Los colores que no vi mientras me rompía  

Amarillo, me tienes en los bolsillos[1]

Me defino a mí misma “colombióloga empedernida”: el 90% de la música que escucho proviene del país de Los cafeteros; para muchos esto sonará aburridísimo, sin embargo, Colombia tiene tanta variedad musical, un sinfín de géneros opuestos (eso también gracias a su mezcla cultural) y me gustan casi todos.

No puedo dejar de pensar en la canción “Amarillo”, como tantas del mismo álbum, están dedicadas a su ex-pareja, un hombre que le ha sido infiel y eso se refleja en tantos ataques en “Las mujeres ya no lloran”, otro álbum suyo. Al igual que ella, tantas nos hemos topado con picaflores que nos han lastimado y han pisoteado nuestra autoestima.

Mi historia parece un patrón bastante común: nos conocimos cuando tenía 17 (él era pocos años mayor que yo) y al principio todo era color de rosa, por lo menos eso pensaba, ¡pobre ilusa!

Estuvimos juntos desde que estaba en el bachillerato, hasta casi terminar la carrera universitaria, unos ocho años más tarde. También tuve mis errores: no quiero pasar por víctima del paseo.

Lloro desconsolada. El hombre que juraba ser el amor de mi vida me apuñaló en repetidas ocasiones. Me engañó, lo perdoné por miedo a la soledad y volvió a acostarse con otras.

¡Ya no aguanto más! Ni sé cómo hice para soportar todo esto por años. Tengo los ojos hinchados de tanto llanto y él duerme plácido en la cama.

Quisiera prender todas las luces del apartamento, buscar las maletas y huir de este infierno. Mejor dejo que mañana se despierte con calma y, mientras está en el trabajo, armo mis cosas y me largo lo más lejos posible.

Se levanta para tomar agüita y me pregunta qué hago despierta. Está tan borracho que no se da ni cuenta de mis ojos llorosos. Le respondo que no logro dormir por culpa de la migraña. Regresa a la cama como si nada.

A las cinco y media suena el despertador y preparo el desayuno para ambos. Espero no se dé cuenta de mi estado de ánimo para escaparme pronto. Café con leche, huevos revueltos y pan tostado con palta. ¡A él le encanta eso! Para mí caffè e biscotti. Se ducha, se viste y sale.

Busco las dos maletas que tengo aquí guardadas. Tengo poco tiempo para empacar y no me interesa dejar unas cosas atrás. Otro día iré a buscarlas, si es necesario.

Llamo un taxi, le doy la dirección de mi pareja y empiezo a bajar todo. El único sitio seguro donde puedo ir es la casa de mi papá. ¡Ojalá no haya salido! Ni tengo las llaves para abrir.

Toco el citófono. Me ve por la cámara y me abre. Subo al ascensor con todas mis masserizie, diría él y finalmente me siento libre.

Bentornata– afirma sin son ni ton. 


[1] De la canción “Amarillo”, álbum “El Dorado” 2017

El sombrero de Carito

El pan de las 3 am  

Como de costumbre, Egidio se despierta en la noche para amasar el pan, así estará listo para cuando abra la panadería. Está orgulloso de lo que ha conseguido a lo largo de su vida, reavivando el tradicional horno familiar: ha introducido recetas nuevas, agregado mezclas con semillas muy ricas y ahora goza de renombre en el pueblo. Todo el mundo siempre dice que los panes son tan fragantes. 

Cuando llega a su lugar de trabajo enciende la radio y se pone a escuchar música para tener compañía. Coge un costal de harina y la dispone en la amasadora, calculando cuánta necesita. Tararea lo que escucha en la emisora. No sabe la letra, pero tiene un ritmo pegajoso. 

Escucha la puerta de metal. Al parecer alguien la está tocando, pero a esta hora todo el pueblo duerme. ¿Habrá sido una alucinación? Sigue con la mezcla de semillas de calabaza, su favorita, pero los golpes en la puerta se hacen cada vez más fuertes, así que interrumpe todo, para ver qué está pasando. 

Al abrir se topa con una escena desgarradora: un niñito solo, vestido de andrajos, está llorando y le pide pan. Tiene hambre y frío. Egidio busca algún adulto en la calle, junto con él, pero no. No hay nadie más. Lo deja pasar, así, de paso, se calienta. Le ofrece una barra de pan del día anterior, ya que todavía no ha horneado ninguna. 

A Miguelito se le alumbran los ojos y mastica con vehemencia. Probablemente llevaba días sin probar un bocado. Al terminar la barra le sonríe amablemente a Egidio y le da un fuerte abrazo de agradecimiento. Intercambian algunas frases y Egidio tiene que volver a su rutina nocturna. No lo echa, pero él sí se quiere ir. 

La noche siguiente pasa algo parecido, pero Egidio, mientras tanto, había comprado ropa nueva para regalársela. Miguelito no se lo puede creer y quiere rechazar, pero Egidio insiste, hasta que él se la pone. ¡Ahora parece un niño nuevo! 

Los días pasan y la rutina se convierte en habitual. Cada vez Egidio le enseña algo nuevo del horno y él lo ayuda contento. Es huérfano, tampoco tiene hermanos y vive en la calle, pidiendo limosna. Es la primera vez que alguien lo acoge y le da cariño. Se siente afortunado. Con el transcurrir del tiempo Egidio decide adoptar legalmente a Miguelito y forman una familia, justo con su mujer Rocío. Él estudia y, en sus momentos libres, aprovecha para ayudar a su papá en el horno, ese sitio donde tanto amor ha recibido. 

El sombrero de Carito

El bosque de Manuela  

Manuela había nacido en Elba, una isla de ensueño entre las costas de Toscana y Córcega; un lugar maravilloso repleto de naturaleza. Durante su infancia había sufrido mucho el aislamiento y lo aburrido de vivir en una aldea que sólo se llenaba de turistas en verano. Las demás estaciones no había nada que hacer, excepto la rutina de siempre: clases en la escuela y por la tarde ayudar a la familia en la huerta.

Al terminar el colegio, decidió irse a Roma a estudiar Letras Modernas, ya que su sueño era ser periodista y le encantaba leer y, por supuesto, escribir. Estaba tan entusiasmada con su vida nueva en la capital. Todo aquello era tan diferente de su pequeño pueblo.

Según iba pasando el tiempo, las luces de Roma empezaron a perder brillo: lo que antes era energía vibrante, ahora era cansancio; lo que fue novedad, se volvió rutina. Las calles repletas, el tráfico incesante, la gente corriendo a todas partes.

Una tarde, en un banco frente al Tíber, mientras el río arrastraba hojas secas, Manuela entendió que echaba de menos algo que en Roma nunca iba a encontrar: el silencio del bosque detrás de su casa.

Recordó entonces un árbol en particular. Uno que crecía al borde del huerto, alto y nudoso, con ramas que se abrían como los brazos de un viejo sabio. De niña, solía sentarse bajo él con un cuaderno y escribir cualquier cosa que se le ocurriera: cartas que nunca enviaba, canciones inventadas, cuentos sobre criaturas que vivían entre sus raíces. A veces, creía que el árbol la escuchaba. Su corteza rugosa era un mapa de historias que aún no sabía leer. 

Desde ese momento, el recuerdo del árbol empezó a visitarla con frecuencia. Aparecía entre párrafos que no lograba terminar, en sueños donde el aire olía a hinojo y tierra húmeda. Incluso en la ciudad, entre el concreto y el humo, sentía que algo de ese árbol seguía dentro de ella. Y con cada día que pasaba, la idea de volver ya no era un retroceso, sino una forma de regreso. No al pasado, sino a una raíz que había olvidado cuidar. 

El sombrero de Carito

La carta olvidada

Andrés está tranquilo en su casa: Elisa ha salido para llevar a Samuel a la guardería y él se está preparando para ir a la oficina. Acomoda los platos del desayuno en el lavavajillas y se dirige al baño para cepillarse los dientes. Mira el reloj y tiene tiempo de sobra para la reunión de las 9:30. Le gusta mucho la puntualidad.

A último segundo decide cambiar la corbata. La que tiene es demasiado vistosa y no es época de carnaval. Abre el armario y nota un sobre que sale del clóset de su esposa. Es un sobre normal, sin ninguna indicación. Decide abrirlo para descubrir qué es.

Querido Carlos,

Han pasado cuatro años desde aquella noche, y he guardado un secreto que ya no puedo ocultar: Samuel no es de Andrés, sino tuyo. Sé que esto te sorprenderá, pero en su momento, el miedo me paralizó y no supe cómo decirte la verdad.

He intentado olvidarlo, pero mi conciencia me atormenta cada día más. Siento que necesitas saberlo. 

Lamento el dolor que esto pueda causarte, pero ya no puedo seguir viviendo con este silencio.

Elisa.

Su mente se detiene, incapaz de procesar lo que acaba de leer. Siempre confió en Elisa y ha tratado de brindarle lo mejor del mundo para que ella pudiera criar al niño. Se ha roto el lomo trabajando y la recompensa es una puñalada en la espalda. Trata de mantener la calma, a pesar de lo difícil que es. No puede faltar a la reunión, entonces sale.

Mientras espera el ascensor llama a Elisa:

—Mi amor, ¿qué tal si almorzamos en el restaurante libanés que tanto te gusta? Está cerca de mi oficina. — pregunta tratando de ocultar su enojo. (¿Lo habrá conseguido?)

—¡Claro que sí, cariño! — responde contenta.

—Bueno, entonces llama y reserva una mesa para las 3. ¡Muchas gracias!

—¡Está bien! Nos vemos ahí adelante. — y cuelga.

Se pasa la mañana pensando en qué decirle a su esposa. No quiere hacer un escándalo. Necesita medir bien sus palabras. Está distraído. La reunión es muy aburrida. Las palabras del jefe se convierten en ruido blanco mientras Andrés sigue atrapado en sus pensamientos. La reunión termina y todo el mundo vuelve a su oficina. Andrés no para de mirar el reloj para ver a qué hora puede salir.

—Hola mi vida, dice Elisa, sonriéndole a su esposo.

—Hola cariño. Andrés no sabe disimular sus sentimientos y tiene miedo de haberle respondido de manera brusca. —Sentémonos en nuestra mesa.

—Elisa, necesito hablar contigo. Tengo unas preguntas muy importantes para hacer. Andrés es muy cortante con sus palabras.

—¿A qué te refieres, corazón? — lo mira con cara de asombro.

—¡Te juro que no pasó adrede! Esta mañana estaba en nuestra habitación y por casualidad encontré una carta de tu puño y letra para un tal Carlos. — suelta Andrés.

—¿O sea que estabas esculcando entre mis pertenencias? — Elisa no se lo puede creer.

—¡Qué no! Te estoy diciendo que la susodicha carta sobresalía del armario. Yo no estaba buscando nada. Aquí el asunto es el contenido de la carta, no cómo la hallé. — Andrés se da cuenta de que Elisa está intentando darle la vuelta a la tortilla. — ¿Quién es el tal Carlos?

—Yo soy ama de casa, ¿acaso yo me pongo a mirar tus documentos personales? — contesta ella.

—¿Eso qué cojones tiene que ver? Te estoy preguntando que quién mierda es Carlos. — Andrés está perdiendo la paciencia.

—¡Este no es un asunto tuyo!

—¿¿Estás loca?? En la carta admites que Samuel no es hijo mío, sino del tal Carlos. Significa que me has engañado y has quedado embarazada de él. ¿¿Cómo no va a ser asunto mío??

—¡Cálmate!

La conversación sigue y Andrés pide el divorcio. Elisa no tiene ni trabajo, ni propiedades, así que él tendrá que asumir todos los gastos que conlleva su decisión, pero no sabe cómo gestionar el asunto de Samuel. Lleva su apellido y, en todos estos años, lo ha criado como hijo suyo, ahora no puede dar marcha atrás. ¡Eso es lo único que le duele en esta pesadilla!


Samuel acaba de cumplir 18 años y sus padres se han esmerado para prepararle una maravillosa fiesta. Está emocionado, por eso no entiende cuando su padre, con tono muy cortante, le dice que quiere pasar un día entero con él para contarle algo muy importante. Está preocupado. ¿Qué querrá decirle?

—Samuel, perdóname lo brusco que voy a ser, pero no hay otra forma de contarte eso. — dice Andrés.

—Papá, ¡me estás asustando! ¿He hecho algo que no debías? contesta incrédulo.

—No, no, ¡tranquilo! Pero ya es hora de que sepas la verdad.

—No entiendo nada.

—Hace mucho años, cuando tú todavía era muy pequeño, me enteré de que tu mamá tenía un amante y tú naciste de esta relación amorosa, así que no eres mi hijo biológico. — comienza Andrés.

—¿Qué? ¿Y aún así te quedaste?

—¡Claro que sí! Tú no tenías la culpa, ni mucho menos. Siempre te quise y siempre te querré.

El sombrero de Carito

Langas italianas

Me tocó conducir más de dos horas y la última media hora estuve totalmente rodeada de viñedos. El color predominante es el verde, sin embargo también abundan los matices del morado. Aquí hay campos de maíz y avellanas por todas partes. Nos encontramos en un alojamiento precioso y desconectaré de la ciudad un par de días.

La señal de los móviles es muy débil. Nada de ruidos de ciudad, ni llanto de mi sobrino, menos música fastidiosa esa neomelódica de los vecinos en Milán: lo único que percibo son los tractores, las luciérnagas que viven aquí, el viento y nada más.

Nuestro “cuarto” es una casita de madera cuyo techo se abre para que podamos ver el cielo y, por ende, las estrellas. Si cierro los ojos y trato de respirar los olores siento un aroma a/de miel y cera de abejas. Justo al lado se halla un minúsculo jacuzzi. Apenas es para dos personas. Ya está lleno de agua.

La dueña del alojamiento nos explica cómo encenderlo para que salgan burbujitas. Después de horas conduciendo es lo que me sirve. Estreno el bañador en esta pequeña piscina. El agua está fría y ¡me encanta!

La sensación que sienten mis piernas es muy agradable: la circulación agradece infinitamente este momento. Me doy cuenta que debería ducharme con agua casi helada más a menudo. A veces siento las piernas muy pesadas al final del día y no puedo dormir. Sé que el frío sí me hace bien.

Después de un buen “chapuzón” me seco, me visto y me alisto para el/la apericena. Al parecer nos están preparando productos típicos de Piamonte para deleitar la noche, antes de mirar las estrellas. El albornoz no es (muy) suave; al parecer la última vez que puse la lavadora cometí algún error. El pelo está completamente mojado y no hay secador. ¡La ventaja de una casa rural sin electricidad! Chorrea un poco sobre los hombros.

Poco después llegan Gianni y Eleonora con unas bandejas llenas de comida y una excelente botella de tinto de su viñedo. Todo es casero y, mientras saboreo cada bocado, puedo sentir lo genuino que es todo: tagliatelle hechas en casa con ragoût son entre mis platos favoritos del mundo mundial, después tenemos un vitel toné exquisito. Se nota que la mayonesa no es de pote, sino que todos los ingredientes son de la huerta. Lo acompañamos de unos vegetales muy apetitosos hechos a la parrilla. Pedacitos/trocitos de calabacines, con berenjenas y pimientos con una pizca de sal y poquísimo aceite.

Cerramos con broche de oro: unos deliciosos duraznos. Son muy jugosos. Un postre tan simple y, a la vez, tan dulce. Toda la zona de Langas es famosa por sus vinos. Barolo, Dolcetto, Barbera y Nebbiolo son tintos muy diferentes y cada uno con su toque especial. Barriga llena, corazón contento. ¡Menos mal no tengo que conducir ahora!

El sombrero de Carito

La cabalgada de Reyes

¡Me encantan las Navidades! Es mi periodo del año favorito: me fascina la nieve, hacer muñecos con mis amigos, lanzarnos bolas y pasar horas jugando con ellos en el parque.

Mis padres y yo vivimos en un pueblo de León y ellos, para hacerme una sorpresa, decidieron pasar unos días en Madrid para ver la Cabalgata de Reyes el 6 de enero. ¡Estoy muy emocionado! Es uno de mis grandes sueños que se va a cumplir.

Pocos días antes del viaje, mientras alistábamos la maleta, estaba más entusiasmado que nunca.

¡La ciudad de Madrid me pareció maravillosa! Mi sitio favorito es el Parque del Retiro, donde el laguito en el medio se congela y se puede pasear por todas partes. El centro de la ciudad es inmenso y los hay muchos edificios antiguos espectaculares: ¡se nota que estamos en la capital!

La noche anterior a Reyes no logré ni pegar ojo de la efervescencia de ver toda la Cabalgata por primera vez. Los años anteriores me había tocado verla en la tele y me parecía lo más hermoso del mundo. Todos contentos, los niños recibiendo regalos, los periodistas entrevistando a la gente en la calle.

Seguramente para los niños es una experiencia mágica, pero aquí también veo a muchísimos adultos que parecen felices, al igual que nosotros. Adoro este aire festivo y, aunque sí está haciendo frío, estamos bien abrigados para aguantar tantas horas aquí en la calle.

Mientras brinco de felicidad emocionado por la llegada de los tres grandes protagonistas de la Cabalgata empiezo a escuchar silbidos y gente que está abucheando los carrozas. Efectivamente noto algo muy raro en uno de los Reyes Magos: Melchor y Gaspar me parecen bastante “normales”, sin embargo Baltazar es rubio y tiene el rostro embadurnado para parecer más moro. ¿Con tantos moros de verdad que hay en España cuál es la necesidad de pintar a un rubio? ¡Me parece absurdo, pero tampoco es para tanto!

La gente a mi alrededor comienza a gritar e insultar al blondo y solo entiendo “¡trampa!” cada vez más fuerte. Finalmente me doy cuenta que lo que todo el mundo chilla es el nombre del ex presidente de los EEUU. ¿Qué hace este hombre en plena Cabalgata de Madrid disfrazado de Baltazar? ¿Quién lo convenció a pintarse de esa forma horrorosa y desfilar por las calles? ¿A quién puede parecerle bonito engañar a la multitud de esta forma?

El sombrero de Carito

¡La persona más valiente que conozco!

Hoy estamos celebrando: Cayetana cumple 60 años y hemos preparado una pequeña fiesta de sorpresa. Somos pocos íntimos amigos. 

Es una mujer a la que la vida siempre se lo ha puesto bastante difícil, sin embargo, sí ha conseguido salir adelante y, sobre todo, su mirada es risueña y trata esconder las palizas que la vida le ha dado, ¡pobrecita! 

Mide casi 1.85 y parecía destinada a ser una excelente jugadora de baloncesto. Por unos años hasta ha jugado a nivel profesional alcanzando unas cuantas medallas. Durante un entrenamiento, como a veces ocurre, se cayó rompiéndose una rodilla. Después de la operación los médicos estaban muy pesimistas. Si bien sí iba a poder seguir caminando sin ninguna dificultad, le tocó abandonar por completo las competiciones. 

¡No se rindió, ni se dio por vencida y comenzó a buscar trabajo en lo que fuera para ganarse la vida fuera del deporte! Al ser amigable y parlanchina, empezó como dependienta en una tienda. 

Parecía el sitio para ella: era capaz de brindarle excelentes consejos a todas las clientas, que salían felices y volvían buscando su asesoría. Tenía un don para combinar la ropa y escoger la prenda adecuada. 

La tienda, por culpa de las deudas del dueño, tuvo que cerrar, así que a Cayetana le tocó conseguir otro empleo. Mientras tanto, el padre fallece de un infarto y son dos duros golpes al mismo tiempo. 

No se puede permitir el lujo de estar en casa rascándose la barriga, así que consigue en una perfumería cerca de la casa. A decir verdad, le gustaba más vender ropa, pero ella es una mujer todoterreno y se adapta a los cambios.  

Ahora que tiene 60 años puede reflexionar un poco, sin dejar de pensar en su madre y sus achaques. Se siente sola. Sus hermanas están demasiado ocupadas con esposos e hijos para encargarse también de la abuelita enferma. 

La fiesta se acaba y los presentes leemos una carta para ella. La conozco desde hace años y es la primera vez que veo una lágrima surcar su rostro. Está emocionada con tanto afecto que por unos minutos se olvida de su madre enferma y disfruta de nuestra compañía.

El sombrero de Carito

 Il Salone del Mobile

¿Qué significa para mí la Feria del Mueble? Que mi ciudad natal, por una semana entera, se llene de extranjeros, en su mayoría diseñadores extravagantes y el metro siempre esté lleno de gente, que no cabe ni una aguja y que se me haga difícil regresar a la casa. Sin embargo también hay una nota positiva: intentar ayudarlos a ubicarse en las intricadas callejuelas de Milán y hacerlo en su idioma materno.

Por ejemplo, caminar tranquila rumbo a la universidad, toparse con una pareja de ancianos australianos que están desesperados buscando los servicios y entablar una pequeña conversación con ellos acerca de los viajes, de un país tan lejano como el donde han nacido ellos, acerca de su hijo que vive en Toronto y las cataratas del Niagara.

Intentar seguir el camino y que te interrumpa otra pareja, ya que te escuchó hablar en un “perfecto” inglés canadiense, intuir que son hispanos, preguntarles de donde son y, a su respuesta “¡México”! comenzar a hablarles en español. Esta vez la inquietud es acerca de de una zona de la ciudad (que ellos previamente saben que queda ahí cerquita) donde se come bien y hay unas callecitas minúsculas llenas de restaurantes.  La respuesta es ¡Brera! y darles instrucciones acerca de cómo llegar hasta ahí.

La conversación está a punto de terminar cuando les digo que no son mexicanos (por el acento es evidente que son del Cono Sur) y su respuesta es que tengo la razón: son uruguayos, aunque lleven muchos años viviendo en México y sí, les confirmo que tienen un ligero tonito de Cantinflas.

El sombrero de Carito

Mi Camagüey

Sabemos que Florida, y en particular la ciudad de Miami, está llena de cubanos que, por cercanía geográfica, llegan a los Estados Unidos en busca de un sitio mejor para vivir y poder criar a sus hijos. 

Como es de esperar, muchos de ellos tienen negocios, tiendas y discotecas que montan para sentirse un poco en casa. 

Hoy deseamos detenernos en un bar-restaurante que se llama Mi Camagüey ya que el dueño y gestor del mismo es oriundo de la “ciudad de tinajones”. Es una persona extremadamente amable, caribeño hasta la médula y, sobre todo, músico e interesado en la verdadera esencia cubana. El propósito de su discoteca es invitar a las orquestas para tocar en vivo y también que los clientes pasen un rato agradable. 

Siempre intenta contratar a los artistas emergentes para amenizar las noches. Este sábado se realizará un concierto donde se presentarán “María Mambo y su Combo”: es una muchacha encantadora que tiene una voz angelical y que, además de cantar, toca los timbales. Sueña con llegar al nivel de Tito Puentes y ser famosa como Celia Cruz. 

Se mueve con destreza en la tarima y los clientes de Mi Camagüey están conformes con el espectáculo. La orquesta es de altísimo nivel y todos bailan al ritmo de salsa. Se divierten y disfrutan de una noche inolvidable. No están en Cuba, sin embargo sí los ritmos de la isla repican en el aire.

El sombrero de Carito

LOS PROSTÍBULOS DE ITAGÜÍ

Isabel Luna Coutin

Para Alejandro Pineda Rincón

Me acuerdo de la primera vez que coincidimos, a finales de 2012, cuando yo estaba de intercambio en Colombia; tomaba un tintico con Isabel en el bloque 12 de la Universidad de Antioquia y ella nos presentó. No bien te enteraste de que soy italiana (si mal no recuerdo) casi se te alumbraron los ojos hablándome de una de tus grandes pasiones: el ciclismo y, por ende, el Giro d’Italia, durante el cual todos los años, puedes admirar los maravillosos paisajes que tiene mi país mientras los ciclistas pedalean a lo largo de la península. También me hiciste un comentario sobre algún escritor italiano que te gusta (¿Gesualdo Bufalino?), pero de esto no estoy segura.

Según pasaba el tiempo, adquirimos más confianza y nuestras conversaciones variaban muchísimo de temas; siempre nos reíamos a carcajadas, podíamos comenzar hablando de mi «extraña» admiración hacia Jaime Bayly, que tú no compartes y terminar platicando acerca de los salseros de los años 70, que los dos admiramos.

Podría seguir contando un sinfín de anécdotas que han pasado a lo largo de estos años de amistad. Sin embargo, algo que me ha dolido muchísimo es que llamases gomela, sin meterte ni una sola vez en mis zapatos de niña milanesa, acomodada, que lo ha tenido todo en su país. Si decidí viajar en repetidas ocasiones a Colombia, así como a Perú y a Argentina, es porque quería empaparme de la realidad latinoamericana y estaba hastiada de conocer el continente solo a través de mis lecturas, de películas de historias de amigos de todas las naciones.

En mi tercer viaje a Medellín volvía a pedirte que saliéramos juntos para conocer Itagüí y que me enseñaras el pueblo. Hasta que accediste una noche a dar un paseo por sus calles. El recorrido comenzó en una avenida que tiene a la derecha la Minorista de Itagüí, lugar que bien conoces por razones de trabajo. Comenzaste a contarme cómo era de día, ya que, a altas horas de la noche estaba todo cerrado y y solo de divisaban los diferentes pabellones, algún que otro gatito por ahí y los guardias de seguridad del lugar. A la izquierda, en cambio, eran puros hoteles de paso y de unos de esos moteles salió una pareja. Subieron a una moto y se fueron; ahí comenzaste a empelicularte inventándote toda una posible historia entre los dos amantes clandestinos. Si mal no recuerdo, ambos estaban casados y él la estaba llevado de regreso a su casa, después de haber pasado un buen rato con su querido, al fin y al cabo, los hoteles de paso para eso sirven: para esconderse de la pareja oficial y enredarse entre sábanas prohibidas.

Al terminar la calle volteamos y nos topamos con una avenida más grande que la anterior, llena de prostíbulos, donde había hombres jugando a dominó o a las cartas, bebiendo alcohol, esperando a su prostituta favorita. Comencé a tener miedo y a sentirme incómoda, pues era como una gallina en corral ajeno, tú trataste de tranquilizarme; me aseguraste que no me iba a pasar nada, pero creo que de poco sirvieron tus palabras. Era evidente que los hombres a nuestro alrededor no tenían ningún interés en mí, ya tenían a sus chicas favoritas en pelotas que los esperaban con las piernas abiertas. En cambio yo vestía normal, sin maquillaje, trataba de pasar desapercibida. Creo que no lo conseguí.

Han pasado unos cuantos años desde ese episodio y solo me causa gracia la situación en la cual estábamos. Para tratar de romper el hielo y calmar mis nervios creo que hasta me invitaste a un buñuelo recién salido de la freidora, que yo comí con muchas ganas, pero sin los resultados que esperabas.

La lección que creo haber aprendido es que yo sí quería conocer Itagüí, pero no imaginaba el destino de nuestro recorrido. Creo que tus intenciones eran que yo conociera la «verdadera» Colombia, cosa que nunca me hubiera pasado sin ese susto.

El sombrero de Carito

En un lugar de Castilla y León

Automat de Eward Hopper, 1927

La Plaza Mayor de Salamanca está abarrotada de gente de todas las nacionalidades: hay muchos extranjeros que viajan a esta pequeña ciudad castellanoleonesa para aprender español ya que tiene fama de ser «puro» y muy «limpio». La Junta de Castilla y León hace un sinfín de promoción turística a la ciudad y sus escuelas de idiomas.

La cita en la Plaza Mayor suele ser debajo del reloj y se divisan a muchas personas esperando a los que llevan retraso. Hay chicos de todas las edades y el grupo que más destaca es el de unos italianos sobre los 18. El encuentro es a las 10 y algunos todavía no han llegado. Las tres profesoras se están poniendo nerviosas y deben decidir el castigo para los impuntuales.

Mientras las tres hablan tratando llegar a un acuerdo, los muchachos intercambian cuentos acerca de la noche anterior. Al parecer algunos la pasaron muy bien en una famosa discoteca de la ciudad: era la noche dedicada a los universitarios y ellos lograron colarse aparentando ser mayores de lo que son, falsificando su documento.

El sombrero de Carito

La massaia salentina

A la memoria de Carolina Triuzzi

La massaia salentina es o más bien era, una mujer campesina y ama de casa típica de algunas zonas del sur de Italia, en particular Salento, zona árida, de trabajadores y bañada sea por el Mar Jonio que el Mar Adriático.

Si paseamos hoy en día por estos lugares encontramos un sinfín de cerámicas que las retratan: es una mujer de baja estatura, gorda y que tiene caderas pronunciadas por la cantidad de hijos que daba a luz o perdía en sus múltiples embarazos que a menudo ni llegaban al término.

En las actuales cerámicas siempre lleva puesto un delantal ya que uno de sus principales que haceres consistía en cocinar: hornear pan, amasar orecchiette y preparar otros deliciosos manjares. A veces hasta se le representa con herramientas culinarias tales como la spianatoia o el mattarello.

Otras actividades que les llamaba mucho la atención es el crochet o el bordado a mano, así que los ceramistas se esmeran para que estos elementos luzcan en las pequeñas estatuillas que tanto les venden a los turistas, itálicos y sobre todo extranjeros.

El sombrero de Carito