
Soñaba con estar de vacaciones. En el sueño era justo como es. Las vacaciones de verano, esas, en la casa de campo de sus abuelos. Felipe conocía bien los hábitos del abuelo y el último día de agosto, que era también el último día de vacaciones, tenía que acompañarlo a buscar setas. Se había levantado muy temprano y todo estaba tan oscuro que a Felipe le parecía que estaba vendado. De vez en cuando una ráfaga de viento producía silbidos inquietantes. A pesar de llevar una chaqueta y un gorro impermeable, la humedad parecía penetrar por la piel. Ni rastro de hongos, ni siquiera venenosos. La cesta de mimbre estaba vacía. Cansado de mirar al suelo miró hacia arriba y se detuvo. ¡Qué raro! Veía todo del revés. Los hongos colgaban de las copas de los arboles como las estalactitas en una cueva. Llamó al abuelo y éste le pidió que se bajara los pantalones. Se había puesto la ropa interior al revés. Nada de brujería, sólo había intentado…para traer buena suerte. El abuelo le echó un rapapolvo, diciéndole que la brujería de los calzoncillos al revés había llevado a otra brujería, la de las setas al revés. ¿Y ahora qué? ¡Vaya, el despertador! El sueño, o mejor dicho la pesadilla, se termina y el despertar comienza. Felipe sabe que tiene que levantarse, pero su cuerpo opone resistencia y sus ojos permanecen cerrados. De hecho, ¿por qué levantarse? Todavía está de vacaciones. Ah sí, el abuelo, los hongos, ¡nada de ropa al revés por favor! El despertar no puede esperar.
Raffaella Bolletti
