
Su nombre es nieve, se forma cuando la temperatura es menor de cero grados y el vapor de la atmosfera comienza a caer en forma de pequeños cristales de hielo. Su nombre es como ella, cae lentamente, de forma suave como una hoja, pero en este caso es un cristal transparente con una forma matemática precisa. Diría que a mí amiga Nieves, su característica más evidente es estar en las nubes como su nombre y como la nieve cae hasta llenar el jardín. Ella aterriza en la realidad, primero se transforma en suaves montañitas de algodón y poco a poco se convierten en el más duro hielo. Lo que era blando y suave se convierte en algo duro y frío, después llega el agua que corre libre y se mezcla con la tierra y se hunde hasta llegar al fondo, hasta ahuecar la piedra y entonces hueles el fango.
Ella es como su nombre indica es agua congelada que cuando toca la tierra se convierte en polvo blando y blanco; su voz rezuma dulzura, cuando habla es la flor más suave acariciando tu piel, la voz de una madre que arrulla a su niño recién nacido.
Mecida por la brisa llega como agua que se desmadejaba plácidamente en su lago. Mi querida Nieves era Nieve.
Podría decirse que ella puede estar en estado gaseoso, líquido o sólido, en algunos momentos parece ligera como el agua que corre por un río, en estado de sublimación como el perfume de una rosa o en el estado más duro posible, pienso que es debido a su ánimo; variable como el viento.
Aquella noche la taza cayó al vacío sin ninguna sustancia. Se levantó despacio con ella en la mano, no se había roto, estaba entera, como ella.
Mi Nieves había nacido en un pueblo seco y caliente, en Orsola, Lanzarote, un pueblo donde el horizonte es el Atlántico, lleno de calima seis veces al año. El nombre de esta mujer procede de las ganas que tenían sus padres de sentir el frío que produce la nieve y de su fruto: el agua, el agua que sirve para regar los campos.
Es una sencilla auxiliar de enfermería con turno de noche, un turno elegido voluntariamente, en el geriátrico más antiguo que tiene la isla. El nocturno es el más descansado, los ancianos están bien atendidos. Durante el día no se para, pero por las noches este lugar es un remanso de paz, descansa allí de su marido y de los dos hijos, a los que tiene que atender. “Calzoncillos blancos por triplicado “ lo peor que le podía suceder le paso a nievitas; decía mi madre. En este centro estaban los viejos más ricos, los conocidos señoritos de siempre y ella sabía cómo tratarlos, su sonrisa suave y su voz serena los convencía y a ella hacía realmente lo que tenía que hacer sin demasiado esfuerzo hasta que amaneció don Jaime con un bisturí clavado en la carótida, ella lo había encontrado, se sintió culpable, no había hecho los cambios posturales como era debido, no le había ofrecido la lechita de la noche. No había hecho su trabajo, o al menos, no lo había hecho bien, no lo había hecho como otras veces.
Entonces agarro su pelo y se hizo el moño alto de Nieves salió del baño con los ojos rojos y le contesto al Sargento Mendoza, lo mismo que se había dicho a sí misma y a mí llorando como un cristal roto.
— Tranquila, la noche ha sido muy tranquila, he apuntado todo lo que se ha hecho porque así se me ha ordenado y he llevado los protocolos como el doctor ha indicado, yo he trasladado a don Jaime a la habitación trescientos tres ya que se me comunicó por escrito que ”había que aislarlo” y lo hice como siempre en la misma habitación de siempre, al lado de la sala de reuniones y del office.
Yo me pase la noche despierta y el de mantenimiento, Germán, vino a preguntarme si había alguna gota suelta, que le habían avisado las chicas del turno de la tarde que había una avería, estuvo mirando el cuarto de baño donde lavamos a los enfermos encamados primero y después fue a los baños generales de la planta y no vio que se perdiera agua por ningún sitio. Él se fue como a los cuarenta minutos y yo me puse a hacer la ronda.
Y está mañana se me fue el alma al suelo cuando vi a don Jaime con ese bisturí en el lado izquierdo del cuello ¡Terrible, terrible!
— Estamos acostumbrados a que fallezcan ancianos en este centro, es lo normal, pero de esta forma es desolador y desconcertante, le dijo doctor Morín al sargento Francisco Mendoza.
— Entonces anoche estuvieron por aquí, la auxiliar de enfermería y el responsable del mantenimiento del edificio además de los residentes.
— Saben quién fue el último en ver a Don Jaime.
— Yo creo que fue Nieves, dijo el doctor, ella hizo el traslado del paciente.
— Si, así es; yo fui la que hice el traslado y los cambios posturales, lo habíamos puesto en esa habitación porque estaba enfermo con alguna bacteria o virus, es lo que siempre se hace para evitar males mayores, por ejemplo, se contagie el compañero de habitación y el personal sanitario, ya sabe, se tiene que evitar enfermen los residentes y nosotros mismos; por lo que tomamos más precauciones de lo habitual.
Nieves se levantó despacio, el borde inferior de su falda recorrió la pequeña mesa donde pocos momentos antes se había servido el café y la falda empujo suavemente el plato y entonces el plato hizo que la taza vaciará su contenido y todo rodó hasta el suelo, ella siguió caminando hasta la puerta, no miró atrás, salió del geriátrico de la zona antigua, en aquel momento Nieves salió de su propia vida, esa mañana nos dimos cuenta todos. Nos enteramos al día siguiente.
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Blanca Quesada
