Un oxímoron viviente

¿Te acuerdas, mamá, de cuando dejé a Marcos?

Fueron mis sollozos violentos los que te sacudieron el sueño en el medio de la noche.

Me encontraste enrocada en el rincón del sofá, las rodillas contra el pecho, el cuerpo acurrucado y percutido por los espasmos. Me secaba frenéticamente los ojos con los kleenex y los tiraba con rabia al suelo, como proyectiles lanzados desde las murallas de una fortaleza.

Intentaste abrazarme, pero la rigidez de mi cuerpo te encerraba fuera de mi sufrimiento.

El dolor que te estaba aportando a ti, a Marcos y a mí misma me parecía ineluctable, mi crueldad fatal y sin remedio.

Tú no le hiciste caso a mis frases inconexas que apenas conseguías entender entre los sollozos. Considerabas tu deber de madre soportar mis despropósitos y mis lloriqueos, por eso no reconociste las últimas gotas de verdad que dejé chorrear entre nosotras: “No soy capaz de amar, mamá, a mi alma le falta una pieza…” 

Mi sufrimiento te llenó el corazón de espejismos y les dijiste a todos que Marcos y yo volveríamos a estar juntos, porque yo todavía le quería… Pero yo nunca le había querido, mamá, porque no era capaz.

Aquella noche no lloré por Marcos.

Lloré por mi incapacidad para amar, por el trozo de hielo que me dolía, clavado en el pecho, que yo hubiera querido arrancar con mis mismas manos en una laceración abrasada y perfecta. Sufría por mi incapacidad para sufrir, por el desasosiego que tendría que infligirme el dolor provocado a un hombre que tenía como única culpa la de quererme, por el remordimiento que no sabía sentir.

Marcos me amaba con la transparente honestidad de las personas simples. Había aceptado mis incongruencias y mis cambios repentinos de humor con una indulgencia que había acabado por irritarme. Lo atormenté con mis caprichos para que me dejara él, exasperado por el desamor con el que le había pagado, pero él no lo hizo.

Así que al final lo dejé yo, porque ya no soportaba su afecto incondicionado y sin riesgos, la perspectiva de un amor en pijama, la trampa de la solución fácil que había encarcelado a tantas mujeres de tu generación.

No espero que me entiendas, mamá: lo sé que no soy un tipo fácil. 

Silvia Zanetto