al Centro Hospitalario donde hay niños con enfermedades importantes. Allí me disfrazo de payaso, convirtiéndome en Juanito, me pongo una peluca rubia, una nariz de goma redonda y roja, y en los labios un carmín. Entro en las habitaciones donde están los niños; las paredes pintadas de colores vivos a veces con dibujos de animales. Los niños parecen divertirse mucho, se ríen y tratan de imitarme. A veces traigo algunas narices de goma para regalárselas. Termino de ser el payaso y vuelvo a mi apartamento; descanso un poco y vuelvo a salir. Por la noche me voy a un club muy popular de la ciudad, donde me llaman Gladys. Allí llevo una falda negra, una blusa de rayas blancas y negras y zapatos de tacón. También me pongo una peluca rubia de pelo largo. Es una diversión un poco loca la de vestirme de mujer, pero me ayuda a superar los momentos complicados de la vida. No soy transexual, ¡o tal vez lo sea!

Hoy tengo una cita con mi jefe en el ayuntamiento. Ni idea de por qué el jefe me ha citado en su despacho. Estoy un poco preocupado. ¿Me va a echar un rapapolvo? ¿se ha enterado de mis disfraces y va despedirme? ¿O bien me va a proponer una promoción? Hoy llevo traje de chaqueta y pantalón oscuros, camisa blanca y corbata. Antes de salir me miro al espejo para asegurarme de que todo está perfecto. Qué extraño, veo mi cuerpo, pero no veo mi cara. Y además hay otro yo detrás de mí, también sin rostro. Pero sí veo el reflejo del libro en el espejo. ¿Por qué esa falta de imagen?, ¿dónde estoy? El espejo parece contestarme. ¿Cómo puedo reflejar una imagen tuya? Los humanos tenéis diferentes aspectos, no sois siempre los mismos, sois una mezcla de situaciones. ¿cómo sé quién eres? ¿Julio, Juanito, Gladys, otro?. Ay espejo, tienes razón, a veces ni siquiera yo sé quién soy, a veces me parece que no tengo una identidad mía y temo quedarme en una posible tiniebla, una tiniebla donde somos otros y todos un pedazo de un engaño, el engaño de un espejo.

Raffaella Bolletti

Recuerdos

L’empire de la lumière – René Magritte (1898 – 1967)

 Amanecía, el barrendero pasaba todas las mañanas a la misma hora con su carro lleno de escobas y de cubos. Su primer vistazo lo echaba a la casa de en frente y a las dos ventanas perpetuamente encendidas. Gracias a Carlota, la portera del edificio, León conocía un montón de anécdotas sobre el inquilino que allí vivía.

Se trataba del Doctor Martínez. Un hombre de mediana edad muy rico que, después la muerte de su joven mujer no podía dormir y pasaba las noches bebiendo.

Eso lo decía Carlota que contaba todas las mañanas las botellas que el Doctor dejaba en el cubo de la basura.

Cada mañana que León se acercaba al portal de la casa del Doctor Martínez, Carlota lo invitaba a beber un café y siempre lo ponía al día de la vida del Doctor.

– El hombre sale sólo al anochecer, no habla con nadie, no tiene amigos, ha dejado de trabajar. ¡Puede hacerlo, es bastante rico el cabrón!

– ¿Por qué cabrón? – preguntó León con tímida curiosidad

– Lisa, la joven esposa del Doctor – continuó Carlota – era hermosísima.

Su encanto había generado en el Doctor unos celos letales. Lisa, era una prestigiosa concertista. Daba clase de piano hasta que él se lo prohibió. Yo la escuchaba tocar el piano durante horas. Melodías tan tristes que me hacían llorar. Por desgracia escuchaba también los gritos, los insultos del hombre y el llanto desesperado de Lisa.

– ¿Usted piensa que le pegaba? – preguntó León un poco asustado.

– ¡Si! Yo creo que sí. Cuando la veía pasar llevando gafas oscuras y una bufanda que le ocultaba casi por completo la cara, sentía una gran pena por la joven. Vivieron así durante dos años. Luego llegó el cáncer y en dos meses la pobre se murió. Desde entonces el Doctor se sintió asolado por el remordimiento. Empezó a no vivir ni de día ni de noche.

– ¡Pero fue el cáncer el que mató a Lisa! – replicó León.

– ¡Si, fue el cáncer quien mató su cuerpo, pero fu él quien mató su alma! 

 

Iris Menegoz

La amazona prodigiosa

Cavalière dans le bois – – René Magritte (1898 – 1967)

 Cada tarde al atardecer la veo, o mejor, siento el viento que la precede. Del bosque llega una brisa perfumada de pinos y musgo. Luego, se levanta la hojarasca movida por los cascos del corcel que sale del bosque, su andar es rítmico, cadencioso y elástico. Está montado por una diestra amazona. Todo en ella es armonía, ritmo y belleza. Su traje de terciopelo lila es de corte clásico, el cabello castaño recogido bajo el sombrero está trenzado en un artístico moño. Me recuerda a alguien, pero aún no sé a quién. Desde lejos no logro distinguir bien sus rasgos, pero me es familiar.

Sigo con la mirada el trote y el paso fino y, cuando empieza a oscurecer, vuelve a penetrar en el bosque, como si atravesara los árboles y se escondiera.

Hoy, por fin, he podido ver su rostro y… ¡ella me ha mirado de frente! Ahora la reconozco, es la dama del retrato que tenía mi abuelo en su habitación.

Maria Victoria Santoyo Abril

Los amantes

Vas a preguntarme por qué nos besamos en la boca si nuestras cabezas y, por supuesto nuestras bocas, están cubiertas por un sudario blanco.
¿Cómo sabes que es un sudario blanco? Sin duda habrás leído algunos comentaristas, que afirman que Magritte quedó impresionado por el suicidio de su madre. La mujer se arrojó al río Sambre con un camisón enrollado en la cabeza. No estoy de acuerdo, Magritte para mí es ante todo un humorista. ¿Por qué entonces cubrirse la cabeza besándose?
Para esconderse, por supuesto, pero no creo que sea muy erótico, ¿alguna vez lo intentaste? De todos modos, hay contacto y la lengua no es el único órgano que puede crear una sensación erótica.
Veamos, en cambio, qué sentido tiene esconderse del público. ¿Una apuesta quizás?
Es cierto que en el momento de la creación de la obra (1938), la sociedad es todavía muy pudorosa, victoriana podría decirse, así que si los amantes son del mismo sexo o de edad muy diferentes sería sin duda útil. Pero eso no explica que sea útil hacerlo en público, se puede simplemente hacer en privado.
Así que, ¿qué es?
Otra pregunta: ¿te gusta la obra? ¿estéticamente? ¿te activa un interés artístico, emociones, reflexiones? Si la respuesta es sí, entonces Magritte ha logrado su objetivo. No hay que preguntar nada más.

Jean Claude Fonder