La importancia de una llave

Hace algunos días entré en un lugar y sentí que quizás no podría salir nunca de ese espacio, al que la gente que trabaja allí lo llama el círculo dorado. Recordé cuando escuché esas palabras las estatuas del color del oro en el puente de Alexander III, en París. Fue maravilloso recordar ese instante, la columna en lo alto, en el cielo una figura maravillosa, esplendente.  

Más tarde me di cuenta, que el nombre de ese «círculo dorado» lo tenía por un motivo más prosaico. Estuve en él circulo largas horas. Me dio tiempo a observar los movimientos, en algunos momentos el esfuerzo les hacía sudar. sobre todo, en los traslados; muy bien coordinados, cada acción palabra o esfuerzo era consultado. Los que cobran por estar allí, permanecen en alerta máxima, alguna vez tuvieron o tendrán síndrome post traumático y entonces dejarán de ponerse en el lugar del otro, ahora se llama no empatizar y antaño no tener compasión. Han perdido la llave de su alma.  Andar entre la vida, el dolor y la muerte tiene sus consecuencias. 

Me atendieron muy bien, mis queridos guardianes que recorren sin descanso el círculo dorado, lleno de cubículos con camillas y cortinas descorridas para poder observar las constantes vitales.  Que normalmente allí no son constantes. Traen y llevan enfermos. Bandejas, muestras y chatos.

Cortinas abiertas. Puertas sin llaves como sus almas. 

Hoy ya tengo mi llave; se llama resiliencia. 

Espero que ellos encuentren la suya.

Blanca Quesada