La maldita herencia del murciélago chino

Bat hanging upside down on the tree.

—¡Por fin! —dijo Gabriela, tirándose sobre el asiento del coche. Se cubrió los ojos con las manos: le dolían de una forma rara, como si dos agujas los traspasaran. 

Sintió la sospecha otra vez: no podía ser. No, no podía ser. 

Acababa de pasar una hora charlando con su amiga Patricia, tomando un helado, algo que debía ser agradable, pero… esa cefalea que le taladraba la cabeza le parecía demasiado para ser un simple resfriado, ese dolor agudo que desde el cuello se deslizaba hacia los hombros y la espalda… La sospecha se hizo temor.

Encendió el coche, salió del aparcamiento del centro y se dirigió hacia casa. 

Ahora el miedo le revolvía el estómago. Así que esa maldita herencia del murciélago chino, que con sus metamorfosis a lo largo de más de dos años había angustiado y encerrado el mundo, ¿ahora le tocaba a ella? Y si fuera así…

— Patricia, hoy —pensó — y ayer la comida con Pablo y Manuela. Y el otro día mi prima Francisca, Pedro y Gabriel. ¿A cuántas personas podría haberle transmitido la maldición del murciélago?

Pero sobre todo a su padre, tan viejo y ya magullado por otras enfermedades. 

Cuando era niña, a Gabriela le daban terror los murciélagos, sus alas babosas y asquerosas: creía que se le podían pegar al pelo, o a la cara. Una noche de verano –tendría siete, ocho años- por la ventana de su habitación había entrado un murciélago, había dado varias vueltas sobre su cama y luego se había escapado, quizás después de una decena de segundos, que a ella le habían parecido horas. Gabriela había empezado a chillar, a llorar, pero el abrazo de su padre, la placidez de su voz la habían sosegado, le habían quitado los prejuicios sobre el murceguillo. Papá le había acariciado el pelo y la niña se había dormido.

Gabriela aparcó el coche el garaje. — Es sólo un golpe de frío— se dijo. Pero los dolores serpeaban por todo el cuerpo. Entró en casa, vio en el espejo su cara pálida de miedo o quizás de indisposición. 

Se midió la fiebre: tenía casi 38. 

La garganta se cerró, las manos empezaron a temblar. 

El tampón resultó positivo y ella se transformó en un murciélago.

Silvia Zanetto