La rueda

Dernier tondo à Paris – Alechinsky 2009

Epifania

Algunos estudiantes llegan a ser buenos, otros mediocres y muy pocos no pasan del suficiente ya que por mucho círculo que hagamos cada cerebro tiene sus recursos.

“La rueda es una línea que se curva para llegar a encontrarse en el mismo sitio y consigo misma” — Me dijo Sara.

Y yo, profesor de biología pensé: pues sí, se parece a la vida, a los planetas e incluso a cada una de las células de nuestro cuerpo. Ellas tienden a lo redondo. Empezando por una de las etapas del desarrollo embrionario que ocurre al cuarto día después de la fecundación en humanos. Se llama mórula, es una esfera sólida llena de células que mide menos de doscientas micras.

Entonces tuve una epifanía: recordé una película alemana que se llama Vier minuten. 

La crítica hablaba de una muy buena película. Uno de los críticos utilizó la palabra redonda. El argumento trataba de una mujer mayor que enseña piano a una joven convicta en una cárcel de mujeres para transformar su ira. Era virtuosa tocando el piano y la disciplina la perfeccionó. Le dieron permiso. Tenía cuatro minutos para interpretar una pieza de Schumann en un teatro y ella opto por otra creación llena de pasión. Tocó una composición con variaciones y sonidos de la música negra. Jenny fue aclamada por el público ¿Estaría ya ese coraje impreso en su mórula? 

 — Llegamos a los mismos sitios. Sara, no importa el camino, de la misma manera que cada planeta traza su órbita nosotros transitamos.

 — Habrá que disfrutar de la senda Daniel. Vamos a necesitar al menos dos ruedas.

— ¡Muy buena idea, Sara!,


Blanca Quesada

La rueda

La rueda, la rueda al principio corre, corre, corre tan rápido que ni siquiera te das cuenta de si hay algún obstáculo.
Es rápida. Luego ralentiza, tropieza, se rompe. Hay que arreglarla. La arreglas, y vuelve a correr y pasan las carreteras, los caminos y la estaciones. A toda velocidad.
Llega un momento en que se detiene de nuevo y piensas que se ha roto para siempre. Pero no, la arregla de algunas manera; le pone un parche y luego otro, y otro y la rueda vuelve a rodar.
Es un poco más lenta. Cada vez más lenta.
Entonces parece che se detiene.
Intentas ponerle parches nuevos. Cambias la cubierta! Y vuelve a ponerse en marcha!
Pero sientes que ya no puede más.
Ralentiza, y ralentiza y tu con ella.
La carretera está limpia, y despejada. El sol brilla en el horizonte.? Por qué no puede más?
Entonces por fin comprendes y la dejas ir.
¡Ve, ve, ve!


Iris Menegoz

La rueda

Después de años de ausencia vuelvo a visitar el pueblo donde vivieron mis abuelos maternos. Todo parece igual. Decido bajar hacia el pequeño río que separa el pueblo en dos partes. Desde que era niña, me fascinaba observar cómo el agua corría, arrastrando hojas y ramas, mientras el sol se reflejaba en su superficie. Allí está el viejo molino cubierto de hiedra y olvidado por el tiempo. La rueda de madera de roble, desgastada pero igualmente maravillosa, parece esperar a que alguien la despierte de su letargo. Sin pensarlo dos veces, decido acercarme.

Al tocar la rueda, siento una corriente de energía recorrerme y, de repente, me encuentro dentro de este mecanismo, que empieza a girar. Cada giro de la rueda me lleva a un viaje a través de un mundo pasado: el sonido de la molienda, el aroma del grano fresco y las risas de los campesinos que venían a moler su cosecha.

Además, a medida que la rueda gira, puedo ver el paisaje cambiar. Las estaciones pasan ante mis ojos: la primavera con sus flores empezando a brotar como la infancia, el verano dorado como la juventud llena de pasión y sueños, el otoño con sus hojas crujientes como la edad adulta donde se enfrentan responsabilidades y decisiones y el invierno cubierto de nieve, como la vejez de pelo blanco, con su sabiduría y reflexión. Pero también percibo la tristeza del molino que ha sido olvidado, y con él, las historias de aquellos que alguna vez lo habitaron. Cada vuelta me trae también recuerdos de mi pasado con momentos de euforia y otros de incertidumbre y fracasos.

La rueda segue girando y parece hablarme diciéndome: “Aprecia cada etapa, aprende de ella y, sobre todo, nunca dejes de soñar. Al final, lo que importa no es cuántas vueltas has dado, sino cómo has vivido cada una de ellas”. Entonces mi vida era como esa rueda, a veces giraba hacia arriba, a veces hacia abajo, y cuando perdí a un ser querido fue como si la rueda se atascara en un lugar obscuro, y el dolor me hizo sentir que jamás podría volver a girar. Pero, con el tiempo, aprendí que esas detenciones son parte del viaje. La tristeza se transformó en recuerdos, que siguen acompañándome, y la rueda comenzó a girar de nuevo, aunque de manera un poco diferente. Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, sentí que mi tiempo dentro de la rueda del molino llegaba a su fin. Hoy, miro hacia atrás y veo que cada vuelta de esa rueda ha sido valiosa, y que mi rueda seguirá girando, llevándome hacia nuevas aventuras y aprendizajes en un viaje continuo. En este momento estoy lista para seguir girando.


Raffaella Bolletti

Las ruedas son mágicas

¿No les cansan la tele? 

Hace años que este mítico objeto de los años 60 ya no está en el centro de nuestra sala de estar. Sin embargo, ¿quién no recuerda su primera televisión, la llegada del color, la coronación de la reina Isabel, el primer hombre en la luna, … Y eso no es todo, culturalmente también fue una revolución. El teatro, los grandes clásicos, el concierto de Año Nuevo en Viena, las películas, los partidos … Algunos han creado una sala de cine en su casa.

Pero muy pronto, fue la irrupción de la publicidad, debería más bien decir la invasión, las cadenas comerciales, e incluso las cadenas que pagaban no se salvaron. El modelo americano se impuso. Estábamos muy lejos de la escucha familiar en torno a la radio.

Y luego la distribución, son ellos los que deciden lo que ustedes deben, lo que pueden ver y cuando pueden verlo, entonces la proliferación de una programación de bajo nivel, hecha de juegos estúpidos, variedades populares, y la omnipresencia del fútbol.

Afortunadamente, internet ha hecho estallar el tapón. Gracias a la tecnología, los distribuidores pueden ser esquivados, se puede ver una ópera, un concierto, una representación teatral, un documental hermoso, eventos deportivos, una serie y por supuesto películas en todos los países del mundo. Puede ser gratis o de pago, y ustedes pueden usar una VPN que les lleven al país que deseen. Ustedes son libres de elegir, pueden ver y volver a ver cuando quieran y pagan lo que quieran. Además de esto puede ser interactivo, ustedes pueden participar en conferencias, cursos y talleres, así como ustedes mismo pueden organizar una reunión entre amigos.

Es maravilloso, pero hay que utilizar su ordenador, hay muchos televisores con algunas funciones de internet, pero limitado por supuesto. O también se puede conectar el ordenador a la TV, pero en general está instalado en su oficina o en una mesa que lo substituye. Una tableta, pero también es limitada y no muy práctica. 

La solución es mi esposa que lo encontró: Las ruedas.

Tengo un buen ordenador de mesa Apple, con una pantalla grande (28″), de calidad superior a la del televisor y conectado a mi canal HiFi. Está instalado sobre una pequeña mesa a la altura de mi sillón. Es decir, no el de una mesa de salón ni el de un escritorio. No es fácil de encontrar, elegí un mueble para niños de buena altura y montado sobre 4 ruedas.

Cuando trabajo o busco lo que queremos ver, lo acerco a la silla y cuando miramos simplemente lo muevo hacia el centro de la habitación.

¡Las ruedas son mágicas!


Jean Claude Fonder

El diezmo

La noticia corrió como la pólvora y, a lo largo de la tarde, sobre todo entre la gente menuda, se convirtió en la comidilla del pueblo.

A Saulo, Luis, Martín y Noé les pilló en el patio del colegio.

—E…está mañana los vi -dijo Saulo con el característico tartamudeo que tanto le avergonzaba- La…l-la están i…instalando en el descampado que está detrás de la iglesia. H-he visto como están levantando la no-noria.

Sus amigos aplaudieron con júbilo. Atrás quedarían al menos por unos días las  aburridas tardes tirando piedras al río o molestando a los gatos de la vieja Eulalia que, acostumbrados, ya ni se inmutaban por ello.

—Y ¿Viste si habría montaña rusa? -preguntó con ansiedad Martín.

—S-si -respondió el primero, asintiendo repetidamente con la cabeza- Y-y también co-coches de choque.

Todos suspiraron en silencio. Era la hora del recreo, y cada uno se dejó arrastrar por la imaginación hasta su atracción preferida mientras daban buena cuenta de la merienda.

Sí. La feria había llegado. Y los operarios se estaban dando mucha prisa a fin de tenerlo todo listo para el día siguiente. Como todos los años, habría pimpampum, casa del miedo, tiro al blanco, y muchas cosas más, pero lo que más llamaba la atención era la Gran Rueda de la Fortuna que se anunciaba a bombo y platillo como sorpresa. Al menos, así figuraba en los papelillos de propaganda que se repartieron por todo el pueblo.

Al día siguiente, que era sábado, la feria abrió como estaba previsto. En cuanto los operarios retiraron las vallas que impedían el paso, la gente se lanzó en tropel a las entrañas de aquel universo de luces y algarabía. Los cuatro amigos fueron de los primeros en pasar y, dispuestos a disfrutar de una tarde inolvidable, no se dejaron ni una sola atracción atrás, desde el pimpampum a la casa de los horrores; se atiborraron el estómago con todo tipo de chuches, y cuando por fin parecía que no había nada que pudiera superar lo vivido, se toparon con la fascinante Rueda de la Fortuna. Por un rato permanecieron mudos ante aquella maravilla, sucios sus rostros, cargados de golosinas sus bolsillos.

Se trataba de una luminosa plataforma de madera pintada, que giraba, oscilaba, subía y bajaba, todo a la vez. Sobre ella se habían dispuesto varias filas de asientos con aspectos de seres mitológicos que también subían, bajaban y giraban de modo independiente, y colocada en medio de la misma se erigía la divertida figura de una bruja que se desplazaba entre los asientos repartiendo escobazos.

Los altavoces animaban a los indecisos a probar suerte y los cuatro amigos corrieron a montar sobre sus animales preferidos. En cuanto el resto de las localidades estuvo ocupada, el artilugio se puso en marcha, con chirriante lentitud al principio, luego con inesperada suavidad a medida que la velocidad fue aumentando. La música estridente y los gritos de satisfacción o sorpresa llenaban el aire, pulsando con una energía que parecía provenir de otra esfera. Y mientras giraban, una densa neblina comenzó a aislarlos, como si la realidad se hubiera desdoblado en dos dimensiones distintas. Para el público, la rueda se hizo casi invisible. 

Entre tanto, dentro de ese vórtice de misterio, cada uno de los muchachos experimentó una revelación singular: a Saulo, que no volvería a tartamudear; a Martín, que algún día se convertiría en un empresario de éxito; a Luis, que finalmente sus padres lo iban a llevar de vacaciones a Disney. 

Cuando, luego de unos minutos la máquina paró, los chicos bajaron despeinados y sonrojados, pero felices.  Salvo Noé, al que todo el mundo buscó. Era como si se hubiera desvanecido. De inmediato se investigó tanto a la máquina como a los feriantes, hubo rumores para todos los gustos, todos sin consistencia, y ante la falta de respuesta, conforme pasaron los días el asunto pasó a la  categoría de misterio. La feria que tuvo que paralizar de inmediato sus actividades, estuvo varios días precintada y en cuanto pudieron, los feriantes desmantelaron las instalaciones. Al decir de la vieja Eulalia, jugar con el azar exige siempre el pago de un diezmo como contrapartida.

Por supuesto, la feria no volvió nunca más a aquel pueblo.


Sergio Ruiz Afonso.

Una rueda que non rueda

Cae lenta la noche cubriendo el mundo con su misterio. Todo está oculto, también el Entre los ríos Karkenoth y Dez se alzaba una montaña hecha por los hombres.

Cuentan que allí, hace tiempo, los hombres inventaron una rueda que no rueda.

Susa nace hace cerca de 9000 años, pero su magnificencia es de hace cerca de 5000 cuando inventaron la rueda que no rueda.

En el centro se alza la montaña sagrada, el zigurat en lengua elamita. Una montaña hecha de ladrillos y rodeada de una escala que permitía al sumo sacerdote acercarse al lugar donde habitan los dioses.

Grandes y ricas túnicas eran las vestimentas del rey y de los nobles.

Taparrabos y pobres faldas vestían campesinos, artesanos y aquellos que hacían rodar las ruedas que no ruedan.

Más tarde la rueda serviría para el comercio y la guerra, como en el Egipto de Ramsés, y hasta… Hasta que terminemos con las guerras.

En Susa, cuando gobernaban los elamitas, la rueda no rodaba ni servía para hacer la guerra.

Cuentan que al alba, apenas amanecía, un hombre se alzaba para hacer rodar la rueda que no rueda. Y así sucedía en muchas habitaciones humildes.

Gran parte de la grandeza de esa antigua ciudad se debió a la rueda que no rueda.

Un hombre hacía girar un plato, sobre él había colocaba arcilla y con sus manos la modelaba y a medida que el plato giraba iba arrancando formas escondidas en la tierra.

Y hasta hoy hay quienes crean belleza utilizando una rueda que no rueda pero que gira y gira, llamada torno, y que seguirá girando quizás hasta el fin de nuestro tiempo.

Es allí 

Grandes palacios y antiguos templos se construyeron gracias a la rueda que no rueda.


Patricio Vial

La carta que no salió

En un rincón olvidado de la sierra andaluza, donde las casas son blancas y las calles se enredan como hilos viejos, vivía Celia. El pueblo era pequeño, rodeado de olivos y silencios. Desde que volvió allí para cuidar a su madre, y luego se quedó, atrapada por la costumbre, los días le parecían siempre iguales. Trabajaba en el bar de su primo: cafés con o sin leche, cortados, comandas, mesas, propinas, caras conocidas. Todos los días iguales.

Aquel miércoles de otoño, salió del trabajo antes de lo habitual. El bar estaba medio vacío, y ella se sentía aún más vacía por dentro. En vez de volver a casa, echó a andar sin rumbo, siguiendo una callejuela que nunca había recorrido.

El sol se escondía tras las montañas, y la luz se filtraba entre los tejados con una tristeza hermosa. Caminando sin pensar, giró en un callejón donde nunca había estado. Allí, como aparecida de la nada, una puerta de madera oscura la detuvo. Un cartel colgaba:

“Cartas.”

Iba a seguir, pero un golpe de viento, leve, pero firme, la empujó hacia dentro. La puerta se abrió sola. El aire olía a incienso y romero.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó una voz.

Era una mujer mayor, de ojos negros y pañuelo morado en la cabeza. Amalia, decía una pequeña placa junto a una vela encendida.

—No lo sé —dijo Celia—. Sólo pasaba por aquí.

—A veces, lo que necesitamos no se busca. Simplemente, nos encuentra —respondió Amalia.

Celia se sentó sin saber muy bien por qué. Sentía que no tenía nada que perder. Amalia barajó las cartas con manos seguras y colocó tres sobre la mesa.

—Pasado. Presente. Futuro.

Celia pensó —sin querer— en la Rueda de la Fortuna. En un cambio, una sacudida del destino que le diera un nuevo comienzo.

Amalia dio la vuelta a las cartas:

Cinco de Copas.

El Colgado.

Diez de Espadas

El Cinco de Copas: muestra la tendencia a mirar sólo lo perdido, ignorando lo que aún se tiene; el Colgado: representa una pausa forzada, pero también una oportunidad para mirar desde otro ángulo y el Diez de Espadas es dolor, sí, pero también liberación. Lo más oscuro antes del renacer.

Nada de fortuna. Nada de milagros.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Celia, decepcionada sin saber por qué.

—Que lloraste tanto lo perdido que no viste lo que aún tienes. Que estás suspendida, esperando un cambio externo. Y que el dolor… ya llegó. Pero el Diez de Espadas también es final. Y todo final es una apertura.

Celia bajó la mirada. No entendía cómo esas cartas podían ayudarla.

—A veces, el primer paso no se nota desde fuera —añadió Amalia— A veces empieza con algo simple. Como trazar una línea.

—¿Una línea?

La tarotista sonrió, sin añadir nada más.

Esa noche, al llegar a casa, Celia bajó al trastero de su madre. No sabía muy bien por qué, sólo que algo la había empujado allí. Abrió una caja vieja: estaban sus óleos, sus pinceles, los tubos de pintura que había guardado con amor hacía años.

Los frascos de colores, los óleos estaban todos secos.

Pero al fondo de la caja encontró una lata metálica, y dentro, algunos lápices de grafito negro y colores. Polvorientos, pero vivos. Como ella.

Subió a su cuarto. Sacó un cuaderno viejo. Se sentó junto a la ventana.

Y empezó a dibujar.

Su pueblo. Unas ramas de flores. Su madre. Su rostro. El perro de cuando pequeña.Y una rueda, borrosa, girando al fondo del papel. Una rueda que no había salido en las cartas… pero que ahora empezaba a girar, dentro de ella.


Graziella Boffini

El balón cuadrado y las ruedas cuadradas

Érase una vez un balón de fútbol que, por un error de fabricación, en vez de ser redondo, salió cuadrado. Justo cuadrado. Además, tenía otras particularidades, por ejemplo, tenía un nombre: se llamaba Oscar. 

El propietario de la fábrica, cuando se dio cuenta, se puso a reír a carcajadas, y luego, después de asegurarse que Oscar era el único así, les preguntó a los obreros que tenían niños si alguien quería llevárselo a casa, pero nadie lo quiso.

-Bueno, lo voy a tirar a la basura – contestó el propietario, y le dio una patada a Oscar.

– ¡Ay, qué dolor! ¿Por qué me haces daño? ¡Yo no te he hecho nada! 

El propietario de la fábrica miró a su alrededor, no vio a nadie y pensó que fuera una consecuencia del cansancio o del calor, así que sin pensar demasiado decidió irse a casa.

Después de la patada recibida, Oscar, ofendido y doliente, reunió todas sus fuerzas y logró moverse un poco, hasta alcanzar las escaleras, de las que logró rodar abajo sin demasiada dificultad.

Un poquito a la vez se sintió mejor y logró alejarse. Estaba pensando cambiar su vida, ser un taburete, un objeto de decoración, un cojín para los pies…  y dejar de ser un balón cuadrado!

Pero, de repente, vio por delante a un hombre que iba en bicicleta. Pero no era un medio normal, con las ruedas redondas, sino una bicicleta con las ruedas cuadradas.

– ¡Pero es fantástico! – exclamaron juntos Oscar y el ciclista.

– ¡Eres justo lo que yo estaba buscando! – Exclamó el ciclista, bajando de su medio que, por supuesto, no necesitaba el caballete para quedarse de pie.

Oscar sonrió, porque los balones cuadrados, de contrario a los redondos, saben sonreír, y se acercó a él. 

– ¡Buenos días! Yo me llamo Quirino Quadrotti Quadrelli – se presentó de forma educada el ciclista.

– Y yo soy Oscar, el balón cuadrado.

– Lo veo, lo veo… Quería pedirte algo, si no estás ocupado – dijo Quirino.

– Todo lo que quieras… si no me vas a tratar mal.

– Bueno, mira, mi familia y yo tenemos una enfermedad muy particular: ¡estamos alérgicos a las cosas redondas! Por eso, utilizamos platos cuadrados, copas cuadradas… y bicicletas con ruedas cuadradas… Ahora, mi problema es que mañana va a ser el cumple de mi niño, y él me pidió como regalo un balón. Es un mes que estoy buscando un balón cuadrado y tú… ¡Tú eres cuadrado! Y además sabes hablar… ¿Quieres ser el balón de mi niño?

Oscar se puso a llorar por la felicidad y por supuesto aceptó la propuesta del señor Quadrotti Quadrelli, que lo hizo subir sobre su bicicleta de ruedas cuadradas y lo llevó a su casa.

El niño y el balón cuadrado se convirtieron en buenos amigos y jugaron juntos por muchos años. 


Silvia Zanetto

Amarillo

Franz Marc – Yellowcow, 1911

Los colores que no vi mientras me rompía  

Amarillo, me tienes en los bolsillos[1]

Me defino a mí misma “colombióloga empedernida”: el 90% de la música que escucho proviene del país de Los cafeteros; para muchos esto sonará aburridísimo, sin embargo, Colombia tiene tanta variedad musical, un sinfín de géneros opuestos (eso también gracias a su mezcla cultural) y me gustan casi todos.

No puedo dejar de pensar en la canción “Amarillo”, como tantas del mismo álbum, están dedicadas a su ex-pareja, un hombre que le ha sido infiel y eso se refleja en tantos ataques en “Las mujeres ya no lloran”, otro álbum suyo. Al igual que ella, tantas nos hemos topado con picaflores que nos han lastimado y han pisoteado nuestra autoestima.

Mi historia parece un patrón bastante común: nos conocimos cuando tenía 17 (él era pocos años mayor que yo) y al principio todo era color de rosa, por lo menos eso pensaba, ¡pobre ilusa!

Estuvimos juntos desde que estaba en el bachillerato, hasta casi terminar la carrera universitaria, unos ocho años más tarde. También tuve mis errores: no quiero pasar por víctima del paseo.

Lloro desconsolada. El hombre que juraba ser el amor de mi vida me apuñaló en repetidas ocasiones. Me engañó, lo perdoné por miedo a la soledad y volvió a acostarse con otras.

¡Ya no aguanto más! Ni sé cómo hice para soportar todo esto por años. Tengo los ojos hinchados de tanto llanto y él duerme plácido en la cama.

Quisiera prender todas las luces del apartamento, buscar las maletas y huir de este infierno. Mejor dejo que mañana se despierte con calma y, mientras está en el trabajo, armo mis cosas y me largo lo más lejos posible.

Se levanta para tomar agüita y me pregunta qué hago despierta. Está tan borracho que no se da ni cuenta de mis ojos llorosos. Le respondo que no logro dormir por culpa de la migraña. Regresa a la cama como si nada.

A las cinco y media suena el despertador y preparo el desayuno para ambos. Espero no se dé cuenta de mi estado de ánimo para escaparme pronto. Café con leche, huevos revueltos y pan tostado con palta. ¡A él le encanta eso! Para mí caffè e biscotti. Se ducha, se viste y sale.

Busco las dos maletas que tengo aquí guardadas. Tengo poco tiempo para empacar y no me interesa dejar unas cosas atrás. Otro día iré a buscarlas, si es necesario.

Llamo un taxi, le doy la dirección de mi pareja y empiezo a bajar todo. El único sitio seguro donde puedo ir es la casa de mi papá. ¡Ojalá no haya salido! Ni tengo las llaves para abrir.

Toco el citófono. Me ve por la cámara y me abre. Subo al ascensor con todas mis masserizie, diría él y finalmente me siento libre.

Bentornata– afirma sin son ni ton. 


[1] De la canción “Amarillo”, álbum “El Dorado” 2017

El sombrero de Carito

Amarillo

Paula mientras ordenaba el armario separando los vestidos que tenía que mandar a la tintorería encontró la blusa amarilla que Juan le había regalado para el primer aniversario de matrimonio; le había gustado y la había usado mucho. Pero, después de haber tenido a sus dos hijos, había engordado y ya no había podido utilizarla. Le vino un idea: últimamente había adelgazado, se la probó y le quedaba bien.  Decidió que la usaría esa noche para ir afuera a cenar con Juan para celebrar el 11 aniversario de matrimonio. Porque era la demostración de que, en el curso del tiempo, podrían haber cambiado, pero no lo que los unía.

Gloria Rolfo

Amarillo

David Hockney Arbres d’Hiver

Amarillo acostumbra a andar en bicicleta entre las 7 las 9 de las tardes de Invierno o Verano, a esas horas es más visible en la vía ciclista, su objetivo es ver salir del bosque a Azul, delgada como una línea, camina, trota y corre por el sendero paralelo por donde pedalea Amarillo. ¿Cómo interceptarla? Y confesarle que ha caído bajo su azulino y frío encanto. No fue necesario demasiado tiempo para que el resplandor de Amarillo tuviera un cálido efecto sobre Azul. Algunos años después Verde claro y Verde oscuro pintan las hojas primaverales de los árboles, bajo la mirada feliz de sus padres.


Marcela Saavedra

Amarillo sin límites

Dicen que en la ciudad de M. vivía una pintora llamada GBZ, olvidada por todos. Una noche pintó sin pensar, derramando amarillos como luz, azules como ríos, un rojo escondido y un verde secreto en la esquina.

Creyó que era un desahogo inútil, pero, sin embargo, por casualidad, el cuadro llamó la atención de un funcionario de la provincia de S., una ciudad importante, quien lo vio en el pequeño taller de la artista. Intrigado por la fuerza de la imagen, propuso exhibirlo en la Sala de la Provincia.

El día de la inauguración, GBZ llegó con el corazón encogido. Imaginaba que la gente se burlaría de aquel amarillo desmesurado. Pero ocurrió algo inesperado: el público se quedó en silencio frente a la obra. Algunos vieron en el lienzo un símbolo de esperanza; otros, la representación de un renacer tras la oscuridad. Incluso hubo quienes lo interpretaron como una metáfora de la vida misma, con sus luces y sus sombras.

Allí, ella comprendió entonces que lo que antes le parecía un fracaso era solo el preludio de esa claridad que por fin brillaba para ella.


Graziella Boffini

El amarillo de la primavera

Cada día caminaban debajo de los tilos, sorteando los charcos en otoño. En invierno iban por el sendero evitando la nieve que se apilaba en las esquinas de las casas y en el borde de las cosas y sus colores.

 Empezaba la primavera y las flores comenzaban a brotar.

 El verano en aquellas tierras se haría esperar y entonces pasearían por la ribera del río donde el aire era más fresco y el camino se hacía más blando, algunos vecinos escandalizados los habían visto descalzarse y la señorita enseñaba sus tobillos sin recato.

Juan estaba en la puerta esperando para ir junto a su amada hasta la tercera calle donde estaba la biblioteca, allí se quedaba ella, eran apenas veinte minutos que saboreaban con miradas y sonrisas.  Después abría su librería, donde se vendía de casi todo, en aquel pueblo había pocas tiendas y él hacía cómoda la vida de sus vecinos.

 Valeria, su amada, que así se llamaba, no quería casarse todavía, pero él había decidido comprar los anillos y si no quedaba otro remedio que comprometerla públicamente, lo haría, no podía vivir sin esa melena rubia y esos ojos de un caramelo tan dulce que lo hacían temblar cuando lo miraba.

Le importaría muy poco que las lenguas aburridas se afilaran en la mejor obsidiana.


Blanca Quesada

El coche 

— ¿No tienes coche, abuelo?

La pregunta le tomó desprevenido. Apretó un poco más el volante, parpadeó para aclarar la vista. ¿Podía seguir conduciendo? En Bélgica su licencia era de por vida. Miró a la adolescente que le sacaba su mejor sonrisa. Todo en ella evocaba la juventud, era bella y corta vestida. ¿Tenía ella alguna duda?

Tenía más de 80 años y había conducido todos los coches imaginables. Su primer coche, un Ford Taunus de segunda mano que lo había prestado su padre. A los 16 años ya había dado sus primeros pasos. Cuando en Bélgica unos años más tarde se instauró el permiso obligatorio, le había bastado declarar que sabía conducir, y le entregaron este documento que ahora, después de su regreso de Italia, había podido recuperar en forma de tarjeta electrónica. Allí su patente italiana ya no sería válida sin pasar un examen médico.

— Cuando trabajaba, conducía un vehículo de empresa, me lo cambiaban cada tres o cuatro años, eran de todas las marcas, cada vez más grandes y más modernos. Cuando me jubilé, en vez de comprar uno, vivía en el centro de Milán, cuando nos desplazábamos, además de los atascos, la idea de encontrar un lugar para aparcar era una pesadilla, preferí alquilarlos. Como para los coches de empresa todo está incluido y, sobre todo, yo solo pago por el tiempo que lo uso y donde me sirve, al salir de un avión, por ejemplo. Me pareció bien y como puedes imaginar, conduje de todo, incluso los coches eléctricos.

— ¿Cuál te gustó más?

Una imagen surgió en sus pensamientos, el Volvo. El primer coche que habían comprado nuevo, lo habían mantenido 15 años, era como parte de la familia, fue su esposa quien eligió el color. Juntos habían recorrido toda Italia de vacaciones, cuando él soñaba aún con poder trabajar allí algún día. Tenían entonces una casa en el campo, y la aparcaba bien a la vista sobre la pequeña rampa que subía hacia el garaje.

— Mi Volvo, respondió.

— ¿Y por qué?

— Era de un hermoso color amarillo


Jean Claude Fonder

El vestido amarillo

Era un caluroso día de fin de verano en un pequeño pueblo ubicado en los Apeninos Tosco-Emilianos. Los habitantes se preparaban para la boda de Rocío, la chica más querida del pueblo. Pero había un detalle que hacía que esta ceremonia fuera única: Rocío había elegido un vestido amarillo brillante, en lugar del tradicional blanco. Su madre, al enterarse de la elección, casi se desmayó. “¡Nunca en nuestra familia alguien ha usado un vestido que no fuera blanco!”, exclamó. Rocío respondió que a ella le gustaba y estaba convencida de que el amarillo representaba la alegría y la felicidad que quería para su matrimonio.

Cuando Rocío hizo su entrada en la iglesia, todos se quedaron boquiabiertos. La gente susurraba entre sí, algunos sonreían, otros parecían un poco confundidos. «¿Un vestido amarillo? ¡Qué idea más extraña!», murmuró la tía Rosa, y otras personas se unieron a ella.

El sacerdote, intentó mantener la seriedad de la ceremonia “Estamos aquí para celebrar el amor” “¡Y… la alegría!”, añadió.

Durante la fiesta, la situación no mejoró. Los invitados, divertidos, comenzaron a contar chistes sobre el vestido amarillo. “¡Rocío, pareces un plátano!”, exclamó Marco, el mejor amigo del novio. “Sí, ¡pero un plátano muy elegante!”, respondió Rocío riendo, mientras su futuro marido, Luca, la miraba con ojos enamorados. Fue un gran espectáculo de colores y risas. Rocío bailaba y giraba como un girasol, su vestido amarillo brillaba bajo las luces, y pronto todos se unieron a ella, olvidando las convenciones. Al final de la noche, también su madre declaró: “Si el amor es amarillo, entonces es el color más hermoso del mundo”. Al final, todos coincidieron: Rocío merecía un vestido tan radiante como ella. Y así, el amarillo se convirtió en el nuevo símbolo de amor mientras los recién casados bailaban bajo el sol, rodeados de risas y pétalos de flores.


Raffaella Bolletti

La portada de mi libro es amarilla

Sí, es amarilla la portada del último libro que escribí, hace varios años. Me acuerdo que el editor me propuso diferentes colores para la cubierta del libro, y al final yo elegí el amarillo: fue el que me gustó más, no solo porque está bien para una novela para chicos, sino también porque en el dibujo en la portada, que había diseñado yo, hay un autobús de color amarillo, y también en el arco iris, que aparece en el cielo rosado, ¡el amarillo domina! Es un dibujo fantasioso: los árboles son color fucsia y las colinas y los prados azul violeta… y el fondo amarillo, por supuesto. Porque la fantasía es el alma de los cuentos para chicos, nos entra inesperadamente en la mente mientras escribimos, y nos sorprende a nosotros también por las ideas que se nos ocurren, y que no nos esperábamos cuando empezamos a componer. Escribir es emoción, pero puede ser también consuelo, o una forma de descubrirnos a nosotros mismos, y una fantasía escondida que reaparece…

Hoy acabo de volver a comprar unas veinte copias de mi libro amarillo, que ahora me hacen compañía sobre mi mesa de trabajo. No compraba nuevas copias desde hace muchísimo tiempo, y casi me parecía que ya no era la de antes, creadora de cuentos e historias… y ahora, inesperadamente, me han propuesto otra vez que presente mis libros para chicos de la escuela primaria, y lo haré más de una vez, después de años.

Color amarillo de la portada, te ruego… ¡Ayúdame a superar mi ansiedad, debida a la lejanía de mis experiencias pasadas! recuérdame que tu color es el de la alegría, la serenidad, la fantasía, y que mi mente también será felizmente amarilla cuando vea muchos chicos escuchando mi historia, sonriendo, preguntando… y apreciando el color amarillo de la portada.


Silvia Zanetto

Los días amarillos

Ya era muy viejo cuando lo conocí. Había llegado al valle mucho antes que cualquier otro. Incluso mucho antes que los indios, que se tenían a sí mismos por los primeros. Sabía si iba a hacer bueno tan sólo con olfatear el aire, y se decía que era de aquellos pueblos antiguos de donde había adquirido tales conocimientos.

Según él, nada era producto del azar. La vida era una ciencia exacta y con la lectura correcta se podían predecir los efectos futuros. Especial atención le prestaba a lo que él denominaba como días amarillos, épocas regidas por leyes extraordinarias que podían influir para bien o para mal en nuestras vidas. Y nunca se equivocaba.

Podía prever con precisión la productividad de una cosecha percibiendo la más mínima variación en la humedad. Sabía si un asunto iba a ser malo o bueno, y no sólo en el ámbito agrícola. Era como si tuviera una facultad para apreciar lo excepcional. Quizá tuviera que ver con la manera en que hubiera salido el sol, la emanación de una invisible energía, o a un imperceptible cambio en la forma de volar de las aves. Pero a su decir, los días amarillos siempre traían consigo consecuencias.

«A veces -decía-, se trata precisamente de no actuar.

Si siembras en un día así perderás la cosecha; cualquier negocio que emprendas no resultará rentable. Es mejor sentarse a esperar a que pase y no hacer nada” -se le escuchaba murmurar.

Tales días eran impredecibles. De repente, una mañana se asomaba a sus tierras, miraba al cielo y magullaba para sí: hoy está el día amarillo.  Entonces se metía en la casa, cogía algunas latas de cerveza y se sentaba en el porche, acomodándose en su vieja mecedora para dejar sumergir la mirada en el lejano horizonte hasta que su consciencia se sumía en una ausencia contemplativa. Ese día no trabajaba. Si le preguntabas por qué actuaba de esa manera, te miraba a los ojos con fijeza mientras disfrutaba de un pausado trago. Luego, se secaba la boca con el dorso de la mano y finalmente sentenciaba: «¿No te lo he dicho ya? Hoy está el día amarillo” Y se limitaba a exhalar un suspiro profundo detrás del que no venía ninguna otra respuesta, como si con aquellas palabras hubiera quedado todo aclarado.

“No es nada fácil de explicar -repetía a los más insistentes-. La respuesta está en la misma naturaleza. Sólo debes aprender a mirar”.

No sé que pudo haber existido de ciencia en todo ello, pero sí que después de su fallecimiento los días amarillos se convirtieron en interminables: las primeras señales las trajeron las prolongadas sequias, luego el Dust Bowl con la ventisca negra, y como colofón el bicho del maíz que acabó con lo poco que quedaba. Los agricultores que hasta entonces habían resistido tuvieron finalmente que rendirse. El dinero ahorrado se fue agotando y se vieron obligados a desprenderse de aperos y animales hasta finalmente tener que mal vender también las tierras, y cuando ya no les quedó nada, apenas algo de salud, se inició una desesperada peregrinación de este a oeste, luchando por unos mendrugos de pan, con el único fin de sobrevivir.

Aun así, no lo perdimos todo. Algo nos dejó aquel granjero en herencia: la dignidad y la convicción de que siempre hay que seguir luchando.


Sergio Ruiz Afonso.

Mistero

Habían encontrado el cuerpo de una joven en el pequeño lago del Parque Norte de Milán, el mismo lugar donde hace unos años fue asesinado un pobre cisne que vivía allí, la chica llevaba un vestido largo amarillo como si estuviera lista para ir a una fiesta, no presentaba lesiones ni signos de violencia, estaba intacta, tal vez había estado allí por poco tiempo. Un joven policía novato pensó que era una escena horrible, una que nunca hubiera querido ver y se preguntó si había elegido un trabajo que podría ser emocionante, pero no adecuado para él.

Fue identificada de inmediato, sus padres habían presentado una denuncia por desaparición el día anterior, era hija de un delincuente al que nadie había logrado atrapar con las manos en la masa, era muy rico y muy temido en su entorno. La autopsia reveló que había muerto ahogada, supieron que sabía nadar muy bien y descartaron la hipótesis del suicidio.

Comenzaron las investigaciones y descubrieron que Stella, así se llamaba la niña, llevaba una vida normal, vivía en una hermosa casa en el centro de Milán, era hija única, estudiaba derecho y no tenía contacto con el entorno paterno, sin embargo, ella tenía muchos amigos en la universidad y un novio a quien también investigaron, pero él llevaba dos meses en el extranjero y por tanto tenía una coartada férrea.

No había pistas de ningún tipo, solo que la habían visto alejarse sola de la fiesta a la que había asistido en casa de una amiga. El caso parecía muy difícil pero el joven policía, que estaba en su primer caso, se quedó en schock al pensar que la pobre muchacha había sido arrojada de esa manera, así estaba realizando una investigación paralela a la oficial que iba despacio. Descubrió che en casa de la niña, había grandes problemas, el padre golpeaba a su mujer y ocurrían escenas terribles. Stella también presenciaba muchas veces y ya no lo soportaba, había decidido irse de casa llevándose a su madre con ella. 

Interrogó a todo el personal de la casa, pero, aunque odiaban a su amo por su crueldad y por otras razones, no pudieron o no quisieron dar otra información útil. 

Casi había perdido la esperanza de resolver el caso, cuando recibió una llamada telefónica en la noche, de una mujer che no dio su nombre, pero dijo que tenía algunas informaciones importantes y le dio una cita para el día siguiente en una pequeña iglesia desacralizada a las afueras de Milán, esperó durante una hora, pero nadie apareció.  Regresó a la oficina desanimado.

A la mañana siguiente, de camino a la oficina leyó que una criada de la familia de Stella había sido encontrada muerta detrás de un arbusto, bastante cerca del lugar de la cita…

Este misterio se está volviendo demasiado largo para ser un micro relato, así que si quieres saber quién es el asesino lee el siguiente episodio, o haced algunas hipótesis y continuad vosotros mismos.

Leda Negri