Fragmentos (1)

Y de repente se enteró de que el destino se había hartado de ser generoso con ella. Entendió que aquel molinete incesante de días felices bajo un cielo despejado, turbado solo por leves escaramuzas o malhumores pasajeros, de repente terminaría, dejando que fuera el viento de los recuerdos el que barrería su casa y su mente. 

No fue una idea de las que se insinúan sutilmente bajo las demás y poco a poco tiñen cada cosa de un color diferente. Fue fulminante, cuando le precipitó entre las manos aquella carta, que por supuesto no era para ella.

No titubeó ni un instante: rasgó la hoja, recogió los fragmentos y los llevó a la cocina para quemarlos.  Unos trozos de papel se quedaron en el escritorio, uno en el suelo. Levantó una ceja, un poco contrariada. No volvió a recogerlos: ya todo estaba en manos del azar, merecía la pena dejarlo hacer.

Un leve olor a quemado había invadido su cocina inmaculada: abrió la ventana, luego volvió a la sala de estar.

De repente la perfección absoluta de su casa la golpeó como un silbido agudo y disonante: agarró el jarrón de cristal de la mesa del salón y lo arrojó al suelo en un fragoroso resplandor de fragmentos. Por un fugaz, loco instante se sintió feliz, ebria de su propia locura. Luego, las lagrimas empezaron a desprenderse, mientras se cortaba las manos recogiendo fragmentos de cristal del parqué destrozado sin remedio. 

Elisa se podía definir una mujer mimada, hasta caprichosa. Estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, pero la vida todavía no había rasguñado su piel de porcelana dorada, ni mucho menos sus indudables certezas, en primer lugar, la de haber nacido para ser adorada.

O quizás, eso era lo que le había dejado creer Jorge. 

Ella se había adaptado con gusto: era agradable, pero sobre todo fácil abandonarse, dejarse ir, librándose un poco a la vez de todas las responsabilidades. Como cuando él le propuso que dejara su trabajo: aquella vez, Elisa sintió serpentear algo como una huella de nostalgia, pero era tan sutil que no tuvo dificultad en desatenderla. Pensándolo bien, ahora le parecía que no había sido nostalgia, sino arrepentimiento. Entonces se había decidido por un tiempo parcial, pero después de algunos meses había pedido la dimisión y se la había ofrecido a Jorge adornada con lazos.

Con la misma amable despreocupación, había aceptado una ayuda para las tareas domésticas, y luego otra para planchar, mientras que llenaba la inutilidad de sus días yendo al gimnasio o recibiendo masajes relajantes en el centro estético. 

Sonriente y sosegada, cada tarde le abría la puerta a Jorge lista para ser exactamente lo que él se esperaba de ella, mientras que aquella serpiente -que fuera nostalgia o remordimiento u otra cosa – se movía desasosegada y cada vez más camuflada.

…continuará https://wp.me/pcDIqM-th

Silvia Zanetto