
Milán, enero de 1945, otro invierno de guerra. «¡El último!» dijo mi compañero Antonio, pero yo no le creo. Dijo lo mismo el año pasado.
Nieva. La manta blanca oculta los escombros del último bombardeo. La piadosa mentira de la nieve hace parecer todo inocente.
Estoy aquí desde hace tres días, en este sótano húmedo y oscuro mirando a través de una ventanilla de 50 cm a nivel de la acera. Miro sin perder de vista el portal de la vivienda de enfrente. Allí vive el «Camerata Romano Tenconi» que, tarde o temprano, tendrá que aparecer a solas. Ya lo vi dos veces. Una vez rodeado por sus matones, y la otra llevando de la mano a su hijo pequeño.
La orden de mi comandante era clara. «¡Solo él, ninguna matanza! ».
Me uní al «Fronte della gioventù» en el invierno de 1944. Me acuerdo. Nevaba. Tenía 18 años, era y soy una mezcla de rabia, coraje y hormonas. Normalmente tengo el rol de estafeta por el GAP y, a menudo, con mis compañeros imprimimos folletos para distribuir que a veces lanzamos desde las galerías de los cines. Mi nombre de partisano es Olmo.
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Iris Menegoz
