
Ponerse la ropa de color verde, cuando Adela era niña, siempre le encantaba. Vestidos, pantalones, jerséis del color de los prados, de los bosques, de las hojas de los árboles: era la naturaleza verde de su vida, y de sí misma.
Creciendo, perdió esta costumbre, pero no dejó de amar el verde. Desde siempre, sus vacaciones las pasaba en la montaña: su padre, Adolfo, la había educado desde pequeña a subir por las rutas panorámicas de alturas, donde podía saborear el espíritu de las Dolomitas mirando sus imponentes cumbres, y los árboles también: los pinos, los abetos, y también robles, cedros, olmos. Paseaban por el verde, mientras que el azul del cielo los iluminaba y el refugio donde tenían que llegar aparecía cerca de la cima del monte.
Pero, también en su ciudad, el verde de la naturaleza era su pasión; dar una vuelta en bicicleta por el parque lleno de ardillas, a las que llevaba nueces y avellanas, era su costumbre para pasar el tiempo libre: los animalitos bajaban del árbol cuando la veían con su bolsa de papel llena de fruta seca, corrían por el prado y le cogían la nuez de la mano, y luego se iban a comerla escondidos en la hierba.
Ese parque lo habían creado cuando Adela era niña y, mirando las fotos de entonces, ahora se puede ver que los árboles eran pocos, pequeñitos y lejanos el uno del otro, pero con el tiempo el parque se convirtió en un bosque de cerezos, tilos y robles, donde, además de las ardillas, viven pájaros y también patos, pollitos y ocas en el estanque.
Hace unos años, Adela se sentía triste cada vez que iba al parque, porque por la falta de lluvia su amado verde se había convertido en amarillo: el césped estaba muy seco, casi una pradera muerta, y muchos árboles, donde antes vivián las ardillas y los pájaros, se murieron de sed. Pero plantaron nuevos arbolitos, que ahora están creciendo, y el verde todavía es el color del parque.
Así que hoy Adela baja de la bicicleta, mira el azul del cielo, el mismo azul de la montaña, escucha el canto de la paloma y del mirlo, se sienta en un banco bajo un roble y respira profundamente. El verde es suyo.
La mayoría de los autores que participan en esta revista han colaborado a la creación del libro:
- El amigo manzano por Raffaella Bolletti
- El Árbol por Blanca Quesada
- El Árbol de la Vida por Graziella Boffini
- El Árbol por Gloria Rolfo
- El Árbol por Iris Menegoz
- El Árbol por Sylvia Navone
- El bosque de Manuela por Carolina Margherita
- El mensaje del árbol por Patricio Vial
- El peral “Conference” por Jean Claude Fonder
- El verde es suyo por Silvia Zanetto
- La Ceiba que habla todos los lenguajes por María Victoria Santoyo
- Patahueso por Sergio Ruiz Afonso
























