
Muchas veces hacemos cosas solo por el gusto de sentirnos vivos. Tal vez somos el resultado de esas locuras. Qué bien sería saberlo todo desde el principio.
Agosto 1987, Nápoles, Italia
En el jardín de la casa de campo solía merendar en buena compañía. Recuerdo que a eso de las cuatro y media de la tarde se oía el ruidoso motor de la Fiat 500 color verde aceituna del tío Antonio. Y lo primero que me preguntaba era si había preparado la mesa para nuestra merienda como si por eso le fuera a ir la vida. Yo de pronto lanzaba mis juguetes y salía fuera para mostrarle la mesa puesta. Estaba orgullosa. Recuerdo la cara joven de mi madre. Charlas y risas. De aquellos momentos felices queda el perfume del pan y del aceite.
Verano 1998, Amalfi, Italia
Las calles empinadas relucían al sol veraniego. Turistas y lugareños codo a codo en las terrazas abarrotadas de la plaza central. Lenguas extranjeras, dialectos locales, una sinfonía de voces alegres, despreocupadas. Recuerdo una escalinata interminable que llevaba a la catedral. El antiguo portal se atisbaba desde abajo. No, no quería subir hasta la cima. Solo deseaba disfrutar la compañía de mi novio. Sus ojos negros clavados en los míos. Me miraba como cualquier mujer desearía ser admirada, con maravilla y apego. El perfume del café recién hecho mezclado al olor del mar, un recuerdo casi prohibido. Las manos entrelazadas, mi vestido de seda resaltaba mis formas y flotaba a cada paso.
Era el trofeo que cada hombre habría querido enseñar y yo no lo sabía. Era joven. Era inexperta. Era guapa.
Marzo 2015, París, Francia
Por la avenida de los Campos Elíseos paseaba sola en medio de una multitud de personas. De cara a la primavera, llevaba unos pantalones cortos, una blusa azul claro y unas botas de tacón que me daban un aire altanero. Sin embargo, a pesar de mi elegancia, algo no encajaba. Mi plumífero corto no bastaba para contener el frío que sentía, si bien había un sol que exaltaba los colores de la ciudad. Recuerdo que París me parecía maravillosa e inquietante a la vez. La belleza a mi alrededor solo me daba miedo. No sabría cómo explicarlo pero, tal vez, presentía lo que iba a suceder. El amor no es invencible. Mentirosos lo que dicen que dura para siempre. Para nosotros no fue así.
Invierno 2020-21, en una ciudad del Norte de Italia.
Para salir a hacer la compra necesitábamos llevarnos un permiso escrito. Hablábamos a través de mascarillas, algunos las llevaban de colores. Nada de ruidos. Pocos coches en la carretera. Los días de lluvia nos parecían aún más oscuros. Por la noche lúgubre desfile de camiones llenos de ataúdes, muertos sin despedidas. Tal vez sobrevivimos para contarlo.
Primavera 2023, en un pueblecito de la costa, sur de Italia.
El mar desde la playa es un espectáculo. Sentados en la arena templada, las caras al sol. La brisa me roza las mejillas. Las olas me acunan los pensamientos. Podría perderme aquí para siempre.
Recuerdos… Mi memoria viaja con la misma facilidad con la que hojeamos la lista de fotos en nuestro móvil. Sin embargo, no necesito dispositivos, me basta sentarme en el sillón, poner música y mi mente empieza a viajar. Allí está, el collage de mi vida
La mayoría de los autores que participan en esta revista han colaborado a la creación del libro:















