
Era tan buena gente que no te lo creías, diría incluso que desde que alguien lo veía con su rostro sereno, moreno con ojos grandes, nariz aguileña y labios delgados. Cuando hablaba sentía su voz: suave y delicada, casi tenue y blanda, te recorría una sensación de seguridad, oías entonces como una brisa suave llegaba a tus oídos y te reconfortaba, ¡sabias ya! Que cualquier problema sería solucionado, su figura delgada y esbelta acompañaba tu presencia y, entonces con una dulce sonrisa y una mirada tranquila tú te ponías en sus manos.
Se convirtió en mi acompañante diario y por lo tanto en mi marido, en mi querido esposo. Después de algún tiempo descubrí que tenía un solo defecto: su humor corporal era tan malo como su animo. El que desprendía después de cada guardia de hospital. Él olía como a ausencia, a decepción, a no poder amar, a soledad. Y supe entonces que ese hombre tan simpático podía matar.
Blanca Quesada
