Sol

Como cada noche, el murciélago ya se había colocado en su rincón habitual de la terraza. Paula encendió una pequeña vela y se sentó en la terraza, mirando hacia el horizonte. La oscuridad lo envolvía todo. El mar estaba allí, negro, invisible, sólo se podía oír el sonido ligero de las olas al romperse contra la orilla. Con el paso de las horas algunas estrellas empezaban a asomarse en el cielo, aportando un poco de luz a la noche sin luna. A Paula le gustaba observar y navegar por el cielo con su proprio telescopio. Algunas noches se quedaba en la terraza, medio dormida, esperando el amanecer y acordándose de que alguien le había contado años atrás que el sol, según lo que creían los Kuna, un pueblo localizado en Panamá y en el norte de Colombia, había nacido de la unión entre la luna-mujer y la luna-hombre. Después del nacimiento, la luna-mujer se fue a vivir cerca de la Tierra, mientras que la luna-hombre se quedó con el recién nacido. Quién sabe, tal vez por eso los habitantes de la Tierra sólo vemos una cara de la luna.

Por fin una lejana luz rosada aparecía al horizonte. Mientras tanto, el murciélago ya se había alejado de su rincón para ir a esconderse a otro lugar más oscuro. La luz del horizonte iba cambiando color, empezaba el amanecer; un color violeta, un rosado tenue, luego un naranja intenso y por fin allá estaba él. El sol, con toda su luminosidad reflejándose en el mar. Como un niño recién nacido que trae luz y felicidad. Como un niño que poco a poco aprende a ponerse de pie y a marchar, el sol poco a poco revelaba sus poderosos rayos. Un espectáculo al que Paula no podía renunciar, porque cada mañana los colores, la luz y el mar eran diferentes. Parecía haberse establecido entre Paula y el sol un dialogo silencioso. Ella lo esperaba y él cambiaba de color cada vez, como si quisiera que fuera feliz.

Al mediodía el sol emanaba todo su calor, toda su fuerza. Si de verdad se empieza a vivir a los 40, entonces Paula se imaginaba al mediodía de la vida, con unas increíbles ganas de vivir, conocer, disfrutar de cualquier cosa. A esas horas el sol también seguía trayendo un calor molesto, casi aplastante y Paula se quedaba tranquila leyendo bajo el toldo, disfrutando de la terraza y picando algo. Pero aquel día, la depresión se había apoderado de ella, estaba deprimida y simular ser feliz le resultaba cada vez complicado, ni un movimiento, ella seguía estando allí, aparentando dormir, los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil. Fue entonces que utilizando uno de sus rayos como si fuera un látigo, el sol golpeó un brazo de Paula una y otra vez, para que despertara de esta muerte aparente, para que reaccionara, se levantara de la silla y aprovechara el día. Entonces la alcanzó con otro rayo, el rayo hablante diciendo: “Sabes que siempre estaré aquí, mi deber es despertar al mundo, traer luz y calor, felicidad ¡no te atrevas a abandonarme! Necesito tus fotos al amanecer, al levantarme”. Paula abrió los ojos y sonrió. Otro rayo, el de las caricias, pasó sobre su cuerpo con ternura, hasta que Paula se levantó, salió de casa y dio un largo paseo por la playa. Por fin llegó la hora de regresar, el sol empezaba a esconderse detrás del horizonte, ocultando muy lentamente los rayos en su cuerpo redondo, cerrando el cielo sobre el mundo y dejando paso a la oscuridad. Era este el peor momento para Paula que, en su casa, sentada en la terraza se daba cuenta de que todo seguía igual, con la monotonía persistente y contagiosa de un dolor que solo pasaría al próximo amanecer, cuando los rayos de su amigo sol volverían para acariciarla.

Raffaella Bolletti

La madre del sol

– ¡Ay, por Dios! ¡Qué calor hace! -se quejó Estela- Hace casi cuarenta grados, ¿no te parece?

– Bueno, no exageres. Además, hace un día precioso, ¿no te parece? – contestó Pamela sonriendo con amabilidad- A mí me encantan las mañanas de sol… ¡Sobre todo aquí en la playa!  ¿Te das cuenta de que por fin estamos de vacaciones, Estela?

-Ya, pero sabes que no soporto cuando hace bochorno. Además, son las diez, ¿te imaginas qué sofoco al mediodía, cuando el sol va a quemarme la cabeza?

-Bueno, puedes ponerte bajo la sombrilla.

Estela, después de atravesar la playa de Costa Rey, haciéndose notar por todos los veraneantes con su nuevo bikini muy sexy, se acostó en la tumbona. Pamela la siguió llevándose las bolsas, las toallas de playa, cremas, agua y merienda. Ella llevaba un traje de baño entero y negro.

-Pamela, te voy a contar una leyenda de aquí, y verás si no tengo razón.

-Una leyenda de aquí, ¿dices?

-Sí, una historia popular que en el pasado las mujeres de Cerdeña les contaban a sus niños. 

-Vale, cuéntamela.

-Bueno, es una historia muy clásica que los padres solían utilizar para que les obedecieran los niños que se negaban a quedarse en casa a echar la siesta en los bochornosos días del verano, cuando el sol era demasiado fuerte.

– ¡Como hoy! -comentó Pamela, riéndose.

– Digamos que sí. Como te decía, era un recurso típico de la narración popular sarda. La protagonista de la historia era una criatura fantástica: la Madre del Sol, una mujer guapísima que aparecía en verano desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde.

Pamela la miró, quitándose las gafas de sol.

– Se dice -prosiguió Estela- que la misteriosa figura deambulaba cubierta de los pies a la cabeza por las calles, desiertas en esas horas, buscando a los niños desobedientes. Y cuando encontraba a uno, empeñado en jugar por la calle a pesar de las advertencias de sus padres, le dejaba una marca tocándole la frente y provocándole una fiebre muy alta, que duraría muchos días.

– ¡Vaya! Qué crueldad, ¿no?

– Bueno, los niños se creían esa leyenda, y aunque pueda parecer un método cruel contarles una historia así, no era infrecuente en la tradición sarda. Y todo con el objetivo de garantizar la seguridad y la salud de los más pequeños de la familia. O sea, que no era nada pérfido, sino solo una forma eficaz de mantener los niños alejados del calor y del riesgo de sufrir una insolación grave. ¿Qué te parece?

– Estela, para mí el sol es luz, energía, alegría… sobre todo por la mañana, representa el inicio de un día especial. Pero…  ¿sabes qué? Ahora nos ponemos la crema. 

– Protección 50, ¿para el primer día?

– ¡Claro que sí!

Y Pamela sacó las cremas de la bolsa.

Silvia Zanetto

Sol

Marisol tenía dos años cuando llegó a Italia desde Chile con sus padres en busca de una vida mejor.

Empezaron haciendo de todo, trabajando muchísimas horas cada día y, después de muchos sacrificios, lograron comprar un pequeño apartamento y pagar los estudios de Marisol.

Ella se sentía italiana, nunca habían vuelto en Chile, ya no tenían a nadie allí.

La chica tenía muchos amigos, afortunadamente nunca había sufrido episodios de racismo, sentía Italia como su patria, ahora estaba graduada y trabajaba.

En la universidad había conocido a un chico italiano y estaban enamorados, Marisol era muy hermosa, de piel ligeramente aceitunada y pelo largo y oscuro. Estaban saliendo desde hace meses, las dos familias nunca se habían encontrado, pero había llegado el momento de hacerlo, ya que querían casarse.

Ella estaba muy preocupada, tenía miedo de que no la aceptaran, sabía que eran muy ricos y che vivían en una casa grande, pensó en sus padres que siempre vestían con sencillez, imaginó que los de su novio serían gente elegante y refinada.

A medida que se acercaba el día del encuentro, el miedo crecía, la invitación era para el siguiente domingo, faltaba poco. Cuando llegó la hora de salir, se miró en el espejo por enésima vez, mamá y papá parecían tranquilos.

Llegaron a una calle con muchas casas hermosas, la de su novio era grande con un jardín lleno de flores, le temblaban las piernas, al entrar encontraron la familia en fila para saludarlos.

El padre primero estrechó las manos de sus padres hablando español, la madre la abrazó diciendo que había oído hablar mucho de ella y que lo que importaba era su felicidad.

Marisol sintió una sensación casi de santidad, pero justo en ese momento se despertó, era solo un hermoso sueño. Sus incertidumbres y dudas comenzaron de nuevo, pero luego, cansada de esa situación, pensó en que los sueños pueden hacerse realidad.

Era un maravilloso día de sol y, con calma, comenzó a prepararse para el evento.

Leda Negri

Sol

Sol, Sol, oh Sol, dueño del cielo aterrador
Las nubes encendidas celebran tu puesta
Todo el día nos has torturado con el calor
Tibia, clemente que la noche sea bienvenida
                                                          
Rosado, tímido e inocente fue el amanecer
La mañana lleva frescura, se olvida el ayer
El Sol ilumina los ladrillos blanqueados
De los jardines y de los tranquilos patios

El Sol de mediodía no se ve encima del cielo
Las nubecitas de Magritte en el azul pasean
Los pájaros bailan y vuelan de techo en techo
El follaje verde de los grandes árboles tiemblan 

Son las dos, el Sol, lo temamos, va a llegar,
Bajaremos las persianas, las persianas de ratán
Al contrario, aparecen amenazante nubes negras
La tormenta y la lluvia se van a desencadenar

Una cubierta triste de gris obstruye el cielo
El frío nos acecha, las ventanas hemos cerrado 
¿Dónde está el Sol? El manantial de la vida 
La lluvia es vida también, pero sin el Sol nada

Las nubes se rasgan, un trozo de cielo aparece
Un poco más de azul, consagra nuestra esperanza
Olvidado el calor, esperamos que el claro progrese
La luz del Sol, alegría, felicidad, abundancia
Jean Claude Fonder