
– ¡Ay, por Dios! ¡Qué calor hace! -se quejó Estela- Hace casi cuarenta grados, ¿no te parece?
– Bueno, no exageres. Además, hace un día precioso, ¿no te parece? – contestó Pamela sonriendo con amabilidad- A mí me encantan las mañanas de sol… ¡Sobre todo aquí en la playa! ¿Te das cuenta de que por fin estamos de vacaciones, Estela?
-Ya, pero sabes que no soporto cuando hace bochorno. Además, son las diez, ¿te imaginas qué sofoco al mediodía, cuando el sol va a quemarme la cabeza?
-Bueno, puedes ponerte bajo la sombrilla.
Estela, después de atravesar la playa de Costa Rey, haciéndose notar por todos los veraneantes con su nuevo bikini muy sexy, se acostó en la tumbona. Pamela la siguió llevándose las bolsas, las toallas de playa, cremas, agua y merienda. Ella llevaba un traje de baño entero y negro.
-Pamela, te voy a contar una leyenda de aquí, y verás si no tengo razón.
-Una leyenda de aquí, ¿dices?
-Sí, una historia popular que en el pasado las mujeres de Cerdeña les contaban a sus niños.
-Vale, cuéntamela.
-Bueno, es una historia muy clásica que los padres solían utilizar para que les obedecieran los niños que se negaban a quedarse en casa a echar la siesta en los bochornosos días del verano, cuando el sol era demasiado fuerte.
– ¡Como hoy! -comentó Pamela, riéndose.
– Digamos que sí. Como te decía, era un recurso típico de la narración popular sarda. La protagonista de la historia era una criatura fantástica: la Madre del Sol, una mujer guapísima que aparecía en verano desde el mediodía hasta las cuatro de la tarde.
Pamela la miró, quitándose las gafas de sol.
– Se dice -prosiguió Estela- que la misteriosa figura deambulaba cubierta de los pies a la cabeza por las calles, desiertas en esas horas, buscando a los niños desobedientes. Y cuando encontraba a uno, empeñado en jugar por la calle a pesar de las advertencias de sus padres, le dejaba una marca tocándole la frente y provocándole una fiebre muy alta, que duraría muchos días.
– ¡Vaya! Qué crueldad, ¿no?
– Bueno, los niños se creían esa leyenda, y aunque pueda parecer un método cruel contarles una historia así, no era infrecuente en la tradición sarda. Y todo con el objetivo de garantizar la seguridad y la salud de los más pequeños de la familia. O sea, que no era nada pérfido, sino solo una forma eficaz de mantener los niños alejados del calor y del riesgo de sufrir una insolación grave. ¿Qué te parece?
– Estela, para mí el sol es luz, energía, alegría… sobre todo por la mañana, representa el inicio de un día especial. Pero… ¿sabes qué? Ahora nos ponemos la crema.
– Protección 50, ¿para el primer día?
– ¡Claro que sí!
Y Pamela sacó las cremas de la bolsa.
Silvia Zanetto

