
Un juego de niños. Hacíamos un corro entre todos y cantábamos.
Jugábamos hasta que mamá nos llamaba. Las horas eran minutos. Salíamos del mar con las yemas de los dedos arrugadas. El tiempo nos parecía poco, todo iba más rápido de lo que queríamos.
Pero ya han pasado tantos años, antes no contábamos el tiempo, lo vivíamos, el reloj no existía y ahora cada segundo, se convierte en un aroma, un sabor, una palabra, un recuerdo valioso y fugaz, como la vida.
Cogidos de las manos hacíamos un círculo y saltábamos las olas mientras cantábamos: Yo tengo un castillo, matarile, rile, rile, yo tengo un castillo matarile, rile ron ¿dónde están las llaves Matarile, rile, rile? En el fondo del mar, matarile rile, rile, en el fondo del mar, matarile rile ron ¡chimpón!
Y nos zambullíamos a buscar las llaves del castillo sin necesidad de haberlas escondido ¡Qué maravillosa alegría!
Y ahora yo estoy en una silla de un hospital cualquiera, no importa en qué lugar, acompañando y contándole a una anciana lo que hacíamos cuando éramos pequeños.
La sonrisa que se dibuja en su carita y sus últimas palabras me dicen que está de nuevo soñando en el paraíso.
– ¡Hasta mañana! Matarile, rile ron ¡chimpón!
- La niña que quería sentarse en el sillón de Jean Claude Fonder
- Los niños de calle Garibaldi, nº 18 de Iris Menegoz
- Breve reflexión sobre dos mundos de Raffaella Bolletti
- El juego del corro de Blanca Quesada
- El camino de las Margaritas de Sergio Ruiz
- Los niños de la escritura de Silvia Zanetto
- Otra infancia de Adriana Langtry
Blanca Quesada

