Asteriscos

Como todos los clásicos que tenía en casa, el ejemplar de la novela “Guerra y Paz” en mi estantería formaba parte de la herencia libresca de mi padre. Estaban “Los dolores del joven Werther” en una edición de 1957 de la Biblioteca internacional Rizzoli, “Hamlet” de Shakespeare en un libro de 120 liras, los cuentos de Poe, 130 liras, en un ejemplar de 1960, y muchos otros que leería años después. 

El oficial con uniforme blanco y rojo retratado por Kiprenskij en la cubierta de “Guerra y Paz”, edición Sansoni de 1965, me miraba siempre desde la estantería. Parecía decirme: “Léeme. Solo tengo 644 páginas, y tu padre hace tiempo gastó 450 liras para comprarme…”

Yo tenía más o menos 17 años, y enfundarme en un libro así me parecía una empresa desmesurada. Pero, a fin de cuentas, 644 páginas se podían leer. Bajo el título había un asterisco, pero ni me planteé el por qué. Me encantó la historia de la joven Natasha, me costó aguantar las descripciones saturadas de los detalles de las fiestas, me fascinó el personaje de Pierre, me molestaron los episodios crueles de guerra. 

Y llegué hasta el final. Al menos, eso era lo que creía yo. Leyendo las últimas páginas, me parecía un final muy raro: todos los episodios estaban abiertos, no había conclusión. Volví al principio y descubrí el sentido del asterisco: “libro primero”. Así que en el segundo habría dos asteriscos, y en el tercero tres. Claro, en 1965 acababa de nacer mi hermana, y con dos niñas pequeñas en casa no tenía que ser fácil para mi pobre papá concentrarse en la lectura de tres volúmenes de 644 páginas cada uno. Evidentemente, nunca había comprado los que tenían dos y tres asteriscos. Nunca leyó completamente “Guerra y Paz”. 

Yo tampoco.

Silvia Zanetto