
Tiempo de felicidad
Muchos tiempos pasan en la vida. Algunos se disfrazan de colores brillantes y otros, en cambio, nos enseñan las tonalidades más oscuras. Sí, lo sé, hay que distinguir. Hay un tiempo cronológico marcado por los relojes, objetivo, inflexible y al parecer, inacabable. Pero también hay otro, el de los sentimientos, inevitablemente subjetivo y perecedero. Para Maribel hubo un tiempo de felicidad. O, por lo menos, esa era su sensación al pasear por las calles tortuosas del pueblecito, en una calurosa tarde de verano. En el aire se percibía un triunfo de olores floreados, desde los jazmines hasta los glicinas, que embriagaban los sentidos de los pocos transeúntes que se atrevían a salir pese al calor… Una ligera brisa marina acariciaba la piel de Maribel y de su pareja, aliviando así el bochorno de aquel día. Eran felices. Por fin podían disfrutar de las tan ansiadas vacaciones, de los paseos por la playa, de los sabores genuinos de los platos costeros, de las horas pasadas charlando y riéndose de la vida. Casi los veo desde aquí, las fotos que seguían enviándome por WhatsApp, sus sonrisas espontáneas y vitales que tanto enriquecían mi día a día, que pasaba sin descanso entre un compromiso y otro. Pero un punto negro en el horizonte habría de cambiar el plácido fluir del tiempo. Ese tiempo, que huye cada momento es, a veces, un tirano cruel que quiebra las voluntades más tenaces, desgasta los sentimientos, separa para siempre los eternos amantes, y se ceba de nuestra savia vital. Ese tiempo maldito, que llega a burlarse de nosotros y hace que unos segundos cambien para siempre lo que ni en una vida entera, recordándonos inexorablemente la precariedad del ser humano. El objeto oscuro era una moto de media cilindrada que, sin percatarse de la presencia de los dos jóvenes, procedía a fuerte velocidad por las callejuelas antiguas. Fue así como las miradas cómplices se apagaron y la luz del sol se tornó oscuridad…
Tiempo de dolor
El blanco se desvaneció. Entre las neblinas de la razón, poco a poco, volvió a la vida. El coma, que la había retenido en un limbo sin sueños se disipó, devolviéndola al mundo de los vivos. La primera cosa que vio fue la cara ovalada de una mujer, de ojos rasgados y labios finos, tratando de llamarla con su nombre. Se llamaba Patricia, psicóloga del hospital. Así supo la verdad y fue como precipitar al vacío. Había pasado un mes del terrible accidente. Con el alma desgarrada por dentro, el corazón hecho pedazos, solo el dolor de las heridas físicas le recordaban que aún seguía viva, pese a todo. El tiempo para Maribel cambió su disfraz y le hizo ver los matices más oscuros de la existencia. Los titulares de los periódicos locales reportaron cada detalle del accidente, incluidas las fotos de la joven pareja, con sus vestidos nupciales el día de la boda. Maribel se sintió sola en su pena, no obstante los familiares continuaran a velarla de día y de noche. “Con el tiempo- pensaban sus familiares- logrará salir de esta. Es joven…”… Como si la juventud fuese un antídoto natural al dolor que la vida entraña en sí misma.
Tiempo de sobrevivir
Pasaron los años. La juventud de Maribel quedó marcada para siempre, en cuerpo y alma. Sin embargo el tiempo se volvió menos oscuro. Por amor a la vida que siempre supo expresar con sus sonrisas, por no desperdiciar el tiempo que el destino no le había restado, Maribel reanudó los hilos de su vida para tejer algo nuevo. El tiempo le había enseñado todos los colores, ahora le tocaba a ella elegir el de su vida. Al fin y al cabo el dolor y la felicidad se mezclan en el tiempo, dejando huellas con las que construimos nuestras experiencias y alimentamos, a la vez, nuestras expectativas. Vivir es aprender a situarnos entre lo que somos y lo que quisiéramos ser.
Eso Maribel lo aprendió con el pasar del tiempo, ese mismo tiempo que algunas veces hiere y otras, en cambio, cura.
A V. , por su coraje de volver a la vida.
Manila Claps………..
