Ciento dos

La muy estimada profesora Priscilla Puricelli, enseñante de matemáticas en la escuela Torricelli, en Biancavilla, provincia de Vercelli, tenía 102 años. La eximia docente trabajaba en el instituto desde hacía más o menos 80 años, pero nadie sabía decirlo con precisión, porque todos sus colegas, incluso los jubilados, juraban que ella siempre había estado allí. 

Existía también una leyenda: decían que la joven Priscilla Puricelli, recién licenciada con 111 y doble matrícula de honor, una mañana se había puesto allí en el centro de Biancavilla, sentada en la cátedra con el registro en las manos y, como por arte de magia, el edificio escolar se había creado por sí mismo, surgido de la nada, nacido únicamente de su desmesurado afán de compartir las joyas de las matemáticas con los jóvenes cerebros de sus pupilos.

Durante los 80 años de su honorable carrera, la estimada profesora Puricelli había pasado a través de todas las reformas escolares de todos los gobiernos, pero la monarquía, las dictaduras y la democracia no habían mellado sus regulares costumbres cotidianas.

Claro, lo que más echaba de menos era la embriagadora sensación de poder que experimentaba cuando infligía penas corporales, que en los primeros años de su fantástica carrera no solo eran permitidas sino también recomendadas. En realidad, la estimada docente Puricelli no se avergonzaba cuando admitía que le encantaba golpear a los estudiantes con el palillo: el sutil placer que le provocaba mirar a través de sus gafas situadas en la punta de la nariz la cara pálida del niño que tendía titubeante la mano para ser golpeado… ¡era una sensación inigualable! 

Así que, cuando los tiempos cambiaron y eso se volvió ilegal, Priscilla había implorado al jefe de estudios para que le permitiera, al menos, poner a los estudiantes de rodillas sobre granos de maíz bajo la pizarra…

Cuando cumplió los sesenta, decidió naturalmente no jubilarse.

Cuando cumplió los setenta, la ilustre docente fue llamada por Nello Caramelli, proveedor de Vercelli, que la alabó por su honorable carrera, pero aprovechó para sugerirle con extrema delicadeza que podría ser buena idea ponerse a reposo. La profesora Puricelli contestó otra vez que no.

Cuando cumplió los 80, el nuevo proveedor Donato Imbranato (Nello Caramelli ya se había jubilado) intentó convencerla otra vez, sin éxito. Así que fue él el que se jubiló y Priscilla siguió con su honorable carrera.

La muy estimada profesora Priscilla Puricelli, enseñante de matemáticas en la escuela Torricelli, en Biancavilla en la provincia de Vercelli, se fue de repente a la tierna edad de 102, mientras estaba explicando a sus alumnos el teorema de Pitágoras. No se cayó al suelo, sino que se bloqueó contra la pizarra, con la tiza en la mano, apoyando la cabeza sobre el ángulo recto del triángulo. 

Cuando la pusieron en la caja, el jefe de estudios propuso que le dejaran la tiza en la mano y también el registro, con gran felicidad de los alumnos que tenían todos malas notas en matemáticas…

A la mañana siguiente, una joven delgada con las gafas gruesas, un viejo traje pasado de moda y el pelo recogido se presentó delante del jefe de estudios: -Soy Ludmilla Puricelli, la nueva profesora de matemáticas.

Silvia Zanetto