Latín

Milan, 1955. Quinto y último año de escuela primaria.
Para terminar la escuela obligatoria tenía que elegir entre dos trienios. La "escuela Commerciale " y la "escuela Media". La primera dirigía hacia un trabajo, la segunda hacia la continuación de los estudios.  
Yo sabía, por ciencia cierta, cuál era mi destino.
En la escuela “Commerciale" habría aprendido estenografía, dactilografía, contabilidad y un poco de francés. Herramientas básicas, que me habrían abierto las puertas a un modesto mundo de trabajo.
Nunca pensé seguir estudiando. Trabajar para ayudar a mi familia era un orgullo, no una pena.
En la “Media” estudiaban el idioma de los latinos, de los Romanos, el “Latín”. Una lengua mágica, secreta, inútil que despertaba en mí una rara atracción. Me preguntaba.
¿Por qué aprender una lengua que teóricamente no sirve para nada?
Pensé que sin duda ello ocultaba una clase de extravagante privilegio que solo unos pocos afortunados podían disfrutar.
¡A mí diez años, por primera vez, me di cuenta que el mundo tenía dos caras!
Iris Menegoz