
Mundo n. 1. En la década de los sesenta
Éramos cinco. Los niños de uno de los edificios de esa avenida arbolada, cerca de Porta Venezia. Aún recuerdo sus nombres: Andrés, María, Mateo, Gabriel y yo, Isabel. ¿Nuestra edad? Ocho años. Todos asistíamos a la misma escuela primaria, muy cerca de donde vivíamos, pero en diferentes clases, ya que en aquella época los niños estaban separados de las niñas.
Había que divertirse con pocas cosas, no teníamos videojuegos, teléfonos móviles, ordenadores, y lo que nos alegraba era que nos encontrábamos después de cenar, sobre las nueve de la noche, en la acera, bastante ancha y larga, y empezábamos nuestra diversión,: competir con nuestros patines de ruedas o dibujar con tiza en la acera un rectángulo dividido en siete cuadrados en los que había que saltar sin tocar los bordes. Aunque nos peleábamos o nos ofendíamos a veces con palabras duras, seguíamos siendo amigos. Parecía un mundo tranquilo. Hasta el día en que María fue hospitalizada para que le extirparan las amígdalas. Todos esperábamos que volviera a casa, pero su madre nos trajo muy malas noticias. María había muerto a consecuencia de la anestesia. El dolor fortaleció aún más nuestra amistad.
Mundo n. 2 – Período 2015-2023
Hoy sólo quedamos dos; Andrés y yo seguimos viéndonos de vez en cuando, acordándonos de nuestra infancia y comparándola con la de los niños de hoy en día. Soy la única del grupo de los cinco que sigue viviendo en el segundo piso de ese edificio. Ahora hay niños allí, también son cinco y van a la misma escuela que yo y mis amigos en los sesenta. Dos niños son filipinos. Los veo desde la ventana de mi salón, cuando vuelven del colegio; rara vez vuelven en grupo, suelen ir acompañados de una niñera o de los abuelos. Ya no juegan en la acera, tienen muchos compromisos: el colegio, los deportes, los cursos de idiomas u otras actividades, en su tiempo libre juegan solos, con sus tabletas. Me pregunto si serán tan felices como nosotros. Yo misma me contesto que sí, creo que son felices a su manera, los niños saben cómo hacerlo porque todo ha cambiado, pero nada es diferente, los niños siguen siendo niños.
- La niña que quería sentarse en el sillón de Jean Claude Fonder
- Los niños de calle Garibaldi, nº 18 de Iris Menegoz
- Breve reflexión sobre dos mundos de Raffaella Bolletti
- El juego del corro de Blanca Quesada
- El camino de las Margaritas de Sergio Ruiz
- Los niños de la escritura de Silvia Zanetto
- Otra infancia de Adriana Langtry
Raffaella Bolletti

