La Bibliotecaria

Lunes 15 de diciembre de 2015, 

El metro está abarrotado, como todas las mañanas. Sin embargo, Ana está sentada. Por suerte sube en la primera estación de la línea, así que puede leer tranquilamente en su móvil. Ana es bibliotecaria, le gusta leer y estos intervalos que recupera durante el trayecto de ida o de regreso a casa le permiten disfrutar de su pasión por los libros.

Su sonrisa ilumina el vagón. Se viste siempre con bonitos colores, hoy lleva una camiseta de algodón azul con vaqueros remangados y unas botas de cuero a juego. Un moño impertinente y majestuoso corona su cara juvenil. 

Ya no piensa en sus hijos, que se han quedado a cargo de su marido. Hoy le toca a él llevarlos a la escuela. El trayecto en bicicleta primero y en metro después, son los únicos momentos en que esta sola y puede dedicarse un momento a sí misma. De lunes a viernes se levanta temprano, se ducha y prepara el desayuno para todos. Al marido le toca despertar a los niños, momento a partir del cual reina el caos en su pequeño apartamento. Algunos días llora uno, otros lloran los dos simultánea o consecutivamente, con frecuencia Ana grita. Odia llegar tarde. 

— ¡Lávate los dientes! ¿Aun no has terminado? ¡Bébete el zumo!¡Ponte el baby! ¡Mete los zapatos de gimnasia en la mochila!¡Apaga la luz!

Sobre todo, tiene que evitar que la tensión se traslade de los niños a la pareja. Cuando sale de casa tiene la sensación de que es medio día. Son solo las 8.

Ahora descansa leyendo en su pequeño y mágico dispositivo. Es un placer, tiene siempre uno o dos libros empezados, cuando termina uno empieza otro, tiene un montón de libros cargados en esta herramienta a la espera de ser leídos.

También usa Facebook como si fuera un diario. Tiene una selección de páginas que le gustan más que los periódicos de los que se ha cansado. Son páginas, revistas, noticiarios y otras fuentes que hablan y opinan sobre los temas que le interesan.

Sigue leyendo su libro “Anatomía de un instante» de Javier Cercas, esta tarde en la biblioteca hay un club de lectura y quiere terminarlo para participar. Será un día largo, pero le gusta esta actividad. Cuando sustituyó a la bibliotecaria, que fue su maestra y que se volvió a España, el club estaba funcionando bien y ya tenía un buen núcleo de lectores apasionados. El instituto Cervantes de Milán tuvo confianza en ella y hoy con el soporte del departamento cultura se devuelven numerosas actividades culturales, no solo el club de lectura inicial sino otras fórmulas: poesía, cine, taller de diferentes tipos, a veces participa en el club el autor, o la autora, como le gusta precisar a Ana. 

Pero lo que más le gusta es que la biblioteca del Instituto se ha convertido en un lugar que, más allá del préstamo de libros, películas, revistas y música, es un foro donde se encuentran y se reúnen personas interesadas por la cultura hispánica o simplemente gente que busca un lugar amigo, un bar sin cerveza, como dicen sus compañeros para tomarle el pelo. De hecho, no se puede decir que sea un espacio silencioso y recogido. Con frecuencia hay gente que habla, grupos de profesoras que se preparan las clases, estudiosos que charlan animadamente como un colectivo espontáneo de críticos literarios, parejas que hacen intercambio de conversación, niños que dibujan o se lanzan pelotas de peluche.

Ana es un poco la madre de este pequeño mundo, ha sabido rodearse de tantos voluntarios que la ayudan, porque está siempre abierta a acoger un nuevo usuario, así les llama, y intenta siempre ayudar a los que lo necesitan. Es cierto que es una labor estresante, pero a Ana le permite satisfacer su interés por las relaciones humanas y su inagotable creatividad.

La biblioteca es, ante todo, un recurso fundamental para los profesores y el alumnado del Instituto a quienes ofrece lectura, búsquedas bibliográficas y consultas para preparar cursos y exámenes. Pero el público no se limita a la gente que frecuenta el Instituto. Son sus usuarios profesores de escuelas públicas de la provincia de Milán, alumnos e investigadores de las universidades, familias españolas e hispanoamericanas, y algún espontáneo periodista, un nieto de brigadista internacional o una anciana sefardí. Todos ellos forman parte de una singular comunidad que Ana en cierta manera preside.

Ana cierra su libro electrónico, ha llegado a la parada de Duomo. Sale del vagón y sube alegremente a la plaza llevada por el flujo continuo de los milaneses que van a trabajar. Plaza Cordusio, via Dante y ya está frente al edificio en el que el Instituto Cervantes ocupa tres pisos. Sube rápidamente al primero, ocupado en gran parte por la biblioteca, entra, pasa detrás del mostrador, se quita la mochila y se instala detrás de su ordenador para consultar el correo. Hoy la biblioteca abre solo por la tarde, a partir de las 2, así que tiene tiempo para arreglar las cosas que ha dejado pendientes el día anterior, además, hay que organizar el club de lectura que empieza a las 6 y suele durar hasta la 7 y media o incluso hasta las 8. Iris, usuaria emblemática de la biblioteca, llegará un poco más tarde para ayudarla a preparar todo para el club y volver a ordenar los libros y los DVD que la gente ha devuelto recientemente.

Si Ana es la madre, Iris seria la tía de la Biblioteca: siempre presente, lista para ayudar, para dar el toque de elegancia que distingue a esta comunidad y la convierte en un lugar único. Iris es el Pepito Grillo de la Biblioteca. Si los usuarios se retrasan a la hora de cerrar, ella los hostiga con gracia hasta que salen alegremente ofendidos. Si Ana programa demasiadas actividades, ahí está Iris para censurarla. Le regaña dulcemente: no puede agotarse o adelgazará y desaparecerá, le recuerda. Todos la quieren, precisamente porque sabe manejar los acontecimientos con su modo de hacer marcado por una inagotable ironía y un humor teñido de negro. Sin Iris la Biblioteca no sería la misma.

Esta tarde la sonrisa espléndida de Iris está vestida de negro, un pantalón de lana y, en el top, una rosa roja de ganchillo de las que hace ella misma. Lleva como siempre sus gafas con dos patillas rayadas de blanco y negro y que parecen plateadas como su pelo corto. Dos pendientes de plata en forma de lágrima de los que cuelga una perla y un ligero maquillaje completan su natural elegancia.

— Buongiorno Ana, come va? tutto bene?

— ¿Qué tal Iris? Yo estoy fenomenal.

Iris habla siempre en italiano, aunque entienda perfectamente el castellano y lo hable bastante bien, pero es una perfeccionista. No quiere hacer nada que no sea absolutamente impecable.

— Hai finito di leggere il libro di Cercas?

— Sí, casi lo he terminado, pero no pasa nada, la historia la conozco bastante bien. De todos modos, tú y los demás lo habéis leído, y me parece que el debate será muy interesante, a juzgar por lo que dicen los que devuelven el libro.

— Yo ni lo intento. Es demasiado gordo, últimamente leo solo libros de menos de 100 páginas y a poder ser con letra grande. Esa lastra de mármol me destruiría la espalda, —ataja en español Iris y se pone sin decir más a desmontar las pilas de libros y de DVD devueltos por los usuarios.

A las cinco, empiezan a llegar los cluberos, como los llama Ana, que frecuentan desde hace años la biblioteca y participan siempre en las actividades que allí se organizan. Quieren sentarse en sus posiciones preferidas, delante o detrás según su afán de protagonismo o sus ansias de invisibilidad. Iris ha colocado las sillas en dos hileras alrededor de la gran mesa central y hay también otras a los dos lados para acoger a veces hasta cuarenta personas. Un grupo muy grande en el que todos se conocen más o menos.

De hecho, las conversaciones nacen, se desarrollan y el rumor crece como en una sala antes del inicio del espectáculo cuando, con una hoja en la mano, Ana pide silencio.

Jean Claude Fonder