
Es un sábado de otoño. Hay gente paseando y también hay gente en la terraza de la cafetería de enfrente, tal vez tomando chocolate caliente o una taza de té aprovechando el día soleado y los maravillosos colores otoñales que empiezan a teñir las hojas de los árboles. ¿Y yo? Aquí, trabajando en esta tienda, con Inés, atendiendo a los clientes, aconsejando colores, recomendando aquel producto, aquella cinta o pasamanería que realmente van buscando o que necesitan. Al igual que todos los sábados, desde hace unas semanas se presenta en la tienda este hombre, este tipo que parece un galán envejecido. Es casi como si tuviera una obligación de comparecencia periódica ante mí. Siempre hace lo mismo, empieza a dar un vistazo, compra algunos lazos de diferentes colores para su mujer, luego me pregunta por mi salud y por fin me cuenta hechos de su aburrida vida de casado, intentando seducirme con su cálida y aterciopelada voz. Conoce mi nombre por habérselo preguntado a Inés. Hoy ha comprado cintas de diferentes tonos de rojo. Me mira a los ojos y me dice “Rojo, el color de la pasión, la que me persigue al mirarte. Ven conmigo ahora mismo y deja que envuelva en las cintas rojas tu cuerpo, que solo puedo imaginar bajo este vestido negro que llevas puesto. No te vas a arrepentir”. Yo no digo nada, me da la lata, pero tengo que aguantarme, sonreír y ser amable. Ahora le mantengo abierta la puerta para que salga rápido y me deje en paz. Su amigo lo espera afuera, cruzando la mirada de Inés desde el escaparate. Lo sé, los dos se han vuelto amantes, a pesar de la diferencia de edad, y cada sábado se van a la casa de campo de él. ¿Y yo? Cerraré la tienda y me quedaré un rato en la cafetería dejándome llevar por la belleza de las hojas amarillas.
Raffaella Bolletti
